Hace tiempo publicamos un artículo dedicado a las cinco expediciones romanas que penetraron en el África subsahariana, que no marcaron una frontera meridional porque ello hubiera requerido un esfuerzo que no estaba claro que resultara amortizable, limitando su dominio al litoral mediterráneo, pero si establecieron algunos de los puntos más lejanos respecto a la metrópoli. Aunque la península arábiga no forma parte de ese continente, también podría sumarse a esos territorios lejanos que alcanzó Roma, ya que, siguiendo órdenes de Augusto, hasta allí llegó un ejército del prefecto de Egipto, Elio Galo, cuya misión terminó mal.
Cayo Octavio, adoptado por su tío-abuelo Julio César en el año 44 a.C., le sucedió tras deshacerse de sus principales rivales, Marco Antonio y Cayo Emilio Lépido, con quienes había formado inicialmente el conocido como Segundo Triunvirato para repartirse el poder y evitar una guerra que al final no se pudo evitar. Corría el año 27 a.C. cuando el Senado concedió a Octavio el cognomen de Augusto primero y el título de princeps después, convirtiéndolo en emperador de facto hasta el punto de que adoptó el nombre oficial de Imperator Caesar Divi Filius Augustus.
A partir de ahí fue concentrando en su persona todas las competencias políticas, si bien concediendo algunas a los senadores para mantener la ficción republicana; pero lo hacía sin que tuviera a nadie en la oposición, lo que le permitió concentrar su atención en solucionar los problemas de su nuevo imperio. En el plano militar, el más acuciante era solventar la resistencia de los pueblos del norte de Hispania, cántabros y astures, que permanecían irreductibles desde un cuarto de siglo antes. Corría el dicho año 27 a.C., cuando Augusto reestructuró la península ibérica en tres provincias, Bética, Tarraconense y Lusitania, quedando encuadradas en esta última Asturiae y Gallaecia.
Al año siguiente se desplazó personalmente y estaba inmerso en esa campaña -que no terminaría hasta el 19 a.C- cuando el rico botín que iba obteniendo a costa de las minas locales -sobre todo el oro de Las Médulas- le animó a emprender otras conquistas estratégicas, creando territorios tapón contra posibles incursiones exteriores: en la región alpina contra el peligro germano y en Armenia contra los partos. Al final de su reinado, hacia el año 10 d.C., incluso apadrinaría -o al menos permitiría- la expedición que el rey de Numidia, Juba II, aliado de Roma, envió a la Mauretania Tingitana (Marruecos), estableciendo una factoría de producción de púrpura en Mogador (actual Essaouira).
Mogador y Sala Colonia (también llamada Salé, actual Chellah), sirvieron de base para visitar Canarias, Madeira, Santo Tomé y Príncipe, Cabo Verde y Fernando Poo hacia el año 10 d.C. No se ha podido determinar si esos marinos pudieron desembarcar en la costa guineana, pero el caso es que allí se han encontrado -al igual que en Togo, Ghana, Nigeria y Níger- monedas romanas. Bien es cierto que pudieron llegar por vía comercial, aunque lo importante es que el punto de mira se ponía ya en latitudes bastante lejanas.
En ese sentido, el año 26 a.C., el mismo en que los romanos fundaban las ciudades hispanas de Portus Victoriae Iuliobrigensium (que no está claro si se trata de las actuales Santander o Santoña) y Iulia Ilici Augusta (Elche), y los generales Cayo Antistio Veto y Publio Carisio dirigían la guerra contra los citados cántabros y astures respectivamente, un Augusto que seguía las operaciones más o menos de cerca decidió emprender otra aventura militar y esta vez en una tierra tan exótica como la Arabia Felix, que quizá recuerde algún lector por el artículo que dedicamos al explorador danés Carsten Niebuhr.
Arabia Felix era el nombre que se daba en la Antigua Roma a una de las tres provincias en que se dividiría la península arábiga, la costera, siendo las otras dos la Arabia Pétrea (el antiguo reino nabateo, en las actuales Jordania, sur de Siria e Israel, Sinaí y noroeste de Arabia Saudí) y la Arabia Deserta (el desierto interior, evidentemente, poblado por tribus nómadas), tras su conquista. Pero ésta se llevaría a cabo ya en los inicios del siglo II d.C. De momento, la Arabia Felix, que correspondería aproximadamente a los actuales Yemen y Omán, permanecía libre del poder romano.
Eso sí, su posesión resultaba tentadora porque en la Antigüedad el clima era un poco diferente, menos seco que ahora y, por tanto, se trataba de una región cubierta de fértiles campos. No obstante, lo más apetecible estaba en que, al abarcar los litorales del Mar Rojo y el Mar Eritreo, la hacían ser un núcleo comercial clave para la mercadería de las especias aromáticas y otros productos que llegaban desde la India y el Cuerno de África: canela, almizcle, incienso, mirra, gemas, tejidos, cosméticos, fármacos….
Según Estrabón, el territorio se repartía entre cinco reinos, cada uno especializado en un artículo, con el puerto principal situado en el Mar Rojo, en Eudaemon (hoy Adén), nombre griego que significaba fértil o productivo, si bien los romanos lo tradujeron como feliz, en ese sentido. Y precisamente Estrabón era amigo íntimo de Elio Galo, el hombre designado por Augusto en el año 24 a.C. para liderar esa expedición; de hecho, la principal fuente que tenemos para conocer ésta es su obra Geografía, completada por la Historia romana de Dión Casio y la Naturalis Historia de Plinio el Viejo, más algunos detalles de Antigüedades judías de Flavio Josefo.
Narraciones incompletas, en cualquier caso, ya que no se sabe casi nada de Galo anterior a ese viaje, salvo que quizá fue padre adoptivo de Sejano, prefecto de la Guardia Pretoriana y luego mano derecha de Tiberio) y que pertenecía al ordo equester (los équites, una clase social intermedia entre la senatorial y la plebeya) y que seguramente era el mismo al que cita Galeno a menudo, al haber tomado nota de remedios que empleó durante su misión.
En el 26 a.C., Galo fue nombrado praefectus Alexandreae et Aegypti (prefecto de Alejandría y Egipto), un cargo recién creado, similar al de procónsul y adscrito directamente a Augusto por la importancia económica del país, famoso «granero de Roma» (de ahí que también incluyera Augustalis en la denominación), cuyo primer titular era Cayo Cornelio Galo. Éste lo obtuvo, al igual que el ascenso social a eques, por su apoyo decidido a Octavio, cuya flota dirigió en Egipto. Allí contuvo a los últimos Ptolomeos en Tebas y comenzó una campaña de autoglorificación -estelas, estatuas…- que a la postre iba a serle contraproducente.
Y es que el Senado consideró que planeaba una secesión de Egipto, así que lo mandó procesar por alta traición y Cornelio Galo acabó desterrado primero y quitándose la vida después, ese mismo año. Pese a su amistad, el emperador no hizo nada por evitarlo, acaso cayendo también en la sospecha o quizá entendiendo que todo se debía a una acción senatorial para recortarle a él méritos militares y poder. A Cornelio Galo le sucedió su tocayo, que una vez en Egipto supo que su predecesor había abierto relaciones comerciales con Etiopía, una región que servía de puente con la península arábiga por su proximidad.
La noticia también debió llegar a Augusto, que, como decíamos antes, en el 24 a.C. encargó al nuevo prefecto que organizase una expedición a Arabia Felix con el objetivo de firmar tratados de amistad con esos reinos tan boyantes o, en caso de negativa, conquistarlos. Con ello se conseguiría, por un lado, mantener entretenido al nuevo prefecto, previniendo que le entrasen ambiciones como las de su predecesor; por otro, acceder a unas riquezas que se suponían desbordantes, reduciendo tanto los costes que suponían los largos viajes como las tasas que imponían los intermediarios entre la región y el Mediterráneo, al poder navegar directamente hasta la India por el Índico.
Entre esos intermediarios figuraban los sabeos, pueblo semítico que en fecha desconocida atravesó la península y fundó el Reino de Saba (actual Yemen) hacia el siglo XII a.C., dedicándose al comercio de especias aromáticas. También los himyaritas, que griegos y romanos llamaban homeritas, dedicados a la agricultura y al tráfico de mirra y olíbano, y que un año después del episodio que contamos aquí invadirían Saba. Y hay que citar asimismo al reino lájmida, también conocido como munadhírida, dirigido por la tribu de los Banū Lajm (Hijos de Lajm), que vivían en la meseta iraní, en la orilla derecha del río Éufrates, controlando el paso de especias a la península arábiga por tierra.
Inmediatamente, Elio Galo puso manos a la obra y ordenó concentrar una flota de ochenta birremes y trirremes en Alejandría. Las dimensiones eran desmesuradas, si se tiene en cuenta que no había un estado de guerra propiamente dicho y los presuntos enemigos potenciales carecían de fuerza naval que oponer, así que finalmente sustituyó los barcos de guerra por ciento treinta de carga en los que embarcó a los soldados de la Legio XXII Deiotariana. Junto con los auxiliares hebreos (quinientos) y nabateos (un millar) enviados respectivamente por los reyes Herodes I el Grande y Obodas III, sumaban unos diez mil hombres.
La citada legión, creada en tiempos de Cayo Mario, en el año 48 a.C., debía su nombre a Deyotaro, rey de los tolistobogios, una tribu gálata -celta- de Galacia (actual Turquía), que se alió con Pompeyo contra Mitrídates VI en la llamada Tercera Guerra Mitridática para después acompañar a Julio César en su campaña por el Ponto. Estaba compuesta por legionarios gálatas, pero entrenada y dirigida por oficiales romanos, integrándose en el ejército imperial y destinada a Nicópolis (localidad cercana a Alejandría) junto a la Legio III Cyrenaica.
Las tropas realizaron la travesía -incomprensiblemente larga, de catorce días- y desembarcaron en Leuke Kome, la villa más meridional del reino nabateo, desprovista de defensas y de localización indeterminada, aunque Plutarco, en el episodio dedicado a Marco Antonio de sus Vidas paralelas, la sitúa entre los puertos de Beirut y Sidón (hoy se cree que coincide con Wadi Ainounah, en el golfo de Áqaba). Allí se produjo el primer contratiempo: Galo se vio inmovilizado todo el invierno debido al debilitamiento que las continuas enfermedades causaron a los soldados, que se sumaron a las resultantes del naufragio de algunas embarcaciones.
Por suerte, contó con la acogida del rey de los zamudíes, una tribu árabe del norte peninsular que aportó efectivos para cubrir las diezmadas filas romanas (posteriormente, cuenta Notitia dignitatum, un documento del siglo V d.C. que detalla la organización administrativa romana, los zamudíes se integrarían en la caballería del ejército imperial). Los mil guerreros nabateos enviados por Obodas III habían acudido al mando de su ministro Sileo, que como conocedor de la zona debía ejercer de guía. Sin embargo, el monarca no se fiaba de los romanos y encargó a su subordinado que demorase cuanto pudiera el avance de éstos. Sileo no sólo lo hizo sino que luego condujo a Galo por el peor camino hacia Aretas (quizá Medina), reino que llevaba el nombre de su soberano, pariente de Obodas, que tardaron en alcanzar un mes.
A continuación siguieron desierto a través hacia Ararene, en el reino sabeo, lo que hizo escasear las reservas de agua y comida, volviendo a extenuar a las tropas y provocando que continuara mermando su número; por las enfermedades e insolación, ya que los naturales no eran especialmente belicosos ni diestros en la guerra. Sileo evitó recalar en los oasis más grandes, como los de Yathrib-Medina o Dedam, y a duras penas consiguieron alcanzar el de Negrana (quizá Najrán, en el sudoeste de la actual Arabia Saudí), que medio milenio después sería el eje caravanero transpeninsular más importante, enlazando La Meca con Gaza a través de Medina.
Galo tomó posesión del lugar, como hizo a continuación con Nasca (en el actual Omán) y Athrula (localidad que no ha sido identificada), llegando a lo que Estrabón llama reino de los rhamanitas, a los que Plinio suponía descendientes de Radamantis, hijo que Zeus tuvo con Europa y hermano del legendario rey Minos de Creta. Después consiguió presentarse ante las murallas de Marsiaba (o Marsibia o Mariaba, la hoy yemení Marib, ciudad natal de la célebre reina de Saba), a la que puso sitio. El asedio no pasó de seis días porque las epidemias se cebaron con los romanos, así que el prefecto tuvo que conformarse con los alrededores, muy fértiles y prósperos gracias al riego que propocionaba una gran presa de la que ya hablamos en otro artículo.
Paralelamente, y como medida desesperada, Galo envió a un mensajero a la costa ordenando a su flota que tomara Eudaemon. Sin embargo, y pese a que el objetivo no distaba más de un par de jornadas, el prefecto renunció a marchar hacia allí con su infantería, asumiendo que la expedición había fracasado -aunque es raro, teniendo en cuenta su superioridad en el campo de batalla, por lo que es posible que se reclamara su presencia en Egipto- y no quedaba sino emprender el regreso antes de que enfermasen y muriesen todos o los enemigos aprovechasen su postración para unirse contra ellos.
Si el trayecto de ida se había prolongado durante seis interminables y penosos meses, el de retorno sólo ocupó unos sesenta días, puede que debido a que Galo se percató de la traición de Sileo -arrestado y enviado a Roma- y tomó otra ruta pasando por Hepta Phreata, Chaalla, Malotha y otro lugar inidentificado, Egra, así como por Mios Hormos, un puerto en el Mar Rojo construido por los Ptolomeos en el siglo III a.C. y que también fue un importante centro comercial con la India, tal como dejó escrito Estrabón (confundiendo, por cierto a Elio Galo con su predecesor):
En todo caso, cuando Cornelio Galo era prefecto de Egipto, lo acompañé y subí por el Nilo hasta Asuán y la frontera de Etiopía, y supe que ciento veinte barcos navegaban desde Mios Hormos a la India, mientras que anteriormente, bajo los ptolomeos, sólo unos pocos se aventuraban a semejante viaje y a comerciar las mercancías indias.
Por fin, pasado el Mar Rojo y bajando por el Nilo hacia el delta, aquella desventurada expedición arribó a Alejandría, exhausta y fracasada, para encontrarse con un panorama no mucho mejor en Nubia. La kandake Amanirena, reina de los kushitas a la que Estrabón llama Candace y que parece ser que era tuerta, había aprovechado aquel medio año de ausencia para sacudirse el vasallaje a Roma, atacando Asuán y Filé, expulsando a los judíos de Elefantina y llevándose un buen botín. Amanirena incluso mandó enterrar la cabeza de una estatua de bronce de Augusto a la puerta de su palacio para que todos la pudieran pisar al entrar y salir, en un inequívoco y simbólico gesto de insumisión.
La Legio III Deiotariana, que en realidad únicamente sufrió siete bajas en combate, tuvo que aplazar su ansiado descanso para hacerles frente, pero no fue capaz de imponerse y el emperador destituyó a Elio Galo ese mismo 25 a.C., nombrando para sustituirle a su amigo Publio Petronio, del que tampoco se sabe gran cosa más que logró tomar Napata y forzar una negociación con los kushitas. La culminó cinco años después, en un tratado relativamente negativo para Roma, ya que implicaba una reducción de la frontera (quedó situada en Hiere Sycaminos, hoy Maharraqa) y la evacuación de varias guarniciones fortificadas.
Para entonces, Elio Galo ya había desaparecido de la Historia; no había podido triunfar en su misión, pero ésta tampoco fue un fiasco total, pues la experiencia de recorrer la península arábiga proporcionó abundantes datos geográficos de primera mano y fomentó el interés romano por abrir relaciones comerciales en esas latitudes. En el año 106 d.C., Trajano fue un paso más allá y anexionó al imperio el rico reino nabateo, tal como había imaginado Obodas III, creando la provincia de Arabia Pétrea y asignando su defensa a la Legio III Cyrenaica; el resto quedó libre, salvo esporádicos puestos y el vasallaje impuesto al Reino Himyarita.
Fuentes
Estrabón, Geografía | Dión Casio, Historia romana | Plinio el Viejo, Historia natural | Arturo Sánchez Sanz, Consideraciones sobre la expedición de Elio Galo a la Arabia Félix | Gastone M. Bersanetti, Gallo, Gaio Elio (en Treccani, L’Enciclopedia Italiana di Scienze, Lettere ed Arti) | Wikipedia
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