A menudo se utiliza la expresión «sabio renacentista» (o, por extensión, «hombre del Renacimiento») para describir a aquel tipo de eruditos de los comienzos de la Edad Moderna caracterizados por un saber universal que abarcaba una amplia gama de materias: astronomía, geografía, física, matemáticas, poesía, artes plásticas, cartografía, etc. Leonardo da Vinci sería el paradigma, aunque hay muchos más y a algunos los hemos visto aquí. De hecho, los hubo prácticamente en todas las épocas y lugares, siendo uno de los más completos e impresionantes el caso de un personaje chino que vivió en tiempos de la dinastía Song y al que se atribuye una portentosa cantidad de inventos: Shen Kuo.
Esa capacidad de alcanzar una sabiduría multidisciplinar que incluye ciencias, humanidades y arte se denomina polimatía y quien lo lograba era lo que antaño se conocía como homo universalis. Pero el humanismo, como movimiento cultural típico de los siglos XV-XVI, es algo que se circunscribe a Europa y, si acaso, a la América hispana; África y Asia eran -y en cierta forma siguen siendo- dos continentes semidesconocidos que no empezaron a desvelar sus secretos al mundo hasta casi la época decimonónica, al albur del colonialismo. Incluso China, pese a su milenaria historia, conservó cierto carácter misterioso durante mucho tiempo.
Por eso es probable que muy pocos hayan oído hablar de Shen Kuo. Nació en Qiantang (actual Hangzhou) en el año 1031, en el seno de una familia de la aristocracia provincial. Siguiendo la tradición, fue educado por su madre y su tío (quien le introdujo en las artes militares) hasta que en 1040 su padre aprobó el examen para entrar en la administración imperial y tuvo que trasladarse a Sichuan, como primer destino, y luego a Xiamen. El progenitor falleció una década más tarde y el joven Shen, tras guardarle un largo luto, empezó a trabajar en puestos menores del funcionariado local.
Pronto empezó a dar muestras de su ingenio, ideando un sistema de riego y drenaje hidráulico que permitió aprovechar para el cultivo cientos de kilómetros cuadrados pantanosos. No era casualidad; durante los años anteriores había hecho gala de una extraordinaria capacidad de observación, anotando cuanto tenía que ver con la topografía del lugar y la gestión del trabajo. Se entiende así que en 1063 siguiera los pasos de su padre y pasase también con éxito los exámenes imperiales. De hecho, lo hizo tan brillantemente que se le asignó un puesto de alta categoría en Yangzhou, donde el intendente fiscal lo recomendó al gobierno central y lo casó con su hija (en segundas nupcias, pues Shen ya había tenido una esposa y un hijo antes).
En una meteórica carrera profesional, Shen fue encadenando los cargos de embajador, comandante militar, director de obras y canciller de la Academia Hanlin (una prestigiosa institución, de ingreso reservado a altos funcionarios, dedicada a tareas auxiliares del gobierno, a interpretar los textos de Confucio y a organizar los mencionados exámenes imperiales). En 1072 quedó a cargo de la Oficina de Astronomía, desde la que mejoró el calendario chino tras meses de observación de los cuerpos celestes, ayudado por el célebre astrónomo Wei Pu; el resultado fue el llamado Calendario de los Doce Términos Solares, que se utilizó en la agricultura.
Asimismo, fue nombrado comisionado de Finanzas en el tribunal central. Entonces, el emperador Shenzong le ordenó inspeccionar los graneros estatales para aclarar irregularidades y optimizar el servicio, misión que compatibilizó con una visita al famoso poeta Su Shi, a la sazón administrador de su Hangzhou natal. Shen se llevó copias de sus obras, que eran muy críticas con los Song, lo que más adelante sería la base de una tensa polémica contra él; sin embargo, por el momento, sólo recibió parabienes (entre ellos, un título de alta nobleza), pasando a ser el principal hombre de confianza del trono.
En aquella época, la corte se dividía en dos partidos, uno conservador y otro reformista llamado Xin Fa (Grupo de Nuevas Políticas); a éste se adscribió Shen, en parte porque su líder, el canciller Wang Anshi, había sido amigo de su padre. Anshi, que ha pasado a la historia por su política de ayuda al pueblo (rebaja de impuestos, creación de organismos de ayuda sanitaria y asistencial…), de ahí que los intelectuales izquierdistas chinos de principios del siglo XX le considerasen padre del socialismo, había reunido a un equipo de eruditos para aplicar su política sobre el terreno y consideró que Shen brillaba incluso sobre los demás, convirtiéndolo en su mano derecha.
Como tal, Shen desarrolló un amplio currículum: dragó el Canal Bian y usó el cieno extraído como fertilizante; inventó un sistema de canales con esclusas; ejerció de diplomático ante el Reino de Liao, frenando el expansionismo de su emperador; y defendió Yanzhou (actual Yan’an) ante los tanguts (una unión tribal tibetano-birmana que vivía en Xia occidental, en la Mongolia interior), conquistándoles varias ciudades. Tal eficacia no bastó para impedir que las inevitables envidias le jugasen una mala pasada: un general no hizo caso a sus consejos estratégicos y fortificó determinadas plazas poco útiles, descuidando otras de mayor valor, de modo que los tunguts atacaron éstas.
El verdadero problema estaba en que había habido un cambio de canciller y, pese a que las posiciones estratégicas defendidas por Shen fueron las únicas que resistieron, el nuevo ministro le culpó del desastre. Destituido y condenado a seis años de libertad condicional, Shen se dedicó a escribir y en ese lapso publicó dos atlas geográficos para el gobierno a escala 1:900.000, uno de ellos en relieve. Eso le hizo ganarse el indulto y, si bien no recuperó su cargo, sí obtuvo permiso para elegir lugar de residencia y viajar.
Poesía, cítara, filosofía, arte y meditación zen fueron algunas de las actividades a las que se dedicó, formando parte de lo que se conocía como las Cuatro Artes: quín (música), qí (juego), shū (caligrafía) y huà (dibujo). Eran aficiones compartidas con sus amigos y miembros de la nobleza.
Si la labor de Shen como gestor resultó sobresaliente, más aún lo fue la de inventor. Ya hemos visto los logros en ingeniería, en lo que habría que incluir también el uso por primera vez de un dique seco para reparar barcos y la teorización sobre un sistema graduado de unidades constructivas. También vimos que se manejaba con soltura en astronomía, perfeccionando tanto el calendario como los instrumentos relacionados (gnomon, clepsidra, esfera armilar), afirmando la esfericidad de los cuerpos celestes (frente al planismo tradicional), mejorando los conocimientos sobre las órbitas de los planetas y asegurando que la Luna no tenía luz propia sino que reflejaba la del Sol.
Sus análisis de la declinación magnética le permitieron acuñar el término de polo verdadero, el geográfico, distinto al magnético. Para ello midió la distancia entre ambos con una brújula que tenía la novedad de ser magnetizada con un imán, frente a las utilizadas hasta entonces, magnetizadas mediante termorremanencia (imantación de un hierro, generalmente en forma de pez, con calor). Esa brújula, junto con una rosa de los vientos de veinticuatro puntas en vez de las ocho clásicas, basada en el hallazgo de un meridiano astronómico, fue un instrumento fundamental para los navegantes chinos.
A eso se unen sus estudios de geología, disciplina en la que Shen propuso el movimiento orogénico, la erosión del suelo y la acumulación de sedimentos como causa de la geomorfología terrestre y el porqué de la existencia de fósiles de conchas marinas en montañas alejadas del mar, las Taihang. Incluso aventuró la hipótesis de un cambio climático, al observar bambú petrificado en regiones que para su tiempo ya eran desérticas. Y si el hallazgo de fósiles le ocupó buena parte del tiempo, también lo hizo el recuperar objetos antiguos y analizarlos para desentrañar su técnica de fabricación, en lo que se puede considerar una especie de ciencia protoarqueológica.
El tiempo, pero en la acepción meteorológica del término, también fue objeto de su interés, continuando la gran tradición china al respecto. Describió los tornados del este asiático (se pensaba que sólo los había en el oeste) y explicó el arco iris como resultado de la refracción de la luz a través de la lluvia; en ese sentido, distinguió entre la altitud aparente del sol y la real. La luz, de hecho, se convirtió en objeto especial de la atención de Shen, quien realizó experimentos con cámara estenopeica (sin lente, con un pequeño agujero para dejar pasar la luz) para explicar cómo se invertían las imágenes, comparando el punto focal de un espejo ustorio (cóncavo, como el atribuido a Arquímedes para concentrar los rayos solares) y el «recogido» agujero del fenómeno de la cámara oscura con un remo en un escálamo.
Como se puede deducir, Shen fue un consumado inventor. Además de los instrumentos mencionados, ideó un nuevo y más duradero tipo de tinta para escribir basada en el hollín que deja el humo del aceite de roca (petróleo) quemado; no lo hizo porque sí, sino porque creía que el petróleo era inagotable y, por tanto, una alternativa al hollín de madera de pino quemada, que estaba llevando a la deforestación de amplias áreas para obtener madera destinada a la industria del hierro. En ese sentido, también creó un sistema de impresión tipográfica de tipos móviles de metal (hasta entonces se hacían de madera), aunque no tuvo demasiado éxito por le enorme cantidad de caracteres que tiene el idioma chino.
Tampoco las matemáticas escaparon a su interés, debido a su trabajo como tesorero. Se aplicó especialmente en geometría y trigonometría, en las que logró representar números muy elevados y simplificar el tradicional método de numeración con varillas. Todo ello lo llevó a la práctica para calcular impuestos y diseñar la logística militar, así como a distribuir a sus tropas sobre el terreno. En un plano más lúdico, calculó los millones de permutaciones de un juego de mesa ideado siglos antes por el monje Yi Xing.
En anatomía, descubrió las diferentes funciones de la laringe y el esófago, frente a la creencia coetánea de que la garganta albergaba tres válvulas en vez de dos. Asimismo, fomentó la realización de autopsias. En esa línea, también fue copioso su trabajo en farmacopea, a la que se aficionó en su infancia y juventud por haber sido algo enfermizo. Un pragmatismo empírico acorde al carácter racionalista de la China neoconfucianista de ese período pero que, en cierta forma y en su contexto cronológico, contrasta con la creencia de Shen en la predestinación parcial y la adivinación, fruto de su gusto por la filosofía taoísta.
Toda esta ingente labor quedó reflejada en varias obras que escribió a lo largo de su vida. La mayor parte de ellas se perdieron porque un nuevo ministro, Cai Jing, se empeñó en borrar todo recuerdo de su predecesor Wang Anshi y sus colaboradores. Consecuentemente sólo se salvaron seis libros, pero incompletos y cuatro de ellos tan manipulados que están bastante desvirtuados. Su obra más importante, publicada en 1088, es Meng Xi Bi Tan (Ensayos del Estanque de los Sueños), una antología multitemática compuesta por medio millar de ensayos. Del resto, quedan capítulos sueltos o citas en obras ajenas.
El título de Meng Xi, por cierto, es una referencia a la finca ajardinada de las afueras de Zhenjian donde lo escribió, adquirida en 1070. Allí se estableció y pasó sus últimos años. Falleció en 1095 y le enterraron en Yuhang (un distrito de Hangzhou), al pie de una colina. La tumba, perdida durante siglos, fue reencontrada en 1983 gracias a la documentación de la dinastía Ming y actualmente está protegida. Le hubiera gustado saber que también lo está Meng Xi.
Fuentes
Herbert Franke y Rolf Trauzettel, El imperio chino | Joseph Needham, The shorter science and civilisation in China | Patricia Ebrey y Anne Walthall, East Asia. A cultural, social, and political history | Ji Lu, Biography of Shen Kuo | Yongxiang Lu (ed.), A history of Chinese science and technology | Wikipedia
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