1695 no fue un año que destacase especialmente por algún episodio histórico, más allá de los sempiternos eventos bélicos y las típicas efemérides natalicias y obituarias… salvo que uno fuera un nativo de Oasisamérica, en cuyo caso esperaría que se produjera el fin del mundo. Esto último tampoco tiene nada de extraordinario, pues poner fecha de finalización de la existencia global es algo que se da en muchas culturas. Lo que queremos destacar aquí es el aspecto geográfico, puesto que la mayoría de los lectores no habrán oído hablar nunca de Oasisamérica.
De hecho, se trata de un término bastante reciente, aparecido en 1954 en un artículo de la revista American Anthropologist bajo el título Gatherers and farmers in the Greater Southwest: a problem in classification. Lo escribió Paul Kirchhoff, filósofo, etnólogo y antropólogo alemán que pasó la mayor parte de su vida profesional investigando en México y que ya en 1943 había acuñado otra palabra fundamental para su ámbito de estudios: Mesoamérica, con la que se define un área geográfica transfronteriza de México, Guatemala, El Salvador, Belice, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, caracterizada por elementos culturales comunes. Once años después, Kirchhoff amplió esa terminología conceptual añadiendo otras dos áreas culturales: Aridoamérica, que abarca el territorio mexicano y la parte occidental de América Central, y la mencionada Oasisamérica.
Oasisamérica, a la que los arqueólogos estadounidenses se refieren más bien como Greater Southwest (Gran Suroeste), sería una región situada en América del Norte, aquella que se extendería desde las Montañas Rocosas hasta la Sierra Madre Occidental, entre el golfo de California por el oeste y el valle del río Bravo por el este. Así pues, está en territorio meridional-oriental de los actuales EEUU (estados de Arizona, Utah, Nuevo México, Colorado, Nevada y California) y septentrional de México (estados de Chichuahua, Sonora y Baja California).
Se trata de una región caracterizada por sus amplias y secas llanuras -que incluirían parte de Aridoamérica-, regadas no obstante por ríos como los del Yaqui, el Colorado, el Casas Grandes, el Gila o el Mayo (aparte de algunos lagos ya desaparecidos, de ahí lo de oasis), lo que, junto con un clima menos duro, favoreció el desarrollo de la agricultura y, por tanto, el asentamiento de algunas culturas indígenas. Consecuentemente, dichas culturas tuvieron carácter sedentario frente a las nómadas áridoamericanas, aunque los cultivos resultaban insuficientes por sí solos para garantizar su subsistencia y los tenían que complementar con caza, pesca y recolección.
Las técnicas agrícolas fueron importadas de Mesoamérica, con la que mantenían contactos comerciales debido a la abundancia de turquesa, mineral muy apreciado por las culturas mesoamericanas para uso suntuario. Lo demostraría el hallazgo en Paquimé (un área arqueológica de Casas Grandes, Chihuahua, con construcciones de adobe y desarrollada entre los siglos VIII y XV d.C.) de esqueletos de guacamayos, aves tropicales procedentes de las selvas del Yucatán, así como de estructuras ceremoniales que se relacionan con las religiones mesoamericanas (canchas de juego de pelota).
Sin embargo la cronología histórica de Oasisamérica tiene un inicio un par de milenios después de la separación de Mesoamérica y Aridoamérica. Así parece demostrarlo la datación de los restos de maíz encontrados en uno y otro sitio, pues los mesoamericanos más antiguos son del año 5000 a.C. mientras que los oasisamericanos hallados en Bat Cave (Arizona) se sitúan en torno al 3500 a.C. De acuerdo con eso, y frente a las teorías de génesis endógena, la práctica de la agricultura habría sido importada del sur, si bien se ignora cómo fue el proceso; algunos investigadores opinan que la atribución correspondería a grupos yuto-nahuas.
Ahora bien ¿cuándo empezaron los humanos a habitar Oasisamérica? Se cree que los primeros grupos de paleoindios se instalaron allí hace unos diez o doce mil años, aunque las primeras pruebas materiales corresponden a una franja situada entre el 10500 y el 7500 a.C. Llegaron atraídos por la abundancia de agua (por entonces el paisaje era menos desértico), pesca aparte. La presión cinegética y el cambio climático obligaron a aquellos pobladores primigenios a diversificar su forma de vida, sumando la recolección, de la que obtenían un tipo de harina, a juzgar por las piedras de moler encontradas.
El período Arcaico, que se extiende desde el 7000 al 1500 a.C. más o menos, fue el de la introducción de la agricultura (maíz, frijoles, calabazas) y la sedentarización definitiva (en cuevas y salientes rocosos sobre todo, si bien no faltaron algunas aldeas en llanura), especialmente cuando el clima empezó a hacerse más extremo hacia el 3500 a.C. En esa primera fase, la cultura típica fue la llamada de los Cesteros; la siguieron las de Arena-Dieguito Pinto (6500 a.C.–200 d.C.), Oshara (5500 a.C.–600 d.C.), Cochise (5000 a.C.-200 d.C) y Chihuahua (6000 a.C.-250 d.C.), solapándose entre sí.
La etapa álgida de Oasisamérica se estructuró luego en tres divisiones básicas: las de los Anasazi, Hohokam y Mogollón. Los primeros, los más septentrionales y ahora rebautizados Pueblos Ancestrales, florecieron en la región de Cuatro Esquinas (denominada así por estar donde se juntan los estados de Utah, Arizona, Colorado y Nuevo Mexico), una zona abundante en enebros en la que vivieron los ancestros de los actuales indios pueblos, (zuñí, hopi, tiwas, navajos). La cronología abarca desde el siglo I a.C. hasta la conquista española de mediados del XVI, siguiendo el esquema explicado antes.
Sus estilos distintivos de cerámica y construcción de viviendas surgieron en el área alrededor del año 750 d. C., aunque las raíces de las características de su cultura material se pueden remontar al período Cesteros II (1500 a. C.-400 d. C.). Lo más representativo es su arquitectura, con casas de mampostería que tenían hasta cinco pisos- algunas de las cuales se construían en farallones pétreos por razones defensivas- y sistemas de irrigación. De todo ello quedan restos arqueológicos como los de Mesa Verde, Pueblo Bonito, Cañón del Chaco, Ruinas Aztecas y Ruinas del Salmón.
Una pertinaz sequía en el último cuarto del siglo XIII y la sobreexplotación del entorno provocaron su decadencia, agravada por el hecho de que no estaban unidos porque étnicamente eran diferentes entre sí (los hopi hablaban una lengua utoazteca, mientras que la de los navajos era atabascana y los zuñí carecían de relaciones parentales con el resto). Eso los debilitó frente a la dominación hispana, pese a que, al mantener similitud cultural con sus vecinos hohokam (de los que se distinguían en que éstos no enterraban a sus muertos sino que los incineraban) y mogollón (que eran más bien cazadores), debieron alcanzar un número considerable.
Los hohokam vivían en los que los españoles denominaron Pimería Alta, una región al sur del desierto de Sonora, entre los ríos Gila y Colorado. Un hábitat difícil, con escasas lluvias y altas temperaturas que les obligó a hacer un vasto sistema de irrigación que canalizaba esos cauces fluviales, gracias al cual podían practicar la agricultura y obtener dos cosechas anuales. Se ignora si su cultura fue autóctona o fruto de una emigración desde tierras más meridionales, pero surgió entre los siglos III y IV a.C. y mantenía relaciones comerciales con Mesoamérica.
Sus asentamientos eran más pequeños, con viviendas semisubterráneas para huir del calor. Pero, al igual que pasó con los anasazi, cuando llegaron los españoles los hohokam ya llevaban tiempo en profunda decadencia por las mismas razones que aquéllos, así que aldeas como Snaketown, Casa Grande, Red Mountain o Pueblo de los Muertos sólo eran una sombra de lo que había sido, por ejemplo, la cultura Salado. Los pimas y los pápagos son herederos actuales de los hohokam.
El área más meridional de Oasisamérica era la Mogollón, ubicada entre Arizona y Nuevo México. Su historia resulta un tanto confusa desde el punto de vista cronológico, soliendo dividirse en dos grandes etapas, una Temprana (500 a.C.-1000 d.C.) y otra Tardía (hasta 1540 d.C. aproximadamente). Fue en la segunda cuando alcanzó su esplendor, gracias al comercio con Mesoamérica y a la influencia anasazi, de la cual imitaron su arquitectura, aunque dicho apogeo se centró fundamentalmente en la cultura Paquimé -que algunos consideran aparte-, con centro en la Sierra Madre Occidental y Casa Grande como núcleo poblacional más destacado.
El resto de los mogollón habría empezado a decaer antes, hacia el siglo XIII, emigrando y fusionándose unos con los anasazi y otros con los chichimecas de Coahuila. Su recuerdo se mantiene en las ruinas arqueológicas de Gila Wilderness, Mimbres River Valley y Hueco Tanks -con mención especial para la vistosa cerámica que elaboraban porque estaba decorada con motivos figurativos, en vez de los habituales geométricos-, así como en sus descendientes taracahitas (ópatas, mayos, yaquis y tarahumaras).
A esas tres grandes culturas hay que sumar tres menos desarrolladas. Lo forman la de Fremont, en Utah, y partes de Nevada, Idaho y Colorado, que algunos consideran que era parte de la anasazi y otros derivada de los cazadores de búfalos atabascanos, aunque se unió a los primeros dejando su sitio a los shoshones; la periférica Pataya, que habitaba entre Arizona y California (EEUU), Baja California y Sonora (México) e influida por los hohokam; y la Trincheras del noroeste de Sonora, que recibía influjo de la Mogollón (algunos la consideran parte de ésta) y la Hohokam.
Como vemos, los pueblos oasisamericanos habían declinado ya mucho antes de la llegada de los primeros españoles. Quizá esa fase terminal les llevó a configurar la creencia de que su mundo se terminaría en una fecha que, en el calendario gregoriano, coincidía con el año 1695. Una curiosa casualidad, ya que fue entonces, el 2 de abril, cuando se produjo una gran revuelta contra el dominio de la corona de Carlos II en Arizona, que formaba parte del Virreinato de Nueva España. Pero no surgió de la nada. Los indios pueblo ya se habían alzado en 1540, en la denominada Guerra del Tiguex, forzando la marcha de los españoles. Éstos regresaron y se impusieron en 1599, volviendo cierta calma que se rompió otra vez en 1680, con la revuelta del hechicero Popé, que de nuevo los expulsó.
La reconquista no se pudo llevar a cabo con éxito hasta la campaña de Diego de Vargas de 1692, pero la paz fue frágil y tensa debido al recorte de la autonomía que había hasta entonces. Lo agravó que los españoles se apropiaron de más y más tierras indígenas para satisfacer el incremento en la afluencia de colonos, atraídos por la creciente actividad minera y ganadera; algo que, obviamente, requería un control más estrecho de la región en detrimento de los tratados firmados entre ambas partes. Los primeros en alzarse fueron los seri, una etnia aislada que habitaba la costa del Golfo de California y siempre se había mostrado combativamente hostil a la evangelización y la sedentarización, de ahí que a menudo sus integrantes acabaran esclavizados como prisioneros de guerra.
Después se sumaron otras tribus pueblo que en 1696 sumieron la región en un estado de guerra abierta. La represión en esta ocasión fue dura y muchas de aquellas gentes tuvieron que buscar refugio entre otros grupos, como los apaches o los navajos. Así se logró la pacificación para entrar con cierta calma en el nuevo siglo. La administración virreinal cambió de política, iniciando una de acercamiento y defensa jurídica de los indios en los tribunales a través de un representante público. Asimismo, se renunció a la evangelización forzada, considerada la causa de los levantamientos (se prohibían las danzas y objetos rituales, de ahí que menudo los misioneros fueran los primeros en morir), lo que permitió que los pueblo conservaran sus creencias tradicionales.
No obstante, la insurrección de la Pimería, como se decía entonces, no alcanzaría dimensiones verdaderamente graves hasta 1751, con la llamada Revuelta Pima o Levantamiento de O’odham. Bajo el liderazgo del antiguo cacique colaborador Luis Oacpicagigua (o Luis de Sáric, en alusión a la provincia homónima), que había sido gobernador indio pero cuyo carisma logró unir a todos los grupos sumando quince mil hombres, se desarrolló durante varios meses y costó un centenar de vidas de colonos hasta que el capitán José Díaz del Carpio consiguió negociar la paz en la primavera de 1752.
Inicialmente no hubo represalias porque los indios obtuvieron un indulto del gobernador al culpar de todo a los misioneros jesuitas, orden que ya estaba en mala relación con la Corona (poco después sus miembros serían expulsados de España y sus territorios de ultramar). Gracias a ello, la administración virreinal cambió de política. Sin embargo, los conflictos se reproducirían a menor escala y eso obligaría a aumentar la red de presidios (fortines) en San Ignacio de Tubac (Arizona), Santa Gertrudis de Altar (Sonora), y San Carlos de Buenavista (Sonora), prolongándose la tensión hasta finales de siglo. Luego, todo volvería a incendiarse, ya en el México independiente.
Fuentes
Paul Kirchhoff, Gatherers and farmers in the Greater Southwest: a problem in classification | Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, El pasado indígena | Sohrab ChamanAra, Ancient Pueblo Peoples »Anasazi’‘ | John Kantner, Ancient Puebloan Southwest | Danna A. Levin Rojo, Return to Aztlan. Indians, Spaniards, and the invention of Nuevo México | Linda S Cordell y Maxine McBrinn, Archaeology of the Southwest | José Luis Mirafuentes Galvá, Movimientos de resistencia y rebeliones indígenas en el norte de México (1680-1821). Guía documental | Roberto Mario Salmón, Indian revolts in Northern New Spain. A synthesis of resistance, 1680-1786 | Wikipedia
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