El plan Aliado para desindustrializar y fragmentar Alemania tras la Segunda Guerra Mundial

Nuremberg en abril de 1945 | foto dominio público en Wikimedia Commons

En el año 1944, los aliados ya tenían claro que iban a ganar la Segunda Guerra Mundial. Sus tropas avanzaban por Italia, los soviéticos empujaban a los alemanes hacia el oeste, y ese verano se llevó a cabo el desembarco en Normandía con éxito. Por eso no es de extrañar que ya se estuviera trabajando en cómo gestionar la ocupación de Alemania y una de las propuestas llegó de la mano del secretario del Tesoro estadounidense, que abogaba por la destrucción de la mayor parte de la industria germana para asegurarse de que no volvería a armarse. Fue el llamado Plan Morgenthau, que finalmente sólo se aplicó dos años por el contexto de la Guerra Fría.

Henry Morgenthau Jr. nació en Nueva York en 1891, en el seno de una familia acomodada. Estudió arquitectura e ingeniería agrónoma; esto último le sirvió para, al terminar la carrera, no sólo abrir un negocio de cultivo de abetos para Navidad sino centrar su vida profesional en la agricultura, abogando por su tecnificación desde la revista American Agriculturalist, que él mismo dirigió desde 1922.

En esos años conoció a Franklin Delano Roosevelt, quien le nombró presidente del Comité Asesor Agrícola del Estado de Nueva York y de la Comisión de Conservación del Estado cuando fue elegido gobernador.

Henry Morgenthau en 1917 o 1918/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Su relación con Roosevelt continuó y cuando éste alcanzó la presidencia de EEUU en 1933 eligió a su amigo para que se encargase de la Secretaría del Tesoro, dado que la principal y exitosa medida para frenar la deflación de los precios -mediante la subida del precio del oro- había sido idea suya.

Algo curioso porque Morgenthau se oponía a la doctrina keynesiana y, por tanto, también se manifestó a favor de la inversión privada y receloso ante el New Deal, la política intervencionista que impuso Roosevelt para luchar contra la Gran Depresión. Su gestión como secretario se centró en la lucha contra la corrupción -apoyado en el FBI- y la reducción de la deuda nacional.

Pero Morgenthau no olvidaba sus orígenes, así que, además de todas estas acciones propias de su cargo, promovió también otras de naturaleza diferente: las destinadas a ayudar a los judíos europeos, víctimas de la persecución nazi. Ya estaba avanzada la Segunda Guerra Mundial cuando Alemania decretó la Solución Final y el mundo empezó a ser consciente de la situación.

En 1943, la Secretaría del Tesoro impulsó la celebración del WJC (World Judish Congress, Congreso Judío Mundial), con el objetivo de rescatar judíos usando cuentas en Suiza. Unos meses más tarde creó la WRB (War Refugee Board, Junta de Refugiados de Guerra) y facilitó los trámites para la inmigración de judíos fugitivos, gracias a lo cual llegaron a EEUU unos doscientos mil.

El presidente Franklin Delano Rossevelt con su secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, en 1934/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Asimismo, fue Morgenthau quien, en el verano de 1944, propuso el proceso y ejecución de un centenar de los criminales nazis más destacados que se capturasen. Pero la culpabilización del régimen hitleriano se extendía, en realidad, a toda la nación teutona. En una fecha indeterminada de ese mismo año escribió un memorándum titulado Suggested Post-Surrender Program for Germany, que presentó al presidente y, de hecho, el original aún se conserva en la Franklin D. Roosevelt Presidential Library and Museum. Sería el texto de lo que se iba a conocer como Plan Morgenthau.

Para la redacción contó con la ayuda de Harry Dexter White, su mano derecha en el ministerio y enlace con el Departamento de Estado. Se trataba de un descendiente de judíos lituanos emigrados en el siglo XIX que se había especializado en asuntos financieros internacionales, siendo partidario de mantener la paz a través del comercio y defendiendo la creación de organismos globales que vigilasen dicha paz. Era el caso del Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, de cuya fundación se le considera uno de los principales artífices; no en vano, fue el representante estadounidense en Bretton Woods, donde se celebró la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas en julio de 1944.

White también estaba a favor de mantener a la Unión Soviética como aliada, dejando patente que era admirador suyo. Algo que en 1948 iba a tener una importancia especial porque ese año White se convirtió en protagonista de un sonado escándalo al ser acusado formalmente de espiar para los soviéticos. Nunca se demostró que fuera miembro del Partido Comunista, pero sí que bajo el pseudónimo jurist había pasado información al NKVD, tal como habían advertido algunos agentes dobles ya desde tres años antes, razón por la cual estaba siendo vigilado en lo que se bautizó como Proyecto Venona. Un ataque al corazón mató a White dos días después de prestar declaración, por lo que se libró del juicio.

Ahora bien, en 1944 aún era el colaborador de Morgenthau y, como coautor del memorándum, un convencido antinazi. El texto presentado a Roosevelt tenía diversos puntos cuya aplicación despejaría de Alemania cualquier atisbo de posible renacer militar. Porque, en primer lugar, proponía su desmilitarización completa y en el menor tiempo posible, una vez que firmase su rendición. Ello implicaba la destrucción de todo su arsenal y fábricas de armamento, incluyendo las auxiliares. La cuenca del Ruhr y las regiones de su entorno (Renania y todo el territorio al norte del Canal de Kiehl) serían las zonas más afectadas, ya que allí se concentraba el tejido industrial.

La industria siderúrgica del Ruhr, plasmada en pintura por Eugen Bracht/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En concreto, se propugnaba su desmantelamiento total en un plazo máximo de seis meses, incautando la maquinaria en concepto de indemnización y demoliendo lo que quedase una vez sobrepasado ese tiempo. Eso implicaba alentar a los habitantes a emigrar a otros sitios, dejando el lugar como zona internacional bajo el control de algún organismo de Naciones Unidas. No habría compensaciones, puesto que los alemanes eran responsables de la guerra y la medida formaba parte de un plan de reparaciones bélicas que podría incluir la confiscación de bienes alemanes fuera del país, la prestación de trabajos forzados o incluso la esterilización de la gente.

Por otra parte, el Plan Mongerthau preveía la partición de Alemania, de manera que, como vimos, el Ruhr y el Canal de Kiehl pasaban a ser enajenadas, mientras que la Alta Silesia y dos tercios de Prusia Oriental se entregarían a Polonia (el otro tercio sería para la Unión Soviética). En la frontera occidental, Dinamarca se anexionaría el sur de Jutlandia, mientras que Francia haría otro tanto con el Sarre y los territorios adyacentes delimitados por los ríos Rin y Mosela. En cuanto al resto del país, se dividiría en dos mitades autónomas e independientes: una meridional, compuesta por Baviera, Württemberg, Baden y varios estados más pequeños; y otra septentrional integrada por Sajonia, Turingia y las zonas de Prusia que no se hubieran repartido polacos y soviéticos, y que tendría una unión aduanera con Austria, según las fronteras anteriores a 1938.

Las drásticas medidas previstas por Morgenthau tenían como objetivo impedir una reconstrucción germana, oponiéndose así a lo que proyectaba el secretario de Estado, Cordel Hull: mejorar la economía de los alemanes mediante la colaboración con empresarios de EEUU para que, en un plazo razonable, pudieran empezar a pagar indemnizaciones de guerra. En cambio, el secretario del Tesoro opinaba que los alemanes únicamente debían «ser alimentados tres veces al día con sopa de los comedores benéficos del Ejército y recordarían esa experiencia el resto de sus vidas»o, de lo contrario, volverían a las andadas y provocarían una nueva contienda en una década.

La partición de Alemania según el Plan Morgenthau/Imagen: Erinthecute en Wikimedia Commons

Roosevelt creó entonces un comité en el que estaban Morgenthau, Hull y Henry L. Stimson, secretario de Guerra. Debían trabajar conjuntamente, aunque en la práctica cada uno tenía su propia e irrenunciable visión y no sólo fueron incapaces de colaborar sino que llegaron al enfrentamiento y cada uno redactó su propio memorándum. Morgenthau tuvo suerte porque, posiblemente a causa de la tensión, Hull enfermó y el presidente, que iba a llevar a éste como asesor a la Segunda Conferencia de Quebec (septiembre de 1944), nombró al secretario del Tesoro para sustituirle.

Es posible que en esa designación influyera también el que Roosevelt quisiera tender puentes con Stalin -recordemos que Morgenthau admiraba al dirigente soviético-, si bien él mismo era partidario de la mano dura, «que los alemanes sepan que esta vez al menos definitivamente han perdido la guerra». Pero en Canadá se encontró con que a Churchill no le gustaba el plan o, al menos, no en su integridad; «Inglaterra estaría encadenada a un cadáver» dijo mientras se mostraba reticente a firmarlo. Hubo que negociar, algo de lo que se ocuparon los subalternos: Morgenthau y White por parte norteamericana, Frederick Lindemann (asesor científico del premier) por la británica. Lindemann detestaba el nazismo y estaba deseoso de venganza, así que el camino parecía allanado. No obstante Churchill continuó negándose; estaba de acuerdo con la desindustrialización de Alemania, pero no en su partición.

Al final hubo que «comprar» la decisión: a cambio de que EEUU le concediera créditos por valor total de seis mil quinientos millones de dólares, Gran Bretaña aceptaría el texto; debidamente reformado, eso sí, eliminando esa segunda parte en favor de lo que se iba a conocer como Línea Óder-Neisse (entrega a Polonia de los territorios orientales alemanes, a manera de frontera en los dos ríos homónimos) gracias a la intermediación soviética. No todos estuvieron de acuerdo; Anthony Eden, miembro de la delegación británica, se manifestó abiertamente en contra y Hull advirtió de que la aplicación del Plan Morgenthau condenaría a los alemanes a vivir exclusivamente del campo, lo que significaría la muerte por hambre del cuarenta por ciento.

Stimson incluso tuvo un enfrentamiento con Roosevelt cuando éste negó que quisiera la desindustrialización total y el otro le reprochó querer engañarle, enseñándole su firma en el documento. Según analistas posteriores, el presidente no era del todo consciente de lo que implicaba el Plan Morgenthau. La cosa empeoró en septiembre, cuando alguien del departamento del Tesoro con acceso al memorándum lo filtró a la prensa (el propio White proporcionó una copia anticipada a la inteligencia soviética) y el periodista Drew Pearson lo publicó. Pearson lo hizo porque estaba de acuerdo con sus polémicos puntos y buscaba el apoyo de la opinión pública estadounidense, pero la jugada salió mal.

Original del Plan Morgenthau/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Periódicos como The Wall Street Journal o The New York Times se mostraron muy críticos, avisando de que ese proyecto haría que Alemania no se rindiera sino que resistiría hasta el final, sabiendo que la alternativa era la destrucción y la muerte. Efectivamente, Goebbels no dejó escapar la ocasión y denunció que el judío Morgenthau buscaba el exterminio de los alemanes con la ayuda de Roosevelt y Churchill, convirtiendo la nación en «un campo de patatas». Incluso los militares estadounidenses se manifestaron en contra. Los generales George Marshall y Omar Bradley, más el teniente coronel John Boettiger, yerno del presidente, se quejaron de que el enemigo había redoblado sus esfuerzos y el plan les había costado treinta divisiones en Aquisgrán.

Las protestas y objeciones obligaron a Roosevelt a dar una marcha atrás parcial, distanciándose personalmente como si no hubiera tenido nada que ver. La información que llegaba de los servicios de inteligencia en el frente no era alentadora, pues hasta la prensa se hacía eco de la voluntad alemana de salvar no el régimen sino la patria, al margen de que se fuera nazi o de la oposición. Pocos meses después, amargadas sus últimas semanas por esa controversia, el presidente falleció y le sucedió el vicepresidente, Harry S. Truman, bajo cuyo mandato terminó la Segunda Guerra Mundial con la rendición germana.

Fue él quien ordenó la directiva JCS 1067 para la ocupación militar de Alemania en la zona asignada a EEUU, siguiendo en buena medida lo previsto en el Plan Morgenthau. Se decretó una producción máxima en la siderurgia del veinticinco por ciento respecto a la prebélica, procediéndose a desmantelar instalaciones para no sobrepasar ese porcentaje. El resto de la industria se quedaría en un cincuenta por ciento, tomando como referencia 1938, lo que supuso la supresión de millar y medio de fábricas. Según lo pactado en la Conferencia de Postdam, a los alemanes no se les permitiría tener un nivel de vida superior al de los demás europeos, pese a que los expertos insistían en que eso condenaba a perecer de inanición a veinticinco millones de ellos.

El problema resultó ser mayor. Alemania era la locomotora del continente y condenarla a la pobreza arrastraba a los demás países, lastrando la recuperación de todos. Además, obligaba a las potencias ocupantes a un desembolso enorme para paliar esos efectos a través del GARIOA (Governement Aid and Relief in Occupied Areas, Gobierno y Ayuda en Áreas Ocupadas). Pero lo peor era que la penosa situación, en aquel contexto de naciente Guerra Fría, suponía el peligro de que los germanos se inclinasen hacia el comunismo. Por eso tras dos años de política dura, se decidió cambiar.

James F. Byrnes recibido en Alemania por el mayor general Floyd L. Parks, comandante general de EEUU en Berlín/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Lo anunció el nuevo secretario de Estado, James F. Byrnes, durante un discurso realizado en Stuttgart en septiembre de 1946. Se titulaba Restatement of policy on Germany (Replanteamiento de la política sobre Alemania), si bien fue popularmente conocido como el «Discurso de la esperanza», ya que ponía punto final al Plan Morgenthau y abría la puerta a una época de cooperación y reconstrucción que se iba a plasmar en el famoso Plan Marshall. Truman sustituyó la JCS 1067 por la JCS 1779, y aunque antes de irse los funcionarios estadounidenses del Tesoro en Alemania (a los que se apodaba los niños Morgenthau) se aseguraron de hundir el sistema bancario teutón, la reforma monetaria de 1948 dio inicio a lo que iba a ser el Wirtschaftswunder, el milagro económico.

No fue fácil, desde luego. Muchas instalaciones industriales se habían llevado a otros países (fundamentalmente Francia y la URSS) y, como se temía, el número de alemanes que murieron de hambre o enfermedades asociadas resultó bastante alto. Asimismo, más de cuatro millones de prisioneros de guerra fueron obligados a realizar trabajos forzados en los países Aliados, dándoseles el estatus de Disarmed enemy forces (Fuerzas Enemigas Desarmadas) para esquivar la Convención de Ginebra. En 1953 se estableció que Alemania debía devolver la ayuda económica prestada, tasada en mil cien millones de dólares; terminó de pagarla en 1971.

¿Y Henry Morgenthau? En el otoño de 1945 había publicado el libro Germany is our problem (Alemania es nuestro problema), en el que explicaba los detalles de su plan y del que el general Eisenhower (gobernador militar de la zona ocupada por EEUU) había repartido un millar de volúmenes entre sus oficiales, a manera de guía de actuación, apoyándolo implícitamente. Morgenthau dimitió al asumir Truman la presidencia, siendo el coronel Bernard Bernstein el encargado de defender el plan aquellos dos años. Él se dedicó a trabajar en entidades filantrópicas judías e incluso ejerció de asesor financiero de Israel, donde se dio su nombre a una granja comunitaria. Falleció en Poughkeepsie (estado de Nueva York) en 1967.


Fuentes

Henry Morgenthau, Suggested Post-Surrender Program for Germany | Henry Morgenthau, Occupation and postwar treatment of Germany (Memorandum para la Conferencia de Quebec) | Steven Casey, The campaign to sell a harsh peace for Germany to the American public, 1944-1948 | Gerhard L. Weinberg, Visions of victory. The hopes of eight World War II leaders | Michael R. Beschloss, The conquerors. Roosevelt, Truman and the Destruction of Hitler’s Germany, 1941-1945 | Wikipedia