Quien tenga edad suficiente como para haber visto en 1980 la emisión de Cosmos, aquella gran serie documental de Carl Sagan, recordará experiencias tan fascinantes como descubrir lo que es un googol, la nariz de oro del astrónomo Tycho Brahe, la hipótesis sobre cómo sería la fauna de Júpiter o el divertido intento de crear vida metiendo los componentes químicos humanos en un catalizador. Pero uno de los momentos más sorprendentes fue el dedicado a una especie de crustáceos cuyo caparazón tiene una pareidólica cara de samurái enfadado, similar a una máscara de kabuki: el cangrejo heike.
Heikeopsis japonica es su nombre científico, aunque no siempre ha sido así. Hasta 1952 se denominaba cangrejo dorippe; en 1990, al descubrirse que en 1824 se le había trocado su nombre tradicional alusivo al clan nipón homónimo, se le restituyó su gracia. En cualquier caso, tiene cinco subespecies relacionadas, todas de tamaño milimétrico (entre diez y treinta milímetros) y pequeñas diferencias morfológicas, que se distribuyen por Asia, viviendo generalmente en aguas poco profundas, si bien pueden alcanzar hasta los doscientos metros.
La variedad que nos interesa aquí de este artrópodo habita en Japón, desde la bahía de Sagami (en la costa meridional de la isla de Honshu) hasta la isla de Hokkaido, pasando por el mar interior de Ariake. Sin embargo, algunas variedades se extienden a Corea, China y el norte de Vietnam; es decir, la costa de Asia, en cuyos fondos arenosos suele excavar sus nidos (entre diez y treinta metros de profundidad) para desovar entre el verano y el otoño, de ahí que sea raro observarlo a simple vista.
De un uniforme color marrón, tiene cuatro patas muy cortas que utiliza para sus desplazamientos, aunque a veces recurre también a otras tantas extraordinariamente largas cuando tiene que nadar boca arriba (y que le han hecho ser conocido también como cangrejo araña), sumándole dos brazos de desigual tamaño acabados en pinza. Se trata de un crustáceo comestible, pero no se consume habitualmente por su tamaño y porque tampoco suele frecuentar las playas, de ahí que no sea objetivo de los pescadores salvo cuando queda atrapado accidentalmente en la redes de los barcos arrastreros.
Aquí es cuando entramos en materia. ¿Ese descarte de la dieta humana tiene algo que ver con su principal seña de identidad, el singular caparazón? Algo así explicaba Carl Sagan en Cosmos cuando especulaba sobre el origen de la vida en la Tierra, su evolución y la adaptación al medio de las especies, para lo cual recurrió a un curioso episodio de la historia medieval japonesa, las Guerras Genpei, una sucesión de contiendas civiles librada a finales de la Era Heian, entre los años 1181 y 1185, que enfrentó a tres clanes por el poder: el Taira, también llamado Heike; el Minamoto o Genji; y el Fujiwara, que inicialmente copaba los puestos funcionariales pero pronto quedó descartado en la lucha.
Tras obligar a abdicar al emperador reinante, los Heike (vamos a referirnos a ellos así en lo sucesivo) habían conseguido imponer en el trono a su candidato, Tokihito, que pasó a reinar como Antoku Tenno. Era un niño de siete años sostenido por su poderoso abuelo, Taira no Kiyomori. Cuando éste falleció, el gobernante quedó privado de su principal defensor, momento que aprovecharon los Minamoto para rebelarse y proclamar a su propio emperador, Go-Toba, hermanastro del otro y más joven aún, pues sólo tenía tres años.
El conflicto, decíamos, se prolongó cuatro años sin que la balanza se inclinase decisivamente hacia ningún bando; a manera de anécdota, cabe decir que en los combates participó Tomoe Gozen, la onna bugeisha (mujer guerrera) más famosa, al estar casada con Minamoto no Yukiie, uno de los líderes del clan insurrecto. Por fin, en abril de 1185 llegó el momento que habría de ser decisivo para la guerra, la historia del país… y los cangrejos: la batalla naval de Dan-no-ura, librada en el mar interior del Japón que está en el Estrecho de Kanmon (también conocido como de Shimonoseki), en la zona sur y oeste de Honshu.
Las dos flotas combatieron en medio de una tempestad. Los Heike se organizaron en tres escuadrones para hacer frente a la superioridad numérica del enemigo, que disponía de ochocientas naves frente a sus quinientas. Primero intervinieron los arqueros embarcados, pasándose luego a una serie de abordajes favorecidos por las maniobras de los Heike, que aprovecharon la corriente. Pero el súbito cambio de ésta les hizo perder la ventajosa iniciativa, algo agravado por la deserción del general Taguchi Shigeyoshi, que informó a los Minamoto de que Antoku en persona estaba en la embarcación almirante.
Los arqueros Minamoto escogieron a los timoneles y remeros como objetivos de sus flechas, dejando así inoperante la flota adversaria. Los Heike habían perdido y mientras unos huían a la desesperada, otros prefirieron quitarse la vida, bien haciéndose el sepukku, bien lanzándose al agua. Este último medio fue el que eligieron Antoku, sus familiares y sus seguidores más leales cuando vieron que un barco enemigo se abalanzaba sobre el suyo para abordarlo; incluso trataron de arrojar también las joyas de la corona, pero sólo se logró con la espada sagrada porque, según la tradición, lo impidió una flecha que clavó a la borda el vestido de la mujer encargada de esa misión. Cuenta el Heike Monogatari (Cantar de Heike, un poema épico-elegíaco del siglo XIII, clásico de la literatura japonesa):
El emperador había cumplido aquel año los siete de edad, pero parecía mucho mayor. Era tan hermoso que parecía emitir un resplandor brillante y su pelo, negro y largo, le colgaba suelto sobre la espalda. Con una mirada de sorpresa y ansiedad en su rostro, preguntó a la dama Nii: -¿Dónde vas a llevarme? Ella miró al joven soberano mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y… lo consoló, atando su largo pelo en su vestido de color de paloma. Cegado por las lágrimas, el niño soberano juntó sus bellas manitas. Se puso primero cara al Este para despedirse del dios de Ise y luego cara al Oeste para repetir el Nembutsu. La dama Nii lo agarró fuertemente en sus brazos y mientras decía «en las profundidades está nuestra capital», se hundió finalmente con él debajo de las olas.
Los Minamoto ganaron la batalla y cambiaron la historia de Japón abriendo una nueva era: la del bakufu o shogunato, cuyo primer período fue el Kamakura, llamado así por la capitalidad asignada a esa ciudad en detrimento de Kioto, que pasó a tener una función meramente religiosa. Era el inicio de la época feudal, caracterizada por la supremacía de la casta de los samuráis y el paso a segundo plano del emperador. El primer shōgun, título hasta entonces meramente temporal que ahora pasaba a permanente, fue Minamoto no Yoritomo, que se proclamó en 1190 tras haberse deshecho un año antes, sin reparos, de su hermano Yoshitsune, al que veía como rival.
Para los Heike el desastre fue total hasta tal punto que, según se cuenta, únicamente sobrevivieron a la batalla cuarenta y tres mujeres, damas de la corte que fueron obligadas por los vencedores a vender flores a los pescadores de la zona. Los descendientes de esa obvia metáfora fundaron un festival que aún se celebra hoy cada 24 de abril en el santuario de Akama, donde está enterrado el infortunado emperador niño y es adorado como el dios acuático Mizu-no-kami. Entre otras cosas, hay una recreación histórica de los hechos, pues tuvo tal resonancia que desde el primer momento brotó una leyenda: un ejército de samuráis fantasmas achican compulsivamente el mar para sacar la sangre que lo tiñó.
Pero hay otro elemento legendario que es el que nos ocupa. Los Heike desaparecieron de forma casi absoluta, pero, aparte de esa descendencia mezclada reseñada, su nombre y su espíritu han pervivido de una manera tan insospechada como sorprendente: según los pescadores, reencarnados en los curiosos cangrejos que comentábamos al principio, de ahí que sus caparazones mostrasen caras de samuráis iracundos y por esa razón cuando atrapan uno lo devuelven al agua. En Cosmos, Carl Sagan daba una explicación científica a ese fenómeno:
Supongamos que entre los antepasados lejanos de ese cangrejo surgiera casualmente uno con una forma que parecía, aunque ligeramente, un rostro humano. Incluso antes de la batalla de Dan-no-ura, los pescadores pueden haber sentido escrúpulos para comer un cangrejo así. al devolverlo al mar pusieron en marcha un proceso evolutivo: si eres cangrejo y tu caparazón es corriente, los hombres te comerán; tu linaje dejará pocos descendientes. Si tu caparazón se parece un poco a una cara, te echarán de nuevo al mar; podrás dejar más descendientes.
O sea, a medida que fueran pasando las generaciones, los cangrejos que desarrollaran formas parecidas a una faz humana tenían mayores probabilidades de sobrevivir y, dentro de ellos, los que tenían unos rasgos aún más concretos, similares a un japonés ceñudo y feroz, las aumentaban. No tenía un ápice de voluntariedad; como los rasgos son hereditarios, al final hubo gran abundancia de cangrejos de ese tipo. Fue un caso de selección artificial, algo que en realidad ha sido frecuente a lo largo de la Historia; como insiste Sagan, «hace diez mil años no había vacas lecheras, ni perdigueros, ni espigas grandes de trigo» y la mayoría de animales domésticos, así como frutos, árboles y verduras cultivadas fueron creadas por el Hombre mediante un proceso selectivo, mejorando los naturales originales.
Muchos rasgos físicos y de comportamiento de las plantas y de los animales se heredan. Se reproducen enteros. Los hombres, por el motivo que sea, apoyan la reproducción de algunas variedades y reprimen la reproducción de otras. La variedad que se ha seleccionado se reproduce de modo preferente; llega ser abundante; la variedad desechada se hace rara y quizá llegue a extinguirse.
El concepto de selección artificial fue formulado ya en 1952 por Julian S. Huxley, un prestigioso biólogo evolutivo inglés, hermano del escritor Aldous Huxley y nieto del célebre T. H. Huxley, colega de Charles Darwin y defensor de su teoría de la evolución en el famoso Debate de Oxford de 1869. En un artículo para la revista Life titulado Evolution’s copycats, Huxley consideraba que el aspecto del caparazón del cangrejo heike era «demasiado específico y demasiado detallado como para ser accidental» como para suponerlo producto total del azar natural. No obstante, hay científicos que dudan de que este caso sirva como modelo y opinan que Sagan se equivocaba en su interpretación.
Por ejemplo el estadounidense Joel W. Martin, biólogo marino y zoólogo especializado en crustáceos, quien asegura que el patrón de las protuberancias del caparazón obedece a una función específica: albergar las inserciones musculares. Algo, insiste, que se da en otras especies que no han tenido nada que ver con la leyenda de Dan-no-ura. El hecho de que haya cangrejos heike en otras aguas no relacionadas con la batalla, incluso fuera de Japón, demostraría que la cara de samurái que adorna su dorso es fruto de una simple casualidad.
El zoólogo nipón Tune Sakai, experto en carcinología (estudio de los crustáceos), incluso va más allá: se han encontrado fósiles de esa especie que ya tenían el mismo aspecto. También el biólogo evolutivo Richard Dawkins está entre los escépticos; a su pesar, según admite: «Me temo que yo voté con los aguafiestas». En su libro Evolución. El mayor espectáculo sobre la Tierra, aventura que seguramente el heike se considera no comestible por su minúsculo tamaño, razón que lleva a descartar su pesca, aunque lo refuerza con otro factor: la pareidolia. Explica textualmente:
La razón principal que me lleva a ser escéptico sobre la teoría de Huxley/Sagan es que se puede demostrar que el cerebro humano tiene facilidad para ver caras en patrones aleatorios, como sabemos por evidencia científica, y merced a ella se originan numerosas leyendas sobre la aparición de las caras de Jesús, de la Virgen María o de la Madre Teresa en tostadas, pizzas o manchas de humedad en la pared. Esta facilidad se refuerza más si el patrón se sale de lo aleatorio en la dirección específica de la simetría.
Pero ello no significa que haya terminado la controversia; el propio Dawkins cuenta que ha encontrado alguna página web en la que se puede votar a favor o en contra de la teoría de la selección artificial de los cangrejos heike. Y los resultados, por cierto, asombran: si un 31% se muestra a favor y un 38% en contra, hay también un 15% que considera falsas las fotografías, un 6% que manifiesta que los pescadores tallan los caparazones… ¡y un 10% que cree que los heike son realmente espíritus reencarnados de los samuráis!
Fuentes
Carl Sagan, Cosmos | Julian S. Huxley, Evolution’s copycats | Richard Dawkins, Evolución. El mayor espectáculo sobre la Tierra | VVAA, The tale of Heike | Joel W. Martin, The samurai crab | Carol Gaskin y Vince Hawkins, Breve historia de los samuráis | Wikipedia
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