Ignoramos si tendría el aspecto de Lena Hadley, la actriz que la encarnó en la película 300, pero sí sabemos que la espartana Gorgo no ha pasado a la historia sólo por ser la esposa del héroe Leónidas sino también porque se trató de la única mujer de esa ciudad griega que, además de cónyuge de rey, fue también hija de rey y madre de rey, además de ejercer un importante -y excepcional- papel en la política y ser una de las pocas féminas que Heródoto cita por su nombre en sus Nueve libros de la Historia.
Gorgo nació en Esparta en una fecha incierta que, según Heródoto, debió ser entre los años 518 y 508 a.C., aunque el arco cronológico podría ampliarse hasta el 506 a.C. Era hija de Cleómenes I, soberano de la dinastía agíada que estaba en el trono desde el 520 a.C., aunque hay que matizar que desde la reforma de Licurgo en el siglo VIII a.C. la monarquía esparta era doble, una diarquía en la que uno de los reyes pertenecía a la dinastía de los Agíadas (de origen dorio) y el otro a la de los Euripóntidas (de origen aqueo). De ese modo, Cleómenes tuvo que compartir el poder sucesivamente con los euripóntidos Aristón y Demarato.
Esa doble cabeza simbolizaba, según la leyenda, a los dos gemelos descendientes de Heracles, aunque lo cierto es que en la práctica suponía un sistema de equilibrio político que se reforzaba con la prohibición de que ambos linajes emparentasen entre sí (incluso debían ser enterrados en sitios distintos), algo que no se rompió hasta el matrimonio de Cleómenes III con Agiatis, viuda de su compañero de diarquía, ya en el siglo III a.C. La sucesión era hereditaria, con preferencia del vástago nacido durante el reinado sobre el primogénito, si bien, como suele ocurrir, en la práctica se daba cierta flexibilidad.
Heródoto cuenta que Cleómenes I sólo tuvo una hija, Gorgo, que reseña en su obra cuando ya tendría ocho o nueve años e intervino en un anecdótico episodio: la audiencia concedida a Aristágoras, tirano de Mileto, una ciudad helénica de Asia Menor. Aristágoras era yerno y primo de Histieo, a quien los persas habían nombrado gobernador de Mileto y al que sustituyó en el cargo cuando el segundo fue llamado a la corte de Darío I como consejero. Al rebelarse la isla cíclada de Naxos contra «ciertos hombres opulentos», señores filopersas, éstos pidieron ayuda a Aristágoras, que aceptó con la idea de hacerse con el control insular y convenció al sátrapa de Lidia, Artafernes, para colaborar.
Pero la expedición enviada fracasó y, temiendo granjearse la animadversión de Darío, que era hermano de Artafernes, Aristágoras dio un giro radical a su estrategia, sublevando a Mileto contra la dominación persa (quizá incitado con intención aviesa por Histieo, quien astutamente esperaba que saliera mal para poder retomar el cargo de tirano). Poco después, otras ciudades jonias se fueron sumando a la insurrección y, ante la previsible represión del Imperio Persa, Aristágoras inició una gira por Grecia, de ciudad en ciudad, solicitando ayuda. La primera visitada fue Esparta y fue en la mencionada audiencia con Cleómenes cuando, decíamos, apareció Gorgo en la Historia.
Aristágoras explicó el sometimiento sufrido por los jonios y que no sería difícil obtener la victoria, dadas las dificultades que encontrarían los persas para reunir tropas suficientes con que someter toda la costa de Anatolia y teniendo en cuenta que eran «fáciles de vencer» por sus escasas protecciones y falta de bravura; además, añadió, la invasión proporcionaría grandes beneficios económicos porque «los que ocupan aquel continente poseen más riquezas que todos los hombres juntos». Pero Cleómenes no quedó convencido debido a la complejidad logística que supondría aquella operación, al ver el mapa que el otro le mostró (transporte del ejército por el Egeo y avance de tres meses por tierra hasta Susa, la capital de Darío, lo que supondría alejarse del mar durante tres meses, algo inaceptable para un griego).
Consecuentemente, despidió a Aristágoras anunciando que Lacedemonia no intervendría. Pero el de Mileto no se dio por vencido y esa noche, llevando un ramo de olivo en la mano, fue a ver al rey en su propio hogar.
Entró como suplicante y pidió a Cleómenes que le escuchara después de hacer salir a la niña, pues estaba de pie al lado de Cleómenes su hija, llamada Gorgo, de edad de ocho o nueve años, y era su única prole. Cleómenes le invitó a decir lo que quería sin detenerse por la niña. Entonces Aristágoras comenzó por prometerle desde diez talentos, si le otorgaba lo que pedía. Como Cleómenes rehusaba, iba subiendo Aristágoras la suma, hasta que, cuando le había prometido cincuenta talentos, la niña exclamó: «Padre, si no te vas te corromperá el forastero«.
Heródoto, Historia V.51
Aunque por el nombre no lo parezca, cincuenta talentos de plata constituían una fortuna, ya que el talento era una medida de capacidad equivalente a un ánfora de veintiséis kilogramos, lo que suponía mil trescientos kilos de plata. Sin embargo, Cleómenes hizo caso a Gorgo y Aristágoras tuvo que marcharse a Atenas y Eubea, donde sí aceptaron la petición y enviaron sendas flotas. Como dice Heródoto, era más fácil convencer a una asamblea de miles de atenienses que a un solo rey espartano; especialmente si estaba acompañado de su hija, habría que añadir.
Y es que, sin ser una utopía feminista, la vida de las mujeres espartanas resultaba diferente a la de las demás griegas, gozando de mayor libertad y educación (lo que, para algunos filósofos como Aristóteles, supuso la decadencia final de Esparta). Plutarco cuenta que las niñas no estaban sometidas a esa presunta posibilidad de infanticidio que sí sufrían los varones, según él mismo relata y, al contrario de lo que pasaba en Atenas, por ejemplo, su alimentación era tan buena como la de ellos para que crecieran sanas y pudieran engendrar hijos fuertes, misión principal de la mujer lacedemonia.
Por tanto, si bien no tenían que abandonar el hogar para residir en la agelé (cuartel), como ellos, las niñas también recibían una agogé o educación física obligatoria de carácter eugenésico. Practicaban lucha, equitación, carreras, lanzamiento de disco y jabalina… De ahí que soliesen ser las triunfadoras en los Juegos Hereos (una especie de Juegos Olímpicos femeninos que se llevaban a cabo en Olimpia y Argos en honor de la diosa Hera) y podían participar en las gimnopedias (festivales religiosos en los que los efebos hacían competiciones de baile y ejercicios). En el caso de las espartanas de la élite social, incluso aprendían a leer y escribir, más música, danza y poesía.
Gorgo pertenecía a la élite, por lo que su educación debió de ser bastante esmerada; tanto que Plutarco, en el libro dedicado a Licurgo de sus Vidas paralelas, narra otra curiosa anécdota sobre la hija de Cleómenes, quizá con una interlocutora ateniense:
Así, a ellas era a quienes estaba bien el hablar y pensar, como de Gorgo, mujer de Leónidas, se refiere; porque diciéndole, a lo que parece, una forastera:
-¿Por qué vosotras, las lacedemonias, sois las únicas que mandáis sobre los hombres?
-Porque -contestó- también somos las únicas que parimos verdaderos hombres».
Hay expertos que opinan que, si existió realmente, este diálogo habría tenido lugar en el período de tiempo que transcurrió entre dos batallas trascendentales para la Hélade: las de Maratón y las Termópilas, cuando el enfrentamiento entre griegos y persas había pasado a mayores y estaban abiertamente inmersos en las Guerras Médicas. Para entonces, Gorgo ya estaba casada con Leónidas, cuarto hijo del rey agíada Anaxándridas II, por tanto, hermanastro de Cleómenes y tío de ella, de la que era unas cuatro décadas mayor. Leónidas no estaba destinado a reinar, pero subió al trono, en torno al 490 a.C., ante la ausencia de herederos varones del padre de Gorgo (las mujeres podían heredar el patrimonio paterno, pero no el trono) y de su otro hermano, Dorieo.
El año anterior, Demarato, el euripóntido que compartía diarquía con Cleómenes I se enfrentó a éste por diferencias político-estratégicas y terminó depuesto por los éforos en favor de Leotíquidas II. Demarato se exilió en la corte de Darío I, quien le entregó el gobierno de varias ciudades jonias. Entretanto, Cleómenes también se vio obligado a dejar el poder cuando se desveló su maniobra contra Demarato; según una versión, consideraron que se había vuelto loco y le encerraron; según otra, se quitó la vida. En cualquier caso, como vimos, Leónidas ocupó su lugar y para afianzar su nueva posición contrajo matrimonio con Gorgo; posiblemente él fuera viudo.
El nuevo monarca tuvo como diarca al citado Leotíquidas y ambos decidieron intervenir en la Primera Guerra Médica, aunque Esparta no llegó a tiempo de tomar parte en el momento culminante de la contienda, la batalla de Maratón, que selló la derrota de Darío I. Pero el peligro no había terminado; sólo se había aplazado. En el 486 a. C., el monarca persa falleció y Demarato intervino en la sucesión, que enfrentaba a sus dos hijos, Jerjes y Artabazanes, favoreciendo la candidatura del primero, que fue el que terminó siendo Rey de Reyes. El espartano se ganó así confianza y pudo enterarse de que el nuevo soberano quería vengar la humillación de su padre y la propia, después de que sus heraldos fueran ejecutados.
La nueva invasión se empezó a organizar en el 484 a.C. Demarato, sin embargo, no olvidaba su origen y, como cuenta Heródoto, secundó a Artabano (el tío de Jerjes) en tratar de disuadir al rey de aquella campaña. Más aún, advirtió a Esparta del plan y lo hizo de una forma en la que Gorgo volvió a ser protagonista:
Cuando Jerjes decidió marchar contra la Hélade, Demarato, que estaba entonces en Susa y lo sabía, quiso informar a los lacedemonios. Él, sin embargo, temía ser descubierto y no tenía otra forma de informarles que este truco: tomando una tablilla doble, raspó la cera y luego escribió el plan del rey en la madera. A continuación, volvió a fundir la cera sobre la escritura, para que los guardias no molestaran al portador de esta tablilla aparentemente en blanco. Cuando la tablilla llegó a Lacedemonia, los lacedemonios no pudieron adivinar su significado, hasta que por fin (según me han dicho) Gorgo, hija de Cleómenes y esposa de Leónidas, descubrió ella misma el truco y les aconsejó que rasparan la cera ya que encontrarían escritura en la madera. Cuando lo hicieron, encontraron y leyeron el mensaje, y luego lo enviaron al resto de los griegos.
El texto no aclara si Gorgo leyó personalmente el mensaje, pero es posible que lo hiciera porque, como ya hemos explicado, sabía leer y escribir. No imaginaba que aquella insólita misiva era el augurio de su pronta viudedad. Como es sabido, Leónidas no estaba dispuesto a dejar que fueran otra vez los atenienses quienes salvaran Grecia e ignorando tanto a los heraldos persas, que le exigían vasallaje, como a los éforos, que sobornados por Jerjes se amparaban en la celebración de la Carneia para negar permiso a la movilización militar, se puso en marcha con trescientos de los suyos hacia el paso de las Termópilas, el sitio ideal para frenar al enemigo minimizando su superioridad numérica.
Pese a esa disquisición táctica y a que las mujeres espartanas solían despedir a sus maridos con la solemne frase «Vuelve con tu escudo o sobre él», a Gorgo no se le escapaba que las probabilidades de su marido de regresar, no ya vencedor sino siquiera vivo, eran prácticamente nulas. Por eso antes de que se fuera, le preguntó qué debía hacer si se cumplía el nefasto presagio. Leónidas también era consciente de que aquella era una misión sin retorno; Plutarco cuenta que su respuesta fue: «Cásate con un buen hombre que te trate bien, dale hijos y vive una buena vida».
En realidad ya tenían un primógénito, Plistarco, que tomaría el relevo de su padre cuando éste, efectivamente, murió en las Termópilas en el 480 a.C. Se trataba aún de un niño, así que su tío Cleómbroto y su primo Pausanias (que también reinaría luego y sería el vencedor en otra batalla contra los persas, la de Platea) hicieron de regente y tutor respectivamente, hasta que alcanzó la mayoría de edad y reinó junto a Leotíquidas II primero y su primo Arquidamo II después.
En cuanto a Gorgo, no sabemos si hizo caso de la recomendación de Leónidas o no porque a partir de ahí desaparece de las fuentes históricas y únicamente quedaría reseñar un par de anécdotas más, recogidas otra vez por Plutarco pero ahora en el libro dieciocho de su Moralia, el titulado Lacaenarum apophthegmata (Máximas de mujeres lacedemonias). En una vuelve a quedar de relieve su fuerte personalidad ya desde joven, al criticar el presunto problema de alcoholismo que sufriría su padre, añadiendo que cuanto más bebe la gente más desamparada se queda. En otra, pone de manifiesto su espíritu lacónico al rechazar contundentemente el vestido que le ofrece un desconocido: «¡Fuera de aquí! No eres digno de hacer ni lo que hacen las mujeres!».
Un carácter terrible. Al fín y al cabo, eso es lo que significa su nombre, que nos resulta más familiar por tres hermanas de la mitología: Medusa, Esteno y Euríale; sí, las gorgonas, aquellas cuyas cabezas no tenían cabellos sino serpientes.
Fuentes
Heródoto, Los nueve libros de la Historia | Plutarco, Vidas paralelas: Licurgo | Pausanias, Descripción de Grecia | Sarah B. Pomeroy, Spartan women | Andrew J. Bayliss, The Spartans | Paul Cartledge, Los espartanos. Una historia épica | Wikipedia
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