Es probable que, durante una visita a Roma, algún lector haya subido a lo alto del Capitolio, una de las siete colinas donde nació la ciudad. Allí está la famosa plaza del Campidoglio, presidida por el Ayuntamiento con el famoso pavimento creado por Miguel Ángel, la estatua de bronce de Marco Aurelio a caballo y los Museos Capitolinos, donde se conserva la icónica Loba Capitolina. Pero además, no se sabe si en el área que hoy ocupa la iglesia de Santa Maria in Aracoeli o en la escalera que sube hasta la parte posterior de dicho edificio, se ubicaba el Templo de Juno Moneta, junto a la cual estaba la ceca romana. Es fácil deducir que de ahí viene la palabra actual «moneda«.

Moneta es un término que, con sus respectivas variantes, han adoptado no pocos idiomas, desde el español hasta el ruso, pasando por el inglés, gracias a la difusión posterior en lenguas romances y otras vías como la corrupción morfológica: los romanos solían abreviar el término en ment, que llegó a países de habla de origen no latino a través de los clásicos al escribirlo así en sus obras autores como Ovidio, Cicerón, Marcial o Juvenal, originando las palabras money (dinero), mint (ceca), monetary (monetario), etc. En esa misma línea, la palabra «dinero» tiene su origen etimológico en el nombre de la moneda romana de plata denarius (denario).

El caso es que el Templum Iunonis Monetæ tenía su importancia, puesto que en él, aparte de acuñarse las monedas romanas (hasta que en tiempos de Domiciano se hizo un traslado de la mayor parte de los talleres al entorno del Coliseo), se guardaban también los archivos de las magistraturas; los Libri Lintei o registros funcionariales, que debían su nombre (significan «libros de lino») probablemente a la tela que vestían sus custodios. La mencionada iglesia que hoy se alza en el lugar se construyó recordando el ara coeli, el «altar del cielo»que, según la leyenda, mando levantar allí Augusto después de la sibila le predijera la llegada del cristianismo.

Escalinata de la iglesia de Aracoeli, probable localización del antiguo templo de Juno Moneta/Imagen: Ricardo André Frantz en Wikimedia Commons

¿Y quién era exactamente Juno Moneta, se preguntará más de uno? Para entenderlo, hay que explicar antes que Juno, hija de Saturno y Ops, hermana y esposa de Júpiter, y madre de Marte, Vulcano y Lucina, fue una de las mayores divinidades del panteón romano, integrando la Tríada Capitolina con el citado Júpiter y la hija que éste tuvo naciéndole de la cabeza tras haber devorado a Metis, Minerva. Es importante señalar que la mitología romana se nutrió tanto de la griega como de la etrusca y, de hecho, esta tríada derivaba de aquella de Etruria formada por Tinia, Uni y Menrva, dejando por en medio una tríada arcaica integrada por Júpiter, Marte y Jano (al que luego sustituyó Quirino).

Como se ve el tema es mucho más complejo de lo que se suele creer y en el caso de Juno se agrava al subdividirse su figura en varios aspectos, como diosa que era del cielo y la luz, además de protectora de la fertilidad conyugal y sus fases (noviazgo, matrimonio, embarazo y parto), entre otras cosas. Para cada una disfrutaba de un nombre o epíteto propios: Mater, Curitis, Lucina, Regina, Caelestis, Caprotina, Fluvia, Tutula, Februalis, Ossipagina, Pronuba, Pomona, Cinxia, Interduca, Dominuca… No está claro si realmente se le aplicaban todos en el culto o algunos sólo fueron obra de los poetas de la época. En cualquier caso, el de Moneta sí era real.

Estatua de Juno conservada en el Louvre/Imagen: Marie Lan-Nguyen en Wikimedia Commons

Y es que Juno Moneta, como patrona del estado, se encargaba de proteger las riquezas de Roma, que ya vimos que en su versión fiduciaria se acuñaban junto a su templo; por eso las cecas nacionales suelen denominarse Casa de la Moneda y por eso también las monedas solían llevar la inscripción SM, siglas de Sacra Moneta, antes de la reforma de Diocleciano en el siglo III d.C. La diosa solía representarse acompañada de una balanza y el cuerno de la fortuna, así como con herramientas de acuñar (martillo, tenazas, yunque…), una iconografía que la acercaba a Vulcano, de ahí que no pocas veces aparezcan asociadas ambas deidades.

Ahora bien ¿de dónde procede el epíteto Moneta? Hay dos teorías. Según la primera, su etimología remite al término en latín monēre, que tiene varios significados: recordar, advertir, instruir, enseñar… Juno Moneta habría avisado a los romanos, varias veces a lo largo de su historia, de agresiones enemigas contra ellos. Por ejemplo, cuenta Cicerón que la diosa, tras advertir de un terremoto, exigió el sacrificio expiatorio de una jabalina (la hembra del jabalí, se entiende), en lo que se considera una vinculación con la leyenda de los gansos sagrados que desde el templo de Juno advirtieron con sus graznidos de un intento galo de invasión en el año 390 a.C.

Sin embargo, hoy no se acepta ese planteamiento porque se sabe que ya existía un culto extrarromano a una divinidad llamada Moneta que, cuando se importó a Roma (ciudad que no tenía problema en acoger otras religiones), fue asimilada a Juno. ¿Procedía del mundo helénico dicho culto? En la Suda bizantina (una enciclopedia sobre historia, literatura y origen de las palabras escrita en el siglo X) aparece la entrada Μονήτα (Moneta) como nombre de la mencionada diosa y dice que se la llamó así porque los romanos rezaban a Hera (la Juno griega) cuando necesitaban fondos durante su guerra contra Pirro y ella les respondía que no les faltarían si resistían con justicia; concluida la contienda, la honraron llamándola Hera Moneta, es decir, Consejera, del verbo latino moneo («aconsejar» o «advertir»), y establecieron la ceca en su templo.

Decíamos que había dos teorías y la segunda también remite al griego, a moneres, que es traducible como único o solo. Pero es que todavía hubo una aportación extra a ese sincretismo grecorromano y tiene nombre propio: Livio Andrónico, un escritor natural de Tarento (colonia griega, situada en el «tacón» de la península italiana, antes de su conquista por Roma en las reseñadas Guerras Pírricas), que nació en el 284 a.C. y debió ser esclavizado por la contienda aproximadamente una década después; pero fue manumitido y adoptó el nombre de su patrón, convirtiéndose en maestro y escritor en la capital de la república.

Un denario del siglo V a.C. con la imagen de Moneta/Imagen: Geni en Wikimedia Commons

De Andrónico se ha perdido la mayor parte de su obra, salvo un centenar de versos sueltos, y únicamente sabemos de ella por otros autores. La que nos interesa aquí es Odusia, la traducción que hizo al latín de la Odisea; fue la primera que usó verso saturnio (el más antiguo de la métrica latina, puede que con influencia griega) y también pionera en incursionar en la épica en ese idioma, antes incluso que Cneo Nevio y su Bellum Poenicum. Para ello, no dudó en recurrir a expresiones arcaizantes para dar mayor solemnidad y usar los nombres romanos de los dioses, aunque procurando mantener fidelidad al original de Homero. Ahora bien, no todos los versos son saturnios y entre los que adoptan otras formas figura uno en el que menciona a Moneta.

«Nam diva Monetas filia docuit…», es decir, «Porque la hija de la diosa Moneta ha dicho…», le sirve a Andrónico para equiparar a esa divinidad con la titánide Mnemosina, hija de Urano y Gea, madre de las nueve Musas, a las que tuvo yaciendo otras tantas noches consecutivas con Zeus. Era la diosa de la memoria, de ahí que en los ritos órficos los iniciados bebieran del río del Hades que llevaba su nombre, aunque también formaba parte del culto a Asclepio. Otro autor que la nombra, en su obra Teogonía, es el poeta Cayo Julio Higino (otro liberto, en este caso hispano, maestro de filosofía y director de la Biblioteca Palatina), quien la hace descender de Júpiter y Clímene, si bien es el único.

Mnemosina fue asimilada en la mitología romana con Moneta y Andrónico las separó literariamente al referirse a la primera con el nombre de la segunda, en su traducción romanizada de Homero. Pero lo interesante es que el epíteto Moneta quedó vinculado a Juno ¿Por qué? Porque, si bien en su templo del Capitolio se guardaban aquellos registros históricos que contenían los Libri Lintei -o sea, la memoria de Roma-, también allí se ubicó la ceca, como explicamos, y el concepto perduraría al menos hasta la Edad Media.


Fuentes

J. Noguin, Mitología universal. Breve historia de la mitología | Nanouschka Myrberg Burström y Gitte Tarnow Ingvardson, Divina Moneta. Coins in religion and ritual | Patterson Dubois, Moneta. A study | Suda on line | Wikipedia


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