Hay mil y un factores que pueden decidir a un aficionado al motor a realizar un itinerario, desde conducir por una vía exótica a disfrutar de paisajes únicos, pasando por los rincones excepcionales que habrá a lo largo del camino o incluso la mera sed de aventura. Un poco de todo eso lo tiene la Garden Route (Ruta de los Jardines), un tramo de la costa sudoriental de Sudáfrica cuyo nombre alude a la belleza de la vegetación que la envuelve, haciéndola especialmente atractiva para moteros porque en algunos sitios es aconsejable dejar la calzada para descubrir encantos ocultos. No en vano, la Garden Route fue incorporada en 2017 a la Red Mundial de Reservas de la Biosfera.

Aunque no se trate de un recorrido especialmente difícil, el hecho de viajar en moto y hacerlo por un país desconocido, muy diferente a lo que se está acostumbrado, hace recomendable siempre blindarse de alguna forma ante eventualidades adversas. No es escasa la disponibilidad de sitios web para los tiempos que corren, así que conviene emplear parte del tiempo de la planificación en agenciarse en la previsión. Luego, es cosa de poner el vehículo a punto y empezar. En este caso, al tener que desplazarse a otro continente, es necesario recurrir a un transporte. Y una vez en destino, lanzarse.

La Garden Route se extiende por los aproximadamente trescientos kilómetros que se desarrollan entre el Western Cape (Cabo Occidental) del Eastern Cape (Cabo Oriental), dos de las nueve provincias en que se divide Sudáfrica, ambas litorales e integradas en la región de El Cabo, cuya capital es la ciudad homónima, punto de partida idóneo por el buen estado de las carreteras de su entorno y porque, como se puede deducir, en ese punto se ubica también el accidente geográfico que originó su nombre, el Cabo de Buena Esperanza, un sitio que no hay que perderse; por razones geográficas pero también históricas, puesto que allí llegaron primero los portugueses en el siglo XV y, doscientos años más tarde, los holandeses establecieron una colonia que luego pasó a manos británicas por la Guerra de los Bóers.

La ruta parte, pues, de la primera provincia citada y transcurre por ella en su mayor parte, por la RN-2. En sentido estricto, desde Witsand, un pequeño pueblo pesquero, de unos pocos centenares de habitantes, que está enclavado en la desembocadura del río Breede y tiene su interés porque antaño era la principal factoría ballenera del extremo meridional africano. Esa actividad ha dejado su sitio hoy al mero avistamiento, que resulta fácil si se va en verano porque es cuando se concentran allí los cetáceos para alumbrar a sus crías; incluso hay una especie de mirador para ello, en una punta asomada al mar y llamada Hermanus. La práctica del surf y kitesurf, debido a las olas y fuertes vientos que baten sus playas, completa el abanico de posibilidades locales.

Siguiendo la carretera en dirección este, el viajero irá encontrando pueblos y ciudades interesantes, con una curiosa característica: la mitad de su población es coloured (mestiza), un 33% de negros y un 17% de blancos, más un 1% de asiáticos, siendo el afrikaans el idioma más hablado. Así, van pasando, a cual más turística, destacando Knysa (que durante diez jornadas de julio acoge un importante festival de degustación de ostras), Plettenberg Bay (un santuario ecológico) y Mossel Bay (el punto donde el luso Bartolomé Díaz se abasteció de agua antes de doblar el cabo que él bautizó como de las Tormentas).

No son las únicas; también están Great Brak River, Little Brak River, Wilderness, Sedgefield, Nature’s Valley, repletas de complejos vacacionales, playas, sistemas dunares, lagos, miradores, colonias de pingüinos y leones marinos, granjas de avestruces, parque naturales, yacimientos prehistóricos y cuevas con pinturas rupestres Asimismo, hay unos cuantos pecios, aunque los aficionados al submarinismo quizá se lo pensarán dos veces sabiendo que a su alrededor suelen nadar tiburones blancos; claro que, al ser ésas las aguas por excelencia de esa especie, también constituyen el mejor sitio para verlos en excursiones marítimas con jaulas protectoras (el puerto típico para contratar una es Gansbaai).

La última parada antes de entrar en la provincia Eastern Cape es George, la segunda ciudad más grande, nacida a partir de una estación maderera establecida por la Compañía Neerlandesa de las indias Orientales en el siglo XVIII. A George no le faltan atractivos, como el museo homónimo, Árbol de los Esclavos (un roble con una cadena injertada) o el Outeniqua Choo Tjoe (un viejo tren de vapor restaurado, con su museo), pero, sobre todo, un motero no debería perderse el Montagu Pass, un serpenteante paso ferroviario de montaña, hoy cubierto de grava, que enlaza la urbe con la vecina Oudtshoorn a través de la cordillera Outeniqua y fue construido a mediados del siglo XIX; aún conserva una estación de peaje de la época. Se le suman el Outeniqua Pass, el Robinson Pass y el Prince Alfred’s Pass.

Las Outeniqua, empiezan en una sierra más al oeste, la Langeberg, no son la única elevación orográfica de esa zona. También están las que son su prolongación, las montañas Tsitsikamma, que sirven de nexo de unión entre Western Cape (a partir del río Keurbooms, en Nature’s Valley) y Eastern Cape (hasta el río Eerste, cerca de la ciudad de Kareedow). Tienen una cota máxima un centenar de metros superior a la de las otras (1.675 metros) y son igualmente abruptas. Acogen un parque nacional del mismo nombre que en 2009 se fusionó con otros para formar el Garden Route National Park, de 1.210 kilómetros cuadrados, la mitad de los cuales son de bosque autóctono (la mayor área boscosa continua del país y la única del continente que tiene precipitaciones todo el año, dado su clima oceánico, si bien la parte occidental interior es semidesértica, el Little Karoo).

El parque está atravesado por una red de senderos cortos, pensados para que los excursionistas los recorran en unas pocas horas y puedan regresar a su cámping o alojamiento, como el Waterfall, el Blue Duiker, el Mouth Trail o el Lourie Trail, entre otros, de pocos kilómetros. En cambio, el Otter Trail alcanza los 44 kilómetros para hacer a pie en cinco jornadas, pernoctando en cabañas y, como los anteriores, con vistas espléndidas que incluyen ya el océano Índico (y a las ballenas, como decíamos antes, pues también tiene un Área Marina Protegida de 606 kilómetros cuadrados). Cabe recordar lo que dijo en 1839 Charles Collier Michell, ingeniero militar y agrimensor general del Cabo: «No hay un camino práctico, ni siquiera un sendero, desde Plettenberg Bay hasta el país de Tzitzikamma«.

Siguiendo la Garden Route en la dirección oriental empezada, se entra en la provincia de Eastern Cape, donde la población negra roza el 90% (la mayoría de etnia xhosa) y cuya capital es la pequeña Brisho, que a más de uno le sonará por la masacre de 1995, cuando las fuerzas del orden abrieron fuego contra una manifestación mayoritariamente escolar matando a una treintena de niños. También hay que citar Jeffreys Bay, donde el choque de las corrientes atlánticas e índicas producen algunas de las olas más apreciadas del mundo por los surfistas (aunque la unión oficial de ambos océanos es antes, entre Ciudad del Cabo y Witsand: el Cabo de las Agujas, como indica una placa in situ).

Otras ciudades desatacadas quedan demasiado al este, fuera ya de la ruta, lo que no impide que se les pueda hacer una visita si se desea, por supuesto: East London, Port Elizabeth (que tiene un parque nacional de elefantes), Mtatha (donde residió Nelson Mandela tras su retiro) o Grahamstown. Así, siguiendo casi siempre la línea de costa, se llega hasta el límite oriental, marcado por un elemento natural, el río Storms… salvo que se desee hacer la Garden Route en sentido inverso, en cuyo caso lo recomendable será empezar desde Port Elizabeth y terminar en El Cabo.


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