Ya hemos dedicado algún que otro artículo a ciertas misteriosas emisiones radiofónicas consistentes en el mismo mensaje (zumbido en un caso, códigos numéricos en otro). Hoy vamos a contar otro caso en el que se retransmitió una misma canción en bucle durante tres días seguidos, sembrando el desconcierto entre los oyentes. Sólo que esta vez se solventó el misterio al cabo de ese tiempo: el objetivo era agotar las baterías de unas minas controladas precisamente por radio. Ocurrió en Finlandia en 1939 y la música en cuestión era una canción folklórica muy popular: la Säkkijärven polkka.

Aunque se suele creer que etimológicamente remite a Polonia, en realidad la polca es un tipo de danza -y la música que conlleva- originario de Bohemia, donde nació en el segundo cuarto del siglo XIX, derivando del término checo půlka, que significa «mitad» y alude a los cortos pasos (medios) de su baile. De hecho, se cree que su creador, el profesor de música Josef Neruda, tuvo la idea en 1830 cuando vio a una alumna suya, llamada Anna Slezáková, bailando una canción popular (en concreto, Strýček Nimra koupil šimla, traducible como «El tío Nimra compró un caballo blanco») con más ligereza de lo normal.

Y es que la polca, con compás de dos por cuatro, es de movimiento rápido, lo que fue tan rompedor en su tiempo que la hizo difundirse enseguida por todos los países europeos, saltando a EEUU en 1844 y convirtiéndose en el baile de salón más exitoso hasta los últimos años decimonónicos (hasta John Ford lo reflejó en Fort Apache, en la escena del baile de suboficiales, con Henry Fonda al frente). Pero también cuajó en el ámbito académico, de modo que compositores como Smetana, Strauss, Shostakovich o Stravinsky incorporaron polcas a su repertorio. Ahora bien, el autor que nos interesa aquí es menos conocido: el finlandés Viljo Vili Vesterinen.

Bailarines de polca a mediados del siglo XIX/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Vesterinen nació en en 1907 en lo que antaño era Terijoki, una ciudad rebautizada hoy Zelenogorsk porque forma parte del óblast ruso de Leningrado, ya que está situada en una de esas zonas fronterizas calientes (es un decir): el istmo de Carelia. Por tanto, ha ido cambiando de manos y si perteneció a Finlandia -que a su vez era parte de Suecia- hasta que Pedro el Grande la anexionó al Imperio Ruso en 1721, retornó a manos finesas en 1811 pero integrándose en el Gran Ducado de Finlandia, que estaba en manos de los zares desde que lo conquistó Alejandro I en 1809 para hacer de él un estado tapón frente a los suecos, aunque concediéndole una amplia autonomía.

Alejandro III y Nicolás II llevaron a cabo una campaña de rusificación en el ducado, nombrando un gobernador e imponiendo su idioma. En 1917, aprovechando la Revolución Bolchevique, los fineses declararon su independencia, que dio paso a una guerra civil entre rojos y blancos, en paralelo a lo que ocurría en el país vecino. Se impusieron los segundos, afianzando el nuevo estado y estableciendo una monarquía constitucional con un germano en el trono, el príncipe Federico Carlos de Hesse-Kassel, sin parlamento y afín al Imperio Alemán. La derrota de éste en la Primera Guerra Mundial abrió el camino a una república democrática a partir de 1918.

Viljo Vili Vesterinen en 1932/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ése fue el contexto histórico en el que le tocó vivir a Vesterinen. Pianista, violoncellista y acordeonista, empezó a grabar en 1929, y gozaría de éxito y fama hasta su fallecimiento en 1961 a causa del alcohol y del tabaco. Antes, compuso algunas de las melodías nacionales más populares, de las que hay que destacar aquí la mencionada Säkkijärven polkka, ya que fue el tema que sonó incesantemente en aquella radio en un año de resonancias tan bélicas como 1939: como casi todo el mundo sabe, en septiembre estalló la Segunda Guerra Mundial; pero tres meses después empezaba también la conocida como Guerra de Invierno.

Esa última contienda enfrentó a Finlandia con la Unión Soviética cuando el gobierno de Moscú exigió la cesión de la región fronteriza entre ambas a cambio de compensaciones territoriales en otro sitio. ¿La razón? La frontera estaba demasiado cerca de Leningrado, a una treintena de kilómetros, lo que constituía un problema para su seguridad. Obviamente, Helsinki, que además de estar en un momento de crecimiento económico vivía un momento de apasionado nacionalismo romántico panescandinavo, se negó.

En realidad, los fineses habían pasado esa frontera más de una vez intentando atraerse a los pueblos de su etnia y cultura en zona rusa, aspirando a crear la Gran Finlandia, una idea propuesta en el período de entreguerras que pretendía unir en un mismo estado a finlandeses, samis, carelios, estonios, kvens e ingrios; del mismo modo, los soviéticos también se habían infiltrado en Finlandia, apoyando a su Partido Comunista y organizando intentonas revolucionarias que desembocaron en la ilegalización del comunismo en 1931. Es decir, las relaciones no eran precisamente cordiales.

Ofensiva soviética el 22 de diciembre de 1939/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Aún así, desde la primavera de 1938 Stalin intentó alcanzar un acuerdo que salvaguardase la protección de Leningrado ante el potencial enemigo que se iba haciendo cada vez más poderoso en Europa, la Alemania nazi; máxime teniendo en cuenta el filogermanismo finlandés.

Pero ni la petición soviética de cesión de islas en el golfo o la península de Hanko durante un tiempo limitado, ni la de desplazar las fronteras del istmo de Carelia unos treinta kilómetros -hasta las cercanías de Viipurí (actual Víborg)-, a cambio de entregar el este de Carelia (el doble de lo que pedían), fueron aceptadas por Helsinki, que en su contraoferta planteó la entrega de Terijoki y las islas, bastante menos de lo que quería Moscú.

El 7 de diciembre los soviéticos alcanzaron la Línea Mannerheim/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Las negociaciones terminaron en noviembre con fracaso y el 26 de ese mes, la muerte de varios guardias fronterizos soviéticos -presunta operación de falsa bandera- dio a Moscú un casus belli para iniciar lo que se conoce como Guerra de Invierno.

Contando con la tranquilidad que de momento le daba el reciente Pacto Ribbentrop-Molotov (firmado en agosto), Stalin ordenó al Ejército Rojo entrar en Finlandia; sus comandantes militares calculaban que la campaña duraría dos semanas, dado el éxito de la invasión de la parte oriental de Polonia y el cobrado ante los japoneses en Jaljin Gol (Manchukúo). Sin embargo, las cosas resultaron muy distintas.

Finlandia era un país muy joven y, por tanto, carecía prácticamente de infraestructuras viarias para avanzar por un terreno que, en buena parte, estaba constituido por bosques y lagos, a los que había que sumar la nieve y los pantanos, todo lo cual iba a ser un arma más de sus soldados.

De ahí la enorme superioridad en número de efectivos destinada por los mandos soviéticos para compensar: veintiún divisiones frente a ocho. En un ataque relámpago, ocuparon Carelia y pusieron un gobierno afín, mientras los finlandeses se retiraban a la Línea Mannerheim, un sistema defensivo con más de dos centenares de fuertes que atravesaba dicho istmo de este a oeste.

La guerra, al norte del lago Ládoga: los soviéticos se detienen ante la línea defensiva finlandesa/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La línea aguantó, pero carentes de material antitanque, escasos de munición y a menudo sin ni siquiera uniformes, optaron por una guerra de guerrillas que tuvo en el intenso frío invernal un buen aliado. Algo que quedó de manifiesto en los combates del lago Ládoga y Kainuu, donde además se lucieron algunos francotiradores, mientras en Laponia, el avance soviético se estancaba entre la nieve. Tres semanas más tarde apenas había cambios, por lo que Stalin sustituyó al mariscal Klíment Voroshílov por Semión Timoshenko, que decidió centrar las operaciones en Carelia tras recibir refuerzos.

El cambio de táctica incluía poner fin a las cargas masivas de hombres y tanques o, al menos, protegerlas con humo y fuego de artillería. Las fortalezas fueron cayendo y los finlandeses, que causaban cuantiosas bajas al enemigo pero, a su vez, estaban muy mermados, hicieron un segundo repliegue.

El gobierno de Helsinki se vio solo al no recibir el esperado apoyo de Suecia y únicamente contaba con una expedición franco-británica que, a la vista estaba, no llegaría a tiempo, habida cuenta que suecos y noruegos no les iban a dar paso. Entendió, por tanto, que no podía hacer otra cosa que negociar con Moscú (que, a su vez, vio cómo su país era expulsado de la Liga de Naciones).

Situación el último día de la guerra/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Inicialmente no obtuvo respuesta, ya que el Ejército rojo había revertido la situación y adelantaba cada vez más la línea de frente, sobrepasando la Línea Mannerheim y ocupando Viipurí (Víborg); quédese el lector con este nombre, que volveremos a ver luego. Posteriormente sí escuchó la oferta de armisticio, pero exigiendo más cesiones que antes. Finalmente, el 12 de marzo de 1940, se firmó el Tratado de Paz de Moscú, por el que Finlandia entregaba el istmo de Carelia y la región norte del lago Ládoga, lo que equivalía al once por ciento del país, buena parte de su territorio más industrializado, además de una zona de Salla, la península de Rybachy y cuatro islas del golfo. Asimismo, la península de Hanko fue arrendada por treinta años. La Unión Soviética devolvió la región de Petsamo, que había conquistado en la guerra.

Pero las cosas no habían terminado de verdad. Quince meses después, en junio de 1941, terminó lo que se llama Välirauha («Paz Transitoria») y estalló una segunda contienda, llamada de Continuación por razones evidentes. Eso sí, el panorama era sustancialmente distinto, ya que el conflicto mundial había alcanzado dimensiones insospechadas y Reino Unido, junto con otros estados de la Commonwealth, declaró la guerra a Finlandia el 6 de diciembre. El país nórdico no se amilanó y aprovechó la Operación Barbarroja (invasión alemana de la Unión Soviética) para tratar de recuperar lo perdido.

Cesiones territoriales de Finlandia a la Unión Soviética en 1940, tras la Guerra de Invierno/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

De hecho, no se conformó con eso y capturó también la Carelia Oriental, enlazando con el ejército alemán a unos treinta kilómetros de Leningrado. Juntos, intentaron apoderarse de Murmansk, sin conseguirlo.

El caso es que los germanos, que habían surtido de material militar a sus ocasionales aliados a cambio de paso por su país hacia el norte de la Unión Soviética, no tardaron en percatarse de que éstos sólo estaban interesados en sus ambiciones estratégicas territoriales. Los soviéticos emprendieron entonces una contraofensiva que estabilizó el frente. Ya estaban en 1942 y la derrota germana en Stalingrado hizo que Helsinki se replantease las cosas.

La ayuda a Alemania había tenido una fuerte oposición que ahora recobró fuerza, por lo que el gobierno planteó a Moscú negociar la paz volviendo al statu quo del tratado anterior. Como pasó en el conflicto previo, Stalin no respondió a la oferta inicialmente, pero, en la práctica, los finlandeses rechazaron integrarse en una alianza abierta con los alemanes. Durante el año siguiente, la situación no cambió gran cosa, hasta que en diciembre, en la Conferencia de Teherán, Roosevelt convenció a Stalin ofreciéndole el respaldo de los Aliados a las condiciones que pusiera.

Despliegue de las fuerzas germano-finlandesas al comienzo de la Guerra de Continuación/Imagen: Jniemenmaa en Wikimedia Commons

Éstas fueron duras, tras la firma del Armisticio de Moscú el 19 de septiembre de 1944; incluían el desarme de las tropas germanas en Finlandia, lo que supondría una guerra con ellas en Laponia y un retorno a las fronteras prebélicas, aunque debiendo ceder los finlandeses el municipio minero de Petsamo (actual Pechega, rico en níquel) y el arrendamiento de la península de Porkkala, además de pagar una indemnización de trescientos millones de dólares.

Tal fue el contexto histórico. Ahora hay que retroceder al 28 de agosto de 1941, dos meses después de comenzar la Guerra de Continuación, cuando el ejército finlandés, en su vigorosa ofensiva, obligó al Ejército Rojo a retirarse de Viipurí. Recordemos que se trata de la actual ciudad rusa de Víborg (no confundir con la homónima danesa), un enclave portuario en el Báltico que hoy sigue manteniendo un estrecho vínculo con Finlandia -es un destino turístico de fin de semana-, habida cuenta que cuarenta mil habitantes finlandeses habían tenido que abandonarla al acabar la Guerra de Invierno.

Los cuatro contraataques soviéticos -fallidos- de la primera mitad de 1942/Imagen: Peltimikko en Wikimedia Commons

Pues bien, los soviéticos dejaron varios campos minados en el entorno del área urbana para proteger su retirada. No se trataba de minas convencionales sino controladas por radio, activándose al emitirse un acorde de tres notas musicales en la frecuencia sintonizada ad hoc y explotando al reproducirse dicha secuencia. Ese peculiar sistema dejó desconcertados a los soldados finlandeses, que al principio pensaron que funcionaba mediante uno de relojería, dado que se producían estallidos sin aparente lógica. Después, el hallazgo en un puente de un ingenio explosivo que funcionaba de la misma forma, abrió los ojos de sus técnicos.

La bomba fue enviada a Helnsinki para que la analizaran ingenieros, descubriendo éstos que las minas tenían tres sensores de sonido que, al recibir por una frecuencia determinada las tres notas, las activaban. Para solucionarlo, se envió un camión REO 2L 4 210 Speedwagon equipado para transmitir música en la misma frecuencia, de modo que interfiriese las emisiones soviéticas.

El tema elegido fue, como decíamos al comienzo, Säkkijärven polkka, sin más razón que el hecho de que el vehículo llevaba un disco en cuyo repertorio figuraba esa canción, en una versión grabada por el citado Viljo Vesterinen. Al menos en teoría, ya que Viipurí estaba en la región que los nórdicos llamaban Säkkijärvi y parece mucha casualidad la coincidencia.

Un REO Speedwagon en agosto de 1941; en este caso, irónicamente, transportando soldados soviéticos/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Así, durante los días 4, 5 y 6 de septiembre se desató una insólita batalla musical, con los soviéticos emitiendo sus código y los finlandeses contraatacando con la polca. Fueron setenta y dos horas de música ininterrumpida que llevaron a los oyentes que sintonizaban esa frecuencia a pensar que los programadores de la radio se habían vuelto locos.

Al tercer día llegó un segundo camión, coincidiendo con el descubrimiento de que el enemigo empezaba a emitir desde dos frecuencias más. Ello obligó a reforzar los transmisores de los automóviles y el duelo en las ondas continuó otro mes, hasta que el 2 de febrero se calculó que las minas habrían agotado sus baterías.

Y así terminó una de las batallas más insólitas de la Segunda Guerra Mundial. Como dice una estrofa de la canción: «Säkkijärvi se meiltä on pois, mutta jäi toki sentään polkka!», que significa «Hemos perdido Säkkijärvi, ¡Pero aún nos queda la polca!».


Fuentes

VVAA, Finland at War. The Winter War 1939–40 | VVAA, Finland at War. The continuation and Lapland Wars 1941–45 | Allen F. Chew, The White Death. The epic of the Soviet-Finnish Winter War | Tiina Kinnunen y Vile Kivamäki (eds.), Finland in World War II. History, memory, interpretations | Olli Vehviläinen, Finland in the Second World War. Between Germany and Russia | Wikipedia


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