Cuando el rey persa Darío marchó contra los escitas en el año 513 a.C. persiguiéndolos durante varios meses hacia el Este, se preocupó de dejar un contingente de sus tropas vigilando el puente que había construido sobre el Danubio, para asegurar la retirada en caso de necesidad. Al mando de ese grupo, formado principalmente por griegos de las ciudades jonias, estaba Histieo, el tirano gobernante de Mileto.

Cuando los escitas, adelantándose a Darío, llegaron hasta el puente e instaron a los griegos a destruirlo cortando la retirada del rey, hubo una discusión. Unos querían abandonar el puente y librarse para siempre del yugo persa, pero Histieo los convenció de lo contrario.

Cuando éstos aceptaron el punto de vista de Histieo, decidieron actuar de la siguiente manera: romper la mayor parte del puente del lado escita que llevara un tiro de arco desde allí, para que pareciera que hacían algo cuando en realidad no hacían nada, y para que los escitas no trataran de forzar su paso por el puente sobre el Istro; y decir mientras rompían la parte del puente del lado escita, que harían todo lo que los escitas desearan. Este fue el plan que adoptaron; y entonces Histieo respondió por todos ellos, y dijo: “Habéis venido con buenos consejos, escitas, y vuestra urgencia es oportuna: nos guiáis bien y os hacemos un servicio conveniente; pues, como veis, estamos rompiendo el puente, y seremos diligentes en ello, ya que queremos ser libres”

Heródoto, Historia IV.139
Los griegos guardando el puente de Dario, por John Steeple Davis (1900) | foto dominio público en Wikimedia Commons

El argumento de Histieo era que todos debían su posición a Darío, y que se quedarían sin el poder que ostentaban en sus ciudades como tiranos si hacían caso de los escitas. Así, los persas pudieron regresar de la campaña en Escitia sin mayores percances.

Tan fiel consideraba Darío que le era Histieo que le pidió que fuera su consejero y que viviera junto a él en la capital persa, Susa, para poder disfrutar de su amistad. Histieo así lo hizo ese mismo año 513 a.C., traspasando el cargo de tirano de la ciudad de Mileto a su sobrino y yerno Aristágoras.

Durante unos diez años Histieo y Aristágoras disfrutaron de su puesto y de su poder. Pero entonces en 502 a.C. la isla de Naxos se rebeló contra el dominio persa, expulsando a los ciudadanos que eran partidarios de los aqueménidas e instaurando una democracia. Los exiliados acudieron entonces a Mileto, donde pidieron a Aristágoras que les proporcionase tropas y recursos para recuperar el control de la isla.

Aristágoras consiguió convencer al sátrapa persa de Lidia, Artafernes (que era hermano del rey Darío) de que enviase un gran ejército en su ayuda, indicándole que sería fácil tomar la isla y que a cambio obtendría el control de la misma, que se convertiría en una excelente base para acometer la conquista de las Cícladas. La primavera siguiente 200 barcos persas junto con los naxianos exiliados, se dirigieron hacia Naxos.

Pero una disputa entre Aristágoras y el almirante persa Megabates propició que éste último avisara a los naxios del inminente ataque, con lo que tuvieron tiempo de prepararse para el asedio. Tras cuatro meses de cerco sin conseguir rendir la isla, los persas tuvieron que retirarse derrotados.

Mientras tanto Histieo añoraba los tiempos en que gobernaba la ciudad de Mileto, así que aprovechando el tropezón de Aristágoras con los persas comenzó a tramar su regreso a la ciudad. Unos dos años después de la derrota en Naxos, en 499 a.C., afeitó la cabeza de su esclavo más fiel, le tatuó un mensaje en ella y, cuando le volvió a crecer el pelo, lo envió a Mileto con órdenes para Aristágoras sobre cómo leer el mensaje (evidentemente, volviendo a cortarle el pelo).

Quiso a más de esto la casualidad que en aquella agitación le viniera desde Susa, de parte de Histieo, un enviado con la cabeza toda marcada con letras, que significaban a Aristágoras que se sublevase contra el rey. Pues como Histieo hubiese querido prevenir a su deudo que convenía rebelarse, y no hallando medio seguro para posarle el aviso por cuanto estaban los caminos tomados de parte del rey, en tal apuro había rasurado a navaja la cabeza del criado que tenía de mayor satisfacción, habíale marcado en ella con los puntos y letras que le pareció, esperó después que le volviera a crecer el cabello, y crecido ya, habíalo despachado a Mileto sin más recado que decirle de palabra que puesto en Mileto pidiera de su parte a Aristágoras que, cortándole a navaja el pelo, le mirara la cabeza. Las notas grabadas en ella significaban a Aristágoras, como dije, que se levantase contra el persa.

Heródoto, Historia V.35

El mensaje instaba a Aristágoras a rebelarse contra los persas, esperando quizá Histieo que éstos la aplastasen luego y le repusieran en el cargo de tirano. Pero Aristágoras buscó el apoyo de los ciudadanos del consejo, que consiguió mayoritariamente (con la notable excepción del geógrafo Hecateo, que se opuso) e instauró una especie de democracia en la ciudad de Mileto. Muy pronto otras ciudades jonias siguieron su ejemplo y se sumaron a la rebelión contra el dominio persa. No obstante, carecían de la capacidad militar para oponerse a Darío, y por ello Aristágoras decidió buscar la ayuda de las polis griegas al otro lado del mar.

El mapa de Hecateo de Mileto | foto dominio público en Wikimedia Commons

Primero lo intentó con Esparta, por razones obvias, pues eran la fuerza militar más temida del mundo heleno. Aristágoras se entrevistó con el rey espartano Cleomenes I, al que trató de convencer de que invadir los dominios persas y tomar su capital, Susa, sería relativamente fácil. Para ilustrar gráficamente su propuesta llevaba consigo, según cuenta Heródoto, una tablilla de bronce en la que estaba representado un mapa de toda la tierra, de todo el mar y de todos los ríos.

Aristágoras el tirano de Mileto llegó a Esparta, teniendo en ella el mando Cleómenes, a cuya presencia compareció según cuentan los lacedemonios, llevando en la mano una tabla de bronce (a manera de mapa), en que se veía grabado el globo de la tierra, y descritos allí todos los mares ríos; y entrando a conferenciar con Cleómenes, forma: —«No tienes que extrañar ahora, oh Cleómenes, el empeño que me tomo en esta visita que en persona te hago, pues así lo pide sin duda la situación pública del estado, siendo para nosotros los jonios la mayor infamia y la pena más sensible, de libres vernos hechos esclavos, no siéndolo menos, por no decir mucho más, para vosotros el permitirlo, puesto que tenéis el imperio de la Grecia. Os pedimos, pues, ahora, oh lacedemonios, así os valgan y amparen los Dioses tutelares de la Grecia, que nos saquéis de la esclavitud a nosotros los jonios, en quienes no podéis menos de reconocer vuestra misma sangre: porque en primer lugar os aseguro que para vosotros no puede ser más fácil y hacedera la empresa, pues que no son aquellos bárbaros hombres de valor, y vosotros sois en la guerra la tropa más brava del mundo.

Heródoto, Historia V.49

Se cree que este mapa que Aristágoras llevaba consigo era el del propio Hecateo, que a su vez era una mejora del primer mapa del mundo que Anaximandro, también natural de Mileto, había creado más de medio siglo antes. Consistía en una tablilla de bronce, una lámina en relieve en la que estaban representadas todas las tierras conocidas (Europa, Asia y África, todavía llamada Libia) como un disco rodeado por el Océano. La descripción que de él hace Heródoto constituye la primera información detallada de la Historia sobre un mapa griego.

Otra versión del mapa | foto dominio público en Wikimedia Commons

Aristágoras le mostraba en la tablilla al rey espartano donde estaban los pueblos y las ciudades, las islas y los ríos, con quien lindaban las tierras de unos y de otros, y quien era vecino de quien, al tiempo que le tentaba con las riquezas de los persas y con lo fáciles que serían de derrotar.

¿Queréis ver claramente lo que afirmo? En las batallas las armas con que pelean son un arco y un dardo corto, y aun más, entran en combate con largas túnicas y turbantes en la cabeza. Mira cuán fácil cosa será vencerles. Quiero que sepas, en segundo lugar, cómo los que habitan aquel continente del Asia poseen ellos solos más riquezas y conveniencias que los demás de la tierra juntos, empezando a contar del oro, plata, bronce, trajes y adornos varios, y siguiendo después por sus ganados y esclavos, riquezas todas que como de veras las queráis, podéis ya contarlas por vuestras. Quiero ya declararte la situación y los confines de las naciones de que hablo. Con estos jonios que ahí ves (esto iba diciendo mostrando los lugares en aquel globo de la tierra que en la mano tenía, grabado en una plancha de bronce), con estos jonios confinan los lidios, pueblos que poseyendo una fertilísima región no saben qué hacerse de la plata que tienen: con esos lidios, continuaba el geógrafo Aristágoras, confinan por el Levante los frigios, de quienes puedo decirte que son los hombres más opulentos en ganados, en granos y en frutos de cuantos sepa. Pasando adelante, confinan ahí con los frigios los Capadocios a quienes llamamos Sirios, cuyos vecinos son los Cílices, pueblos que se extienden hasta las costas del mar, en que cae la isla de Chipre que ahí ves, los cuales quiero que sepas que contribuyen al rey con 500 talentos ánuos: confinan con los Cílices esos Armenios, riquísimos ganaderos con quienes alindan los Matienos, cuya es esa región. Sígueles inmediatamente esa provincia de la Cisia, y en ella a las orillas del río Coaspes está situada la capital de Susa, que es donde el gran rey tiene su corte, y donde están los tesoros de su erario; y me atrevo a asegurarte que como toméis la ciudad que ahí ves, bien podéis apostároslas en riquezas con el mismo Júpiter. ¿No es bueno, Cleomenes, que vosotros los lacedemonios, a fin de conquistar dos palmos más de tierra, y esa no más que mediana, os empeñéis así contra los mesenios, que bien os resisten, como contra los arcadios y los argivos, pueblos que no tienen en casa ni oro ni plata, que son conveniencias y ventajas por cuyo alcance puede uno con razón y suele morir con las armas en la mano, al paso que pudiendo con facilidad, sin esfuerzos ni trabajo, haceros dueños desde luego del Asia entera, no queráis correr tras esta presa sino ir en busca de no sé qué bagatelas y raterías?»

Heródoto, Historia V.49

Pero al indicarle donde estaba situada Susa, la capital persa, Aristágoras cometió un gran error. Dado que Cleómenes no podía hacerse una idea de las distancias, pues el mapa no incluía escalas de ningún tipo, preguntó a qué distancia quedaba Susa. Aristágoras respondió que a tres meses de viaje desde la costa. Volviendo a mirar el mapa, le pareció a Cleómenes que los persas estaban pues demasiado lejos como para suponer una amenaza, y tres meses de marcha del ejército hacia el interior de Asia le parecía una barbaridad.

Así terminó Aristágoras su discurso, a quien brevemente respondió Cleómenes: —«Amigo Milesio, pensaré sobre ello: después de tres días, volverás por la respuesta.» En estos términos quedó por entonces el negocio. Llega el día aplazado; concurre Aristágoras al lugar destinado para saber la respuesta, y le pregunta desde luego Cleómenes cuántas eran las jornadas que había desde las costas de Jonia hasta la corte misma del rey. Cosa extraña: Aristágoras, aquel hombre por otra parte tan hábil y que también sabía deslumbrar a Cleómenes, tropezando aquí en su respuesta, destruyó completamente su pretensión; porque no debiendo decir de ningún modo lo que realmente había, si quería en efecto arrastrar al Asia a los espartanos, respondió con todo francamente que la subida a la corte del rey era viaje de tres meses. Cuando iba a dar razón de lo que tocante al viaje acababa de decir, interrúmpele Cleómenes el discurso empezado, y le replica así: —«Pues yo te mando, amigo Milesio, que antes de ponerse el sol estés ya fuera de Esparta. No es proyecto el que me propones que deban fácilmente emprender mis lacedemonios, queriéndomelos apartar de las costas a un viaje no menos que de tres meses.» Dicho esto, le deja y se retira a su casa

Heródoto, Historia V.50

Por eso, y porque temía que la vecina Argos aprovechara la ausencia espartana para atacarlos, rechazó prestar ayuda a la sublevación de las ciudades jonias. Aristágoras no se dio por vencido e intentó sobornar al rey con dinero. Según cuenta Heródoto, fue la pequeña hija de Cleómenes, Gorgo, quien tuvo que indicarle a su padre que abandonase la reunión antes de que Aristágoras le corrompiese.

Viéndose Aristágoras tan mal despachado y despedido, toma en las manos en traje de suplicante un ramo de olivo, y refugiándose con él al hogar mismo de Cleómenes, le ruega por Dios que tenga a bien oirle a solas, haciendo retirar de su vista aquella niña que consigo tenía, pues se hallaba casualmente con Cleómenes su hija Gorgo, de edad de 8 a 9 años, única prole que tenía. Respóndele Cleómenes que bien podía hablar sin detenerse por la niña de cuanto quisiera decirle. Al primer envite ofrécele, pues, Aristágoras hasta 10 talentos, si consentía en hacerle la gracia que le pidiera: rehúsalos Cleómenes, y él, subiendo siempre de punto la promesa, llega a ofrecerle hasta 50 talentos. Entonces fue cuando la misma niña que lo oía: —«Padre, le dijo, ese forastero, si no le dejáis presto, yéndoos de su presencia, logrará al cabo sobornaros por dinero.» Cayéndole en gracia a Cleómenes la simple prevención de la niña, se retiró de su presencia pasando a otro aposento. Precisado con esto Aristágoras a salir de Esparta, no tuvo lugar de hablarle otra vez para darle razón del largo camino que había hasta la corte del rey.

Heródoto, Historia V.51

Aristágoras fue entonces a Atenas, donde sí fue capaz de convencer a la asamblea, que puso 20 naves a su servicio, más otras 5 de la ciudad de Eretria. La expedición se encaminó a Mileto y de allí el ejército partió hacia el interior, donde pusieron sitio a la ciudad de Sardes, la capital Lidia, en la que Artafernes resistió.

Al final la revuelta (que se considera el origen de las posteriores Guerras Médicas) fracasó, con la toma de Mileto por los persas en 494 a.C. Aristágoras huyó a Tracia, donde vivió un tiempo en la colonia milesia de Mircino, y luego intentó crear una nueva. Los tracios no se lo permitieron, y murió en batalla.

En cuanto a Histieo, logró convencer a Darío de que podía resolver el conflicto y de que debía ser enviado a Mileto. Pero en Sardes, Artafernes no se dejó engañar y ordenó encarcelarle. Histieo escapó a las islas del Egeo, donde vivió un tiempo hasta que finalmente Artafernes dio con él, poniendo fin a sus días.


Fuentes

Heródoto, Historia | Duane W. Roller, Ancient Geography: The Discovery of the World in Classical Greece and Rome | Pericles B. George, Persian Ionia Under Darius: The Revolt Reconsidered | Manville, P. (1977). Aristagoras and Histiaios: The Leadership Struggle In The Ionian Revolt. The Classical Quarterly, 27(1), 80-91. doi:10.1017/S0009838800024125 | John Boardman, N. G. L. Hammond, The Cambridge Ancient History | Wikipedia


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