El cine, y muy especialmente las películas de James Bond, nos ha acostumbrado a una imagen algo deformada del mundo del espionaje, presentándolo envuelto en acción y glamour, casinos, bellas mujeres y martinis con vodka agitados, no mezclados. Sin embargo, la realidad suele resultar muy diferente y, si escritores como John Le Carré se alejan mucho de ese tópico, mostrando una cara más gris, burocrática, casi sosa, la historia nos descubre que a veces incluso se va más allá, cayendo en lo desagradable. ¿Alguien se imagina a un espía intentando encontrar información rebuscando entre basura y papel higiénico usado? Pues ésa es la descripción más sintética de lo que se conoció como Operation Tamarisk (Operación Tamarisco) durante la Guerra Fría.

El tamarisco es un arbusto del género Tamarix que normalmente se emplea como planta ornamental o bien como cortavientos, pero cuyo nombre usaba el BRIXMIS (British Commanders’-in-Chief Mission to the Soviet Forces in Germany, es decir, Misión de Comandantes en Jefe Británicos para las Fuerzas Soviéticas en Alemania), la misión de enlace militar entre comandantes británicos y soviéticos que operaba al otro lado del Telón de Acero entre 1946 y 1990 (que tenía su equivalente soviético llamada SOXMIS en la zona británica), para referirse a la búsqueda de información entre la basura.

Sus funciones originales eran repatriar a prisioneros y desertores, buscar y extraditar criminales de guerra, registrar tumbas, mediar en disputas fronterizas y combatir el mercado negro, aunque normalmente se reducían a labores de representación en eventos formales (desfiles, ceremonias, recepciones…). Lo interesante era que los integrantes del BRIXMIS, once oficiales y veinte soldados cuya base oficial estaba en Postdam -si bien en la práctica se situaba en Berlín Este-, tenían autorización para moverse por el territorio de la Alemania Oriental con la obligación de vestir siempre uniforme y viajar en vehículos fácilmente identificables, tal cual pasaba con los miembros de SOXMIS en la Alemania Occidental.

Emblema de BRIXMIS/Imagen: Wikimedia Commons

Eso facilitaba a unos y otros la oportunidad de robar material o acceder a sitios poco habituales, ya que podían entrar en bases militares. Por supuesto, había zonas estrictamente restringidas y los agentes de contrainteligencia procuraban no perderlos de vista; no obstante, parece ser que tanto el personal de la BRIXMIS, como el de la SOXMIS tenían cierta tendencia a saltarse esas prohibiciones, ya que si eran descubiertos no corrían más riesgo que el de ser arrestados y declarados persona non grata, retirándoseles la licencia de movilidad. Por ello, recopilaron bastantes datos de los respectivos ejércitos contrarios, de manera que los servicios de inteligencia nunca partieron de cero.

En ese contexto, los de las potencias occidentales (EEUU, Reino Unido y Francia) decidieron organizar la citada Operation Tamarisk, un paso más allá en la búsqueda de información en las bases militares soviéticas instaladas en Alemania Oriental. El planteamiento era tan asombroso que incluso parece una especie de broma escatológica: se trataba de que los agentes infiltrados recuperasen de la basura todo aquel material que pudiera ser de interés, en el sentido de revelar datos militares técnicos, tácticos o de la naturaleza que fuera.

Alemania en 1947, repartida en zonas de influencia de las potencias Aliadas/Imagen: 52 Pickup en Wikimedia Commons

La idea suena un poco ridícula, más propia de la actividad profesional cotidiana de un detective contratado para investigar una infidelidad, como en la novela negra, pero no hay que dejarse engañar por las apariencias. Décadas atrás la gestión de los desechos no recibía la atención ni el cuidado actuales -algo que pasaba también en el mundo occidental- y lo más corriente era arrojarlos a la basura sin más, a menudo, en simples cubos colocados en la parte trasera de las residencias de los oficiales o de las oficinas, para su transporte posterior a vertederos comunes.

Pero, además, los servicios secretos de los países mencionados descubrieron que los soldados soviéticos no recibían papel higiénico, debido a la penuria de suministros que sufrían los alemanes del Este en aquella época, por lo que utilizaban papel normal y éste consistía básicamente en cartas enviadas por la familia, publicaciones… y documentos de archivo considerados sin validez, ya fuera por su caducidad o por ser copias, borradores, minutas o mera burocracia militar; en suma, material destinado al expurgo.

En esos casos, lo lógico sería proceder a su destrucción. Sin embargo, en Occidente pensaron que, dada la situación de escasez y teniendo acceso a ese tipo de papel, el personal administrativo de los cuarteles podría recurrir a esos documentos para ir al servicio. Al fin y al cabo, quedarían embadurnados y, en principio, los soviéticos debían pensar que a nadie se le ocurriría recogerlos en esas condiciones, si es que antes a alguien se le ocurría siquiera mirarlos. Pero se equivocaban. Los papeles no se arrojaban al inodoro porque no se deshacían y lo atascaban, así que terminaban en cubos o en el mismo campo, si el individuo estaba al aire libre; al alcance de los espías enemigos.

La sede del BRIXMIS en Postdam | foto Jostar en Wikimedia Commons

Probablemente el primer hallazgo fue fruto de la casualidad; rebuscando en algún cubo -o quizá en el campo, tras unas maniobras-, aparecería algo de inesperado interés que atraería la atención del agente, aún cuando estuviera en condiciones más bien desagradables. De hecho, los espías se quejaron de lo ingrato de ese trabajo, puesto que no sólo tenían que lidiar con desechos sino también con otros restos peores, en el caso de que estuvieran revolviendo en contenedores hospitalarios. Para su desagradable sorpresa, aquello estimuló más a los mandos, que les ordenaron hacerse con todo el material orgánico que pudieran.

¿La razón para ello? Muchos de aquellos pingajos eran resultado de explosiones fortuitas y se consideró que podían contener aún restos de metralla, lo que proporcionaría datos sobre los tipos de explosivos que manejaban los soviéticos; entre los vendajes y apósitos también podían aparecer balas, obviamente. En 1981 se abrió una vía complementaria, al llevarse tejidos humanos de soldados heridos por armas químicas y convencionales en la Guerra de Afganistán, a los que se enviaba a la República Democrática Alemana para recibir mejor tratamiento médico dentro de los convenios ad hoc del Pacto de Varsovia.

La gran ventaja de recuperar material de los contenedores, tanto en papel como orgánico, estribaba en que era ínfima la probabilidad de que se tratase de señuelos; los servicios de contrainteligencia solían facilitar información falsa al adversario, pero pensar que embadurnarían documentos impostados o pondrían órganos afectados por una munición obsoleta parece demasiado forzado, especialmente si se tiene en cuenta que la cantidad de cosas que un espía podía hallar en tal medio era muy pequeña en comparación con lo que se tiraba, dado el escaso tiempo que tendría para revolver entre los desperdicios.

Distribución de los seis ejércitos del Grupo Occidental de Tropas Soviéticas en la RDA (1991)/Imagen: Barvenkovsky en Wikimedia Commons

Y eso que ocasionalmente sonaba la flauta y había premio. En su libro Beyond the frontline. The untold exploits of Britain’s most daring Cold War spy mission, Tony Geraghty, un periodista y escritor británico, ex-veterano paracaidista que sirvió como enlace militar con los estadounidenses en la Guerra del Golfo, cuenta que se encontraron registros de entrega de suministros con sus horarios, informes sobre el blindaje y puntos débiles de tanques con propuestas para mejorarlos (lo que motivó el desarrollo de un misil británico anticarro), una guía de adiestramiento militar con tácticas de combate, un libro de códigos cifrados, un folleto con el orden de batalla obtenido tras unas maniobras y hasta un cuaderno personal de un oficial con esquemas técnicos.

De hecho, únicamente se conoce una pequeña parte de lo recuperado, permaneciendo la mayoría en secreto. Ese sigilo devenía de la discreción necesaria para mantener oculta esa faceta de la actividad del personal de la BRIXMIS, que llevó incluso a cambiarle el nombre a la operación: pasó a ser llamada Tomahawk, si bien en la jerga interna se referían a ella como Tommy. Cabe, como curiosidad, añadir que los agentes jugaban con la palabra tamarisk, convirtiéndola en el verbo inventado tamarisking, equivalente a revolver entre la basura.

En cualquier caso, Tommy debió de ser muy jugoso porque el realizador galés Leslie Woodhead, un especialista en documentales sobre la Guerra Fría que en su juventud trabajó para la JSSL (Joint Services School for Linguists, un servicio para enseñar idiomas, especialmente ruso, a los futuros miembros del servicio secreto), escribió un libro titulado My life as spy (Mí vida como espía) en el que, conversando con el experto en seguridad e inteligencia Richard J. Aldrich, concluyen que que se trató de una de las operaciones de espionaje más exitosas de esa Guerra Fría.


Fuentes

Douglas Boyd,The solitary spy. A political prisoner in Cold War Berlin | Major General Peter Williams, BRIXMIS in the 1980s: the Cold War’s great game | Leslie Woodhead, My life as spy | Tony Geraghty, Beyond the frontline. The untold exploits of Britain’s most daring Cold War spy mission | BRIXMIS | Wikipedia


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