El mes de junio de 1940 fue uno de los más importantes de la Segunda Guerra Mundial, ya que a lo largo de aquellas cuatro semanas se produjeron hechos como la evacuación de Dunkerque, la derrota de Francia ante Alemania y el consiguiente armisticio del día 22, por el que ambos países ponían fin a las hostilidades. Los tres suponían el triunfo de Hitler y dejaban a Reino Unido en una difícil situación, dado que no sólo perdía a su aliado sino que las fuerzas armadas francesas corrían el peligro de quedar en manos del régimen nazi, algo especialmente grave teniendo en cuanta que la Marine Nationale estaba considerada la cuarta del mundo, sólo por detrás de la británica, la estadounidense y la japonesa. Por eso Churchill ordenó su destrucción, en lo que se bautizó como Operación Catapulta.
De hecho, Hitler también quería impedir que la flota gala se refugiara en Gran Bretaña. Y, efectivamente, el armisticio firmado en Rethondes a bordo del mismo vagón ferroviario en el que se había sellado el armisticio de Compiégne durante la Primera Guerra Mundial, incluyó cláusulas al respecto en los veinticuatro artículos que componían el documento.
Así, en el plano militar, aparte de la creación de una zona ocupada junto a una libre (abarcando la primera, bajo control directo de la Wehrmacht, más de la mitad del territorio), se estipulaba la obligación de proveer de suministros a las tropas germanas y la orden de que los buques de guerra fondearan en sus puertos de paz y fueran desmilitarizados.

Mussolini quería quedarse con esos barcos y cuatro días antes de la firma se entrevistó con Hitler en Múnich para plantearle sus ambiciones: ocupar Francia hasta el Ródano, anexionar Niza, Córcega y las dos Saboyas (Alta y Baja) e incorporar las unidades navales galas a la Regia Marina. Pero el Führer quería evitar llevar a los franceses hasta el límite de lo aceptable, hasta el punto de que prefirieran resistir a ultranza, al igual que tampoco quería un control total del Mediterráneo por Italia, ya que eso podía indisponerle con España, así que no accedió a la exigencia.
El argumento definitivo que dio al Duce fue que ordenar la entrega de la armada podría llevar a muchos de sus capitanes a preferir unirse a los británicos. Por otra parte, el imperio colonial francés era demasiado extenso como para que la Kriegsmarine pudiera ocuparse de él directamente, de ahí que optase por dejar las competencias sobre él en manos de su ejecutivo (que en esos momentos, tras la dimisión el día 16 del presidente del Consejo de Ministros, Paul Reynaud, estaba dirigido interinamente por el general Philippe Pétain, quien el 11 de julio pasaría a presidir el gobierno colaboracionista de Vichy).
Ciertamente, tanto Pétain como el almirante François Darlan, Jefe de Estado Mayor de la Armada, habían acordado previamente que rechazarían el armisticio si los alemanes les exigían la entrega de la flota. La cuestión se había planteado el 11 de junio, cuando Churchill, estando aún en vigor la Batalla de Francia pero viendo el desplome del frente, interpeló a sus aliados sobre el destino de esos navíos en caso de derrota.

Pese a los intentos para tranquilizarle, cinco días más tarde, ante la patente negociación del armisticio, el premier insistió enviando dos telegramas a Reynaud; en ellos le proponía que enviase su armada a puertos británicos o neutrales.
La reacción francesa fue airada, considerando una ofensa que se dudase de las garantías ofrecidas por Darlan en ese sentido. Churchill pidió disculpas y el almirante quiso dejar más clara aún su postura impartiendo tres taxativas órdenes a sus capitanes: la primera era la prohibición expresa de buscar refugio en puertos extranjeros; la segunda, que ningún barco cayera en manos alemanas ni italianas; y la tercera, que si había intentos de apoderarse de ellos por la fuerza deberían rechazarlos y luego poner proa a puertos británicos o de las Indias Occidentales y, en caso de necesidad, hundirlos.

En efecto, ochenta unidades de la Marina Nationale empezaron a concentrarse en África (Alejandría, Mazalquivir, Casablanca y Dakar), mientras otro centenar lo hacía en Cherburgo, Brest, Lorient y Saint-Nazaire. Algunas que no estaban en condiciones de navegar fueron mandadas a pique; otras se hallaban en regiones de ultramar; asimismo, un centenar más estaba en Inglaterra, en los puertos de Plymouth y Portsmouth. Pero nada de todo esto sirvió para apaciguar el recelo de Churchill, quien retiró a su embajador de París la noche del 22 de junio. Y cuando se enteró de las condiciones pactadas en el armisticio, se puso en contacto con el almirante Dudley Pound para tomar una medida drástica.
Darlan le había prometido que destruiría la flota si Hitler imponía nuevas condiciones o trataba de apoderarse de ella. Pero, en el fondo, era germanófilo (fue nombrado ministro de Marina por Pétain y llegaría a vicepresidente) y estaba convencido de que el Eje también derrotaría a Reino Unido, razón por la cual no quería que sus barcos recalasen en puertos británicos, pues caerían de todas formas en poder teutón.

Ahora bien, Churchill confiaba en el poder de la Royal Navy como garantía contra cualquier invasión marítima, algo que sólo podía desequilibrarse si la Kriegsmarine se veía reforzada con los buques franceses y les cerraba las líneas marítimas de abastecimiento. No había más solución que hundirlos y para ello tomó la que él mismo definió como la decisión más dura de su vida: poner en marcha la Operación Catapulta.
Dudley Pound, primer lord del Almirantazgo, era un veterano marino nacido en la isla de Wight en 1877. Durante la Primera Guerra Mundial combatió en la batalla de Jutlandia, en la que, al mando del acorazado HMS Colossus, hundió el crucero Wiesbaden. Luego pasó a tareas estratégicas y fue uno de los diseñadores del Zebrugge Raid, un fallido plan para bloquear a la flota alemana en el puerto belga de Brujas hundiendo viejas naves en la bocana. En 1940 andaba mal de salud (moriría de un derrame cerebral tres años después, todavía en plena guerra), pero el primer ministro británico confiaba ciegamente en él y por eso le apodaban Churchill’s Anchor (el Ancla de Churchill).
Pound alcanzó cierta notoriedad histórica por conseguir atajar la campaña de los submarinos germanos hasta revertirla, pero también fue muy criticado por ordenar la dispersión de un convoy en el Mar de Barents, dejándolo indefenso y provocando la pérdida de casi tres cuartas partes de sus integrantes, razón por la cual no faltaban comandantes que le consideraban inepto. En cualquier caso, fue a quien Churchill encargó la Operación Catapulta, que se desarrolló entre el 2 y el 8 de julio en diversos escenarios, debido a lo diseminado que estaba el objetivo, descartando las alternativas más moderadas propuestas por otros mandos.

Lógicamente, el primer golpe fue en casa. En la noche del 2 al 3 de julio, tropas británicas se hicieron con el control de los barcos franceses anclados en las citadas Plymouth y Portsmouth -más Gibraltar- recurriendo al viejo truco de la cena de hermandad entre oficiales. En total, dos acorazados (Paris y Courbet), dos cruceros ligeros, ocho destructores, cuatro submarinos, diez avisos (corbetas pequeñas), siete torpederos y un centenar más de naves menores. Únicamente se presentó resistencia en el torpedero Le Mistral y el submarino Surcouf (el más grande del mundo), con cuatro muertos. Salvo algunas excepciones, como el moderno destructor Le Triomphant, se trataba de unidades anticuadas.
La tarde del día 3 tuvo lugar el episodio más dramático de la operación: la batalla de Mers el-Kébir (Mazalquivir). En ese puerto de Orán se concentraba la quinta parte de la marina francesa, al mando del vicealmirante Marcel-Bruno Gensoul, ante la que se presentó la llamada H Force de la Royal Navy, una potente escuadra compuesta por el portaaviones Ark Royal, dos acorazados, un crucero de batalla, dos cruceros ligeros y dos submarinos, reforzados por once destructores. Su jefe, el almirante James Sommerville, exhortó a Gensoul a seguirles hasta las Antillas Francesas o EEUU, o bien hundir los barcos comprometiéndose él a repatriar a las tripulaciones. De lo contrario, atacaría.

En realidad, el gobernador de Martinica era partidario de Pétain y los británicos lo sabían, pero es que daban por hecho que Gensoul se negaría y lucharía, lo que permitiría destruir la flota. Y así fue. Tras fracasar las negociaciones, se desató una batalla en la que, al no poder maniobrar, atrapados en el puerto, quedaron fuera de combate el crucero Dunkerque, los acorazados Provence y Bretagne, el destructor Mogador, la corbeta Rigault de Genouilly y el patrullero Terre-Neuve. El crucero Strasbourg logró huir y refugiarse en Toulon; también se salvaron cinco destructores y el portahidroaviones Commandant Teste, pero el número de muertos sumó mil doscientos noventa y cinco, por sólo dos del enemigo (y cuatro aviones), en lo que fue el combate naval con más bajas galas en toda la contienda. Pese a todo, Sommerville recibió críticas por no haber alcanzado una destrucción total.
El gobierno de Vichy rompió sus relaciones diplomáticas con Londres, pero quedó claro que Churchill estaba dispuesto a seguir la guerra en solitario y además recibió el espaldarazo de De Gaulle, quien aplaudió la acción. Y es que la operación continuaba. Al día siguiente le llegó el turno a Alejandría, donde se encontraba la Force X del almirante René-Émile Godfroy: un acorazado, cuatro cruceros, tres torpederos, un submarino y varios barcos menores. Allí llegó su homólogo británico, Andrew Browne Cunningham, que al ser conocido del francés le ofreció no atacar si a cambio el otro desobedecía la orden recibida de zarpar. Le planteó luego tres posibilidades: unirse a él, hundir las naves o comprometerse a desarmarlas, quedándose en el puerto.
Tras varias horas de tensión y presión por parte de sus respectivos gobiernos, que les instaba a pelear, Godfroy, que entendió que estaba en inferioridad, aceptó la última opción, vaciando los tanques de combustible y retirando las piezas clave para el funcionamiento de los cañones. A lo largo de las jornadas siguientes, tres cuartas partes de los marineros franceses fueron desembarcando y así se evitó repetir la tragedia de Mazalquivir. Cabe añadir que esa escuadra gala se incorporaría al bando Aliado tres años más tarde, en julio de 1943.

Donde sí hubo un nuevo enfrentamiento fue en Dakar (actual capital de Senegal), el día 8. Allí estaba fondeado el acorazado más moderno de la marina de Francia, el Richelieu, que había zarpado de Brest simulando dirigirse a Gran Bretaña y ahora amenazaba las rutas del Atlántico sur. Además no estaba solo; le acompañaban los destructores Milan, Epervier y Fleuret, así como dos submarinos y otras unidades auxiliares. También hubo un ultimátum que se rechazó, por lo que dos aviones torpederos Swordfish que despegaron del portaaviones HMS Hermes se lanzaron contra el Richelieu, causándole unos daños que se agravaron en septiembre, cuando se produjo un segundo ataque en el contexto de la Operación Dakar (un intento de ocupación de la colonia); quedó diez meses inutilizado.
Quedaba un último escenario, el Caribe, donde ese mismo mes de junio había recalado una parte de la flota: el portaaviones Béarn (con ciento siete aviones a bordo) y los cruceros Jeanne-d’Arc y Émil-Bertin (uno de los más rápidos del mundo); al mando del contraalmirante Rouyer, su misión era transportar trescientas toneladas de oro del Banco de Francia a Canadá, por lo que las Antillas sólo eran una escala. Se libraron del ataque británico en el último momento, cuando intervino personalmente el presidente de EEUU, Franklin Delano Roosevelt, convenciendo a los mandos para que accedieran a inmovilizar los barcos, que quedaron bloqueados hasta junio de 1943.
Para ser exactos, todavía faltaban algunas unidades francesas por desactivar en diversos sitios. En Casablanca, por ejemplo, en cuyo puerto estaba el acorazado Jean Bart, pero donde no hubo ataque porque la Royal Navy lo juzgó demasiado peligroso, al estar el lugar bien defendido. Lo mismo pasó en Toulon o Argel; no así en Canadá, Suez, Singapur y Creta, en los que más barcos fueron confiscados o hundidos. Finalmente, la marina gala se quedó sin un tercio de su armada, incluyendo siete de los buques principales, lo que resarció a Churchill del fiasco de Dunkerque. Pero no todo fue positivo.

Aquello era una guerra de facto contra la Francia de Vichy y muchos franceses, y muy especialmente de las colonias, experimentaron un sentimiento anglófobo que se plasmó en una caída en los alistamientos que realizaba De Gaulle. Asimismo, los oficiales navales se consideraron traicionados por sus aliados y no pocos abrazaron de buena gana al gobierno. De hecho, Pierre Laval, ministro de Exteriores, aprovechó esa circunstancia durante la entrevista que mantuvieron Pétain y Hitler en Montoire-sur-le-Loir, en octubre, para justificar la política colaboracionista que iba a desarrollar el ejecutivo.
Por eso a partir del 12 de julio se cambió de estrategia, permitiendo navegar a los navíos en aguas coloniales y no interceptando más que a aquellos que pudieran dirigirse a puertos bajo control alemán o italiano. Los franceses no combatirían en la mar contra las potencias del Eje hasta 1943 y, aún así, algunas veces tuvieron que hacerlo contra los Aliados, como en las campañas de Siria, Madagascar (Operación Ironclad) y el desembarco en el norte de África.
Fuentes
Stuart Griffin, Maritime power and complez crixes. The Royal Navy and the undeclared war with Vichy France, 1940-1942 (en The Royal Navy and maritime power in the Twentieth Century) | Eleanor M. Gates, End of the affair. The collapse of the Anglo-French Alliance, 1939-40 | Paul Collier, The Second World War (4). The Mediterranean 1940–1945 | Sir Winston Churchill, La Segunda Guerra Mundial | Julian Jackson, France. The dark years, 1940-1944 | William L. Shirer, The collapse of the Third Republic. An inquiry into the fall of France in 1940 | Wikipedia
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