Si alguien está planteándose hacer un viaje a Perú, es casi seguro que habrá apuntado en su agenda de visitas sitios como Machu Picchu, Cuzco, Sacsayhuamán, el lago Titicaca, las líneas de Nazca, Paracas, Arequipa, el Cañón del Colca, la ciudad de Chan Chan, el Valle Sagrado, el Museo del Señor de Sipán, las huacas del Sol y la Luna, Lima misma… Incomprensiblemente, casi nunca se promociona el lugar donde se ubicaba una civilización que tiene como principal característica haber sido la más antigua de América y creadora de la primera ciudad de ese continente propiamente dicha: Caral, incorporada al Patrimonio de la Humanidad en 2009.
Una lástima porque, si bien es cierto que las ruinas de su ciudad, Caral-Supe, no se encuentran en buen estado, también lo es que resulta relativamente fácil acercarse al hallarse en la provincia de Barranca, a sólo ciento ochenta y cuatro kilómetros al norte de Lima.
Mucho más cercanas, pues, que otras que sí concitan atención preferente, como Nazca o Trujillo, que están a mucho más del doble de distancia, pudiéndose llegar por la carretera Panamericana. Y al llegar nadie podrá evitar que se le erice el vello al verse rodeado de lo que queda de aquella cultura, que fue coetánea del Antiguo Egipto o Sumeria, nada menos.

La civilización caral se desarrolló entre los años 3700 y 1800 a.C., entre los períodos Arcaico Tardío y Formativo Inferior andinos; fue cuando surgieron las primeras sociedades complejas, con la particularidad de que, frente a egipcios y sumerios (e indios y chinos) lo hizo en total aislamiento. No había en todo el continente americano prehispano otro pueblo avanzado (subrayemos lo de avanzado, puesto que sí se han encontrado asentamientos previos, como los de La Galgada o Huaricoto, entre otros) con el que pudiera mantener los contactos que suelen impulsar el progreso. En ese sentido, cabe explicar que la otra gran civilización americana primigenia, la mesoamericana olmeca, apareció un milenio y medio más tarde, ya durante el Preclásico; en el ámbito andino, la cultura Chavín no surgió hacia el 1200 a.C., durante el Horizonte Temprano.
En realidad, no había un único pachaca (núcleo poblacional) caralino, contándose hasta ocho repartidas a lo largo de diez kilómetros de las dos riberas del Valle del Supe: Pueblo Nuevo, Cerro Colorado, Alpacoto, Llapta, Lurihuasi, Miraya, Chupacigarro y la propia Caral.

A ellas habría que sumar una docena más de asentamientos menores que extenderían el área de dominio a los valles costeros, las sierras de Huaylas y Conchucos, el altiplano de Junín e incluso las cuencas de ríos tributarios del Amazonas, como el Marañón, el Huallaga y el Ucayali. En total, unos cuatrocientos kilómetros cuadrados.
Por lo tanto, cabe imaginar la sensación que causó la confirmación de que aquel yacimiento arqueológico situado en Chupacigarro Grande, cuya existencia ya habían revelado en 1965 el antropólogo Paul Kosok y el arqueólogo Richard Schaedel -ambos estadonidenses-, aunque sin determinar su edad, correspondía a una etapa precerámica. Fue la peruana Ruth Shady la que, partiendo de trabajos de algunos predecesores (su compatriota Carlos Williams entre 1975 y 1983, el suizo Frederic Engel de 1979 a 1987), confirmó en 1997 que los habitantes del lugar no utilizaban cerámica y, por tanto, Caral debía tener una datación anterior a las demás culturas registradas.
Pese al escepticismo que generó, continuación del de sus colegas predecesores, el análisis por carbono 14 de centenar y medio de piezas, encontradas en las excavaciones que Shady dirigió en sucesivas campañas, confirmó esa antigüedad: nada menos que cinco mil años que rompían los esquemas aceptados hasta entonces y establecían una nueva civilización en el registro histórico. Los caralinos constituían una red de asentamientos que iban del litoral a la montaña, con la ciudad homónima como epicentro administrativo y sagrado, y una economía basada en la agricultura -con mejora de especies mediante experimentación y canales de riego-, la pesca -que incluía la caza de cetáceos y surtía a los asentamientos del interior- y el comercio -que estaba basado en el trueque pero sería desigual, ya que las ciudades se distinguían por su categoría -.

Todo ello sostenido por una organización política cuya cabeza era el huno o señor del valle, ayudado por los curacas (caciques locales) y una casta de gobernantes, sacerdotes y funcionarios que dirigían una sociedad articulada en ayllus (clanes), los cuales colaboraban con la administración siguiendo un criterio jerárquico, además de contribuir con tributos. En eso no había diferencias con otros grupos del entorno. La construcción de templos piramidales escalonados de adobe y piedra, enlucidos con pintura y asegurados contra terremotos en su cimentación mediante shicras (bolsas rellenas de piedras), indica la importancia de la religión como elemento de cohesión y control, presumiblemente a través de un sistema ceremonial multitudinario que, como veremos, incluía la práctica de sacrificios humanos.
Su avanzada arquitectura evidencia amplios conocimientos matemáticos y astronómicos -había observatorios y tenían un calendario-; desarrollaron un arte escultórico en arcilla sin cocer (como vimos, no usaban cerámica y eso es porque no la necesitaban, al fabricar los recipientes en piedra o emplear calabazas vacías) y musical (se han encontrado decenas de instrumentos de caña y hueso, como flautas y cornetas), a las que habría que añadir una escritura basada en el quipu, pues se ha hallado uno y representaciones en relieve de otros que revelan un uso muy anterior, pues, al de los incas.

El centro capital de esa civilización fue la ciudad de Caral, cuyos estratos más añejos se remontan al 5000 a.C., aunque el desarrollo urbano propiamente dicho comenzó dos mil años después. Como es habitual, pasó por varias etapas hasta alcanzar su esplendor entre el 2600 y el 2200 a.C., a partir del cual inició un declive coincidiendo con el crecimiento de otros centros más poderosos (por ejemplo, Era de Pando, una localidad que la superó en tamaño), hasta el abandono progresivo culminado en el 1800 a.C.
Se ignoran las razones concretas para esa decadencia, aunque parece descartable la guerra porque en el sitio arqueólogico no sólo no se han descubierto armas sino que tampoco hay rastro de contiendas ni ejércitos.
¿Cuáles serían entonces las razones del final? Presumiblemente, las habituales: la inestabilidad sísmica y el Niño, o sea, fenómenos naturales que, al igual que pasaría con otras civilizaciones americanas, habrían destruido sus cosechas. Eso colapsaría la economía, al desequilibrar las redes de intercambio entre las poblaciones costeras, que aportaban pescado y marisco, y las interiores, privadas de sus productos agrícolas y, por tanto, abocadas a la pobreza y el hambre. En tales circunstancias, la medida que suele imponerse es la emigración.

Ahora bien, en sentido estricto la marcha de caralinos no supuso el final de su cultura, ya que se establecieron en valles no muy lejanos donde levantaron nuevas urbes; es el caso de Sechín, La Galgada, Huaricoto y Kotosh, que en cierta forma mantuvieron viva la llama original. Por otra parte, la civilización que albergaba la que es considerada primera ciudad de América sentaría el modelo para otras posteriores, como la chavín, la huari o la quechua cuzqueña, de ahí que se tienda a interpretar todo como una especie de continuidad cultural.
Caral, decíamos, empezó a ser excavada de forma sistemática en 1996 mediante el Proyecto Arqueológico Caral-Supe que dirigía la citada Ruth Shady (en 2003 se ampliaría como Proyecto Especial Arqueológico Caral-Supe). El resultado es la salida a la luz de una zona de sesenta y seis hectáreas divididas en dos partes. Una, la central, alberga treinta y dos construcciones públicas, dispuestas siguiendo un calendario astral y en las que cada edificio corresponde a una deidad; entre ellas figuran siete pirámides, cuatro plazas y un par de conjuntos residenciales diferentes (incluyendo talleres), uno de funcionarios y otro de sirvientes, a todo lo cual hay que sumar algunos complejos menores. La otra, periférica, son barrios de viviendas adaptados a la topografía del terreno, posiblemente del estrato social más bajo, dada su modestia.

Obviamente, las pirámides son los elementos más vistosos. Formadas por varias plataformas superpuestas y dotadas de una escalinata central, la considerada principal, por su tamaño y situación en el centro, mide ciento cincuenta metros de largo por ciento diez de ancho y veintiocho de alto; recibe el nombre de Pirámide Mayor y está asociada a otras estructuras, como una pirámide circular -hoy desmoronada- y una serie de estrados escalonados. Ignoramos cómo era el culto, aunque en ese sentido, hay que decir que no se han encontrado en ella restos humanos, lo que invita a pensar que ese tipo de ritual únicamente se practicaba en sitios específicos.
Para ello, se toma como modelo la Huaca de los Sacrificios, ubicada en Áspero, un asentamiento litoral en la desembocadura del Supe que era una localidad que mantenía una estrecha relación con Caral, debido a que, por su cercanía -veintitrés kilómetros-, se encargaba de surtirla de pescado y marisco. Forma parte de la ruta de lugares arqueológicos de esa civilización y fue allí donde, en los años setenta, se hallaron los primeros indicios de sacrificios humanos, al desenterrase en esa huaca los cuerpos, ritualmente inhumados, de un adulto y un bebé; en 2005 y 2009 se les sumaron dos niños y un recién nacido, todos con el cráneo deliberadamente aplastado.
También en Áspero, pero en otro edificio, la Huaca de los Ídolos, se exhumó en 2016 el esqueleto de la bautizada como Dama de los Cuatro Tupus, una mujer de alto estatus social a juzgar por su ajuar funerario. Parece probable que poco a poco vayan aflorando más sorpresas sobre lo que ya sabemos que fue la primera civilización americana.
Fuentes
Gobierno de Perú, Zona Caral (página oficial del sitio arqueólogico) | Ruth Shady Solís, Caral-Supe, la civilización más antigua de América | Ruth Shady Solís y Daniel Cáceda Guillén, Áspero, la ciudad pesquera de la civilización Caral | Ruth Shady y Carlos Leyva (eds.), La ciudad sagrada de Caral-Supe. Los orígenes de la civilización andina y la formación del estado prístino en el antiguo Perú | Wikipedia
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