Aunque la mayoría identificará el nombre Imhotep con el malvado antagonista de las dos películas de La momia (1932 y 1999), en realidad está escrito con letras de oro en la historia del arte por haber creado para el faraón Zóser la famosa pirámide escalonada, que fue el primer gran monumento funerario y sentó las bases de los que a renglón seguido se iban a a convertir en iconos de la civilización egipcia, las pirámides de Giza. Pero, además, Imhotep fue un personaje singular, tan prestigioso que incluso llegó a ser divinizado y es el primer ingeniero y arquitecto conocido de la Historia.

Zóser, al que en su época se llamaba Necherjet (Cuerpo Divino; hasta el Imperio Nuevo no empezó a figurar en las listas reales como Dyeser, es decir, Sublime) era hijo de Jasejemuy, último faraón de la II dinastía. Sin embargo, no le sucedió a él sino al fundador de la III, Sanajt, que a veces aparece con su nombre de trono (el que se ponía oficialmente en los cartuchos), Nebka, de ahí que en la Antigüedad clásica se refirieran a él como Nequeroquis o Nequerofes.

Sanajt sería su hermano mayor o su tío, no está claro. Aclaremos que el sistema de periodización por dinastías, ideado por el sacerdote Manetón, no sigue un criterio genealógico sino cronológico, pasando de una a otra por razones meramente prácticas.

Estatuilla que representa a Imhotep | foto Metropolitan Museum of Art en Wikimedia Commons

En cualquier caso, Zóser ciñó la corona en torno al 2665 a.C. y reinó diecinueve años, hasta el 2645 a.C. Estableció la corte en Abidos y eligió la necrópolis de Bet Jalaf, a una decena de kilómetros de allí, para construir su tumba. Era una mastaba, palabra árabe que designa un tipo de sepulcro de planta rectangular y alzado troncopiramidal, hecho de ladrillos o piedra, en el que la cámara funeraria quedaba bajo tierra y únicamente tenía acceso por un pozo que se cegaba tras el funeral. Ahora bien, los trabajos se abandonaron porque el faraón trasladó su residencia a la capital, Menfis.

Consecuentemente, fue designado un nuevo lugar para el descanso eterno de sus restos mortales: Saqqara, en la ribera occidental del Nilo y a varios cientos de kilómetros de Abidos, lo que indicaría que el faraón había alcanzado un considerable poder porque podía desarrollar su proyecto lejos del lugar tradicional de enterramientos reales, con todo lo que implicaba en cuestiones logísticas.

En Saqqara había otra antigua necrópolis, donde se cree que está enterrado Narmer, el monarca que unificó Egipto e inició así la I dinastía, que se iba a convertir en un rincón muy especial con el tiempo.

Y todo gracias a Imhotep (o Imutes, como le llamaban los griegos), que aparece en la historia de la mano del nuevo faraón como su chaty o tyaty, «el que es la voluntad del amo, los oídos y los ojos del rey»; visir, por utilizar un término más conocido, una vez más de etimología musulmana.

Esquema de una mastaba, por Elin Rand Nielsen/Imagen: Nationalmuseet en Wikimedia Commons

Aunque fue Snefrú, primer faraón de la IV dinastía, el que creó esa dignidad nominalmente para su hijo Nefermaat, los primeros cargos de ese tipo habían surgido en la II dinastía, acumulando una gran variedad de competencias. Más aún en el caso de Imhotep, puesto que además era sumo sacerdote de Heliópolis, cuyo pujante clero había sido asociado a la monarquía.

Pero es que se trataba de un sabio multidisciplinar: ingeniero, matemático, astrónomo, escultor… Antes de emprender la construcción de la pirámide de Zóser, ya tenía un enorme prestigio como médico, considerándosele uno de los autores de lo que un milenio después, a base de copias, quedó reflejado en el célebre papiro Edwin Smith (un documento escrito en hierático que describe medio centenar de heridas de guerra, con sus correspondientes análisis, diagnósticos y tratamientos).

De hecho, Imhotep terminaría divinizado, asimilándose su figura primero a la de Nefertum -dios primordial-, después a la de Thot -dios de las matemáticas y la medicina, patrón de los escribas- y finalmente a la de Asclepios -divinidad griega de la medicina-.

Invocación a Imhotep, por Ernest Board/Imagen: wellcomeimages en Wikiemdia Commons

Pero lo que verdaderamente le ha hecho pasar a la posteridad, más allá del ámbito de los egiptólogos e historiadores de la medicina, es su faceta como arquitecto. Imhotep, que entre su colección de títulos (tesorero del rey del Bajo Egipto, tesorero del rey del Alto Egipto, administrador del Gran Palacio, Señor hereditario, sumo sacerdote de Heliópolis, Hacedor de vasijas de piedra…) incluía el de supervisor de todas las obras de piedra, recibió del faraón el encargo de diseñar su futuro mausoleo y el eminente funcionario decidió hacer algo revolucionario.

Si para Sanajt ya había construido una mastaba atípica, de planta cuadrada en vez de rectangular, esta vez dio un pasó más allá e ideó seis mastabas superpuestas, decrecientes progresivamente en tamaño. Así nació la pirámide escalonada, que alcanzó una por entonces fabulosa altura de más sesenta metros y que también fue revolucionaria en el material de que estaba hecha, pues se empleó piedra caliza de forma general cuando hasta entonces se usaban ladrillos de adobe; ello multiplicaba el peso del conjunto, cosa que solucionó reduciendo el tamaño de los bloques. La cámara sepulcral seguía estando bajo tierra, como en las mastabas normales.

La pirámide escalonada de Zoser | foto Carole Raddato en Wikimedia Commons Crédito: Carole Raddato / followinghadrian.com / Wikimedia Commons

No se trató de una obra que quedase terminada en un día, obviamente. Se prolongó años e implicó a miles de obreros, lo que evidencia el mencionado control de los recursos humanos y materiales por parte del estado, así como da pie a que algunos egiptólogos aventuren que Zóser no estuvo diecinueve años en el trono sino veintinueve, como decía Manetón en su Aegyptíaka (una crónica de la historia de Egipto que incluye una lista de faraones ordenados, como decíamos antes, por dinastías no genealógicas).

Además, los trabajos no se limitaron a la pirámide sino que se extendieron a todo el recinto, ya que el de Saqqara es un complejo funerario de quince hectáreas que incluye diversas estructuras: el Serapeum (lugar de enterramiento de bueyes sagrados) y otros templos; mastabas de los reyes de la I Dinastía; varias tumbas de los faraones de la II, aparte de la de Shepseskaf, que era de la IV; las pirámides de Userkaf, Dyedkara-Isesi, Unas, Pepy I, Merenra I y Pepy II, así como la de la reina Teti; y una quincena de mastabas de miembros de la corte.

Todo ello rodeado por una muralla perimetral de kilómetro y medio de longitud, dentro de la cual se ubicó también un monasterio milenios más tarde.

El complejo funerario de Zóser en Saqqara/Imagen: Frank Monnier en Wikimedia Commons

El impacto que tuvo la pirámide escalonada fue tal que los siguientes faraones de la dinastía quisieron la suya. El primero fue Sejemjet, que probablemente también recurrió a Imhotep, pero no tuvo suerte: sólo reinó seis años y falleció sin ver terminada la obra, cuyas dimensiones eran mayores que la de Zóser (hay que hablar en pasado, puesto que hoy sólo quedan los cimientos). Su sucesor, Jaba, estuvo el mismo tiempo en el trono, por lo que tampoco tuvo tiempo para nada. Después vino Qa-hedyet, que gobernó más de un cuarto de siglo, pero fue enterrado en Abidos.

Entonces empezó la IV dinastía con el mencionado Snefrú, que avanzaría un paso en la construcción de pirámides erigiendo tres, nada menos: la escalonada de Meidum, la romboidal o acodada y la primera propiamente dicha, la Roja, estas dos últimas en Dashur. Luego vinieron Jufu (Kéops), el de la Gran Pirámide de Giza; Dyedefra (que hizo la suya en Abu Roash y hoy está derruida); Jafra (Kefrén, también en Giza) y Menkaura (Micerino, que completaría el famoso trío arquitectónico). El coste y el esfuerzo de levantar pirámides reveló ser excesivo y partir de ahí se volvió a las mastabas, hasta que en el Imperio Nuevo se pasó a los hipogeos, tumbas excavadas en la roca.

La pirámide romboidal o acodada de Dashur/Imagen: Jorge Láscar en Wikimedia Commons

¿Qué fue de Imhotep? En realidad no se sabe con exactitud cómo fue su vida debido a la carencia de fuentes durante los primeros mil doscientos años posteriores a su muerte, de ahí que ignoremos su fecha y lugar de nacimiento, al igual que pasa con los de su fallecimiento -presuntamente vivió hasta el reinado de Unis, el último de la dinastía. De su tiempo apenas hay tres inscripciones que le identifican como visir y es necesario esperar hasta el reinado de Amenhotep III (correspondiente a la XVIII dinastía y que reinó entre los años 1391-1353 a.C. aproximadamente) para encontrar el primer texto sobre él, una invocación religiosa en una tumba que revela que se le rendía culto de forma habitual.

Sin embargo, las referencias más antiguas a su sapiencia médica son del siglo IV a.C., cuando gobernaba la XXX dinastía: por lo tanto más de dos milenios después de su vida, lo que puede que deformase la memoria que había del personaje. En ese sentido, los expertos creen que posiblemente le mencionara el relato titulado Jufú y los magos (que forma parte del Papiro Westcar, una antología de cuentos mágicos escritos durante la XII dinastía), que relata un milagro realizado por un sacerdote del período del rey Zóser.

Lamentablemente, la pieza está en mal estado y se han perdido los fragmentos donde figuraría el nombre de Imhotep. Otro papiro, en este caso del siglo II d.C. y hallado en el templo de Tebtunis, relata una historia en escritura demótica sobre Zóser y su visir.

Inscripción de una estatua con el nombre y títulos de Imhotep junto al del faraón Netjerichet (Zóser)/Imagen: GDK en Wikimedia Commons

Asimismo, se le reseña con todos sus títulos en el famoso Canto del arpista, un poema del Primer Período Intermedio (siglo XXI a.C.) hallado en la capilla funeraria del faraón Intef VII. Gracias a esos y otros documentos se averiguó que Imhotep había alcanzado una inusitada reputación; tanta que su nombre incluso aparece escrito junto al de Zóser en las estatuas de éste, cosa inaudita entonces. E irónica, puesto que el visir fue semidivinizado tras su muerte y posteriormente, en el Período Saíta, deificado del todo; algo que también era poco común en personajes ajenos a la realeza, hasta el punto de que no hay más de una docena de casos, mientras que el faraón no.

El culto a su persona tenía su centro en Menfis y, según el mito, era hijo de una mujer llamada Jeredu-anj, asimilada como semidiosa descendiente de Banebdjedet (una divinidad teromorfa con cabeza de carnero a la que se veneraba en Djedet, ciudad del delta del Nilo más conocida por su nombre griego de Mendes, y que era el equivalente del Jnum del Alto Egipto), y hermano de Renpetneferet. Las oraciones en su nombre solicitaban la curación de familiares enfermos y se supone que las llevaba a cabo mediante sueños, siguiendo una típica combinación de medicina y magia.

Templo de Isis en Filé, parte del cual está dedicado a Imhotep/Imagen: Olaf Tausch en Wikimedia Commons

No obstante, decíamos antes que a Imhotep también se le identificó con Nefertum, por lo que sería hijo de Ptah (dios de la arquitectura y la artesanía, patrón de Menfis) y su consorte Sejmet.

Asimismo, durante el Período Ptolemaico le adoraron desde Alejandría a Meroe, pasando por Tebas, Filé (donde tenía su propio templo) y Deir el-Medina, junto con Amenhotep, otro célebre visir y arquitecto (al servicio del faraón homónimo), de quien se decía que era su hermano; sin fundamento, claro está.

Que Menfis constituyera el sitio principal de su memoria, al igual que su intensa vinculación con Zóser, hacen suponer a los investigadores que Imhotep fue enterrado en Saqqara. Lamentablemente no hay constancia a ciencia cierta porque se desconoce el emplazamiento de su tumba. Otra ironía del destino.


Fuentes

Manetón, Historia de Egipto | Geraldine Pinch, Handbook of Egyptian Mythology | Pat Remler, Egyptian mythology, A to Z | Nicolás Grimal, Historia del Antiguo Egipto | Azael Varas Mazagatos, Breve historia del antiguo Egipto | Alan B. Lloyd, A companion to Ancient Egypt | VVAA, Egiptomanía | Wikipedia


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