Todo buen aficionado al cómic habrá leído alguna de las aventuras de Corto Maltés y, si es así, recordará que uno de los personajes con que el protagonista tiene que tratar en esa primera y germinal historia que fue La balada del mar salado es el Monje, el jefe de los piratas de los Mares del Sur; un individuo misterioso, que habita en su propia isla y cuya identidad es desconocida porque siempre se muestra encapuchado. Al final se desvela de quién se trata, pero lo que nos interesa aquí es que dicho personaje está inspirado en uno real, que vivió en la Edad Media dedicado al corso a pesar de su origen noble y cuyas mil andanzas inspiraron la figura legendaria de Robin Hood: Eustaquio el Monje.

En realidad se llamaba Eustache Busket, nacido hacia 1170 en Courset, en el condado francés de Boulogne, un territorio nacido del pagus Bononiensis, dependiente de la civitas de Morins (un pagus era el equivalente a una tribu, una unidad administrativa romana de categoría inferior a la civitas, siendo ésta una comunidad formada por varios pagus), que desde finales del siglo IX quedó bajo control del condado de Flandes.

Allí vivía Baudoin Busket, señor feudal y padre de Eustache. Éste era su hijo menor, por lo que, de acuerdo a la costumbre de la época, estaba destinado a una profesión religiosa mientras que el primogénito heredaría el feudo.

Mapa de Francia en el año 1180/Imagen: Zigeuner en Wikimedia Commons

En efecto, Eustaquio ingresó en la orden benedictina, incorporándose a la comunidad de monjes de la Abadía de Saint-Wulmer de Samer, también conocida como Saint-Vilmer, un cenobio fundado en el siglo VII en Pas-de-Calais que solía ser el lugar de enterramiento tradicional de los condes de Boulogne. No duró mucho allí porque abandonó la vida monástica en 1190 para tratar de vengar la muerte de su progenitor. Al menos es lo que se deduce de la exigencia de justicia que hizo a Renaud de Dammartin, conde de Boulogne, para el que había entrado al servicio como bailío (nombre que se daba en la Francia septentrional al senescal o mayordomo). Entremedias habría viajado a Toledo una temporada para estudiar magia, según cuentan algunas fuentes biográficas como la Histoire des Ducs de Normandie et des Rois d’Angleterre o Le roman d’Eustache le moine.

El caso es que no era el mejor momento para acudir al conde con demandas, ya que éste se hallaba inmerso en una compleja disputa política: acababa de repudiar a su esposa, Marie de Châtillon, prima del rey galo Felipe II el Augusto, para casarse de nuevo con Ide de Lorraine, hija de otro conde de Boulogne anterior, y liberarse así del vasallaje que debía a Flandes; a causa de ello, Renaud de Dammartin se ganó la animadversión del monarca, con quien menudeaban los roces pese a ser amigos de la infancia y quien ya le había perdonado una vez por apoyar a los Plantagenet contra los Capetos. En 1204, en medio de ese lío, el paladín de Eustaquio en la ordalía sobre su caso perdió y él cayó en desgracia, acusado además de malversación, viendo confiscadas sus tierras y títulos, y pasando a ser un poscrito.

Robin Hood y Little John en su famoso encuentro sobre el río, obra de Louis Rhead en 1912/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Se vengó prendiendo fuego a dos molinos del conde, robándole caballos, emboscando a los guardias que le perseguían, robando con múltiples disfraces y ocultándose en los bosques de Boulogne y Hardelot. Todo ello, enriquecido con aportaciones fantásticas de romances como Le roman de Renart (también conocido como Reynard the Fox), originó una leyenda que, según algunos investigadores, parece haber influído en la coetánea de Robin Hood; hay ingredientes comunes, como el carácter burlón, el origen noble, los disfraces, el escondite forestal, la herencia paterna incautada, el paralelismo entre el conde de Boulogne y el sheriff de Nottingham…

Lo cierto es que buena parte de esos elementos eran típicos de la literatura de la época (Hereward the Wake; Fouke le Fitz Waryn; The Downfall of Robert, Earle of Huntington; Gamelin), por lo que resultarían probables las influencias mutuas. Al fin y al cabo, casi la mitad occidental de la actual Francia pertenecía a los Plantagenet y las historias se oían tanto en un lado como en el otro del canal de la Mancha; además, la comunidad anglo-normanda de Inglaterra era bilingüe, por lo que dichas historias podían traducirse con facilidad.

Lo que estaba claro es que Eustaquio y su familia no podían continuar en aquella precaria situación y optaron por dar el paso definitivo hacia una vida al margen de la ley. De ese modo, él y sus hermanos se convirtieron en piratas y ahí fue cuando se le empezó a apodar con el mote de Monje, obviamente debido a su pasado monástico. Ahora bien, el grueso de sus correrías en la mar no fueron por cuenta propia sino al servicio de señores; al menos una vez superada una primera etapa.

Así, fue contratado por Juan I de Inglaterra (el famoso Juan sin Tierra, hermano de Ricardo Corazón de León), quien entre 1205 y 1212 le envió como corsario repetidas veces, al mando de una flota de treinta naves, contra intereses franceses. El litoral de Normandía y el Canal de la Mancha en general sufrieron sus temibles embates, difundiéndose el rumor de que podía hacerse invisible para aparecer por sorpresa. La realidad era más prosaica: los barcos de Eustaquio habían logrado apoderarse de algunas islas del canal, como las de Sark o Guernsey, que utilizaban como base de operaciones para sus fulminantes golpes de mano.

El rey Juan I de Inglaterra, más conocido como Juan sin Tierra, en un retrato anónimo/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero en 1212 cambiaron las tornas. Renaud de Dammartin rindió vasallaje a Juan sin Tierra y el senescal reconvertido en corsario tuvo que abandonar a su patrocinador inglés para buscar un nuevo señor; el elegido fue Felipe II de Francia, para el que ese mismo año dirigió una incursión contra Folkestone (una ciudad del condado inglés de Kent). Obviamente, con ello se ganó la condena del rey de Inglaterra, que envió una escuadra para desalojarle de las islas del Canal. Sin embargo, las cosas se le iban a poner en contra al monarca, ya que en febrero de 1214, haciendo pinza con un ataque por el este del emperador Otón IV, su ofensiva para conquistar París fracasó ante la fortaleza de La Roche-aux-Moines sin ni siquiera presentar batalla.

Ese mismo 1214 sufrió una dura derrota en Bouvines. La coalición que aglutinaba a Felipe II, el conde Roberto II de Dreux y Braine, el duque Eudes III de Borgoña y el conde Guillermo II de Ponthieu, se impuso a la que formaban Juan sin Tierra y sus aliados, Renaud de Dammartin, el emperador Otón IV, Fernando de Flandes (conde de Flandes e infante de Portugal), el duque Teobaldo I de Lorena, Enrique I (landgrave de Brabante), el conde Guillermo I de Holanda, el duque Guillermo I de Normandía y otro Felipe II (el margrave de Namur). La victoria de los primeros puso fin a la guerra y consolidó a los Capetos en Francia.

De hecho, todavía tuvo un par de efectos más. Por un lado, Otón IV perdió la corona del Sacro Imperio en favor de Federico II Hohenstaufen, a quien había apoyado Felipe II. Éste, al obtener la victoria consideró que había ganado una especie de juicio de Dios y, aprovechando la buena marcha de las cosas, planeó la invasión de Inglaterra; no la llevó a cabo porque el papa Inocencio III, que inicialmente le había dado su bendición al estar enemistado con Juan sin Tierra, finalmente se congració con el inglés y el rey galo tuvo que cancelar la partida de su flota, que ya estaba reunida en Boulogne para ese propósito. Según otra versión, fue derrotado en la mar y Eustache, que formaba parte de la expedición, perdió un barco con un gran castillo de popa llamado Nef de Boulogne.

Conquistas de Felipe II Augusto/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Ahora bien, el hecho de que Felipe arrebatase a Juan la mayoría de los territorios europeos que poseía (Normandía, Maine, Anjou, Touraine y Bretaña) desembocó en una postura de fuerza de los barones del país, que en 1215 exigieron la promulgación de la Carta Magna, una carta otorgada que reducía el poder real absoluto que había en ese momento. Como el rey se negó, ellos se alzaron en armas liderados por Robert Fitzwalter y ofreciendo el trono al príncipe Luis, hijo de Felipe II. Así empezaron dos años de guerra civil, tradicionalmente conocida como First Barons War (es decir, Primera Guerra de los Barones).

Eso permitió a Francia retomar el proyecto invasor y, en marzo de 1216, Eustaquio trasladó un ejército mandado por Luis en persona al otro lado del canal, haciéndolo desembarcar en Kent para después marchar sobre Londres, lo que obligó a Juan a retirarse a Winchester. Como apenas encontró resistencia, Luis fue proclamado rey. Sin embargo, su padre no quedó satisfecho; quizá previendo un contraataque, pensó que era importante adueñarse del castillo de Dover, la llave de la puerta inglesa. Luis aceptó la idea, pero cuando le puso sitio ya se había fortificado y aprovisionado adecuadamente, por lo que fracasó en su conquista.

El príncipe Luis, futuro rey Luis VIII de Francia, en una pintura de Henri Lehman/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Lo malo era que no sólo tenía que desgastar sus fuerzas en el cerco sino que arqueros afines a Juan se dedicaban a hostigar su retaguardia en incómodas acciones de guerrillas. Por otra parte, también los castillos de Windsor y Rochester resistían, mientras se acercaba el invierno y las tropas francesas corrían peligro de verse en tierra extraña sin víveres. A Eustaquio se le encomendó la misión de solucionar ese problema, efectuando labores de enlace y aprovisionamiento; asimismo, construyó una especie de fortaleza flotante equipada con trabuquetes y otras armas de asedio para intentar tomar Dover de una vez.

La disentería mató a Juan sin Tierra en octubre de 1216 y le sucedió su hijo Enrique, cuya escasa edad (nueve años) no parecía augurarle mucho futuro, máxime si se tiene en cuenta que Eleanor de Bretaña, hija de Godofredo, el hermano mayor de Juan, también era candidata al trono y encima legítima por el principio de primogenitura. De todos modos, llevaba casi década y media encarcelada y los barones optaron por no liberarla, al comprobar que el coronado como Enrique III aceptaba firmar la Carta Magna. Eso significaba que el país seguía dividido entre los que admitieron al nuevo rey y los partidarios de Luis.

Éste siguió defendiendo su causa, aun cuando empezó a ver cómo sus antiguos aliados iban poco a poco abandonándole. Tal como Luis temía, su ejército sufrió graves privaciones, aislado de Francia al verse su flota superada por la enemiga y empeñarse en tomar Dover con un segundo sitio, lo que otorgaba libertad de movimientos a los efectivos del adversario. Necesitando refuerzos y bastimentos cuanto antes, encargó a Eustaquio la organización de un convoy de abastecimiento desde Calais. El corsario cumplió su misión y con la ayuda de la esposa de Luis, Blanca de Castilla, reunió setenta naves de carga a las que daría protección una escolta de diez barcos de guerra.

Una visión decimonónica de la batalla, obra de James Grant en 1873/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La flota zarpó el 24 de agosto al mando de Robert de Courtenay, al que asistían Ralph de la Tourniele y William des Barres y el propio Eustaquio, quien navegaba a bordo del Gran Barco de Bayona. Con ellos viajaban centenar y medio de caballeros y hombres de armas con sus monturas; también se embarcaron una catapulta y numerosas provisiones. Pero los ingleses estaban enterados y les salieron al encuentro con una escuadra de unos cuarenta barcos dirigidos por Philippe d’Aubigné, gobernador de Jersey y Hubert de Bourg, gobernador de Dover.

Éstos gozaban de barlovento, así que su táctica consistió en simular la retirada para provocar a los franceses a perseguirlos, separando a unos de otros, para después virar en redondo y atacarlos con el viento a favor. Eustaquio se dio cuenta de la trampa y recomendó a su superior mantener la formación, pero no fue escuchado, por lo que el plan les salió perfecto a los ingleses, que pudieron maniobrar más ágilmente que el adversario al llevar éste sobrecargadas sus bodegas. Las proas embestían los cascos y los arqueros lanzaban un diluvio de flechas y ollas con cal viva contra los galos, cegando a los marineros, incendiando las velas, acribillando a los soldados.

Aquel enfrentamiento, que ha pasado a la Historia como la batalla de Sandwich (o de Dover), terminó con Robert de Courtenay cayendo prisionero junto a muchos de sus caballeros, por los que se pediría un jugoso rescate. No tuvieron la misma suerte los simples tripulantes, pues los que sobrevivieron fueron arrojados al agua, lo que significó la muerte para la mayoría en una época en que no era común saber nadar. Toda la flota francesa fue capturada excepto quince unidades, que lograron huir mientras los ingleses saqueaban las naves de carga; una parte del botín sirvió para costear la construcción en Sandwich del Hospital de San Bartolomé.

La muerte de Eustaquio el Monje en la batalla de Sandwich, según una ilustración de Mateo de París/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Eustaquio, que tuvo que enfrentarse a media docena de barcos enemigos, luchó ferozmente en el puente junto a otra treintena de caballeros; en el fragor del combate perdió su arma y la sustituyó por un remo, pero superado por todas partes se escondió en la sentina con la idea de escapar a la primera ocasión. No pudo y acabó también cautivo, ofreciendo diez mil ducados por su libertad; pero, al haber sido corsario, no le escucharon y su cabeza terminó rodando por el maderamen sin juicio ni espera. Luego fue clavada en una pica y exhibida en Inglaterra. Cabe señalar que otras fuentes no son tan explícitas en su final y dicen que se le ofreció elegir la forma de morir.

A manera de epílogo, digamos que la pérdida del convoy supuso el final de cualquier esperanza de resistencia para Luis. Sus fuerzas se vieron más mermadas todavía con nuevas deserciones y en septiembre de 1217 aceptó firmar el Tratado de Lambeth, por el que se ponía final a la contienda, permitiéndosele el regreso a Francia (donde reinaría como Luis VIII) a cambio de renunciar al trono inglés y recibiendo una indemnización simbólica como compensación. Otra cláusula le obligaba a poner fin a las correrías de los hermanos de Eustaquio, que durante un tiempo continuaron operando en el Canal de la Mancha sin él. Así lo hizo y el Monje pasó a ser un mero recuerdo; glosado eso sí, en unas cuantas obras literarias.


Fuentes

Thomas E. Kelly (trad.), Stephen Knight y Thomas H. Ohlgren (eds.), Eustache the Monk | Maurice Keen, The outlaws of Medieval legend | Glynn Burguess, Two medieval outlaws: Eustace the Monk and Fouke Fitz Waryn | Henry Lewin Cannon, The battle of Sandwich and Eustace the Monk | Wikipedia


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