Agente 355 suena a personaje de cómic o a protagonista de una serie televisiva (de hecho, hay una de 2014 titulada Turn. Espías de Washington que cuenta con razonable fidelidad todo lo que vamos a ver a continuación), pero en realidad es el apodo de una figura real: una espía que actuó durante la Revolución Americana a favor de los rebeldes y que, por tanto, se la podría considerar una de las primeras personas dedicadas a ese oficio en Estados Unidos. El hecho de que se desconozca a ciencia cierta su identidad no hace sino añadirle interés histórico al asunto, por las teorías que hay al respecto.
Lo curioso es que no se conserva apenas testimonio de su existencia, lo que ha hecho correr ríos de tinta sobre el tema; no tanto por su veracidad, que está comprobada, como por los detalles que lo envuelven todo: si se trató de una agente propiamente dicha o sólo una colaboradora ocasional, si pertenecía a una familia de ilustre linaje, si realmente tuvo el triste final que cuenta la leyenda…
Esas dudas derivan de la escasez de fuentes, pues la única mención expresa que se hace a la Agente 355 es en una carta enviada a George Washington.
El futuro presidente de EEUU era por entonces general en jefe del Ejército Continental (llamado así por el Primer Congreso Continental, que celebraron los revolucionarios en 1774) y desde el primer momento había entendido la necesidad de crear un servicio de inteligencia para contrarrestar la teórica superioridad militar británica, de ahí que reclutara a docenas de agentes para misiones de espionaje y contrainteligencia. Él mismo les entregaba las instrucciones en cartas de su puño y letra, indicándoles que prefería recibir la información de la misma manera para ahorrar tiempo y asegurarse de que no eran descubiertos.
Washington buscó y obtuvo fondos del Congreso Continental para ese servicio secreto, optando por recibirlos en metálico, a ser posible en oro («Siempre me ha resultado difícil conseguir inteligencia por medio del papel moneda» dijo). Al contabilizar las sumas en sus diarios, no identificaba a los destinatarios porque, según sus propias palabras, «no se pueden incluir los nombres de las personas que están empleadas dentro de las líneas del enemigo o que puedan caer en su poder». En ese sentido, animaba a sus oficiales a no reparar en gastos y a destinar a labores de espionaje a aquellos «en cuya firmeza y fidelidad podamos confiar con seguridad».
Algunos de los colaboradores de Washington en ese campo son conocidos: Joseph Reed, su mano derecha y organizador; Alexander Hamilton, encargado de recibir los informes y de descubrir a un doble agente (posteriormente llegaría a ser el primer Secretario del Tesoro de EEUU); Elías Boudinot (no confundir con el famoso periodista cherokee), comisario general de prisioneros y encargado de sonsacarles información; Charles Scott y David Henley, que se sucedieron en la jefatura de inteligencia, hasta su relevo por Benjamin Tallmadge, el organizador de una red de espionaje en Nueva York; Thomas Knowlton, que dirigía una unidad operativa sobre el terreno (los Knowlton’s Rangers); y varios más.
Ellos mandaban sobre los agentes de campo, entre los que se pueden nombrar al pionero (y malhadado) Nathan Hale, Haym Salomon, Abraham Patten, James Rivington, Hercules Mulligan, Lewis J. Costigin, Dominique L’Eclise…
De ser cierto -hay dudas de los historiadores-, incluso los miembros de una familia entera, el matrimonio formado por William y Lydia Darragh más su hijo John, que se dedicaron a espiar a los británicos, de los que obtenían información invitándolos a fiestas en su casa y enviándosela después a otro hijo, Charles, que era teniente en el Ejército Continental, escrita taquigráficamente y escondida dentro de botones huecos o cosida al forro de la ropa.
Ahora bien, de la Agente 355 sólo hay una referencia, decíamos: la de una carta que Washington recibió de Abraham Woodhull. Éste era el hijo de un rico hacendado que renunció a su puesto de teniente en la milicia del condado neoyorquino de Suffolk cuando los británicos capturaron a su primo, el general Nathaniel Woodhull, que estaba gravemente herido y le dejaron morir sin auxilio médico ni alimentos. Resultó que Benjamin Tallmadge, al que mencionamos antes, era vecino suyo y le reclutó para la causa, incorporándolo a la red de espías que estaba organizando.
Woodhull se instaló en una pensión que regentaba su hermana en Manhattan, donde solían alojarse mandos y oficiales británicos. Comenzó a suministrar información en 1778, enviando correspondencia -que firmaba con el mote de Samuel Culper– mediante los botes balleneros de otro miembro de la red, Samuel Brewster, descendiente directo de uno de los peregrinos del Mayflower. Como señal para que ambos contactaran, una vecina, Anna Strong, colgaba una enagua negra en el tendal, indicando el sitio exacto de la entrega con un código de pañuelos, también colgados. De ese modo, Washington obtuvo valiosos informes sobre, por ejemplo, las barcazas que la Royal Navy construía para transportar tropas o practicar el corso.
En concreto, la carta alusiva a la Agente 355 iba firmada como Samuel Culper Sr (el pseudónimo habitual de Woodhull) y en ella la describía como «alguien que siempre ha prestado servicio a esta correspondencia». Eso es todo; bastante para hacerle saber a Washington que había reclutado en Nueva York a una espía a su servicio, pero insuficiente para conocer su identidad. Eso sí, no faltan especulaciones sobre ésta y la primera es suponer que se trataba de la mencionada Anna Strong.
Anna Smith -su nombre de soltera-, era vecina y, obviamente, colaboradora de Woodhull, pues ya vimos que se encargaba de contactar con Brewster cuando había información que transmitir. Había nacido en 1740, hija de un coronel y nieta de un juez, contrayendo matrimonio con Selah Strong -de quien tomó el apellido-, quien fue delegado en los tres primeros congresos provinciales neoyorquinos (gobiernos provisionales constituidos entre 1775 y 1777 en sustitución del Committee of Sixty, que los rebeldes formaron para llevar a la práctica el boicot a los intereses comerciales británicos), además de capitán de la milicia de Nueva York.
En enero de 1778, Selah Strong acabó detenido y encerrado en el HMS Jersey, navío de linea de cuarta categoría (sesenta cañones) que ya por esas fechas había quedado obsoleto y por eso la Royal Navy lo destinó primero a buque hospital y luego a pontón (prisión flotante), anclado en Wallabout Bay, cerca de Long Island. Allí eran recluídos los rebeldes capturados, viviendo en condiciones muy duras, apiñados por miles en un espacio pensado para cuatro centenares, sin apenas circulación de aire, escasa atención sanitaria y muy poca comida. Por esta última razón, no era raro que sus familiares los visitaran de vez en cuando para llevarles víveres.
Anna no sólo fue una de las que lo hicieron sino que se las arregló para que sus parientes, acomodados y conservadores -por tanto, con cierta influencia-, presionaran a las autoridades hasta conseguir que pusieran a su marido en libertad condicional. Una vez libre, se consideró aconsejable que Selah y sus hijos se quitaran de enmedio, instalándose en Connecticut, mientras Anna permanecía en el hogar familiar de Long Island, ya que la ley británica preveía la confiscación de sus tierras si quedaban abandonadas.
Es probable que Anna fuera la mujer a la que Woodhull se refería en otra misiva, en este caso remitida a Benjamin Tallmadge, en la que le anunciaba que iba a viajar a Nueva York y que «con la ayuda de una [dama] que conozco, podré burlarlos a todos [los británicos]«. Era en la época en que ella acudía a Wallabout Bay para llevarle comida al encerrado Selah, una tapadera perfecta que se engrosaba con la tranquilidad que proporcionaba el que su familia fuera considerada de confianza por el enemigo, todo lo cual podría ser un indicativo de su identificación con la Agente 355.
De ser cierto, el dinero entregado a Selah Strong en concepto de gastos, tal como figuraba en una partida de George Washington, correspondería más bien a las actividades desarrolladas por la esposa del beneficiario, habida cuenta de que éste se pasó la mayor parte del tiempo encarcelado en el HMS Jersey. Sin embargo, no todos los historiadores están convencidos de que Anna fuera la Agente 355 y recuerdan que hubo al menos otra dama (eso es lo que significaba el número 355 en el código cifrado que empleaba Woodhull), probablemente de clase alta, infiltrada entre los mandos británicos.
Tampoco de ella hay datos, pero sí se sabe que formaba parte del círculo de amistades del mayor John André, nombrado jefe del servicio secreto británico en las colonias americanas desde 1779, tras haber pasado la odisea de caer prisionero de los rebeldes y ser liberado en un canje. Al parecer, a André le gustaba llevar una dinámica vida social, rodeándose de de mujeres jóvenes a las que atraía con su apostura, simpatía y cultura (dibujaba, cantaba y era un prolifico escritor, tanto en prosa como en verso, además de hablar varios idiomas). Peggy Shippen fue una de las cayeron bajo sus encantos, cuando él le hizo un retrato orientalista ataviada con turbante.
Era la esposa -muy joven, sólo dieciséis años- de Benedict Arnold, un general estadounidense que, después de algunos problemas personales y desilusionado con la caída de Filadelfia, estaba valorando pasarse al bando enemigo a cambio de una generosa cantidad de dinero. Precisamente fue Peggy quien puso en contacto a su marido con André para que negociaran que el primero entregara el fuerte de West Point, que estaba bajo su mando; algo que hubiera permitido a los británicos aislar Nueva Inglaterra. Acordaron una entrevista personal, pero la balandra del británico fue descubierta y él se vio obligado a huir por tierra, disfrazado.
No tuvo éxito; interceptado por dos soldados, un consejo de guerra le condenó a muerte en 1780. André no delató a Benedict Arnold, pero los papeles que llevaba sí. No obstante, el que suele ser considerado primer traidor de la historia de EEUU pudo escapar gracias a que su mujer, que al fin y al cabo fue quien lo originó todo, le dio tiempo fingiendo un ataque de histeria y un desmayo ante Washington cuando éste y sus hombres se personaron en su casa para detenerlo.
Antes, Arnold había interrogado al entorno de André porque sospechaba que todo había sido una trampa urdida deliberadamente y se fijó en una mujer que podría ser la Agente 355; la suspicacia se debía a que estaba embarazada y se negaba a dar el nombre de su amante. La denunció a los británicos, que la encerraron en el HMS Jersey, donde falleció pero no sin que antes diera a luz a un hijo al que bautizó como Robert Townsend Jr. En realidad, no sólo no se conserva ningún registro de nacimiento en aquel pontón sino que ni siquiera consta que hubiera mujeres cautivas a bordo. Pero la leyenda le adjudica una paternidad obvia a aquel niño: la del hombre que llevaba su mismo nombre.
Y no era otro que Robert Townsend, un agente más que Woodhull tenía en Nueva York. Nacido en 1753, hijo de un cuáquero y una episcopaliana que tenían una boyante tienda, decidió unirse a los patriotas tanto por la influencia de la lectura del Common sense de Thomas Payne como por la presión tributaria de la metrópoli y el pillaje sufrido por la población de Oyster Bay a manos de los soldados, algo de lo que no se libró su familia (los Queen’s Rangers ocuparon su casa como alojamiento para los oficiales). La fe que profesaba, sin embargo, le impedía empuñar las armas, por lo que su amigo Woodhull le ofreció incorporarse al llamado Culper Ring.
El Culper Ring (Anillo o Círculo de Culper), era como se denominaba la red de espionaje creada por Tallmadge y Woodhull en Nueva York. Culper era una referencia al condado de Culpeper y, por lo visto, fue el propio Washington quien lo propuso recordando el lugar donde había trabajado como topógrafo en su juventud, asumiendo Woodhall el nombre clave de Samuel Culper Sr. y Townsend el de Samuel Culper Jr., mientras Tallmadge usaba el de John Bolton. Townsend se convirtió en el principal agente sobre el terreno, ya que su amigo empezaba a ser demasiado conocido por el enemigo y se quedó como supervisor intermediario entre él y Brewster.
También sus respectivas hermanas formaban parte del círculo y jugaron un destacado papel en la presunta celada tendida a John André. Ya vimos que la de Woodhull, Mary Underhill, tenía la tapadera de la pensión; la de Townsend, Sarah (alias Sally), nacida en 1760, habría sido la que informó del plan de André de sobornar a Benedict para obtener West Point, algo que le habría oído comentar con el general John Graves Simcoe, de los Queen’s Rangers, cuando se instalaron en su casa. Simcoe cortejaba a Sarah, que entonces rondaba los dieciocho años y es posible que aceptase tener con él una breve relación que le permitió enterarse de todo. No obstante, el romance no prosperó y él se casó al regresar a Gran Bretaña mientras que ella permaneció soltera el resto de su vida.
Es probable, eso sí, que todo -o parte- sea una simple leyenda, ya que los detalles no encajan: los soldados dejaron el hogar de los Townsend en la primavera de 1779, por lo que el general no podía haberle dedicado a Sarah más que un par de meses, y además ese relato medio romántico medio de espías no empezó a contarse hasta un siglo más tarde. Pero lo demás sí es cierto y Robert Townsend, que proporcionó mucha y valiosa información, logró mantener su identidad en secreto incluso después de su muerte, en 1834; no se descubrió hasta 1930 y la controvertida casa familiar es ahora sede del Raynham Hall Museum.
¿Era Sarah la Agente 355 o lo fue Anna Strong? Imposible saberlo porque todavía hay una tercera candidata, Elizabeth Burgin. De ella se sabe incluso menos que de las otras, aunque algunos datos son comunes: viuda y madre de tres hijos, solía llevar víveres a los presos de los pontones y por eso en 1779 se le acercó George Higday, otro agente del Culper Ring, proponiéndole unirse a la causa y ayudarle en un proyecto de evasión de los recluidos. Poco después, ese verano, los británicos interceptaron una carta de Washington a Tallmadge en la que mencionaba a Higday, que inmediatamente fue arrestado.
Su desesperada esposa decidió ayudarle denunciando a Elizabeth y las autoridades ofrecieron una recompensa por su captura. Tras permanecer escondida dos semanas, se trasladó a Long Island, donde estuvo un mes antes de pasar a Connecticut y de allí a Filadelfia. Al llegar el otoño se firmó una tregua que le permitió recuperar a sus hijos, aunque estaba en la ruina y por eso Washington le asignó una pensión que recibió, según los archivos, al menos hasta 1787.
El misterio de la Agente 355 sigue vigente.
Fuentes
Alexander Rose, Washington’s spies. The story of America’s first spy ring | Victoria Williams, Culper Spy Ring | Lisa Tendrich Frank, ed., An encyclopedia of American women at war. From the home front to the battlefields | Thomas Kuehhas, Did Sally Townsend save West Point? | Brian Kilmeade y Don Yaeger, George Washington’s secret six. The spy ring that saved the American Revolution | Willard Stars Randall, Benedict Arnold. Patriot and traitor | Wikipedia
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