Si hay algún lector especialmente cinéfilo probablemente sabrá que los guiones de películas clásicas como ¡Qué verde era mi valle! (que obtuvo una nominación al Óscar), El fantasma y la señora Muir, La túnica sagrada o El tormento y el éxtasis fueron obra del neoyorquino Phillip Dunne, que también ejerció de director y productor en varios filmes y hasta tiene una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.
Lo que sorprenderá a más de uno es que Dunne era hijo de la primera mujer de EEUU que ganó una competición en unos Juegos Olímpicos, Margaret Ives Abbot, quien además nunca se enteró de su hazaña.
Otra sorpresa que nos depara la madre es que consiguió la medalla en una disciplina que después desapareció de los Juegos Olímpicos durante mucho tiempo -más de un siglo- hasta que se recuperó en los de Río de Janeiro de 2016: el golf. Y todo, como pasa tan a menudo en la vida por una casualidad: participó en la prueba de forma improvisada, mientras daba un paseo por París, donde se celebraban los juegos del año 1900, decidiendo entrar a ver el torneo que había en un club sin saber que formaba parte de ellos; eran otros tiempos y Pierre de Coubertin apenas había restaurado el evento cuatro años antes.
Sin embargo, no todo fue tan fortuito como parece. Margaret había nacido en Calcuta en 1878 pero, al poco, se quedó huérfana de padre y su progenitora, Mary Perkins Ives Abbott, escritora y crítica literaria, decidió dejar la India para trasladarse a Boston, donde obtuvo un empleo como editora literaria del Evening Post. Sin embargo, luego publicó un par de novelas con éxito suficiente como para ser contratada por The Chicago Herald, así que se volvieron a mudar y fue en la capital del estado de Illinois donde se instalaron con el hermano de ella. También allí se inscribió, junto a su hija, en el club de golf local, siguiendo la sugerencia de su amigo Charles Blair MacDonald (considerado padre del golf amateur en EEUU).
Resultó que a ambas se les daba bien y empezaron a ganar un torneo tras otro, de modo que la redactora de prensa solía aparecer en las páginas del propio periódico de cuya plantilla formaba parte (que había cambiado de nombre porque en 1895 se fusionó con el Chicago Times para formar el Chicago Times-Herald y, a partir de 1901, el Chicago Record-Herald). Poco después Mary se embarcó en la preparación de una guía de viajes y en 1899, retomando esa vida tan poco sedentaria, se instaló en Francia; Margaret la acompañó para estudiar a los grandes artistas del país.
Eligieron París, que precisamente en 1900 era la sede de la segunda edición de los Juegos Olímpicos modernos. Y un día de octubre, ambas estaban visitando Compiègne (a unos cincuenta kilómetros de París) cuando se toparon con el mencionado club de golf, en el que vieron se iba a celebrar un torneo. La tentación fue demasiado grande y entraron para inscribirse. No se percataron de que se trataba de la prueba de los Juegos Olímpicos por varias causas. En primer lugar, la publicidad que se les daba entonces era escasa y confusa; si bien su nombre oficial era Jeux de la IIe Olympiade, las pruebas solían reseñarse simplemente como Championnats Internationaux (Campeonatos Internacionales).
Aquel año los Juegos pasaron bastante desapercibidos al estar enmarcados en la Exposición Universal, que se extendía de abril a noviembre y para la que se habían construido, entre otras cosas, la estación de Orsay (el actual museo), el Grand Palais, el Petit Palais y el puente de Alejandro III, aparte de una enorme noria en la avenida de Suffren. De hecho, aunque finalmente se consideraron la segunda edición olímpica, originalmente estaban planteados como meras competiciones internacionales de ejercicio físico y deportes, complementando al otro gran evento. Las pruebas se repartieron, pues, a lo largo de seis meses, en vez de concentrarse en dos semanas, con poca repercusión mediática.
Además era la primera vez que participaban mujeres. No muchas, ya que únicamente lo podían hacer en cinco deportes (tenis, vela, hípica, croquet y el citado golf), razón por la cual sólo acudieron 22 entre un total de 997 deportistas procedentes de 24 países (compárese por ejemplo con Tokio 2020, donde compitieron 11.326 de 206 nacionalidades). En fin, si la británica Charlotte Cooper se convirtió en la primera campeona olímpica de la Historia en competición individual, en tenis (la suizo-estadounidense Hélène de Pourtalès ganó antes, en vela, junto a su marido), Margaret Abbot iba a tener el honor de abrir camino para EEUU.
Le benefició aquella precaria organización, que a menudo incluso ignoraba los nombres de los atletas que habian de tomar parte en cada prueba. Fue lo que ocurrió el 4 de octubre, cuando las golfistas salieron al green, que era de sólo nueve hoyos -media ronda- en vez de los treinta y seis masculinos -dos rondas de dieciocho-, al pensarse que las mujeres tendrían dificultades físicas para terminar tanto recorido; desde luego, las tenían en vestimenta, pues todas llevaban las largas faldas y anchos sombreros de la moda de principios de siglo. La propia Margaret explicaría que vestía una falda ajustada y tacones, lo que limitaba mucho sus movimientos.
Pero, por lo explicado anteriormente, ni las Abbott ni ninguna rival eran conscientes de estar en unos Juegos Olímpicos (y enseguida veremos la curiosa anécdota que ello provocaría), así que no le dieron mayor importancia. El caso es que, entretanto, Margaret se impuso con una tarjeta de cuarenta y siete golpes, ocupando el segundo y tercer puestos las también estadounidenses Pauline Whittier y Daría Pratt. Mary quedó en séptima posición con sesenta y cinco golpes, pero también hizo historia porque es la única vez en que madre e hija han competido juntas en el mismo deporte y en los mismos Juegos Olímpicos.
La Exposition Universelle se cerró el 12 de noviembre con un gran éxito de participación: 58 países, más de 76.000 empresas y casi 51 millones de visitantes. Antes, el 28 de octubre, habían terminado los Jugos Olímpicos sin ceremonia de clausura -tampoco la hubo de apertura-, aunque dejando unas cuantas anécdotas: aparte de la que nos ocupa y de los peculiares deportes que había (entre ellos, globos areostáticos, pesca con caña o ¡tiro con cañón!), el atleta Alvin Kraenzlein sigue teniendo hoy el récord de oros en atletismo en una misma edición (cuatro), un niño holandés fue el campéon más joven de la historia haciendo de timonel de su equipo de remo y Francia quedó en la primera posición del medallero.
Margaret regresó a EEUU con su premio, que no era una medalla de oro sino un cuenco de porcelana dorada (las medallas se empezaron a dar en San Luis 1904). Lo hizo con su madre, quien jugó otro papel esencial en la vida de su hija al presentarle al jefe de redacción del Chicago Evening Post, el nuevo diario para el que trabajaba como revisora literaria. Se trataba de Finley Peter Dunne, un popular periodista y escritor, muy popular por haber creado al personaje humorístico de Mr. Dooley, un camarero inmigrante irlandés que opinaba sobre todos los temas de actualidad en la barra de su bar.
Dunne entabló buena amistad con su colega, a la que consideraba la mujer más ingeniosa que conocía y ayudó cuanto pudo en su carrera, aunque seguramente no imaginaba que terminaría estableciendo lazos familiares con ella. En efecto, en una de las reuniones de la alta sociedad a las que asistían, Mary le presentó a su hija, que el 10 de diciembre de 1902 se casaba con él. Tuvieron cuatro hijos, el más pequeño de los cuales fue Phlilip Dunne, el guionista que reseñábamos al principio. Éste nació en 1908 y para entonces hacía cuatro años que había fallecido Mary (9 de febrero de 1904).
Margaret continuó practicando el golf, pero nunca volvió a unos Juegos Olímpicos. Ello se debió a tres razones. En primer lugar, como decíamos antes, ese deporte dejó de ser olímpico hasta que se recuperó en 2016. En segundo, las mujeres no pudieron participar en atletismo, el deporte estrella de las Olimpiadas, hasta las de Ámsterdam de 1928, por lo que la resonancia mediática era baja. Y tercero, sobre todo, porque Margaret no llegó a saber nunca que había sido la primera campeona de su país. Dunne murió en 1936 y su esposa lo hizo en 1955, a los setenta y seis años de edad, en la completa ignorancia de su histórica gesta.
Fue Paula Welch, una profesora de la Universidad de Florida que además formaba parte de la Junta Directiva Olímpica, la que, tras una década de investigación sobre la historia de los Juegos, descubrió las anómalas condiciones en las que se había desarrollado la prueba de golf de Compiègne. Recopilando los artículos periodísticos que informaban sobre el tema, encontró el nombre de Margaret Abbot e informó a sus hijos de la victoria de su madre. Gracias a eso, al menos se le pudo rendir un homenaje póstumo en Atlanta 96.
Fuentes
Paula Welch, Search for Margaret Abbott | Bill Mallon, The 1900 Olympic Games. Results for all competitors in all events, with commentary | Linda K. Fuller, Female Olympians. A mediated socio-cultural and political-economic timeline | Bill Mallon, Golf and the Olympic Games | International Olympic Committee | Olympedia | Wikipedia