Corría el año 1911 cuando un escándalo sacudió Jerusalén y, por extensión, toda la región palestina, llevando al Imperio Otomano a tener un roce con Reino Unido. Los miembros de la Expedición Parker, una misión arqueológica que excavaba en la ciudad, fueron sorprendidos trabajando de noche y disfrazados de árabes en el Haram al-Sharif o Monte del Templo, donde están el Muro de las Lamentaciones y la Explanada de las Mezquitas.

Aparte de ilegal, era una profanación y originó ruidosas manifestaciones de repulsa internacional que obligaron a los responsables a huir precipitadamente en barco. El líder de aquellos prófugos se llamaba Montagu Parker y era un inglés de noble cuna metido a cazatesoros que lo que verdaderamente buscaba eran las riquezas perdidas del rey Salomón.

Hace tiempo dedicamos un artículo a Roy Chapman Andrews, un aventurero estadounidense que proporcionaba restos paleontólogicos al Museo de Historia Natural de Nueva York en los años treinta y pasa por ser el personaje que inspiró a Lawrence Kasdan, el guionista de En busca del arca perdida, para su protagonista, Indiana Jones. En realidad, el intrépido arqueólogo de la pantalla tuvo más fuentes, unas puramente cinematográficas (como el Charlton Heston de la película El secreto de los incas) y otras de su propio ramo científico; entre estas últimas figura, sin ninguna duda, Montagu Parker.

Cartel de la película Raiders of the lost ark

Montagu Brownlow Parker, quinto conde de Morley, nació en 1878, en pleno apogeo del Imperio Británico, como segundo hijo del matrimonio que formaban Albert Edmund Parker y Margaret Holford. El padre era uno de los dirigentes del Partido Liberal y formó parte de dos gobiernos de Gladstone en aquella alternancia de poder que efectuaba con el Partido Conservador, primero con Disraeli y luego con Gascoyne-Cecil, típica de la segunda mitad del siglo XIX: en el primero (1880-85) fue subsecretario de Estado para la Guerra y en el segundo (unos meses de 1886) comisionado de Obras Públicas.

Se entiende pues que el joven Montagu recibiera una esperada educación en uno de los mejores colegios del país, Eton College, de donde salieron una veintena de primeros ministros, príncipes, académicos, escritores, diplomáticos y militares. También es fácil deducir que, tras terminar esa etapa formativa, Montagu inició otra castrense ingresando en el Regimiento de Gloucester, en el que se graduó como teniente en 1898. Destinado a los Grenadier Guards al año siguiente, entre 1900 y 1902 tomó parte en la Segunda Guerra de los Bóer, resultando levemente herido en Thaba ‘Nchu. Tras la contienda, regresó a Inglaterra como ayudante de campo del teniente general Laurence Oliphant y en 1907 ascendió a capitán.

Montagu Parker hacia 1900, formaba parte de la Guardia de Granaderos/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Entretanto, su progenitor falleció en 1905, por lo que el título de conde fue heredado por el primogénito, Edmund Robert (además, había otros dos hermanos en la familia: Mary Theresa y John). Para entonces, Montagu empezaba a mostrar cierta tendencia a la excentricidad, imaginando las empresas más extravagantes en busca de ingresos extra con que satisfacer su gusto por una vida de lujo. En ello estaba cuando, en 1908, conoció en Londres a Valter Juvelius, un finlandés escritor, poeta, topógrafo y traductor del sueco que estaba en la capital británica presentando la tesis con la que había obtenido el doctorado en filosofía por la Universidad de Helsinki.

La obra se titulaba Judarnes tideräkning i ny belysning (Cronología de los judíos bajo un nuevo enfoque) y estaba basada en la transcripción de un pasaje codificado del Libro de Ezequiel que había encontrado en una biblioteca de Constantinopla, completándolo con otro fragmento conservado en un museo de San Petersburgo y confrontándolo con el texto de la Mishná (una recopilación de tradiciones orales hebreas del período del Segundo Templo, es decir, entre los años 536 a.C.-70 d.C., redactada a principios del siglo III d.C, por el rabino Yehuda HaNasí para evitar que cayeran en el olvido).

Lo importante era que, según Juvelius, la traducción de aquella pieza revelaba con exactitud el lugar donde permanecía escondido perdido el tesoro de Salomón, el monarca judío de proverbial sabiduría cuya vida narra la Biblia (en el Libro de los Reyes y el Segundo Libro de las Crónicas). Se trata ésta de la única fuente documental, ya que el Corán es muy posterior y no hay inscripiciones ni registro arqueológico que confirmen los datos bíblicos, a pesar de que al soberano se le atribuyen textos como el Eclesiastés, el Libro de los Proverbios y el Cantar de los Cantares.

Valter Juvelius en Jerusalén, durante la Expedición Parker, ataviado a la moda local/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El reinado de Salomón se consideraba el de mayor esplendor y riqueza de la historia del Reino de Israel, fruto de las relaciones comerciales con Saba y Fenicia. El Libro de los Reyes, por ejemplo, dice que un solo año recaudó seiscientos sesenta y seis talentos de oro, lo que equivaldría a unas doce toneladas de ese metal precioso, teniendo en cuenta que cada talento valía alrededor de dieciocho kilogramos.

Por tanto, ya venía de muy atrás en el tiempo la idea de que Salomón había acumulado un fabuloso tesoro que permanecía oculto en algún lugar olvidado, esperando su descubrimiento.

Se creía que ese sitio estaba enterrado en Jerusalén, en un escondite abovedado bajo lo que hoy se conoce como Haram al-Sharif, el Monte del Templo. Es la elevación orográfica sobre la que Salomón contruyó su fabuloso santuario, destruido en el 587 a.C. por el babilonio Nabucodonosor II y reconstruido por Zorobabel cinco décadas después, cuando Babilonia cayó en manos persas y Darío I permitió regresar a los judíos a su tierra (Herodes el Grande lo amplió en el siglo I a.C. y los romanos lo destruyeron en el año 70 d.C., quedando actualmente el Muro de las Lamentaciones como único vestigio).

Reconstrucción del templo de Salomón en un grabado decimonónico, basado en la descripción bíblica/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La tentación de hallar no sólo el tesoro en sí, sino también el Arca de la Alianza (donde se guardaban las Tablas de la Ley), e incluso un mítico manuscrito que contendría la verdad sobre la resurrección de Cristo, fue irreprimible para Montagu, que entabló relación con Juvelius por mediación de Johan Millén, un ingeniero sueco dedicado a la fabricación de jabón en Amberes, y un militar de esa misma nacionalidad, un tal capitán Hoppenrath, quien aseguraba haber explorado el Congo. Ambos olieron el oro y apoyaron al finlandés, que primero había hecho la oferta -sin éxito- al gobierno de los Jóvenes Turcos (Jerusalén estaba bajo dominio otomano).

En cambio, Montagu aceptó con entusiasmo organizar una expedición y, tras dimitir de su puesto en los Granadier Guards, se puso a recaudar fondos frenéticamente, acudiendo a diversos patrocinadores acaudalados. Entre ellos figuraban la duquesa de Marlborough, Consuelo Vanderbilt, y el industrial alimentario estadounidense Philip Armour, de los que consiguió la suma de veinticinco mil libras, aunque parece ser que hubiera podido obtener mucho más de no haber rechazado a algunos inversores que se presentaron. La ausencia de verdadera base científica no era óbice, como se ve, para encontrar financiación en esa época.

Área de las excavaciones de la Expedición Parker en el Monte del Templo. Al fondo a la derecha se ven la Cúpula de la Roca y la Mezquita Al-Aqsa/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Eso se debía a que, por entonces, Jerusalén estaba sometida a varias excavaciones aprovechando una una red hidráulica que permitía evitar la ciudad moderna y gracias a la cual se habían hecho importantes descubrimientos a lo largo del siglo XIX: en 1867, Edward Robinson encontró el Túnel de Siloé, que se asimilaba al túnel de Ezequías (el canal que llevaba agua a Jerusalén); en 1867, Charles Warren dio con el pozo que lleva su nombre; y, en 1880, Conrad Shick desenterró la Inscripción de Siloé (la pieza epigráfica más antigua hallada en Israel hasta esa fecha).

No resulta extraño, por tanto, que, en tal contexto, en 1885, un funcionario metido a escritor llamado Henry Ryder Haggard usara toda esa fiebre historicista como base para, combinado con las riquezas minerales y diamantíferas que había tenido ocasión de ver en su destino sudafricano, publicar una exitosa novela titulada Las minas del rey Salomón, que escribió en apenas un mes y que se convirtió en un instantáneo y enorme éxito editorial.

Volviendo al tema, el Pozo de Warren, junto con la Fuente del Gihón (un manantial que abastecía de agua a Jebús y regaba el todo el Valle del Cedrón, pero que, al ser intermitente, impulsó la construcción de la Piscina de Siloé, con la que se conectaba mediante el mencionado Túnel de Ezequías), iban a ser el punto de partida para lo que se llamó la Expedición Parker, que ya estaba en pleno proceso de organización.

Valter Juvelius en el interior del túnel excavado/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ese otoño de 1908 se constituyó una empresa bautizada con las iniciales de los principales participantes, JMPFW Ltd, correspondientes a Juvelius, Millén, Parker, Fort y Waughan, si bien el finlandés tenía más acciones que el resto, una cuarta parte. Obtuvieron el visto bueno del Imperio Otomano a cambio de la mitad de las acciones de la empresa y contrataron los servicios de Hagop Makasdar, intérprete recomendado por el gran visir, quien además les asignó dos supervisores (Abdulaziz Mecdi Efendi y Habip Bey, futuros líderes del partido conservador).

Para realizar los trabajos fue necesario comprar la tierra, todo un problema porque tenía doscientos propietarios, lo que provocó recelo en el gobernador local, a quien no se había informado. Fue necesaria la intervención del gran visir para que se procediera a una expropiación, con la excusa de levantar allí un hospital y una escuela. El número de miembros de la expedición se había incrementado con varios nobles, militares y videntes, quejosos unos de la incomodidad de la casa en que se alojaban, empeñados otros en vislumbrar mentalmente dónde estaba el tesoro, aunque no se les hizo mucho caso (uno apuntaba al monte Ararat, que no quedaba muy a mano).

Más importancia tenía la incorporación de Louis-Huges Vincent, un sacerdote dominico considerado uno de los mayores expertos mundiales en arqueología bíblica, que en 1911 publicaría Underground Jerusalem (Jerusalén subterránea), el informe oficial de aquella aventura. De hecho, él era el único arqueólogo auténtico y bajo su supervisión -que no dirección directa- se empezó a excavar en agosto de 1909 con la oposición inicial de los vecinos (debida a que fue necesario cortar temporalmente el suministro de agua), solventada finalmente al compensarles contratando con buenos salarios a muchos de ellos.

Un trípode con polea para extraer tierra y escombros del túnel excavado/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El resto del equipo, carente de los conocimientos adecuados, empleaba la mayor parte del tiempo en entretenerse como podía (ruidosas juergas nocturnas, apuestas sobre la cantidad de tierra a extraer cada día, tiro al blanco con naranjas, bromas pesadas a los arrieros…), lo que no tardó en originar duras críticas de la prensa local. La llegada en yate, la colocación de vigilantes en el perímetro, el tono secreto con que se llevaba todo y una huelga solventada con un juicio a los responsables, al que Montagu se presentó con la guerrera roja y el morrión de pelo de oso de granadero, escoltado por una guardia de lanceros otomanos, fueron cosas que tampoco ayudaron.

La primera temporada de excavaciones terminó sin más resultado que el prometedor hallazgo de un túnel que luego resultó ser una simple alcantarilla y un gasto medio diario de cuatro mil dólares. En agosto de 1910 empezó la segunda vaciando la Fuente de Gihón; como el agua se desvió para los vecinos la medida fue bienvenida, pero los túneles que se abrieron a continuación no obedecieron a un plan lógico, lo que hizo resurgir las críticas y obligó a sobornar a las autoridades locales cuando los dos funcionarios turcos, en desacuerdo con el sistema y recelando del poco rigor cientifico, decidieron regresar a Constantinopla.

Artículo del periódiso El Paso Herald/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Incluso lo bueno parecía devenir en malo. Aparecieron algunas tumbas antiguas y restos de fortificaciones que fue imposible ocultar a otras expediciones cercanas. Alertadas de lo que en realidad se estaba buscando, la noticia llegó al barón Edmund de Rothschild, banquero filántropo que había subvencionado asentamientos judíos en la ciudad y que, disgustado con la idea de que el tesoro de Salomón acabara en manos gentiles, compró las tierras por donde debían discurrir los trabajos, prohibiendo el acceso a ellas y encargando sus propias excavaciones al arqueólogo francés Raymond Weill (que, además de antiguo alumno del prestigioso Gaston Maspero, era judío).

Como el barón dio de plazo a Parker hasta el otoño de 1911 y luego tendría que ceder su sitio, el esfuerzo se redirigió hacia el Monte del Templo, sobornando al nuevo gobernador, Azmi Bey, y al jeque Khalil al-Zanaf, el guardián hereditario de la mezquita al-Aqsa, para que dieran su autorización, ya que se trataba de un área prohibida.

Parker y sus compañeros se pusieron a excavar por las noches, vestidos a la usanza árabe, otra vez sin coherencia: seguían una dirección y cuando encontraban un obstáculo la cambiaban; el único hallazgo fue el llamado Pozo de Almas, una cueva artificial donde presuntamente se depositó el Arca de la Alianza (que les sonará a quienes hayan visto En busca del arca perdida); resultó ser minúscula y encima estaba vacía.

El padre Louis-Huguet Vincent en uno de los túneles excavados por la Expedición Parker/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Una noche, un guardia que no había sido sobornado les pilló con las manos en la masa, sacando sacos de escombros, y presentó la correspondiente denuncia por allanamiento de lugares sagrados. Los miembros de la expedición tuvieron que huir en el yate, mientras corría como la pólvora el rumor de que se llevaban el tesoro de Salomón: sus atributos reales (corona, cetro, anillo) más los del rey David, el Arca con las Tablas de la Ley… incluso la espada de Mahoma. El escándalo popular, plasmado en manifestaciones y huelgas, tanto contra las autoridades locales como contra los europeos, provocó una comisión de investigación que destituyó a Azmi Bey y Khalil al-Zanaf, así como tensión diplomática entre el Imperio Otomano y Reino Unido. También hubo críticas en la prensa y el mundo académico.

Parker se defendió insistiendo en el cuestionado objetivo científico de su expedición y cuando amainó la tormenta, en septiembre de 1911, recibió permiso para retornar a Jerusalén. Sin embargo, las autoridades locales le denegaron la entrada y tuvo que acudir otra vez al gobierno de Constantinopla. Las gestiones se dilataron en el tiempo y, mientras, en 1913, el francés Raymond Weill inició sus excavaciones, oficialmente en busca de tumbas reales, aunque era inevitable no tener en cuenta lo del tesoro. Su informe, publicado en 1920, reprendía a Parker por el estropicio subterráneo que había hecho, si bien exculpaba a Louis-Huguet Vincent.

Como decíamos antes, este último sí era arqueólogo y nueve años antes había publicado el reseñado Underground Jerusalem, un informe de la campaña en el que documentaba la limpieza del Túnel de Ezequías, así como su precisa medición, e identificaba la colina oeste de Jerusalén con el emplazamiento de Jebús, la Ciudad de David: el asentamiento derivado del que fundaron los jebuseos (una tribu cananea local) en el tercer milenio a.C. bajo el nombre de Uru-Salem y del que posteriormente surgió la capital israelita. A los miembros de la expedición los nombraba sólo por sus iniciales, destacando la amabilidad y voluntad de Montagu Parker por encima de su falta de conocimientos y, por supuesto, exculpándole de la acusación de saqueador.

Montagu Parker forografiando Jerusalén/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Y es que la expedición se había acabado. Juvelius, que tuvo que volver a su país en 1910 por enfermedad, retomó su trabajo como director de la biblioteca municipal de Vyborg. En 1916, bajo el pseudónimo de Heikki Kenttä, publicó un libro de cuentos titulado Valkoinen kameeli (El camello blanco y otras historias de Oriente), uno de cuyos relatos, La verdad sobre la profanación de la mezquita de Omar, era una recreación personal de lo vivido en Jerusalén, con nombres ficticios. En 1918 fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Finlandia, falleciendo cuatro años más tarde de un cáncer de garganta.

Su compañero sueco, Johan Millén, también dio su versión literaria con la obra En el camino correcto. Descubrimiento de la antigua ciudad de David: las diez tribus de Israel reveladas. En ella utilizaba parte del material publicado por Vincent pero, creyendo que no era de dominio público, lo manipulaba; donde uno describía con sobriedad científica las cosas, el otro las exageraba hasta lo grotesco (entre otras cosas, hablaba de radiaciones emitidas por el Arca de la Alianza, como luego explicarían también en la película) y dejaba patente su condición de simple cazatesoros.

Plano de los trabajos de la Expedición Parker/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En cuanto a Montagu, se reincorporó al ejército en 1914, a causa del estallido de la Primera Guerra Mundial, y aunque parece ser que no llegó a combatir en las trincheras, fue condecorado con la Croix de Guerre francesa. Después, presidió la Cámara de Comercio e Industria de Plymouth y en 1951, al morir su hermano mayor, heredó el título familiar como quinto conde de Morley, sumiéndose una vez más en su anterior vida de dispendio frívolo. Pese a los rumores que hubo de posible romance con Ava Astor, la viuda del multimillonario estadounidense, él siguió soltero hasta su fallecimiento en 1962.

La Expedición Parker que pretenciosamente lideró apenas supuso unas pocas piezas menores de cerámica para la arqueología, pero, irónicamente, a la larga triunfó de dos insospechadas maneras. En primer lugar, animó a la financiación de la misión de Raymond Weill, que sí fue provechosa (entre otras cosas, descubrió en una vieja cisterna la Inscripción de Teodoto, la más antigua conocida de una sinagoga de la región). Y segundo, con el asunto de la profanación creó conciencia popular palestina.

En realidad se podría añadir una tercera. No sólo fue la chispa que en 1981 dio lugar a la película de Spielberg, sino que, además, el guión de un capítulo (finalmente descartado) de la serie televisiva Las aventuras del joven Indiana Jones, muestra al protagonista, por entonce de nueve años, uniéndose a las excavaciones de Montagu Parker y termina huyendo con él de una encolerizada multitud cuando les descubren. El arca no está bajo el Monte del Templo, le dice su maestro Abner Ravenwood, y añade un profético guiño: algún día será un verdadero arqueólogo quien la encuentre.


Fuentes

Jerusalem: the biography (Simon Sebag Montefiore)/Archaeology and the Old Testament (James B. Pritchard)/Hezekiah’s tunnel: an identity crisis (Joel E. Lisboa Morales)/The Ark of the Covenant – Investigating the ten leading claims (Paul Blackholer)/Treasures of the lost races (Rene Noorbergen)/Wikipedia


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