«Caballero fuerte y valeroso que, voluntario en la guerra, se distingue por sus hazañas» y «defensor denodado de alguien o algo«. Ésas son las dos acepciones con las que la RAE define el término paladín, que en la actualidad y generalmente asociamos con la imagen clásica del caballero andante. Pero paladín, cuya etimología viene del latín palatinus (palaciego), fue también el nombre genérico de los doce caballeros legendarios de la corte de Carlomagno, tal como narran los cantares de gesta y, sobre todo, la Chanson de Roland: los Doce Paladines o Pares.
El cantar de Roldán (en español) es un poema épico escrito entre los años 1040 y 1115 en lengua de oil (romance) y atribuido a un religioso, como casi todos: un monje normando llamado Turoldo. Consta de cuatro millares de versos decasílabos, estructurados en laisses (un tipo de estrofa equivalente a la tirada), en los que se cuentan las andanzas del personaje del título.
Éste, en realidad, sólo era un margrave (marqués) de Bretaña que vivió tres siglos antes y que en la obra pasa a ser el sobrino de un anciano Carlomagno. Junto con su inseparable amigo Oliveros y los otros once Pares, acompaña al emperador allende los Pirineos para negociar una oferta de paz de los musulmanes de Zaragoza.
Entra pues en Al Ándalus y, a la vuelta, al mando de la retaguardia imperial, se encuentra con una trampa urdida por su padrastro, que quiere vengarse de su fanfarronería, la misma que le perderá al no querer solicitar ayuda cuando los sarracenos caen sobre ellos en gran número. Ocurre en Roncesvalles, rememorando una emboscada histórica sólo que desatada por vascones en lugar de musulmanes. Carlomagno acude finalmente en su ayuda pero demasiado tarde, pues Roldán ha muerto valientemente en combate junto a su fiel amigo. Ganelón, el padrastro traidor, será condenado tras una ordalía y ajusticiado.
A nadie se le escapará cierta similitud de este argumento con el del ciclo artúrico que en Gran Bretaña (incluida la Bretaña francesa, por entonces inglesa) glosa las aventuras del rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda. Tampoco pasará desapercibido que sean doce los paladines, un número de clara referencia a los Apóstoles cristianos, aunque la cantidad varía en otros romances. Sus nombres, según El cantar de Roldán, serían -aparte del nombrado- Rhobar, Gérin, Gérier, Bérengier, Otton, Samson, Engelier, Ivon, Ivoire, Anséis, Girard y Cecil; todos ellos protagonizan numerosas hazañas, como sus equivalentes británicos Lancelot, Perceval, Gawain, Galahad y demás.
Decíamos que en otras obras hay algunos cambios y añaden a la lista de paladines a algunos personajes que en la Canción de Roldán no son tales, como Ogier el Danés (príncipe de Dinamarca que, tras varios años de enemistad con Carlomagno, se une a él contra los musulmanes y en la batalla logra acabar con el gigante Brehus) o el arzobispo-guerrero Turpín (que existió de verdad y fue autor de una Historia Caroli Magni, aunque en la vida real nunca combatió y se dedicó a su parroquia de la Catedral de Reims).
Entre esos otros cantares de gesta que forman lo que se conoce como Matière de France (tres grandes series o ciclos del que el que nos ocupa es el carolingio, también llamado Geste du Roi o de Pipino), podemos citar, entre otros, Le Pèlerinage de Charlemagne (La peregrinación de Carlomagno, del siglo XII, en la que los personajes acopmpañan al emperador en un viaje a Jerusalén y Constantinopla) y Fierabras (también del XII, protagonizado por el gigantesco caballero sarraceno Fierabrás, que se enfrenta a los paladines tras saquear Roma, pero termina convirtiéndose al cristianismo y entrando al servicio de Carlomagno). Sin embargo, los doce no limitaron sus peripecias a la literatura de la Edad Media; también se hicieron un hueco en la posterior renacentista.
Es el caso de Orlando enamorado, famoso poema épico del modenés Matteo Maria Boiardo publicado en 1486 en el que el caballero Orlando (italianización de Roland) y varios de sus compañeros dejan un poco de lado las artes bélicas para centrarse en las amatorias, en pos de una bella dama llamada Angélica.
Otro poeta italiano, Ludovico Ariosto, escribió en 1516 una continuación titulada Orlando furioso que empieza donde termina la anterior -en la derrota de Carlomagno en Roncesvalles- y tiene el mismo tono fantástico que le había dado Boiardo. Aparecen de nuevo los doce caballeros, con la curiosidad de que hay una interactuación entre los personajes del ciclo carolingio y los del ciclo artúrico.
Orlando furioso tuvo una considerable influencia en obras como el Quijote (sobre todo por una versión traducida en 1521 y titulada La historia del emperador Carlomagno y de los doce pares de Francia, que Cervantes cita a menudo) o La Araucana (en la que Alonso de Ercilla imita la estructura narrativa), aparte de servir de inspiración a otros autores del Siglo de Oro español: Barahona de Soto y Lope de Vega, con sus respectivos poemas caballerescos Las lágrimas de Angélica y La hermosura de Angélica, Bernardo de Balbuena con su El Bernardo (que tiene la peculiaridad de haber sido escrito en América, en 1624) y muchos más.
De hecho, el ciclo carolingio no sólo dejó poso en España e Italia sino también en otros países. Son los casos de Portugal (donde, en el siglo XVIII, Moreira de Carvalho hizo una secuela de La historia del emperador Carlomagno y de los doce pares de Francia y Alberto Rodrigues publicó Historia nova do Emperador Carlos Magno, e dos doce pares de França, que luego continuó también Alexandre Caetano Gomes Flaviens) y Noruega (que en el siglo XIII alumbró la Karlamagnús, saga en nórdico antiguo). En época barroca, Orlando furioso fue adaptado musicalmente a ópera por Caccini, Rossi, Steffani, Vivaldi, Lully y Rameau, entre otros, si bien las más célebres son las tres que hizo Handel. Incluso el cine ha dado más de una película.
Tenemos, pues, una docena de paladines que constituían el sostén inmediato de Carlomagno. Ahora bien ¿dónde acaba la historia y dónde empieza la leyenda? Decíamos antes que la palabra deviene del latín palatinus, que se utilizaba en la antigua Roma para designar al chambelán, un funcionario del officium palatinum que se encargaba de la cámara del emperador y debía esa denominación a la ubicación de la residencia imperial en el monte Palatino (en la Castilla medieval ese puesto se rebautizó como camarero mayor y en el Vaticano se conoce hoy como camarlengo).
Posteriormente, merovingios y carolingios crearon un cargo administrativo especial llamado comes palatinus, es decir, conde palatino. Era más importante que los otros (había comes cubiculariorum, comes stabulorum, comes scanciorum…) porque, además de ocuparse de la casa real, representaba a la corona en los tribunales de justicia asumiendo plenos poderes. Con el tiempo, los condes palatinos no limitaron su actividad al entorno del emperador sino que pasaron a ser delegados suyos en otras regiones, a veces como jueces, a veces como gobernadores y a veces como ambas cosas, lo que los vinculó a las tierras donde actuaban, como en los otros condados.
Por tanto, aunque se basen en una figura institucional real, los Doce Paladines de Carlomagno pertenecen exclusivamente al ámbito literario, el del mencionado ciclo carolingio, que como hemos explicado bebía del artúrico y estaba influido por el contexto histórico del intento musulmán de invasión transpirenaica a tierra gala, plasmado en el conflicto entre el Imperio Franco y el Emirato de Córdoba -que supuso la creación de facto de la Marca Hispánica en el 795-.
Pero también estaba presente el ejemplo de la mitología clásica, que no era sino otro ciclo más, tal como enunció en el siglo XII el poeta Jehan Bodel en su Chanson des Saisnes (Cantar de los sajones):
Ne sont que III matières à nul homme atandant, De France et de Bretaigne, et de Rome la grant («Hay tres ciclos literarios que nadie debe ignorar: la materia de Francia, de Bretaña y la de Roma la grande»).
Fuentes
El cantar de Roldán (anónimo) | Jehan Bodel, La Chanson des Saines | Ludovico Ariosto, Orlando furioso | Albrecht Classen, ed., Handbook of Medieval culture. Fundamental aspects and conditions of the European Middle Ages | A.T. Hatto, ed., Traditions of heroic and epic poetry | Wikipedia
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