Gaeta no suele formar parte de los destinos de referencia cuando uno está pensando realizar un viaje a Italia. No obstante, quienes prefieren descubrir rincones menos frecuentados quizá se sientan atraídos por este municipio ubicado en el golfo homónimo del Lazio, asomado al mar Tirreno sobre un alto acantilado y poseedor de un considerable patrimonio monumental del que, aparte de un barrio medieval, numerosas iglesias de época (catedral incluida) y un castillo aragonés-angevino, destaca el mausoleo, recientemente restaurado, de un singular personaje histórico: Lucio Munacio Planco.
No sería el único personaje enterrado allí, ya que la leyenda dice que también lo fue Eneas o, en otra versión, su hijo Ascanio. En realidad, Gaeta es especialmente conocida entre los aficionados a la historia de España por haber sido capturada por el Gran Capitán en 1503, tras su victoria en la batalla de Garellano, ya que era considerada la llave de Nápoles. Otros seguramente la conozcan más por ser el probable lugar de nacimiento de Giovanni Caboto y por la elaboración de una delicia gastronómica local denominada tiella, una especie de empanada de patata, cebolla, arroz y mejillones.
Sin embargo, retrocediendo a la Antigüedad, también tenemos el testimonio de Cicerón, quien dejó constancia de que esa ciudad era el lugar favorito de los antiguos romanos acomodados para construir sus villas de recreo, tal como demuestra la que Tiberio levantó en la vecina Sperlonga, por ejemplo. Se trasladaban desde la capital mediante la vía Apia y su ramal la vía Flacca (o Valeria), tomando un diverticulo (camino) secundario. Así que una visita resultaría curiosa, en el sentido de estar emulando lo que otros hacían hace veintiún siglos, cuando la urbe se llamaba Caieta.

A un centenar de kilómetros hacia el interior, también en el Lazio, se encuentra Tívoli, la antigua Tibur, donde nació el citado Lucio Munacio Planco en el año 87 u 89 a.C. De su juventud no se sabe gran cosa, salvo que su padre tenía el mismo nombre y que, con el cargo de legado de una legión, formó parte del ejército de Julio César en la Guerra de las Galias, entre el 54 y el 53 a.C., para después continuar en la Guerra Civil contra Pompeyo. Durante esta última ostentó el mando -junto a Cayo Fabio- en la batalla de Ilerda, que se disputó en Hispania en el 49 a.C.
Tres años más tarde seguía al lado de César en su campaña africana y consta que participó en el asedio de Hadrumetum (en la actual Túnez), cuyo defensor, Cayo Considio Longo, logró resistir con una sola legión. En De Bello Africo (un libro que, junto con De Bello Alexandrino y De Bello Hispaniensi, continúa De Bello Galico y De Bello Civilli, aunque César no es el autor) se narra cómo Munacio envía un cautivo con una carta para negociar la rendición en nombre del imperator César y Considio le responde que el único emperador romano fue Escipión, devolviendo la carta sin abrirla.

A caballo entre ese mismo año y el siguiente, Munacio fue nombrado prefecto de Roma, pero en el 44 a.C. César le designó gobernador de la Galia Transalpina. No obstante, el famoso general murió en marzo y Munacio, que según la correspondencia que mantuvo con Cicerón adoptó una postura ambigua (se manifestó partidario de una amnistía para los culpables), se quitó de enmedio asumiendo la gobernación como procónsul de la Galia Comata (que significa Melenuda, en alusión a las largas cabelleras que usaban sus habitantes), más extensa que las otras porque abarcaba las actuales Francia, Bélgica, parte de Holanda y el oeste de Suiza.
Se trataba de un territorio poco romanizado, ya que sus gentes permanecían muy aferradas a sus tradiciones y evitaban el contacto, viviendo en oppida (poblados fortificados) y, aunque no eran especialmente belicosas, en caso de guerra demostraban ser temibles. Por eso hacían falta centros urbanos y Munacio fundó dos: la ciudad de Augusta Raurica (en Augst, cerca de la suiza Basilea, donde sus ruinas son hoy un museo al aire libre) y la Colonia Copia Felix Munatia, posteriormente rebautizada Colonia Copia Claudia Augusta Lugdunum (capital de la Galia Lugdunense y germen de la actual Lyon).
Entretanto, se abrió un período de disputa por ocupar el enorme vacío de poder dejado por una figura de las dimensiones de César. Fue una contienda civil de facto, la tercera que sufría la República Romana, en la que Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino, que habían cometido la ingenuidad de no acabar también con los ayudantes de César ni intentar ganarse previamente el favor del ejército, tuvieron que abandonar la península italiana. Contra ellos marcharon los cesarianos leales, desde Octavio hasta Lucio Cornelio Barbo, pasando por Cayo Vibio Pansa Cetroniano, mientras Marco Antonio se encargaba de no perder el control de las legiones balcánicas.

En ese contexto, Cicerón trató de ampliar ese bando atrayendo a los cónsules Pansa y Aulo Hircio (amigo personal de César y posible autor de De Bello Alexandrino), así como a los gobernadores de Hispania Citerior, Hispania Ulterior, la Galia Narbonense y la Galia Comata. Este último, como vimos, era Munacio, que debió intuir que los cesarianos no tardarían en reñir entre sí porque él intentó mantenerse otra vez al margen. Efectivamente, en marzo del año 43 a.C. un Marco Antonio ofendido por el acuerdo que alcanzaron Octavio y Bruto sitió Mutina. Se abría así un conflicto dentro de otro: la Guerra de Módena (nombre actual de la antigua Mutina).
Enfrentaba al ejército senatorial de Cicerón y Octavio con el del cónsul Marco Antonio y su magister equitum, Marco Emilio Lépido, quien había intentado mediar sin éxito porque Cicerón se encargó de incitar a lo contrario. Las legiones senatoriales se impusieron a las antonianas en la batalla del Foro de los Galos y unos días después volvían a hacerlo en Mutina. Los dos cónsules, Hircio y Pansa, fallecieron, despejando el camino a los demás, y Antonio tuvo que retirarse a la Narbonense.
Pese a que se ponía de perfil, alegando que las fuerzas de Lépido le bloquearían el paso, Munacio se declaró fiel al Senado y terminó cediendo a la presión de Cicerón, movilizando a sus tropas; eso sí, con anómala lentitud y dilatando el avance, en espera de ver cómo evolucionaban los acontecimientos. Por eso no llegó a intervenir; cruzando el territorio de los alóbroges (una tribu gala), antes de alcanzar los Alpes, llegó la noticia de la derrota de Marco Antonio. Entonces se le unieron las diez legiones de Bruto para acometer juntas, en superioridad, el golpe final.
Tampoco eso ocurrió. Lépido se había unido a Antonio y encima recibieron refuerzos de Publio Ventidio Baso, con lo que superaban numéricamente al combinado Munacio-Bruto. Entonces el primero, en un alarde de realpolitik, decidió imitar lo que había hecho su amigo Cayo Asidio Polión con tres legiones (Polión era otro que procuraba navegar entre dos aguas) y dejó abandonado a Bruto, cuyas fuerzas desertaron y al poco tiempo caía a manos de un jefe galo. Sin embargo, no hubo guerra; para evitarla, Octavio, Antonio y Lépido acordaron repartirse el poder formando el Segundo Triunvirato (el primero lo habían integrado, en circunstancias similares, Julio César, Pompeyo el Grande y Marco Licinio Craso), cada uno con atribuciones consulares.

Llegaba el momento de gobernar y de recibir las recompensas por la lealtad mostrada, aún cuando hubiera sido tan calculada. A Munacio no sólo se le concedió la celebración de un triunfo en Roma (no se sabe exactamente por qué; quizá por vencer a alguna tribu gala en la región alpina de Recia, donde había asumido el título de imperator), sino que además fue nombrado cónsul en el 42 a.C. junto a Lépido, en sustitución del autonombrado Octavio y Quinto Pedio, incondicional de éste; a cambio, tuvo que aceptar que su hermano, Lucio Plaucio Planco, fuera desterrado por no ser considerado de confianza.
En el 41 a.C, estalló la Guerra Perusina, en la que Marco Antonio y su hermano menor, Lucio, se alzaron en armas contra los otros dos miembros del triunvirato, especialmente contra Octavio, ya que poco a poco iba mostrando mayor protagonismo y ambición. La esposa de Antonio, Fulvia, fue la instigadora; era una mujer poco común en su época, interesada en la política y el poder. Cicerón la criticó duramente en sus Filípicas, por lo que se ganó su odio y, cuando murió, ella hizo gala del duro carácter que tenía exhibiendo su cabeza en el Foro.
Fulvia aportó una considerable fortuna al que ya era su tercer marido y entregó en matrimonio a su hija, Claudia Pulcra, a Octavio. Pero no fue suficiente para apaciguar la rivalidad y después de que él se divorciase para casarse con la acaudalada Escribonia, la madre decidió sumar la venganza al ansia de poder. Marco y Lucio Antonio reunieron ocho legiones y se atrincheraron en Perusa (hoy Perugia). Teóricamente, el mando de las fuerzas antonianas en la península italiana recaía en Munacio quien, una vez más, procuró abstenerse.

El ejército de Octavio tomó la ciudad ese invierno, tras rendirla por hambre y masacrar a sus habitantes; por contra, los responsables salieron razonablemente bien librados: Fulvia marchó al exilio en Grecia, aunque una enfermedad repentina acabó con su vida en pocos meses; Lucio fue destinado a Hispania; y Marco Antonio, una vez viudo, se reconcilió con Octavio casándose con la hermana de éste, Octavia, y siguió formando parte del triunvirato. En cambio, Munacio, que no veía su destino nada claro, huyó con Fulvia y se estableció en Atenas.
Allí lo recogió Marco Antonio en el 40 a.C. para que le acompañase a su campaña por Armenia y Partia, que tenía como objetivo vengar la muerte del citado Marco Licinio Craso diecisiete años antes. A su término, le nombró procónsul de Siria. En ese exótico destino le surgió un inesperado problema que llevaba nombre romano: Quinto Labieno Pártico Máximo. Se trataba de un general, hijo del famoso Tito Labieno (lugarteniente de César durante la Guerra de las Galias), puesto al servicio del rey parto Orodes después de desempeñar en su corte el cargo de embajador de Bruto y Casio, los asesinos de César.
Ayudado por Pacoro, el nuevo monarca, Labieno acometió la invasión de la región y derrotó tanto a Lucio Decidio Saxa (un fiel partidario de Marco Antonio) como al propio Munacio, que tuvo que huir por mar. El ya mencionado Publio Ventidio Baso solventó el peligro en el 39 a.C., venciendo y ejecutando a Labieno. Eso no significó, al menos aparentemente, un descrédito para Munacio, que recuperó su puesto y permaneció en él unos cuatro años, según atestigua la numismática. Ahora bien, ello le iba a traer otro problema. Y decisivo.

Fue la ejecución de Sexto Pompeyo, hijo pequeño de Pompeyo el Grande, que se había refugiado en Asia al declarársele cómplice del magnicidio de César y acababa de entregarse a Marco Ticio, comandante supremo del ejército y nuevo gobernador de Asia desde el 35 a.C. Ticio, que además era cuñado de Munacio, ordenó que le quitaran la vida y todos dieron por supuesto que éste seguía instrucciones de Munacio y éste, a su vez, de Marco Antonio. Ese crimen (Pompeyo era ciudadano romano y tenía derecho a juicio) fue utilizado propagandísticamente por Octavio para denigrar a su compañero de triunvirato, tensando aún más la cuerda.
Curiosamente, cuando Munacio regresó a Alejandría en el 32 a.C. fue recibido por Antonio con frialdad, debido al saqueo a que había sometido a Siria. Entonces, viendo que había perdido su favor, el exgobernador marchó a Roma y, junto a Ticio, inició un acercamiento a Octavio, al que proporcionó cuanta información tenía de su rival para poder acusarle. No está claro cómo encaja en esta sucesión de acontecimientos un segundo consulado, ejercido probablemente como sufecto (interino), en el año 36 a.C.
El caso es que Munacio se volvió un ferviente seguidor de Octavio y, según Suetonio, fue él quien le propuso que adoptase el título de Augusto -que sumó al de Princeps-, en sustitución de Segundo fundador de Roma, que el emperador en ciernes había concebido evocando a Rómulo. Eso ocurrió en el año 27 a.C., cuatro años después de que el Segundo Triunvirato explotase por fin y Octavio se hubiera desecho de Marco Antonio y su aliada Cleopatra en la batalla de Accio. Munacio y Paulo Emilio Lépido (sobrino del tercer triunviro, depuesto bajo la acusación de traición) fueron nombrados censores.

En ese nuevo puesto, el primero construyó un templo dedicado a Saturno, siguiendo la política augustiana de monumentalizar Roma. Por lo demás, tuvo constantes enfrentamientos con su compañero de magistratura, pese a que eran consuegros. Y es que sus respectivos vástagos se habían casado. Le dieron una nieta, Plancina, que a su vez contrajo matrimonio con Cneo Calpurnio Pisón; ambos serían acusados de envenenar a Germánico, el popular hermano de Claudio y padre de Calígula, por lo que acabarían sucidándose.
En realidad, Munacio pasó a la historia por otra razón: ser el último hombre en ejercer la censura, ya que Augusto la abolió para asumir personalmente sus competencias. Antes, cabe añadir una curiosa anécdota en la que, según cuenta Suetonio, Munacio se vio obligado una vez a ceder el paso en la calle al soberbio edil Lucio Domicio Enobarbo, abuelo del futuro emperador Nerón, quedando patente así la “falta de fuerza” que le achacaba Veleyo Patérculo.
Lucio Munacio Planco falleció en torno al año 15 d.C. en Gaeta. Como sus depredaciones en Siria le había enriquecido, pudo permitirse la construcción del espectacular mausoleo que reseñábamos al comienzo: un edificio cilíndrico (29,50 metros de diámetro por 13,20 de altura), hecho de mármol travertino, que se alza en lo alto del costero monte Orlando y fue posteriormente consagrado a la Virgen María en el siglo XIX… lo que no evitó que sus restos mortales se perdieran. Quitándose de en medio incluso después de la muerte.
Fuentes
Suetonio, Vida de los doce césares | Julio César, Aulo Hircio y autores anónimos, Guerra Civil y corpus Cesariano: Guerra de Alejandría, Guerra de África y Guerra de Hispania | Dión Casio, Historia romana | Plutarco, Vidas paralelas | Veleyo Patérculo, Historia romana | Tácito, Anales | Sergei Ivanovich Kovaliov, Historia de Roma | Mary Beard, SPQR. Una historia de la antigua Roma | Pierre Grimal, El mundo mediterráneo en la Edad Antigua. La formación del Imperio Romano | Chester G. Starr, Historia del mundo antiguo | Wikipedia
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