Repartidos por varios lugares de la ciudad de Roma, a lo largo de las décadas fueron apareciendo fragmentos de una curiosa inscripción de finales del siglo I a.C. que originalmente formaba parte de una lápida o estela funeraria dedicada por un hombre a su esposa fallecida.
Hoy esa inscripción es importante por varios motivos. En primer lugar porque es una de las pocas fuentes de primera mano que permite conocer como era la vida de las mujeres en la antigua Roma. También proporciona una buena visión del derecho romano de la herencia y el matrimonio. Y en segundo lugar porque, con sus 132 líneas de texto, se trata de la inscripción personal más larga que se conserva de aquella época.
Además, encierra el pequeño misterio de si la aludida en la inscripción puede ser la Turia de quien toma su nombre la denominada Laudatio Turiae (elogio de Turia), pues algunos hechos mencionados en ella coinciden con los atribuidos a la famosa esposa de Quinto Lucrecio Vespilón. No obstante, la inscripción no menciona su nombre.

Hasta ahora se han encontrado siete fragmentos, los cuales formaban parte de la inscripción original tallada en dos losas de piedra de unos 2,6 metros del altura y 90 centímetros de ancho cada una, las cuales enmarcaban posiblemente una estatua de la difunta y su esposo. Originalmente tenía unas 180 líneas de texto, de las cuales se conservan unas 132 en los fragmentos.
La gran dispersión de estos fragmentos por toda Roma parece debida al desmantelamiento de la tumba hacia el siglo III d.C. Dos de los fragmentos hallados se habían utilizado para cubrir los nichos de la catacumba de los santos Marcelino y Pedro en la vía Labicana, construida hacia esa época.

De los tres fragmentos del lado izquierdo solo existen copias del siglo XVII, los originales se perdieron. Y actualmente solo hay expuestos los dos últimos fragmentos encontrados, que pueden verse en el museo de las Termas de Diocleciano.
La inscripción, en la que el viudo alaba las virtudes de su mujer (llevaban 41 años casados) comienza contando como la esposa quedó huérfana y tuvo que luchar por su herencia:
Te quedaste huérfana de repente antes del día de nuestra boda, cuando tus padres fueron muertos juntos en la soledad del campo. Fue sobre todo gracias a tus esfuerzos que la muerte de tus padres no quedó impune. Porque yo me había marchado a Macedonia, y el marido de tu hermana, Cluvius, se había ido a la provincia de África (en el año 49 a.C.) Con tanto empeño cumpliste tu deber filial con tus insistentes exigencias y tu búsqueda de la justicia, que no hubiéramos podido hacer más si hubiéramos estado presentes. Pero estos méritos los tienes en común con esa virtuosísima dama que es tu hermana. Mientras te ocupabas de estas cosas, habiendo conseguido el castigo de los culpables, abandonaste inmediatamente tu propia casa para guardar tu pudor y viniste a casa de mi madre, donde esperaste mi regreso. Entonces te presionaron a ti y a tu hermana para que aceptaráis la opinión de que la herencia de tu padre había quedado invalidada (…) Cómo reaccionaste ante esto, con qué presencia de ánimo ofreciste resistencia, lo sé muy bien, aunque yo estaba ausente.

Continua hablando de su matrimonio, en el que no tuvieron hijos, de sus virtudes masculinas (virtus) como la valentía, de las femeninas (no alteró el orden social), y de como le ayudó cuando fue proscrito por ponerse del lado de Pompeyo en la guerra civil contra César.
Son raros los matrimonios tan largos como el nuestro, matrimonios que se terminan por muerte y no se rompen por divorcio. Tuvimos la suerte de que nuestro matrimonio durara sin desavenencias durante 40 años. Me gustaría que nuestra larga unión hubiera llegado a su fin por algo que me hubiera ocurrido a mí en lugar de a ti; habría sido más justo que yo, como pareja mayor, hubiera tenido que ceder ante el destino por un acontecimiento así.
Más tarde pidió al triunviro Lépido que extendiera el edicto de clemencia de Octavio también a su marido. Aunque Lépido llegó a patearla cuando se arrojó a sus pies, ella insistió obstinadamente y tuvo éxito en su petición. Su marido recuperó sus derechos civiles y pudo regresar a Roma.
Pero aunque tu cuerpo estaba lleno de magulladuras, tu espíritu no se quebrantó y no dejaste de recordarle el edicto del César con su expresión de agrado por mi reincorporación, y aunque tuviste que escuchar palabras insultantes y sufrir crueles heridas, pronunciaste las palabras del edicto en voz alta, para que se supiera quién era el causante de mis peligros mortales.

Después de haber esperado en vano que tuvieran hijos, ella le ofreció el divorcio con la renuncia simultánea a su fortuna para que pudiera tener hijos con otra mujer. Él se negó firmemente.
Debo admitir que me encendí de tal manera que casi perdí el control de mí mismo; me horrorizó tanto lo que intentabas hacer que me resultó difícil recuperar la compostura. Pensar que debía considerarse la separación entre nosotros antes de que el destino así lo dispusiera, pensar que habías sido capaz de concebir en tu mente la idea de que podrías dejar de ser mi esposa mientras yo vivía, ¡aunque me habías sido totalmente fiel cuando estaba exiliado y prácticamente muerto! ¿Qué deseo, qué necesidad de tener hijos podía tener yo que fuera tan grande como para romper la fe por ese motivo y cambiar la certeza por la incertidumbre? Pero ¡no más sobre esto! Permaneciste conmigo como mi esposa, pues no hubiera podido ceder a ti sin desgracia para mí e infelicidad para los dos.
Y a pesar de que ella le pidió que no gastara demasiado en su funeral, el desconsolado viudo le erigió una costosa tumba, y una inscripción elogiosa, para que todo el que la viera supiera quién había sido ella.
Las conclusiones de mi discurso serán que tú lo merecías todo, pero que no me ha tocado a mí darte todo como debía; tus últimos deseos los he considerado como ley; lo que esté en mi mano hacer además, lo haré.

El nombre de ninguno de los esposos figura en las líneas que se han conservado. Algunos estudiosos, comenzando por Theodor Mommsen, supusieron que podían ser Quinto Lucrecio Vespilón y su esposa Turia.
Las similitudes son interesantes, Vespilón estuvo del lado de Pompeyo en la guerra (incluso al mando de una de sus flotas en 49 a.C.) y fue proscrito por el triunvirato en 43 a.C. Luego, Octavio le indultó gracias a su esposa Turia (o Curia), con la que estuvo casado 40 años. Sin embargo, hoy los especialistas rechazan esta identificación.
Entre los motivos para dudar de ello está el hecho de que el viudo no mencione su rango (fue nombrado cónsul por Augusto en 19 a.C.) en la inscripción, algo poco común. Y también que la gesta de Turia, aunque fue notable, no debió ser única, algo que el texto laudatorio parece reconocer.
Las mujeres rara vez eran honradas de esta manera en la Roma antigua, con un discurso público, y mucho menos grabado en una estela. Tan solo se han conservado otros dos elogios a mujeres romanas, la Laudatio Murdiae, que es aproximadamente de la misma época, y el del emperador Adriano a su suegra Matidia.
Fuentes
Oxford Classical Dictionary / Laudatio Turiae (ILS 8393. Translation by E. Wistrand.) / Lawrence, T. (2014). The Laudatio Turiae: A Source for Roman Political and Social History. Berkeley Undergraduate Journal of Classics, 3(1). escholarship.org/uc/item/2123r4bs / LASSARD, Dr. (2014). Éloge funèbre dit de Turia (Cucheval) / Gordon, Arthur E. “A New Fragment of the Laudatio Turiae.” American Journal of Archaeology, vol. 54, no. 3, 1950, pp. 223–226. JSTOR, www.jstor.org/stable/500300 / Wikipedia
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