Como casi todo lo relacionado con la historia de los vikingos, la colonización de Islandia resulta oscura y confusa, dada la escasez de las fuentes y su carácter legendario. De ellas se entresaca que unos misioneros cristianos británicos habrían sido los primeros en llegar a la isla en el siglo VIII d.C., siendo Garðar Svavarsson el primer escandinavo en establecerse hacia el 860 d.C. Sin embargo, el primer colono permanente se hizo esperar otros catorce años y se llamaba Ingólfur Arnarson.
En realidad las fechas, como todo, son tan inciertas como los datos mismos. Aunque Ingólfur aparece en varias sagas (las de Eyrbyggia, Egil Skallagrímson, Grettir y Flóamanna), casi todo lo que sabemos de ese episodio procede de dos obras. Una es el Íslendingabók (Libro de los islandeses), una historia de Islandia escrita en pergamino a principios del siglo XII por el sacerdote autóctono Ari Thorgilsson (también conocido como Ari fróði, es decir, Ari el Sabio), al que se considera el principal cronista medieval insular y pionero en escribir historia en lengua nórdica. El original se ha perdido y sólo se conserva una copia posterior.
Lo interesante de Íslendingabók es que su ámbito cronológico abarca desde el año 870 al 1130, narrando cómo fueron los primeros asentamientos en Islandia, la conversión de la gente al cristianismo, el dominio de la corona noruega, etc.
Ari probablemente tuvo un papel destacado en la compilación de la otra gran fuente bibliográfica, el Landnámabók (Libro del asentamiento), un manuscrito también en pergamino que cuenta el desarrollo del descubrimiento de la isla y esos primeros asentamientos (landnám) que enuncia su título.
Es precisamente el Landnámabók, del que se conservan tres versiones medievales y dos transcripciones del siglo XVII, el que menciona a ese primigenio colono estable llamado Ingólfur Arnarson. Sin embargo, el Íslendingabók sitúa como predecesores a los papar, los mencionados misioneros irlandeses y escoceses a quienes se habrían encontrado los escandinavos al desembarcar. Es algo que quizá tendría apoyo en el trabajo de un monje irlandés del siglo IX llamado Dicuil, el cual dejó testimonio del viaje de algunos hombres santos a las islas; la cuestión es si se refería a Islandia o a otros archipiélagos del norte (Orcadas, Shetland, Feroe y Hébridas).
Son muchos los historiadores que se resisten a creerlo, al no haber ningún registro arqueológico que demuestre la presencia de esos religiosos. Eso sí, hay quien los vincula a topónimos como Papey (una pequeña isla de dos kilómetros cuadrados situada al oeste de Islandia) o Vestman (un archipiélago cercano al litoral sur islandés cuyo nombre se traduce como islas de los hombres del oeste, interpretable como islas de los celtas y que después volveremos a tratar). Por lo tanto, a falta de pruebas materiales, la atención se centra en los vikingos.
Uno, llamado Naddoddr y procedente de Noruega, que habría abandonado un intento de colonización de las Islas Feroe, fue el primero en toparse por casualidad con Islandia, según el Landnámabók. El descubridor la bautizó como Snæland (tierra de nieve), que unas décadas más tarde cambiaría por el de Garðarshólmur (islotes de Gardar) el otro vikingo que ya hemos citado, Garðar Svavansson (y, posteriormente, Hrafna-Flóki Vilgerðarson se lo volvió a trocar por el de Ísland, tierra de hielo). Svavansson, natural de Suecia -aunque poseía tierras en Selandia (Dinamarca)- invernó allí (en lo que hoy es Húsavik), algo que no había hecho Naddoddr, cuyo paso por la isla resultó efímero.
Por eso el Hauksbók (una antología manuscrita de otros textos -entre ellos una versión del Landnámabók– cuyo recopilador fue el jurista islandés del siglo XIV Haukr Erlendsson) le considera el verdadero descubridor. El feliz suceso ocurrió cuando una tormenta le desvió de su singladura hacia las Hébridas, a donde se dirigía para reclamar la herencia de su suegro.
Luego, cuando vino la primavera, regresó a su hogar, dejando una precaria colonia a cargo de Náttfari, que según el Hauksbók era un thrull, es decir, un esclavo pero otras fuentes le consideran libre y acomodado, lo que parece más lógico.
De hecho, la Saga de Reykdæla ok Víga-Skútuse sitúa a Náttfari como propietario de Reykjardal, lugar elegido para establecerse siguiendo la tradición del öndvegissúlur (que consistía en lanzar al agua los postes de madera que sostenían el hásæti o asiento de honor de los caudillos vikingos, instalándose en el lugar a donde los llevara la corriente): «Náttfari siguió el camino de Garðar, había adquirido Reykjadalur marcado por la madera en toda su extensión; cuando Eyvind lo encontró, él dio a elegir, o tener Náttfaravík, o nada en absoluto«.
El Landnámabók explica que Náttfari se unió a Svavansson en la exploración de Islandia y más tarde se separó llevando consigo dos esclavos, hombre y mujer, con los que fundó un asentamiento con su nombre, Náttfaravíkur. De esto último hay otra versión: estando en Reykjardal, apareció otro vikingo llamado Eyvindur Þorsteinsson, hijo de un caudillo noruego, que se apoderó de esa localidad y de Húsavik repartiendo las tierras entre los miembros de su clan, fundando Helgastaðir y obligando a Náttfari a desplazarse al oeste, lo que sería Náttfaravíkur.
El siguiente en pisar suelo islandés fue el citado Flóki Vilgerðarson, muy popular gracias a la serie televisiva Vikings. Floki se diferenció de sus predecesores en que no llegó por casualidad sino que, habiendo oído hablar de aquel nuevo lugar, se embarcó con los suyos en su busca desde Rogaland (Noruega). No le resultó fácil; por el camino perdió a una hija y casó a otra en las Feroe, donde se hizo con tres cuervos que no sólo le dieron su apodo (Hrafna) sino que le permitieron avistar tierra al soltarlos. Desembarcó en Faxaflói y fundó el asentamiento de Vatnsfjörður en el noroeste.
Pero Floki, al igual que sus antecesores, tampoco se quedó porque Islandia no le pareció buena ni para la agricultura -estaba cubierta de hielo, de ahí que llamase a la isla con su nombre actual- ni para la ganadería (el durísimo invierno acabó con sus rebaños). En consecuencia, tras unos pocos meses se hizo a la mar de nuevo y regresó a Escandinavia, si bien retornaría a la isla muchos años después. Por todo ello, ni Naddoddr ni Garðar Svavansson ni Floki Vilgerðarson se consideran los verdaderos colonos de Islandia. Ese honor corresponde a Ingólfur Arnarson, que fue el primero en quedarse.
Ingólfur nació en el pueblo de Rivedal, Noruega, hacia el año 849 d.C. Algunas fuentes le añaden el patronímico Bjǫrnólfsson porque era hijo de Örn Brynjólfsson y, según el Landnámabók, bisnieto por vía paterna de Hrómundr Gripsson, un vikingo de Telemark al que se le dedicó su propia saga, la Hrómundar Gripssonar. Asimismo, Ingólfur tenía un cuñado al que adoptó como hermanastro, Leifr, cuyo nombre se ampliaría a Hjörleifr Hróðmarsson al añadirle el apodo hjörr, que significa espada, tras arrebatarle el arma a un guerrero enemigo durante una incursión en Irlanda.
El Landnámabók cuenta que Ingólfur se vio envuelto en una disputa, una venganza que afectaba a la familia, por lo que decidió marcharse en busca de un sitio más tranquilo. Había oído hablar de aquella Garðarshólmur descubierta por Garðar Savavansson y decidió que podría ser un buen lugar para iniciar una nueva vida, así que se embarcó hacia allí acompañado de su esposa, Hallveig Fróðadóttir, de Hjörleifr y de todo su clan. Era el año 874 d.C. cuando avistó tierra y procedió a realizar el acostumbrado ceremonial que explicábamos antes, el öndvegissúlur, arrojando por la borda los postes de su hásæti.
Por supuesto, encontrar el lugar exacto a donde los arrastró la marea llevó tiempo. Tres años, nada menos, durante los cuales dos esclavos recorrieron el litoral islandés hasta finalmente localizarlos en una pequeña bahía donde actualmente se alza la capital insular, Reikiavik. Allí se establecieron, puesto que se suponía que eran los dioses quienes habían elegido el emplazamiento. Así empezó la colonización legendaria de Islandia, un proceso que duraría hasta el 930 y que no estuvo exento de episodios turbulentos, incluso en esa primera fase, pues en el 875 ocurrió una tragedia.
Hjörleifr, que había fundado su propia hacienda, fue muerto por sus esclavos que, bajo el liderazgo de un tal Dufthak, se habían hartado de sus maltratos. No se sabe de qué nacionalidad eran dichos esclavos, pero el Landnámabók se refiere a ellos como vestmenn (hombres del oeste), el término con que los nórdicos llamaban a los gaélicos e irlandeses; teniendo en cuenta la incursión efectuada contra Irlanda por Hjörleifr, los segundos parecen la opción más probable.
El caso es que Ingólfur los persiguió hasta un pequeño archipiélago ubicado frente a la costa sur de Islandia, el hoy denominado precisamente Vestmannaeyjar (Islas Vestman), y allí acabó con ellos -algunos prefirieron tirarse por un acantilado-, liberando a las mujeres vikingas que habían llevado consigo.
Después de ese capítulo, Ingólfur desaparece de la historia y no se le vuelve a citar en las fuentes salvo para reseñar la fecha de su óbito, en el 910. Se deduce que, como decíamos, fue el primero en quedarse en la nueva tierra porque el relevo lo tomó su hijo Þorsteinn Ingólfsson, que heredó los dominios de su progenitor en el suroeste islandés, convirtiéndose no sólo en un importante cacique sino también en un lǫgsǫgumaðr o lagman (hombre de leyes, un cargo judicial y político de carácter electivo, de la tradición escandinava, que había en cada provincia).
Como tal, Torstein -en grafía actual- pasa por ser el creador de la primera þing (thing, cosa en español), asamblea de gobierno tradicional que agrupaba a los bóndi (hombres libres) en la sociedad escandinava y la británica, y que constituiría el antecedente del Alþingi (Althingi), el parlamento nacional. Los historiadores sitúan el origen de esa primera þing en el 930, cuando Islandia sentó las bases de su independencia respecto a Noruega.
En ese sentido, hay que remontarse un poco atrás, a la época en que Uni el Danés, hijo precisamente de Garðar Svavansson, el descubridor casual de la isla. Llegó de acuerdo con el rey Harald I para que los islandeses -que habían constituido una Þjóðveldisöld o mancomunidad- reconocieran la soberanía noruega y a él como jarl (un título nobiliario equivalente a conde o duque).
No sólo no lo consiguió sino que terminó desterrado a la costa meridional, donde moriría a manos del caudillo local, Leiðólfur el Guerrero, cuando trató se fugarse con la hija de éste.
Fuentes
The Book of Settlements: Landnamabok (traducción al inglés de Hermann Pálsonn y Paul Edwards)/Íslendingabók: Book of Icelanders (Ari Thorgilsson)/Demonios del norte. Las expediciones vikingas (Carlos Canales y Miguel del Rey)/Antología de la literatura nórdica antigua (María Pilar Fernández Álvarez)/Breve historia de los vikingos (Manuel Velasco Laguna)/Northmen. The Viking Saga, AD 793-1241 (John Haywood)/Saga Museum/Wikipedia
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