En 1946, Karl Dönitz, que fue großadmiral (almirante supremo) de la Kriegsmarine y presidente de Alemania tras la muerte de Hitler, se sentaba en el banquillo de los acusados de Núremberg para responder de su responsabilidad en el régimen nazi. Entre las cuestiones que debía explicar estaba la orden que prohibía rescatar a los náufragos Aliados.
Lo irónico fue que aquel asunto que debía condenarle tuvo un efecto inesperado, demostrando que los submarinos germanos sí solían ayudar a los supervivientes de sus ataques y, por contra, poniendo en evidencia la actuación de los aviones estadounidenses en el llamado Incidente Laconia.
El RMS Laconia era un transatlántico construido en Inglaterra para la compañía Cunard con unas medidas de 183,26 metros de eslora por 22,43 de manga, un tonelaje de 19,695 toneladas brutas y una velocidad de 16 nudos. Botado el 9 de abril de 1921, hizo su viaje inaugural al año siguiente entre Southampton y Nueva York, pero su destino cambió completamente al estallar la Segunda Guerra Mundial y ser requisado por el Almirantazgo británico para transformarlo en mercante armado.

Así, con un nuevo equipamiento que incluía ocho cañones de seis pulgadas y dos de tres, se dedicó a escoltar convoyes por el Atlántico hasta 1941, año en que se lo sometió a una nueva reforma para convertirlo en transporte de topas. En esa nueva función se enmarcaba también la misión de trasladar prisioneros de guerra y el 12 de septiembre de 1942 llevaba miles de ellos de nacionalidad italiana cuando, navegando al noroeste de Isla Ascensión (prácticamente en medio del océano, entre África y América, no lejos de Santa Helena), fue torpedeado por un U boat alemán.
Se trataba del U-156, un submarino tipo IXC (largo y pesado, con seis tubos lanzatorpedos y tres ametralladoras antiaéreas) que en sus once meses de servicio ya acumulaba un importante historial de hundimientos -una veintena de mercantes- más otros cuatro ataques -uno de ellos al destructor estadounidense USS Blakeley– y una incursión contra la refinería de petróleo de Aruba. Como curiosidad cabe decir que su capitán, el sajón Werner Hartenstein, antes de ser destinado al arma submarina, había participado en la Guerra Civil española al mando de varios torpederos.

El U-156 había zarpado de Lorient (Francia) junto al U-68 para atacar un convoy. A continuación se dirigió hacia el sur y patrullaba a unas 600 millas de la costa de Liberia cuando avistó el humo de la chimenea del Laconia, al que se lanzó a perseguir. Ambas naves tenían una velocidad similar pero, dado que el buque navegaba en zig zag, fue alcanzado y dos torpedos impactaron contra su casco a las 22:03, empezando a hundirse mientras a bordo se desataba una dramática lucha por la vida.
El Laconia contaba con lanchas salvavidas para todos, pero la mitad no pudieron botarse por cuestiones técnicas. Aunque la tripulación abandonó a los prisioneros italianos, que estaban encerrados en la bodega, éstos lograron romper las escotillas o salir por los conductos de ventilación y trataron de llegar a los botes que aún se estaban bajando.
Los guardias, que eran polacos, los rechazaron a bayonetazos porque sus mosquetones no estaban cargados ni tenían munición. Al final la mayoría se lanzó al agua, pese a que, como pasó en el naufragio del Titanic, muchas de las lanchas iban medio vacías y sólo una cargó prisioneros.

Cuando los demás trataban desesperadamente de subir a alguna, sus ocupantes se lo impedían a hachazos para no volcar, lo que no tardó en atraer a un buen número de tiburones al olor de la sangre. El dantesco espectáculo de dos millares de hombres e incontables escualos en agónica lucha, antecedente de lo que se iba a repetir a mayor escala con el hundimiento del USS Indianápolis en 1945, fue lo que se encontró Hartenstein cuando ordenó emerger con la esperanza de poder capturar a los oficiales. Entonces mandó izar la bandera de la Cruz Roja e inició las operaciones de rescate, que prometían ser todo un problema habida cuenta del gran número de personas que había en el agua, muchas de ellas civiles.

El barco se fue a pique a las 11:23 y el korvettenkapitän, que únicamente había podido acoger en su cubierta a noventa italianos, envió un mensaje codificado avisando de la situación al BdU (Befehlshaber der Unterseeboote, comandante supremo del Ubootwaffe o arma submarina), cargo que ocupaba Karl Dönitz, que en esos momentos todavía no era almirante supremo -lo era Erich Raeder- sino konteradmiral (contraalmirante). Para recoger al millar y medio de náufragos que aún vivían se enviaron siete sumergibles de la llamada Manada Eisbär, una escuadra que estaba operando en el litoral de Ciudad del Cabo.
La decisión no gustó a nada a Hitler, quien ordenó al großadmiral Erich Raeder que la flotilla volviera a su misión y, a cambio, se desplazaran al lugar de los hechos el U-506, el U-507 (que también era del tipo IXC) y el submarino italiano Comandante Cappellini, además de solicitar ayuda también al Gobierno de Vichy para que mandase barcos de rescate desde sus colonias africanas (los franceses respondieron con el crucero Gloire, dos balandras y dos cargueros). Mientras llegaban, la cubierta del U-156 quedó abarrotada con ciento noventa y tres personas, más otros dos centenares repartidos por cuatro botes salvavidas.
Hartenstein remitió entonces un segundo mensaje, abierto y en inglés, pidiendo ayuda a todos los barcos de la zona con la promesa de no atacar a quien acudiera. La señal fue recibida en Freetown (Sierra Leona), pero se tomó por un ardid, ya que se desconocían las circunstancias y el Empire Haven, un mercante británico (que curiosamente terminaría desguazado en Avilés, Asturias, en 1970), ya navegaba hacia el lugar para rescatar a los supervivientes. Dos días más tarde llegaron los tres submarinos del Eje y, con toda la gente recogida, pusieron proa a África para encontrarse con los barcos franceses y traspasarles aquella carga humana.

A media mañana del día 16, el U-156, que se había separado del grupo, vio aparecer en el cielo un bombardero B-24 Liberator estadounidense. Un oficial de la RAF que estaba en el submarino tras ser rescatado, le envió un mensaje en morse advirtiéndole de que a bordo iban soldados, mujeres y niños supervivientes del naufragio, pero el comandante del avión recibió desde la base de Ascensión la orden de atacar al interpretarse que sólo había rescatado a los italianos y constituía una amenaza para el Empire Haven y el abastecimiento de la propia isla.
Consecuentemente, poco después, el piloto norteamericano sobrevolaba de nuevo el submarino para ametrallarlo en cuatro pasadas; en la última lanzó dos cargas de profundidad. La mitad de los botes remolcados fueron alcanzados muriendo buena parte de sus ocupantes, mientras el capitán Hartenstein ordenaba inmersión, una acción que se hizo con bastante lentitud para dar tiempo a la gente que iba sobre la cubierta a tirarse al agua.
Irónicamente, los submarinos alemanes e italiano los recogerían luego pensando que todavía eran del primer naufragio; el U-506 salvó a ciento cincuenta y uno, y el U-507 a cuatrocientos noventa y uno (entre ellos quince mujeres y dieciséis niños).

Los capitanes desobedecieron la orden recibida de dejar abandonados a los náufragos británicos y polacos para que los recogieran los barcos. Uno de los dos botes que quedaron del ataque aéreo, que tuvo que soltar el U-156 para sumergirse, lograría alcanzar la costa un mes más tarde con dieciséis supervivientes; el otro sería rescatado a los cuarenta días por un pesquero británico, aunque para entonces sólo quedaban con vida dos personas del medio centenar que llevaba.
Pero la tragedia aún no había terminado. Al B-24 se le unieron cinco B-25 que despegaron de Ascensión con la misión de buscar y destruir los submarinos. El primero localizó al U-506 y lo bombardeó, aunque la nave tuvo tiempo de sumergirse y escapar incólume. Se reunió a las 14:00 del día 17 con el U-507 y el Gloire, que estaba recogiendo más supervivientes y recibió también los de los U boat. En total cargó quinientos noventa y siete británicos, trescientos setenta y tres italianos y setenta polacos; cuarenta y ocho eran mujeres y niños. Tras una escala en Dakar, fueron desembarcados en Casablanca ocho días más tarde.

Allí llegaron también, con más gente, el Comandante Cappellini y otro barco francés, el balandro Dumont-d’Urville, que, casualmente, durante el viaje tuvo ocasión de rescatar también a los náufragos del mercante británico Trevilley, torpedeado el 12 de septiembre. Británicos y polacos esperaban en Medina su traslado a un campo de concentración de Alemania cuando la invasión Aliada del norte de África los liberó y su destino pasó a ser EEUU, a donde llegarían a bordo del Anton. ¿Y qué pasó con los italianos?
Pues no pudo pasar mucho porque la mayoría habían fallecido. De las dos mil setecientas treinta y dos personas que viajaban en el Laconia sólo se salvaron mil ciento trece; el resto, mil seiscientas diecinueve, perecieron ahogadas, muertas por los ataques aéreos o devoradas por los tiburones y, de ellas, mil cuatrocientas veinte eran prisioneros italianos.
Su suerte quedó relegada a un segundo plano por el salvamento de los demás y por la emisión por parte de Dönitz de la Triton Null, conocida luego como Laconia-Befehl (Orden Laconia) debido a que fue el caso del buque homónimo el que la motivó.

La orden prohibía el rescate de náufragos para evitar ataques durante las operaciones, como les había pasado al U-156 y al U-506, subrayando la anterior Orden de Guerra nº 154, emitida a principios de diciembre de 1939 y que decía a los oficiales que no se debía rescatar a nadie, al margen de la meteorología ni la proximidad de tierra, sino preocuparse de su propio barco, evitando que el enemigo pudiera retornar al frente. Ambas llevaron al banquillo al großadmiral (había ascendido en 1943), acusado de crímenes de guerra y crímenes contra la paz, quedando exento de la acusación de crímenes contra la Humanidad.

Sin embargo, el juicio sobre esa cuestión se volvió parcialmente en contra de los acusadores por varias razones. Primero, sacó a la luz los bombardeos aéreos realizados sobre los submarinos cuando enarbolaban la bandera de la Cruz Roja. Segundo, quedó demostrado que hasta entonces era una costumbre habitual de los marinos alemanes el recoger a los supervivientes y que muchos continuaron realizándola, haciendo caso omiso de la orden. Y tercero, se desveló que los Aliados también habían adoptado la misma actitud de obviar rescates.
En ese sentido, el almirante estadounidense Chester Nimitz había dado una directiva similar a la Flota del Pacífico el entrar en la guerra contra Japón, mientras que el Almirantazgo británico mandaba hundir cualquier nave enemiga, aunque no pareciese beligerante, que tratase de atravesar el Skagerrak (el estrecho que, junto al de Kattegat, separa Escandinavia de Jutlandia, y que era un paso obligado para los buques alemanes que tenían que salir al Mar del Norte) y se registraron doce casos de disparos contra náufragos desde unidades de la Royal Navy (nueve en Creta y tres en Noruega).
Alemania y Reino Unido habían firmado el Primer y Segundo Tratado Naval de Londres (1930 y 1936 respectivamente), además del Acuerdo Naval Anglo-Alemán de 1935, por los que se estipulaba que se debía poner a salvo a los pasajeros y tripulantes de los mercantes que no se resistieran a un ataque. Nada más estallar la contienda, el submarino germano U-30 hundió el transatlántico SS Athena al confundirlo con un mercante armado y no prestó auxilio a los náufragos, pero en las semanas siguientes la Royal Navy y la Kriegsmarine dieron instrucciones a sus flotas para que cumplieran lo firmado.

Todo esto fue quedando de manifiesto en el proceso de Núremberg, pero no bastó para evitar la condena de Dönitz. Por un lado, como ministro de Guerra del régimen nazi y último presidente, se le condenó por crímenes contra la paz, que según la definición de Naciones Unidas se aplicaba a la «planificación, preparación o inicio de una guerra de agresión o una guerra en violación de tratados internacionales, acuerdos o pactos«.
Por otro, se le consideró culpable de crímenes de guerra por sus dos órdenes contra el rescate, que violaban los protocolos establecidos, pues durante el juicio se hizo pública otra orden, la Atlantik nº 56, que consideraba un objetivo más al Rescue Ship (el navío encargado de rescatar supervivientes de naufragios).
No obstante, el tribunal admitió en su fallo que había cierta ambigüedad en esas órdenes, en el sentido de que no ordenaban matar a los supervivientes sino velar prioritariamente por la seguridad del barco propio. Finalmente, la sentencia fue de diez años de prisión que cumplió en Spandau, saliendo en libertad en 1956. Por contra, los ataques aéreos a los submarinos nunca fueron juzgados; desde una perspectiva jurídica, hoy también se considera que fueron crímenes de guerra.
Fuentes
U-BOOTE. El Arma Submarina Alemana durante la Segunda Guerra Mundial (Santiago Mata)/Hitler’s U-Boat war. The hunted 1942-45 (Clay Blair)/Waves of hate. Naval atrocities of the Second World War (Tony Bridgland)/The sinking of the Laconia and the U-Boat war. Disaster in the Mid-Atlantic (James P. Duffy)/International Law Studies 1993 Targeting Enemy Merchant Shipping (Richard J. Grunawalt)/Wikipedia
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