Perseo, el último representante de la dinastía Antigónida, lo fue también del trono de Macedonia, ya que ésta quedó en manos de Roma a partir de su fallecimiento en el 165 a.C. Lo curioso es que la República podía haberse adueñado del país años atrás, cuando derrotó a su padre, Filipo V, acabando con su política expansionista en Grecia. Aquella confrontación, además, puso en evidencia la superioridad y versatilidad de la legión sobre la falange en la batalla de Cinoscéfalas, posteriormente confirmada en Pidna.
La dinastía Antigónida fue fundada por Antígono Monoftalmos, general que estuvo al servicio de Filipo II primero y de su hijo Alejandro Magno después, y que en la Guerra de los Diádocos cayó ante sus rivales al intentar hacerse con todo el imperio, aunque logró que reinara en Macedonia su hijo, Demetrio Poliorcetes, al que sucederían Antígono II Gonatas y Demetrio II Etólico.
Dosón murió en combate contra los ilirios en el 221 a.C. y el trono pasó a manos de Filipo, el quinto de su nombre, aunque todavía era muy joven, diecisiete años. Pero eso no sólo no fue un obstáculo sino que, conjugado con su gallardía y carisma, le hizo ganarse el apodo de el amado por los griegos. Y él quiso ser merecedor de tal distinción emulando al gran Alejandro: acabó definitivamente con la amenaza dardania y se convirtió en el líder indiscutible de la Liga Aquea en la Guerra Social contra la Liga Etolia, Esparta y Elis.
Este último falleció intentando frenar una invasión dardania y su primo, Antígono III Dosón ejerció la regencia, casándose con la viuda y adoptando al pequeño heredero, Filipo.
A continuación, gracias a la Paz de Naupacto, que le dejaba las manos libres, desató la llamada Primera Guerra Macedónica, en la que tenía como objetivo conquistar Iliria como primer escalón para una intervención en Italia. Sus dos primeros intentos acabaron mal porque los romanos, que controlaban ese territorio, reaccionaron rápidamente.
Tenían que hacerlo porque la captura de un barco púnico con una embajada que regresaba de Macedonia reveló que Filipo V acababa de firmar con Cartago una alianza que prometía ser muy ventajosa, ya que en esos momentos se desarrollaba la campaña de Aníbal por la península italiana y sus triunfos en Cannas y Trasimeno resonaron en todo el Mediterráneo.
Los términos decían que, tras la victoria cartaginesa, habría un reparto de las respectivas zonas ambicionadas; las de Filipo eran Corfú, Faros, Apolonia, Epidamno, Partinia, Dimale y Atintania, renunciando a su idea de establecerse también en Italia, en beneficio de su aliado. La respuesta de Roma fue enviar una flota para bloquear el Adriático y alcanzar un acuerdo con la Liga Etolia y el Reino de Pérgamo en el 211 a.C., lo que obstaculizaba la capacidad operativa macedonia al obligarla a mantener al ejército en su propio territorio para evitar una invasión.
Así, el único éxito de Filipo en Iliria llegó por tierra: la conquista de Lissus (en la actual Albania), que en realidad no le servía ya para gran cosa porque los romanos habían hundido la mayor parte de su flota y eran dueños del mar. La guerra se desarrolló entonces en territorio griego y dos victorias macedonias en Lamía ante tropas de Pérgamo apoyadas por auxiliares de Roma, permitió a Filipo abrir una negociación de paz desde una posición de fuerza.
No eran pocos los estados neutrales que deseaban un cese de hostilidades para recuperar el comercio y la economía, caso de Atenas, Quíos y Egipto, pero en las conversaciones nadie quiso ceder y continuaron sucediéndose las batallas sin que ninguna bastase para inclinar la balanza hacia un bando u otro, si bien con ligera ventaja para Filipo. Eso le permitió reiniciar una negociación que, esta vez sí, dio resultado y en condiciones favorables: agotada, la Liga Etolia parlamentó en el 206 a.C. a despecho de Roma, que trató inútilmente de impedirlo.
Sin embargo, el Senado romano también consideró cumplido su objetivo de evitar que los macedonios enviaran ayuda a Aníbal y al año siguiente firmó la denominada Paz de Fénice, por la que Filipo debía renunciar a su alianza con Cartago a cambio de recibir compensaciones territoriales en Iliria y Atintania.
Terminaron así nueve años de conflicto, pero no tardaría en volver a estallar en el 200 a.C. con la Segunda Guerra Macedónica y los mismos contendientes: Macedonia frente a Roma y sus aliados.
Todo empezó en el 204 a.C., cuando Ptolomeo IV Filópator falleció y como heredero al trono de Egipto quedó su hijo, que sólo tenía seis años, lo que lanzó a Antíoco III (del Imperio Seléucida) y Filipo V a intentar repartirse sus posesiones en Asia Menor.
De hecho, el macedonio emprendió una campaña en la que tomó Mileto, sitió Samos e invadió Caria, sembrando el temor en Rodas y Pérgamo, que pidieron ayuda a Roma. Ésta acababa de imponerse por fin a Cartago, pasando a ser la principal potencia mediterránea, y envió embajadores a mediar.
Lo que se encontraron esos delegados fue el Ática invadida por tropas de Filipo debido a que Atenas, que también había visto peligro en el expansionismo macedonio, se posicionó con Pérgamo y Rodas. Los romanos comunicaron al invasor un ultimátum mientras sus primeras legiones desembarcaban en Iliria y Filipo protestaba porque se había mantenido fiel a los términos de la Paz de Fénice.
No obstante, al principio, durante los primeros dos años, fue una guerra de baja intensidad, sin choques importantes y con las ciudades de esa parte del Mediterráneo a la expectativa para ver con quién convenía aliarse.
Esa actividad tan leve provocó un motín entre las filas romanas en el 198 a.C., lo que motivó la sustitución del cónsul Publio Sulpicio Galba por Publio Vilio Tápulo, aunque el verdadero protagonista iba a ser su sucesor, Tito Quincio Flaminino, quien decidió cambiar la estrategia conciliadora por otra abiertamente intervencionista y exigió a Filipo que abandonase Grecia para retornar a Macedonia.
No se contentó con amenazas y expulsó a los macedonios del Épiro por la fuerza. Luego intentó repetir en Tesalia, pero encontró más resistencia de la esperada y giró hacia Fócida mientras su hermano Lucio firmaba una alianza con la Liga Aquea (en realidad con parte de ella, pues varias ciudades siguieron fieles a Filipo).
Ello llevó a una reunión negociadora en Nicea, donde Flaminino insistió de nuevo en la retirada macedonia de suelo griego; Filipo sólo se mostró dispuesto a dejar Tracia y Asia Menor. Se acordó una tregua de dos meses y el viaje de embajadores de ambos bandos a Roma para continuar allí las conversaciones, a cambio de que los romanos abandonasen las urbes ocupadas en Fócida y Lócrida.
La negociación en Italia se estancó porque Flaminino supo que se le habían renovado sus poderes proconsulares y tenía las manos libres. El Senado le designó negociador plenipotenciario in situ, y lo primero que hizo fue ganarse dos aliados más, Esparta y Beocia.
Macedonia se quedaba prácticamente sola con el único apoyo de Acarnania, lo que la obligó a contratar mercenarios para afrontar lo que se le venía encima. Y es que todo estaba listo para una segunda campaña, que empezó en la primavera de 197 a.C.
Flaminino había engrosado sus fuerzas con soldados aqueos y etolios, de modo que los ejércitos de ambas partes estaban igualados numéricamente: unos veinticinco mil infantes; los romanos tenían doscientos jinetes menos que el enemigo, mil ochocientos, pero cuatro centenares de ellos eran etolios, muy superiores al resto; asimismo, contaban con una veintena de elefantes.
Flaminino avanzó por Ftiótide, al sudeste de Tesalia, hasta acampar cerca de Feras. Al amanecer, envió a la caballería en busca del enemigo mientras Filipo, que había partido de Larisa en esa misma dirección, hizo otro tanto. Ambos grupos se encontraron y, un día más tarde, se repitió la situación; pero si la primera vez se había retirado para informar, ahora se lanzaron a luchar, aún cuando el accidentado terreno (campos cultivados, bosquecillos) no era apropiado para los caballos. Se impusieron los diestros jinetes etolios, que obligaron a los macedonios a retirarse, pero no pasó de ser una escaramuza.
Al día siguiente, Filipo levantó el campamento para ir a aprovisionarse a Escotusa, donde además la llana orografía sería favorable a sus falanges. Flaminino se le adelantó llegando a la ciudad por otro camino, oculto por unas colinas. Los movimientos duraron un par de jornadas, al término de las cuales los dos alcanzaron su destino. Las fuentes son contradictorias respecto a si cada uno conocía la situación del otro, aunque está claro que ambos buscaban el enfrentamiento y ese mismo día podrían haberlo iniciado de no haber ocurrido un incidente: Filipo dedicó una arenga a sus hombres desde un montículo que resultó ser una fosa común, lo que ellos consideraron un mal augurio y se negaron a combatir.
En cualquier caso, tras una noche lluviosa, amaneció con una densa niebla que dificultaba los movimientos, por lo que los dos contendientes tuvieron que recurrir de nuevo a la caballería y la infantería ligera para explorar unos colinas cercanas, a las que se conocía como Cinoscéfalas (Cabezas de perro, seguramente por su caprichosa forma). Ambos contingentes se encontraron y empezaron la batalla, imponiéndose los romanos, que se apoderaron de la cima. Por poco tiempo, pues Filipo logró reunir a sus dispersas fuerzas (estaban diseminadas recogiendo víveres) y empujarlos ladera abajo.
La aparición de la caballería etolia permitió respirar a los romanos, que pudieron formar una línea de defensa, dando tiempo a Flaminino para enviar a las legiones a cubrir la retirada ordenada hasta extramuros del campamento.
Sin embargo, los informes que recibió el rey macedonio decían que presionando un poco más se podría desbaratar al adversario, así que, a pesar de que el irregular terreno no era propicio para el despliegue de las falanges, decidió jugársela. Ya no había marcha atrás.
Flaminino arengó también a los suyos, recordándoles su reciente victoria, y tomó personalmente el mando del ala izquierda para reforzar la línea de vanguardia, que entonces pasó al ataque. Los infantes ligeros macedonios, que habían desguarnecido la colina en persecución del rival, empezaron a ceder metros y terminaron por retroceder en desorden, sin que a Filipo le diera tiempo de formar las falanges adecuadamente, por lo que reorganizó aquel caos con una formación en profundidad para cargar con las sarisas.
Los infantes ligeros romanos del ala izquierda tuvieron que dar media vuelta para resguardarse tras los legionarios, pero, ante la amenaza de la carga macedonia, Flaminino hizo entrar en acción al ala derecha, que estaba en retaguardia. En ella se integraban los elefantes, cuyo temible ímpetu arrolló el flanco izquierdo enemigo, incapaz de formar una falange en condiciones por lo abrupto del terreno. El choque terminó en una masacre, en medio de la cual dos decenas de manípulos giraron para atacar la derecha macedonia por detrás.
Cogidos entre dos fuegos, los macedonios rompieron su orden y trataron de escapar, siendo cazados uno tras otro. Filipo que asitía consternado desde la cumbre a la destrucción de su ejército, reunió a los supervivientes y se retiró. En la colina únicamente quedó un grupo de hoplitas con sus armas en alto, en señal de rendición; pero Flaminino no pudo contener a los legionarios, que los mataron a todos. A continuación, se dedicaron a saquear el campamento macedonio, aunque llegaron después que los jinetes etolios, que trataban de compensar con el robo la escasa parte del botín que les correspondía.
Es difícil saber cuántas bajas hubo realmente, dada la tendencia a la exageración de los textos antiguos. Un historiador romano del siglo I a.C. reseña cuarenta mil macedonios muertos y cinco mil setecientos prisioneros; Quinto Claudio Cuadrigario dice en sus Annales que fueron treinta y dos mil fallecidos y cuatro mil trescientos capturados. Tito Livio, que usó a ambos como fuente parcial para su Historia de Roma, rebaja las cifras a ocho mil muertos y cinco mil cautivos. También Polibio da números más modestos. En cambio, los romanos habrían sufrido apenas setecientas bajas mortales.
Filipo tuvo que pagar a Roma una indemnización de mil talentos, cederle su flota y entregar rehenes, entre ellos su hijo Demetrio. Curiosamente, se alió con la República en las guerras que ésta mantuvo luego con el rey Nabis de Esparta (en una campaña que lideró el propio Flaminino en el 195 a.C) y el rey Antíoco III, del Imperio Seleúcida (192-189 a.C); con eso se ganó el perdón de lo que le faltaba por pagar y la libertad de su vástago.
Irónicamente él mismo ordenaría su ejecución en el 180 a.C., al sospechar que los romanos trataban de sustituirle por él; Perseo, el primogénito (aunque no heredero, en principio, por ser hijo de una concubina), ocupó el trono cuando el rey falleció al año siguiente.
La batalla de Cinoscéfalas constituyó un antecedente de lo que veintinueve años más tarde se confirmaría en la batalla de Pidna, durante la Tercera Guerra Macedónica: la legión romana manipular revelaba su superioridad sobre la falange hoplítica -al menos sobre la de esa última época- al resultar mucho más operativa y versátil sobre cualquier tipo de terreno, aparte de tener mayor flexibilidad a la hora de formarse y maniobrar. Así lo vio ya Polibio, que en sus Historias dijo textualmente refiriéndose a Cinoscéfalas y Pidna:
En la guerra, el momento y el lugar donde la acción se pondrá en marcha no pueden ser determinados de antemano, al tiempo que, para permitirle desplegarse, la falange precisa su momento y su terreno… llano y desnudo, un terreno que no corte ningún obstáculo como fosos, barrancos, relieves, taludes o cursos de agua, porque cualquiera de estos accidentes basta para paralizar o dislocar una tropa así formada (…) Como la falange está organizada de modo que imposibilita a los hombres dar media vuelta y librar combates individuales, los romanos pudieron impulsar su ataque, masacrando a los soldados que se encontraban delante de ellos y que no podían defenderse
Fuentes
Historias (Polibio)/Historia de Roma desde su fundación (Tito Livio)/Vidas paralelas: Flaminino (Plutarco)/Alexander to Actium, the historical evolution of the Hellenistic Age (Peter Green)/Wikipedia
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