Que los días tienen 24 horas es una convención establecida hace mucho tiempo, que además está relacionada con el movimiento de rotación de la Tierra. Ya Plinio el Viejo lo expresaba como un hecho que no dejaba lugar a dudas:
El mundo así formado no está en reposo, sino que gira eternamente con una velocidad indescriptible, ocupando cada revolución el espacio de 24 horas: la salida y la puesta del sol no dejan lugar a dudas. Si el sonido de esta vasta masa que gira incesantemente es de un volumen enorme y, por consiguiente, está más allá de la capacidad de nuestros oídos para percibirlo, por mi parte no puedo decirlo fácilmente
Plinio el Viejo, Historia Natural II.3
Pero, por sorprendente que parezca, las horas no siempre duraron lo mismo. Y es que antes de que existieran los relojes, incluso tras la invención de los relojes de sol, resultaba complicado llevar el cómputo del tiempo.

Por eso en la antigua Roma, igual que habían hecho anteriormente los griegos, se aplicó un método tan sencillo como práctico: desde que salía el sol hasta que se ponía había 12 horas, y otras doce desde que se ponía hasta que volvía a salir. Aunque esto solo desde que comenzaron a utilizar el reloj de sol en 293 a.C., instalado según nos cuenta Plinio el Viejo en el templo del dios Quirino. Antes de eso los días no se dividían en horas, y de hecho la palabra ni siquiera se mencionaba en las Doce Tablas, donde solo se citaban el amanecer y el anochecer, y los periodos anterior y posterior al mediodía.
La división del día y de la noche en doce horas no es ignorada por nadie, pero creo que fue observada en Roma, sólo después de la invención del reloj solar
Censorino, De die natale XXIII
Una hora del día correspondía por tanto a 1/12 del tiempo de luz diurna. Esto hacía que la duración de cada hora fuera diferente dependiendo de la latitud y de la época del año. Porque mientras que las horas de luz y de oscuridad son prácticamente las mismas durante todo el año en el ecuador, el tiempo de luz se acorta en invierno y se alarga en verano en el resto del planeta, con una diferencia más pronunciada cuanto más al norte o al sur se vaya.
Así en una latitud similar a la de la ciudad de Roma una hora de luz en el solsticio de verano duraba unos 75 minutos, mientras que una hora de luz en el solsticio de invierno duraba 45 minutos (no obstante, hasta la Edad Media no se subdividieron las horas en minutos y segundos).
Porque el tiempo de luz en el solsticio de verano duraba seis horas más que en el de invierno, y ello hacía que tanto las primeras horas como las últimas se dilatasen.

Según Ray Laurence ahí es donde se concentraban las mayores diferencias, ya que las horas centrales como la sexta y, en particular la séptima, cuando se retomaban la mayoría de trabajos tras la siesta (de la hora sexta tras la comida) sufrían poca variación. De hecho la hora séptima comenzaba en el mismo punto temporal tanto en verano como en invierno.
Néstor Marqués en su libro Un año en la antigua Roma recoge la estructura de un día natural (diferente del día civil, que comenzaba a medianoche y se extendía hasta la medianoche siguiente): el día natural comenzaba al amanecer con el solis ortus o salida del sol; después llegaba la mañana (mane) a la que seguía el meridies o mediodía, y tras él la tarde (postmeridiem). La última hora de luz era la suprema, seguida del solis occasus, la puesta del sol. Justo antes del anochecer (vespera) se producía el crepusculum, dando paso a la noche (nox). Era la hora de dormir (concubium) antes de que llegase la media nox. A partir de ahí se extendía la imtempesta nox, hasta que por fin los gallos volvían a cantar en el gallicinium durante los últimos momentos de oscuridad (ante lucem) y se abrían paso las primeras luces (diluculum) que precedían a un nuevo amanecer.
Cada hora recibía un nombre numerado del 1 al 12, es decir, hora prima, hora secunda, hora tertia, etc. Y para diferenciar las horas del día de las de la noche se especificaba prima diei hora (primera hora del día) o prima noctis hora (primera hora de la noche).

Los romanos conocían perfectamente esta diferencia en la duración de las horas, más evidente todavía cuando comenzaron a utilizar relojes de sol y de agua. Plinio el Viejo, cuando habla de los paralelos en que está dividido el mundo dice:
En esta latitud, a mediodía en el momento del equinoccio una aguja de reloj de sol de 7 pies de largo proyecta una sombra de nos más de 4 pies de largo, mientras que la noche más larga y el día más largo contienen 14 horas equinocciales, y el más corto por el contrario 10
Plinio el Viejo, Historia Natural VI.39
No sería hasta el año 159 a.C., cuando Publio Cornelio Escipión Nasica instaló en la basílica Emilia del Foro el primer reloj de agua (traído de Grecia), que se dividieron las horas del día y la noche por igual.
Las líneas de este reloj de sol no concordaban con las horas, pero de todos modos lo siguieron durante 99 años, hasta que Quinto Marcio Filipo, que era censor con Lucio Paulo, colocó uno más cuidadosamente diseñado junto a él, y este regalo fue recibido como una de las más bienvenidas de las empresas del censor. Sin embargo, incluso entonces las horas eran inciertas cuando el tiempo estaba nublado, hasta el siguiente lustro, cuando Publio Cornelio Escipión Nasica instituyó el primer reloj de agua que dividía las horas de las noches y los días por igual.
Plinio el Viejo, Historia Natural VII.60
Fuentes
Un año en la antigua Roma (Néstor Marqués) / Historia Natural (Plinio el Viejo) / Roman Pompeii: Space and Society (Ray Laurence) / Timekeeping in the Ancient Mediterranean and Near East / Roman Antiquities (Alexander Adam) / De Die Natale (Censorino) / Wikipedia
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