La historia es una de las más conocidas de la Antigüedad. El rey Creso de Lidia, que veía su reino amenazado por el creciente poder persa, envió en el año 560 a.C. emisarios a los principales oráculos de Grecia y Egipto con instrucciones de realizar la misma pregunta el mismo día y a la misma hora.

El objetivo era comprobar qué oráculo era el más fiable de todos, para luego consultarle de nuevo una importante cuestión.

Los oráculos consultados fueron, según nos cuenta Heródoto, los de Delfos, Abas, Dodona, Anfiarao, Trofonio y Branchidas (en Grecia) y Amón (en el desierto de Siwa al oeste de Egipto). La pregunta era ¿qué está haciendo el rey Creso en este momento?.

Con esta idea quiso hacer prueba de la verdad de los oráculos, tanto de la Grecia como de la Lybia, y despachó diferentes comisionados a Delfos, a Abas, lugar de los Focéos, y a Dodona, como también a los oráculos de Anfiarao y de Trofonio, y al que hay en Branchidas, en el territorio de Mileto. Estos fueron los oráculos que consultó en la Grecia, y asimismo envió sus diputados al templo de Ammon en la Lybia. Su objeto era explorar lo que cada oráculo respondía, y si los hallaba conformes, consultarles después si emprendería la guerra contra los persas

Heródoto, Historia I-XLVII
Anfiarao curando, relieve encontrado en el santuario de Oropo / foto Wellcome Images en Wikimedia Commons

La Pitia de Delfos contestó con su habitual respuesta en verso, que los enviados pusieron por escrito rápidamente y con ella regresaron a Sardes, la capital de Lidia, donde Creso esperaba impaciente. Los emisarios de los demás oráculos iban llegando y entregando sus respuestas, pero ninguna satisfacía al rey, hasta que leyó la de Delfos.

No sabemos lo que respondieron los demás oráculos, pero en Delfos, tras entrar los lidios en el templo y preguntar lo que se les había mandado, respondió la Pitia con estos versos: “Sé del mar la medida, y de su arena / el número contar. No hay sordo alguno / a quien no entienda; y oigo al que no habla. / Percibo el olor que despide / la tortuga cocida en vasija / de bronce, con la carne de cordero, /con bronce abajo y bronce arriba.”

Heródoto, Historia I-XLVII

Y es que llegado el día indicado para que fueran realizadas las preguntas en los distintos oráculos, Creso pensó que podía hacer que fuera difícil de adivinar, y se le ocurrió mezclar en una olla de bronce pedazos de tortuga y de cordero y ponerlos a cocer, cubiertos por una tapa del mismo metal.

A su parecer, por tanto, Delfos había adivinado exactamente lo que él estaba haciendo en el momento exacto de ser formulada la pregunta, y por ello quedó convencido de su fiabilidad.

Restos del gran altar del santuario de Anfiarao / foto George E. Koronaios en Wikimedia Commons

Pero el oráculo de Anfiarao también había acertado que el rey estaba cocinando un guiso de tortuga y cordero, lo que ocurre es su respuesta no se ha conservado, posiblemente porque nadie se tomó la molestia de ponerla por escrito.

La que dio el oráculo de Anfiarao a los Lidios que la consultaron sin faltar a ninguna de las ceremonias usadas en aquel templo, no puedo decir cuál fuera; y solo se refiere que por ella quedó persuadido Creso de que también aquel oráculo gozaba del don de profecía

Heródoto, Historia I-XLIX

Por tanto Creso volvió a consultar a ambos oráculos, ahora sí realizando la pregunta importante, que era si debía atacar a los persas. Nuevamente, los dos oráculos parece que respondieron lo mismo, aunque nuevamente es probable que la respuesta que se conserva es la ofrecida por el de Delfos. El de Anfiarao habría contestado en términos muy similares que si Creso atacaba a los persas destruiría un gran imperio.

Los lidios encargados de llevar a los templos estos dones, recibieron orden de Creso para hacer a los oráculos la siguiente pregunta: «Creso, monarca de los lidios y de otras naciones, bien seguro de que son solos vuestros oráculos los que hay en el mundo verídicos, os ofrece estas dádivas, debidas a vuestra divinidad y numen profético, y os pregunta de nuevo, si será bien emprender la guerra contra los persas, y juntar para ella algún ejército confederado.» Ambos oráculos convinieron en una misma respuesta, que fue la de pronosticar a Creso, que si movía sus tropas contra los persas acabaría con un grande imperio; y le aconsejaron, que informado primero de cuál pueblo entre los griegos fuese el más poderoso, hiciese con él un tratado de alianza.

Heródoto, Historia I-LIII

Como es sabido Creso marchó contra Ciro y el imperio que destruyó fue el suyo propio, ya que fue vencido y hecho prisionero.

Plano del santuario de Anfiarao / foto Nefasdicere-dodecaedro en Wikimedia Commons

Anfiarao, a quien se rendía culto allí, era un mítico héroe argivo (mencionado en la Odisea) que tenía el don de la adivinación mediante la interpretación de los sueños. Siendo rey de Argos junto con Adrasto, apoyó la expedición de los Siete contra Tebas, sabiendo por sus dotes adivinatorias que moriría allí. Durante el combate, mientras era perseguido por Priclímeno, Zeus abrió una brecha en la tierra que se tragó a Anfiareo con su carro.

En el lugar donde según el relato mitológico ocurrió esto se levantó en el siglo V a.C. un santuario dedicado a Anfiarao en el que se le veneraba como un dios del inframundo (el Anfiareo de Oropo). Allí se instituyó un oráculo por el sistema de la incubatio: tras pagar las tasas, el adepto dormía en el interior del santuario sobre la piel de un carnero, donde un sueño le revelaba la respuesta a sus preguntas.

Quizá por esto es por lo que no se conservan las respuestas del oráculo. Estuvo en funcionamiento hasta la llegada del cristianismo, probablemente al igual que Delfos hasta el siglo IV o V d.C.

El oráculo de Anfiarao era una auténtica “fábrica de sueños”, en la que, recurriendo a métodos dudosos, se hacía dormir días enteros a las personas y se las programaba para que tuvieran sueños sobre su futuro

Philipp Vandenberg, El secreto de los oráculos

Entre los personajes que se sabe acudieron al santuario para consultar al oráculo están el faraón Ptolomeo IV (240–204 a.C.) y el general romano Sila (138–78 a.C.).

Restos de la estoa, la gran sala de los sueños / foto George E. Koronaios en Wikimedia Commons

Muchos viajeros desde la Edad Media dieron noticias de las ruinas del santuario. La primera excavación sistemática comenzó en 1884, a cargo de Vassileios Leonardos, y duró hasta 1929, sacando a la luz muchos de los antiguos edificios justo donde Pausanias escribió que estaban, en el lugar llamado Psáfide junto a la ciudad de Oropo en el límite entre las regiones de Beocia y Ática, a unos 50 kilómetros al norte de Atenas.

Hoy sus ruinas pueden verse en la orilla noreste de un pequeño barranco entre dos colinas, a unos 154 metros de altitud.

Precisamente uno de los edificios mejor conservados es la sala de los sueños, una estoa que tiene 110 metros de longitud, e incluso han sobrevivido algunas de las columnas que sostenían los lechos. Del templo y el estadio, donde se celebraban competiciones deportivas, queda bastante poco. El recinto alberga también el gran altar de los sacrificios, un teatro, unos baños, la fuente sagrada y los restos de una clepsidra o reloj de agua.

La fila de basas de estatuas / foto J.M. Harrington en Wikimedia Commons

Una fila de estatuas, cuyas basas con dedicatorias han sobrevivido hasta la actualidad in situ, se extendía unos 70 metros a lo largo del camino que conduce al santuario. Entre los nombres que podemos leer en ellas, todos de época romana ya, están el de Marco Junio Bruto, Lucio Cornelio Sila, Marco Agripa, Apio Claudio Pulcro, o Cneo Calpurnio Pisón.


Fuentes

Mysteries of the Oracles (Philipp Vandenberg) / Historia (Heródoto) / Descripción de Grecia (Pausanias) / Ministerio de Cultura de Grecia / Wikipedia


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