Las lluvias de meteoros se han convertido en las últimas décadas en auténticos espectáculos anunciados y seguidos por la televisión, internet y las redes sociales. Se producen por corrientes de desechos cósmicos llamados meteoroides, que entran en la atmósfera de la Tierra a gran velocidad, desintegrándose y produciendo resplandores y estelas fugaces.
Las principales lluvias de meteoros son las Perseidas, que alcanzan su punto culminante el día 12 de agosto de cada año con más de un meteoro por minuto, y las Leónidas, que lo hacen hacia el 17 de noviembre.
La diferencia entre ambas es que las Leónidas alcanzan un máximo de intensidad produciendo una tormenta de meteoros cada 33 años.

Las Leónidas se llaman así porque parecen proceder de la constelación de Leo, pero en realidad son producto del polvo del cometa Tempel-Tuttle. Se pueden contemplar todos los años entre el 6 y el 30 de noviembre, con entre 10 y 15 meteoros por hora de media en un año normal. Suelen ser de color rojizo y muy rápidos (unos 72 kilómetros por segundo), dejando una estela de color verde durante unos pocos segundos.
Pero, como decíamos, cada 33 años aproximadamente la lluvia de las Leónidas se convierte en tormenta al coincidir con el perihelio del cometa, esto es, su acercamiento máximo al Sol. Hubo tormentas en 902, 931 y 934, 1002, 1101, 1202, 1366, 1533, 1602, 1698, 1799, 1833, 1866, 1966, 1999 y 2001. La de 902 alcanzó su máximo el día 12 de octubre, la de 1202 el 19 del mismo mes, mientras que la de 1799 y las siguientes ya sucedieron treinta días más tarde, entre el 11 y el 12 de noviembre.

Precisamente la de 1799 fue contemplada, entre otros, por Alexander von Humboldt desde la ciudad venezolana de Cumaná, quien escribió que millares y millares de estrellas fugaces y bólidos de fuego cayeron durante cuatro horas consecutivas.
Pero la mayor tormenta de meteoros registrada hasta ahora corresponde a las Leónidas del año 1833. El 13 de noviembre de ese año quienes pudieron contemplar el espectáculo de más de 100.000 meteoros por hora quedaron asombrados (otras estimaciones indican 240.000). Durante más de seis horas la noche se iluminó con lo que parecía ser una interminable caída de copos brillantes.

Fue contemplada principalmente en la costa este de América del Norte, desde las islas del Caribe hasta Canadá y Groenlandia, y también en partes del medio oeste, pero no en Europa. Impresionó tanto a la tribu Lakota que reajustaron sus calendarios, y el fundador del mormonismo lo consideró una señal divina. Hasta William Faulkner, en su novela de 1942 Desciende, Moisés, señala que 1833 fue el año en que cayeron las estrellas.
La impresión que dejó fue profunda y aterradora. Según los periódicos de la época, hubo pocos que se perdieran la increíble tormenta, cuyos proyectiles parecían proceder de una estrella en la constelación de Leo (de ahí que ese año se le diera el nombre de Leónidas a la tormenta de meteoros).
Quienes no se despertaron por la algarabía y la conmoción de las calles, lo hicieron por el resplandor en movimiento de las bolas de fuego que brillaban en las ventanas de sus habitaciones. Samuel Rogers lo contaba así en su autobiografía publicada en 1880:
Oí a uno de los niños gritar, con una voz que expresaba alarma: “Acércate a la puerta, padre, seguro que el mundo se acaba”. Otro exclamó: “¡Mira! ¡El cielo entero está en llamas! Todas las estrellas están cayendo”. Estos gritos nos llevaron a todos al patio abierto, para contemplar la escena más grandiosa y hermosa que mis ojos hayan contemplado jamás. Parecía como si todas las estrellas hubieran abandonado sus amarras y se desplazaran rápidamente en dirección oeste, dejando tras de sí un rastro de luz que permaneció visible durante varios segundos. Algunas de esas estrellas errantes parecían tan grandes como la luna llena, o casi, y en algunos casos parecían atravesar a gran velocidad el curso general del cuerpo principal de meteoros, dejando a su paso una luz azulada, que se acumulaba en una fina nube no muy diferente a la bocanada de humo de una pipa de tabaco. Algunos de los meteoros eran tan brillantes que fueron visibles durante algún tiempo después de que el día hubiera amanecido. Imaginad que grandes copos de nieve flotan sobre vuestra cabeza, tan cerca de vosotros que podéis distinguirlos, uno de otro, y sin embargo tan espesos en el aire que casi oscurecen el cielo.

Fue esa tormenta de 1833 la que despertó el interés por el estudio de este nuevo campo de la astronomía. Muchos se lanzaron a investigar y rastrear la historia de las Leónidas en los antiguos textos europeos, árabes y chinos, llegando a la conclusión de que su visión estaba documentada desde hacía al menos 1.000 años. Textos árabes escritos en Sicilia ya habían calificado por ello al año 902 d.C. como el Año de las Estrellas.
En 1837 el astrónomo alemán Heinrich Olbers apuntó que el ciclo de la tormenta de las Leónidas se repetía cada 33 o 34 años, siendo fijado en 1866 en 33,25 años. Ese mismo año, en que la tormenta dejó 5.000 meteoros por hora en Europa y 1.000 por hora en América del Norte, el astrónomo italiano Schiaparelli estableció que procedían de un cometa.
Por todo ello para 1899 se esperaba con gran emoción otro espectáculo igual o más impresionante que los de 1833 y 1866. Pero nada sucedió. De hecho los astrónomos no pudieron ni siquiera localizar el cometa Tempel-Tuttle. Y 33 años más tarde se repitió la misma decepción. El cometa parecía haberse esfumado para siempre.

Pero en 1965 fue localizado de nuevo, y un año más tarde, el 17 de noviembre de 1966 se produjo otra gran y espectacular tormenta, contemplada principalmente en el centro y oeste de America del Norte.
Según algunos testigos pudo superar incluso a la de 1833, con unos 144.000 meteoros por hora, unos 40 por segundo, aunque no todos los investigadores están de acuerdo.
En 1999 y 2001 todavía se pudieron contemplar algunos miles por hora. Nos queda esperar hasta 2031 para que el ciclo se repita con la esperanza de que vuelvan a producirse grandes tormentas como las de 1833 y 1966.
Fuentes
Space.com / EarthSky / Leonid MAC (NASA) / The Great Leonid Meteor Storm of 1833: A first-hand account by Elder Samuel Rogers / Observatorio ARVAL / Wikipedia.
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