Baeza es una ciudad de la provincia andaluza de Jaén cuyo casco histórico fue incorporado en 2003 al Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Entre sus monumentos más destacados figura uno especialmente curioso porque no se encuentra en un museo sino en la céntrica Plaza del Pópulo: una estatua femenina que decora la Fuente de los Leones y que, según la tradición, representa a Himilce, la esposa de Aníbal Barca.
La fuente consiste en una modesta pileta surtida de agua por cuatro pequeñas esculturas de leones (aunque dos puede que sean bueyes). Parece ser que esas figuras proceden de las ruinas arqueológicas de Cástulo, desde donde se trasladaron a principios del siglo XVI. Cástulo situada a una treintena de kilómetros, era una ciudad iberorromana de la que hablaremos más adelante. El caso es que por encima de las fieras se alza la citada estatua, considerada de época antigua y retrato de la mujer ibera con quien se casó el famoso general cartaginés.
Sin embargo, actualmente se duda de esa cronología. La arqueóloga Teresa Chapa Brunet, que ha participado en varias excavaciones por la provincia y es especialista en el mundo ibero (incluso ha publicado un estudio titulado Escultura Ibérica. Estudio iconográfico, tecnológico e historiográfico), opina que se trata más bien de una obra varios siglos posterior por estilo y material. De hecho la cabeza es una reposición realizada por el artista local José Gálvez Mata en los años sesenta, puesto que la original resultó destruida durante la Guerra Civil.

Por eso no concuerdan los testimonios. En su libro Recuerdos y bellezas de España, Francisco Pi y Margall, que además de político también fue historiador, describió ese rincón de Baeza en el siglo XIX diciendo que “.. ve en medio de una plaza aparecer sobre el mar de una fuente moderna la figura de una Cibeles entre cuatro leones”. Pero en 1677 Francisco de Torres había dejado una descripción de la fuente según la cual no estaba adornada con ese grupo escultórico sino con una bola rematada por una cruz; ésta fue sustituida por la estatua ya en la centuria decimonónica, cuando el romanticismo la quiso identificar con Himilce.
¿Y quién fue Himilce exactamente? No tenemos muchos datos biográficos sobre ella por la escasez de fuentes. Los historiadores romanos apenas se ocuparon de ese personaje, por lo que mucho de lo que se le atribuye forma parte más de la leyenda que de la realidad. En su obra Ab urbe condita, Tito Livio se limita a nombrarla de pasada: “Cástulo, fuerte y noble ciudad de Hispania y tan estrechamente unida a los cartagineses que la esposa del propio Aníbal era de allí, sin embargo se pasó a los romanos”.

Por su parte, el poeta Silio Itálico escribió una historia de las guerras entre romanos y cartagineses titulada Púnica y, en su tercer libro, dedicado a las victorias de Aníbal, narra la relación de éste con su esposa; por ejemplo, la despedida entre ambos cuando se dispone a partir a su famosa campaña, poniendo en boca de ella:
¿A mí me impides acompañarte, olvidando que mi vida depende de la tuya? ¿En tan poco estimas el matrimonio y la cesión de mi virginidad como para impedirme cruzar contigo las montañas? ¡Confía en la hombría femenina! No hay fuerza que supere al amor conyugal. Pero si sólo soy juzgada por mi sexo y has resuelto despedirme, me avengo y no interpongo demora al destino. Que la divinidad te asista, hago votos. Marcha con buen pie, marcha con el favor de los dioses y conforme a tus deseos. Y en la batalla, en el sangriento combate, acuérdate de mantener vivo el recuerdo de tu esposa y tu hijo.
Cástulo, decíamos, era una ciudad situada a unos cinco kilómetros de lo que hoy es Linares, en el Alto Guadalquivir, al pie de Sierra Morena. El llamado Saltus Castulonensis, un sitio de paso, como atestiguó Plinio el Viejo, porque comunicaba la meseta con lo que los romanos, tras su victoria en la Segunda Guerra Púnica, iban a bautizar como Hispania Ulterior, una provincia que abarcaba más o menos el territorio andaluz (por entonces, el dominio de la península se limitaba a la franja litoral mediterránea, prolongándose esa provincia hacia el noreste en la Hispania Citerior).

Habitada al menos desde el siglo III a.C., si bien levantada sobre un asentamiento neolítico, la rica minería de la región la convirtió en uno de los centros de la cultura tartésica. Ahora bien, para la época que nos interesa era la capital de la Oretania, la zona donde se desarrolló la cultura oretana, que abarcaba desde el centro-norte de la actual provincia de Jaén hasta la mitad sur de Ciudad Real y la parte oeste de Albacete. La abundancia de cobre, plomo y plata -acuñaba su propia moneda- atrajeron primero a mercaderes griegos y fenicios, pero no tardaron en llegar otros extranjeros con objetivos más ambiciosos.
Eran los cartagineses, que en plena expansión por el dominio del Mediterráneo occidental habían sido derrotados por Roma en la Primera Guerra Púnica, perdiendo sus territorios de Sicilia, Córcega y Cerdeña, encontrando una alternativa en el rico sur de Hispania. Fue Amílcar Barca el que empezó la conquista en el año 237 a.C., continuando luego su yerno Asdrúbal el Bello cuando él falleció en el 228 a.C. luchando en Helike (¿Elche?) precisamente contra los oretanos. Las fuentes clásicas (Estrabón, Polibio, Claudio Ptolomeo…) dan testimonio de la tenaz resistencia que ofrecieron éstos.
No obstante, y pese a las dificultades defensivas que ofrecían sus oppida fortificados sobre terreno elevado, al final no pudieron mantener más tiempo esa renuencia a someterse a los púnicos. Asdrúbal acordó la paz con los pueblos hispanos y, merced al clásico sistema de rehenes voluntarios para asegurarla, extendió la frontera hacia el nordeste, ejerciendo de limes natural el río Iberus (Ebro). Pero también perdió la vida, en su caso asesinado por un sirviente de Tagus, rey de los olcades, un pueblo celtíbero (el monarca, por cierto, fue crucificado por ello).

El mando recayó entonces en Aníbal, el heredero de Amílcar, que se encontró con el recelo de todos los que habían pactado con Asdrúbal, temiendo que el statu quo cambiase y pasaran a ser sometidos, vista la violencia con que se estaban empleando las tropas africanas. La situación se salvó de forma diplomática: si Amílcar y Asdrúbal habían dado ejemplo de estrategia por vía sanguínea casándose con princesas hispanas, Aníbal se comprometió a hacer otro tanto y la elegida fue Himilce, la hija del rey oretano Mucro.
Silio Itálico supone que era un nombre de origen griego por vía paterna, pues el monarca también se le llama Castalio de Cirra (por lo que su familia procedería de la Fócida) y la entronca con la ninfa Mírice. Pero historiadores actuales como Gilbert Charles-Picard ven una etimología semítico-púnica en el nombre (“la protegida de Melkart”), por lo que aunque sí es posible que tuviera una educación helenística, quizá no se llamase así e Himilce fuera la gracia de la hija de Amílcar -esposa, pues, de Asdrúbal- . Hasta la H fue un añadido latinizador romano, siendo el verdadero nombre Imilce.

El enlace se llevó a cabo en la primavera del año 221 a.C. (o quizá al siguiente) en el templo de Tanit que había en la ciudad de Qart Hadasht, más conocida por el nombre que le darían los romanos, Cartago Nova (actual Cartagena, fundada por Asdrúbal). Por mucho que la leyenda asegure que realmente surgió el amor entre ambos contrayentes -hoy en día se celebra en Cartagena una recreación teatral del presunto enamoramiento y enlace-, cuando se conocieron durante un festival en el santuario de Auringis (Jaén), se trataba más bien de un matrimonio político y lo probaría el dato de que, al parecer, Aníbal apenas le prestó atención a su nueva mujer. Y es que se acercaban tiempos convulsos y hacían falta aliados para la inminente Segunda Guerra Púnica.
Los romanos, que también se habían lanzado a una ambiciosa expansión, no estaban dispuestos a permitir el resurgimiento de Cartago y la Península Ibérica se perfilaba como el primer campo de batalla, así que para Aníbal era importante asegurar su posición allí. Para ello, tras un duro asedio, tomó Sagunto en el 219 a.C. y Roma declaró la guerra al año siguiente. La idea del cartaginés era llevar las hostilidades a la mismísima Italia, por lo que empezó a organizar una campaña en ese sentido. Ya vimos en el poema de Silio cómo Himilce tuvo que resignarse, contra su voluntad, a esperarle.
Esa insistencia en ir con su marido no cuadraría con un matrimonio sin amor de por medio, aunque en esta historia todo son conjeturas, como se ve. De todos modos, no se quedó sola porque para entonces tenían un hijo, presuntamente concebido en Saiti (Játiva, donde el castillo aún conserva un balcón denominado Mirador de Himilce) durante el asedio de Sagunto. No hay constancia de cuál era su nombre, puesto que ni Tito Livio ni Polibio ni Apiano lo mencionan y sólo lo hace Itálico. Si algunas leyendas apuntan que pudo llamarse Haspar (o Aspar), otros creen que fue Amílcar, pues había una costumbre de llamar a los hijos como su abuelo. Haspar, no obstante, es el más habitual en la historiografía tradicional de la Edad Moderna.
Tras una visita familiar al templo de Melkart en Gádir (Cádiz) para pedir su favor, poco antes de que la expedición se pusiera en marcha hacia los Pirineos, madre e hijo embarcaron hacia Cartago, puesto que Aníbal no quería dejarlos desprotegidos. Algunos historiadores consideran que esa versión no es más que una imitación de lo que luego haría Pompeyo mandando a Cornelia, su mujer, a Lucca durante la guerra civil contra Julio César. Por eso también se dice que Himilce y el niño no fueron a Cartago sino a Qart Hadasht (que, recordemos, era Cartago Nova, de ahí una posible confusión), bajo la custodia de los Barca.

Si es correcta la primera, resulta irónico que aquella patria de adopción acabara siendo mucho más peligrosa que Hispania, pues estuvo a punto de costarle la vida al pequeño, según Itálico: Hannón el rival político de los Barca, propuso su sacrificio al dios Baal Hammon para obtener el favor de los dioses en la guerra. Himilce, desesperada, imploró a los sufetes que lo impidieran e incluso envió un mensajero a su esposo, quien al final consiguió impedirlo prometiendo a cambio inmolar a mil enemigos. La misma historia se cuenta con escenario en Cástulo.
Se ignora que fue de Himilce, salvo que la muerte le llegó joven, hacia el 214 o 212 a.C., y con ella la de su hijo porque la causa fue una epidemia de peste. También se ha teorizado sobre que ella era contraria a la guerra contra Roma y por eso Aníbal no la quiso a su lado en la expedición transalpina. De ahí que, habiendo retornado a Cástulo, no habría fallecido sino que permaneció allí oculta hasta la llegada de Escipión el Africano, favoreciendo que los oretanos se pasaran a su bando, tal como contó Tito Livio.
Y es que, mientras tanto, su esposo aún combatía en Italia, donde el cónsul Quinto Fabio Máximo le había logrado inmovilizar a base de escaramuzas, evitando el enfrentamiento abierto, sin que el Senado cartaginés enviara refuerzos para romper el impasse. Ese mismo año, las tribus celtíberas empezaron a abandonar la alianza con los púnicos para ponerse del lado romano a cambio de promesas de privilegios, dejando a los tres ejércitos cartagineses separados entre sí y en una delicada situación.
Cástulo no fue excepción y, decíamos, firmó un tratado con Escipión, quedando desde entonces bajo la órbita romana. Y aquí hay que mencionar otra versión más, según la cual Himilce, ante el desprecio que experimentaba en Cartago por parte de los mandatarios a causa de la elusión del frustrado sacrificio, decidió a regresar a Hispania, a su ciudad natal, donde murió, bien de la fatal epidemia, bien por otras causas. De acuerdo con esa visión legendaria, fue enterrada allí mismo, bajo la Fuente de los Leones, siendo la estatua su retrato funerario; ya hemos visto que no.
Fuentes
La Guerra Púnica (Silio Itálico)/Historia de Roma desde su fundación (Tito Livio)/Historias (Polibio)/Historia romana (Apiano)/El rastro de Himilce (Miguel Vega Blázquez)/Recuedos y bellezas de España (Francisco Pi y Margall)/Wikipedia
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