No hay que juzgar un paquete por el envoltorio, que normalmente sólo es un aditamento de presentación para adornar lo verdaderamente valioso que contiene. Pero en algunas cosas sí puede ser tan importante el exterior como el interior y la vivienda es una de ellas. Su confort depende, en buena parte, del aislamiento térmico y la ventilación, que además redundan en el ahorro energético. Y, en ese sentido, la solución de moda tiene un nombre, la fachada ventilada.

Basta un paseo por cualquier ciudad para toparse, de vez en cuando, con algún edificio cuya fachada acaba de ser renovada con un revestimiento de placas sobre los muros originales, presentando un impecable aspecto, limpio y moderno. Ese tipo de rehabilitación, habitual directamente en las obras de nueva construcción, tiene como objetivo el cerramiento exterior con un sistema de capas superpuestas que permite ahorrar energía, aislando el hogar tanto en el plano térmico como en el acústico.

En efecto, en tiempos de especial concienciación ecológica ante el cambio climático, la fachada ventilada se perfila como un recurso más en el ahorro energético y su consiguiente repercusión en el medio ambiente. Ello es posible gracias a que se reducen los saltos y puentes térmicos, se evita la condensación -habitual fuente de humedad y hongos alrededor de las ventanas- y se prolonga la vida útil de la fachada original al preservarla de la meteorología y de posibles agrietamientos. ¿Quién no ha sufrido alguno de estos quebraderos de cabeza en su casa?

Por otra parte, esas mismas virtudes son las que inciden de forma positiva en el bolsillo del usuario. Empezando por su salud y bienenestar, al ganar calidad debido a la reducción del ruido exterior y a la homogenización de la temperatura de la vivienda, y siguiendo por el plano económico, puesto que el ahorro en la factura eléctrica o de gas puede alcanzar hasta un cuarenta por ciento al bajar el consumo de calefacción y/o aire acondicionado.

Si en español el nombre fachada ventilada alude a su efecto, en inglés se denomina double-skin facade y es una referencia a las dos pieles o capas que protegen el edificio. A principios del siglo XX, el famoso arquitecto francés Le Corbusier probó un sistema similar en su Villa Schwob (Suiza) y otros proyectos, si bien usaba el término mur neutralisant (muro neutralizante), basado en un principio algo diferente: incluir tuberías de calefacción y refrigeración entre dos grandes capas de vidrio.

En 1937, el estadounidense William Lescaze también probó con una doble pared en la casa del abogado Alfred Loomis, con el objetivo de mantener un alto nivel de humedad en su interior. Para ejemplos modernos, más cercanos al concepto actual, hay que saltar hasta 1980 con el Occidental Chemical Building de Nueva York. No obstante, eran intentos basados exclusivamente en el vidrio. La verdadera eclosión de la fachada ventilada, con su multiplicidad de materiales y el perfeccionamiento técnico, no se produjo hasta hace pocos años.

Eso sí, la idea básica no se diferencia mucho. El sistema se compone de cuatro partes. En primer lugar, la estructura que ha de soportar toda la instalación y que se sujeta al muro de la casa mediante unos anclajes: unos separadores, a veces acompañados de calzos, sobre los que se atornillan los perfiles en los que irán encajados los paneles exteriores. Es todo bastante ligero, por lo que no supone estrés para la estructura arquitectónica, y sobresale relativamente poco.

A continuación suele aplicarse una capa aislante, preferentemente ignífuga (a menudo lana mineral de vidrio o roca, espiga plástica o mortero adhesivo), que no es algo obligatorio pero sí recomendable para conseguir la máxima eficiencia, ya que además de envolver el total permite cerrar ante filtraciones todas aquellas zonas consideradas vulnerables, caso de ventanas, cajas de persianas, etc. Una cámara de aire, que debe tener al menos un par de centímetros de ancho para favorecer la circulación de ese aire, la separa de la siguiente capa, la hoja exterior.

Esta última -que en su caso también se podría colocar dentro de la vivienda- es la que protege de la humedad y la condensación y que, combinada con la cámara, produce el llamado efecto chimenea. Consiste en una convección generada de forma natural en la que el aire caliente asciende en verano, dejando otro más fresco, mientras que en invierno ocurre al revés; de esa manera, se proporciona al hogar una temperatura templada. En cuanto a los materiales de la hoja exterior, pueden ser variados: composite de aluminio, cerámica, pizarra, madera, hormigón polímero, acero, plástico…

La colocación resulta sencilla, en placas que llevan una pequeña separación entre sí (para favorecer el flujo de aire y a causa de la dilatación) y con resistencia suficiente como para garantizar su durabilidad, ya que al tratarse de la hoja exterior quedarán expuestos a los elementos, el desgaste y la corrosión. En la parte superior de la fachada ventilada se sitúa la coronación, una pieza -normalmente de chapa metálica o del propio composite alumínico- que sirve para cubrir el conjunto de la lluvia pero, a la vez, deja espacio bastante para ventilar.

Otra ventaja es que apenas hace falta mantenimiento gracias a las características de los materiales que se utilizan y la sencilla sustitución de alguna placa que pudiera deteriorarse, mientras que la propia lluvia se encarga de limpiar la hoja exterior (o, en todo caso, se la puede ayudar con una limpieza cada cierto tiempo). De hecho, una de las cosas que llaman la atención de los edificios que presentan fachada ventilada es su apariencia impoluta, que los hace parecer nuevos incluso cuando ya tienen su edad. Otra ventaja.


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