En 1980, el régimen de Ceaucescu organizó un peculiar evento. Se trataba de la celebración del 2050º aniversario de la unificación de la Dacia, un presunto estado que abarcaba la actual Rumanía -pero que además habría incorporado posesiones de otros pueblos emparentados, como los tracios y los getas-, estableciendo un propagandístico paralelismo entre la figura del propio Conducator con la del hombre que lideró aquel episodio histórico: el rey Burebista.

Los dacios, que no sólo vivían en los actuales territorios rumano y moldavo sino que se extendían hasta zonas de Mesia (una región al sur del Danubio coincidente, más o menos, con los que hoy son Serbia, Kosovo, las partes septentrionales de Macedonia y Bulgaria e incluso los límites meridionales de Polonia y Ucrania, además de Eslovaquia y Hungría), están considerados un subgrupo de los tracios con influencias culturales iniciales de escitas y celtas.

Heródoto los llama getas para distinguirlos dentro de Tracia («los más valerosos y justos de las tribus tracias») y Estrabón dice que hablaban el mismo idioma, mientras que otros autores clásicos, por contra, diferenciaban claramente entre ambos pueblos. La clave estaría en la región que habitaban: según Estrabón, los dacios eran getas de la llamada Llanura panónica y Transilvania, adscribiendo a los getas a Escitia Menor, en la costa del Mar Negro. En otras palabras, dacios y getas serían tracios del norte, manteniendo contacto, decíamos, con escitas y celtas pero también con germanos y sármatas.

Pueblos de la zona entre el año 700 a.C. y el 46 d.C., incluyendo las migraciones de celtas y galos/Imagen: MaryroseB54 en Wikimedia Commons

Desde el siglo IV a.C. hasta mediados del II a.C., los pueblos dacios, cuya lengua revela un origen indoeuropeo o protoindoeuropeo, recibieron una fuerte influencia de la cuarta y última fase de La Tène, una cultura céltica que se difundió desde la zona alpina a partir de la Edad del Hierro. Sin embargo, era inevitable que la mayor influencia llegara de la cultura clásica, primero la griega -algo que se aprecia sobre todo en el panteón religioso- y después la romana, que terminaría por asimilarlos por la fuerza a pesar de rebeliones famosas como la de Decébalo (siglo I d.C.).

También combatieron, casi siempre con suerte adversa, a Alejandro, a su sucesor Lisímaco y a los galos, gracias a lo cual sabemos por Estrabón que podían movilizar unos doscientos mil guerreros en total, número que permitiría deducir que su población rondaría los dos millones (cifra considerada casi seguro excesiva por los historiadores). Finalmente, bajo el reinado de Rubobostes (en el 168 a.C., aproximadamente) pudieron rechazar a los celtas o quizá éstos se fusionaron con ellos -o las dos cosas-, de manera que pudieron mantener su independencia.

Estatua de Burebista en Orastia/Imagen: Roamata en Wikimedia Commons

En ello jugó un papel determinante la montañosa orografía, que les protegía defensivamente pero no les impedía mantener relaciones comerciales ni políticas, basadas éstas en las alianzas matrimoniales intertribales; buen ejemplo de esto último serían las realizadas por el propio Rubobostes. Así, con cierta estabilidad y la prosperidad de sus minas de oro y cobre, todo estaba dispuesto para que surgiera alguna individualidad carismática capaz de aglutinar y centralizar a todas las tribus bajo su mando, algo posible al afianzarse una dinastía indígena. Y apareció Burebista.

Probablemente era miembro de la alta nobleza geto-dácica que contaba con el apoyo de otros aristócratas y la élite religiosa, anulando por la fuerza a otros rivales y formando un estado áulico de inspiración helenística que contaba con un ejército semi-profesional permanente. Cuenta Estrabón que «convertido en líder de un pueblo agotado por las frecuentes guerras, Burebista lo sacó de ese estado mediante ejercicios militares, la prohibición del vino y la obediencia a las órdenes, logrando un estado poderoso en pocos años».

Todo eso se alcanzó a través de un código legislativo que no sólo trataba temas jurídicos sino que abarcaba múltiples campos como ética, ciencia, astronomía, etc. El encargado de redactar dichas leyes fue también el principal pilar del monarca en el gobierno: Deceneo, un hechicero formado en Egipto y convertido prácticamente en virrey, además de en sumo sacerdote, gracias al cual aquella nueva Dacia pasó a ser un crisol unificador.

La estela epigráfica de Dionisópolis/Imagen: Museo Nacional de Historia de Sofía

No hay acuerdo entre los historiadores para determinar la fecha en que Burebista logró esa unión -hay quien opina que no llegó a hacerlo en sentido estricto, al mantenerse la diversidad regional-, estableciéndose un amplio segmento entre los años 60 a.C. y 82 a.C. Ello se debe a la escasez de fuentes: apenas se dispone de una epigráfica (un decreto en una estela conservada en el Museo Nacional de Sofía) y dos documentales, siendo éstas la Geografía de Estrabón -contemporáneo de los hechos- y la Getica (De origine actibusque Getarum) de Jordanes (muy posterior, del siglo VI d.C.).

En cualquier caso, hacia la primera fecha Burebista se sentía lo suficientemente fuerte como para iniciar una campaña contra tribus vecinas, derrotando primero a la confederación céltica de boyos y teuriscos, que habitaban las actuales Baviera, Bohemia y Eslovaquia (más partes de Austria y Hungría), después a los germanos bastarnos de los Cárpatos orientales y finalmente a los celtas escordiscos de Panonia meridional. También realizó incursiones contra tribus tracias, ilirias e incluso llegó a atacar asentamientos romanos en Macedonia. Esa marcha triunfal no se detuvo y continuó hacia el litoral oriental.

Al cabo de un lustro, aprovechó la ausencia de una potencia dominante en oriente desde la caída de Mitrídates VI para anexionarse una tras otra las ciudades griegas del Mar Negro: Olbia (que aún existe), Apolonia (actual Sozopol), Tiras, Istros (Istria), Tomis (Constanza), Calatis (Mangalia), Odessos (Varna) y Mesembria (Nesebar), firmando una alianza con otra, Dionisópolis (Balchik). De ese modo, vinculó a los dacios transilvanos con los getas moldavos y valacos, lo que permitió unificar a todas las tribus de este a oeste desde el actual río Morava hasta el curso bajo del Bug y de norte a sur desde los Cárpatos hasta la costa occidental del Mar Negro.

Las campañas de Burebista/Imagen: Cristiano64 en Wikimedia Commons

Incluso estableció la capital en Argedava. Se cree que la extensión de las ruinas arqueológicas encontradas en la localidad Popești, en el sur de Rumanía, así como su estratégica situación en el camino hacia Dionisópolis, constituyen un indicativo de que podrían corresponder con esa dava (ciudad). Sin embargo, las fuentes no mencionan una ubicación concreta y otro sitio posible sería Varadi, una comuna del oeste cercana ya a la frontera con Serbia, porque allí estaba otra urbe llamada Argidava y esa ligera variante en el nombre es la que aparece en el citado decreto de Dioniosópolis.

Las fuentes no aclaran la cuestión al no mencionar la ubicación concreta de la capital de Burebista. La estela está dañada y la palabra Argedauon que presenta podría haber sido originalmente Sargedauon (o Zargedauon), lo que la relacionaría con la Zargidaua que cita Ptolomeo en su Geografía, situándola en otro lugar.

Pero es que, además, hay que tener en cuenta otros dos apuntes: la Tabula Peutingeriana (una copia medieval de un mapa de la red de calzadas del Imperio Romano en el siglo II d.C.) también reseña una ciudad llamada Argidava en Varadi; y en época imperial, la capital de Dacia se situó muy cerca, en Sarmizegetusa Regia, una ciudadela en lo alto de una montaña (que no hay que confundir con la Ulpia Traiana Sarmizegetusa fundada por Trajano a cuarenta kilómetros tiempo después).

Recreación de la dava descubierta en Popești, posiblemente Argedava; obra del artista Radu Oltean/Imagen: Wikimedia Commons

Volvamos ahora a Dionisópolis porque su principal mandatario, Akornio, es el protagonista del decreto epigráfico citado antes, que incluye también otro dato importante: gracias a su buena relación con el monarca dacio, del que llegó a ser consejero (literalmente «primer amigo»), se le nombraba embajador de Burebista ante Pompeyo en el 48 a.C., ofreciéndole su apoyo en la guerra civil contra Julio César a cambio de que se reconociera al monarca dacio como rey de reyes en el mundo helenístico. Dice uno de sus párrafos: «… y en los últimos tiempos, llegando a ser Burebista el primero y más grande entre los reyes de Tracia y dueño de todos los territorios de allende y aquende el Danubio…».

Pompeyo aceptó encantado aquel refuerzo pero, evidentemente, eso significaba dos cosas. Por un lado, la implicación de los dacios en la contienda, que se había desatado el 49 a.C. y se prolongaría hasta el 44 a.C.; por otro, haber elegido el bando equivocado fiándose de la victoria pompeyana en Dirraquio porque el vencedor a la postre fue precisamente el enemigo. Según Suetonio, Julio César se enteró del pacto en vísperas de la batalla de Farsalia (no se sabe si llegaron a intervenir en ella tropas geto-dacias), la que sería derrota decisiva de Pompeyo, y tras obtener la victoria planeó una campaña contra los dacios. Su asesinato en el 44 a.C., tres días antes de comenzarla, obligó a su cancelación.

Roma y la Dacia de Burebista a mediados del siglo I a.C./Imagen: Cristiano64 en Wikimedia Commons

Irónicamente, Burebista sufriría un destino similar ese mismo año. Al parecer, se trató de un complot de algunos nobles dacios que consideraban peligroso para sus privilegios un estado centralizado y añoraban los tiempos en que pescaban en río revuelto, sin una autoridad fuerte que les controlase.

Como ocurrió con Alejandro, aquel «imperio» era fruto de una iniciativa tan individual que a su muerte se disgregó en cuatro reinos más pequeños (posteriormente cinco) y controlados por una élite religiosa (Deceneo gobernó uno y se considera que sirvió de eslabón principal hasta el surgimiento de Decébalo). Únicamente un enclave permaneció fiel a su proyecto: el núcleo principal, que estaba en el entorno de los montes Orastia.

Decíamos antes que Sarmizegetusa Regia, capital dacia desde el siglo I a.C., estaba en una cima, a mil doscientos metros de altitud. Ésta forma parte de esa cadena montañosa en la que se construyeron un total de seis fortalezas hasta el siglo I d.C., constituyendo la base defensiva del estado contra los romanos. Porque Augusto sí lanzó una campaña contra los getas, pasando los dacios a ser un objetivo del imperio, lo que desembocaría en las Guerras Dacias: la primera, durante el reinado de Domiciano (86-89 d.C.) y otras dos en el de Trajano (101-106 d.C.), enfrentándose a un nuevo rey carismático, Decébalo.

Santuario de Sarmizegetusa Regia/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como recuerdo de aquellos turbulentos tiempos y del efímero momento de esplendor dacio quedan los pétreos vestigios arqueológicos de esas fortalezas en Costeşti, Blidaru, Piatra Roşie y Băniţun. También las estatuas y películas que, junto con una revisión nacionalista de la Historia, sirvieron para la exaltación propagandística del régimen de Ceaucescu al compararle con Burebista en aquella pintoresca celebración de la efeméride que comentábamos al principio.


Fuentes

Geografía (Estrabón)/Origen y gestas de los godos (Jordanes)/Vida de los doce césares (Suetonio)/Historia romana (Dión Casio)/La expansión del reino dacio bajo Burebista, siglo I a.C. (David Soria Molina en Espacio, Tiempo y Forma-UNED)/Burebista y la fundación del Estado Dacio (Em Condurachi)/Roman conquests. The Danube frontier (Michael Schmitz)/Inscripción epigráfica de Dionisópolis (en griego) (Packard Humanities Institute)/Wikipedia


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