Los juegos de azar siempre han ejercido una enorme atracción sobre nosotros, desde las primeras prácticas en los albores de la civilización utilizando elementos básicos como huesos o piedras, hasta las sofisticadas ofertas tecnológicas actuales del blackjack online, ruleta, póker o apuestas deportivas diversas. De por medio estuvieron el sugestivo mundo de los casinos, aparecidos en la última década del siglo XIX -y ahí siguen, haciendo frente al devenir de los tiempos digitales- e incluso las hipnóticas tragaperras, hoy reconvertidas a la experiencia virtual en su mayor parte.

Las posibilidades de recreación y entretenimiento que ofrecía la combinación de habilidad y azar de los juegos fascinó inevitablemente desde el primer momento, Y cuando decimos primero nos remontamos muy atrás, a la Antigüedad temprana, puesto que ya entonces, en varios lugares del Creciente Fértil como Súmer, Egipto o Asiria, encontramos ejemplos. El registro arqueológico da cuenta de la existencia de pasatiempos de mesa en torno a los cuales se levantaron templos de fortuna, relacionados con los rituales religiosos de adivinación. Resulta lógico deducir que no tardaron en generar apuestas alrededor, aun cuando originalmente no nacieron con un objetivo exclusivo de ocio sino combinados con la magia y la fe.

De hecho, muchos de los juegos que practicamos hoy en día tienen sus raíces más profundas en aquellos primigenios o se basan en conceptos similares básicos: un recorrido, fichas, dados, a veces un tablero, tiradas, puntuación… y dinero para el ganador. Incluso en la América, aislada culturalmente del resto del planeta, el tachtli o juego de pelota mezclaba deporte y religión con azar, no sólo porque era dificilísimo conseguir un tanto (no se podían usar las manos) sino también porque el ganador se quedaba, en una especie de protoapuesta, con los bienes que llevasen los espectadores.

Los astrágalos de animales que los mesopotámicos tallaban para darles cuatro caras y hacer augurios en el juego de tabas, los palos de dos posiciones con que los egipcios determinaban cuántas casillas avanzar en el senet (considerado, por cierto, el precursor del backgammon), los dados óseos encontrados en el yacimiento de Skara Brae (Islas Orcadas, Escocia) y los de terracota de Mohenjo-Daro (India), germen de los dados propiamente dichos que griegos y romanos tallaban en hueso y marfil, son otro ejemplo de precocidad, tretramilenaria en algún caso, lo que subraya esa capacidad de atracción que comentábamos al principio.

¿Tendrá algo que ver con todo esto el hecho de que, a menudo, la iconografía decorativa de las tragaperras y los pinballs nos muestre el Antiguo Egipto con Cleopatra como llamativa protagonista? Bromas aparte, observamos que los juegos de azar tienen una característica en común además de su funcionamiento elemental: ser universales. Todos los pueblos los practicaron de una u otra forma, así que no ha de extrañar que actualmente se haya recogido ese legado y constituyan un sector al alza, especialmente ahora que la globalización e Internet conectan cada extremo del mundo en tiempo real.

Porque hablamos de millones de seguidores de casi todos los rincones del globo. Las tiradas pares e impares de los dados ya no significan respuesta positiva o negativa, por parte del adivino o la pitonisa de turno, a la pregunta del usuario, como tampoco éste demanda conocer su incierto futuro. Ahora, relegado a un lugar secundario el componente espiritual, queda otro más mundano pero igual de fascinante o más: el puro disfrute. Aunque, visto bajo cierto prisma, puede ser una forma de forjarse el destino gracias a la posibilidad de ganar con ello, económicamente hablando.

En ese sentido, cabe recordar que los naipes determinaron a menudo la fortuna o la ruina, a partir de su difusión desde Asia (¿India, China?) en el siglo XII y su introducción en Europa por musulmanes y cruzados. Por eso no fueron pocos los intentos de prohibirlos, de forma tan contumaz como inútil: desde su generalización en el siglo XV ya se habían convertido en el pasatiempo favorito de ciudadanos y soldados, que apostaban a las cartas con la misma obsesión con que los romanos lo hicieran a las tabas o a los dados (como mostraban la memorable serie Yo, Claudio y la novela de Robert Graves en que se basaba).

Por cierto, también fue en Roma donde se instituyó la lotería -como una actividad más de las fiestas saturnales-, junto con la versión china llamada keno, que todavía se juega en nuestros días incluso en casinos. Y aquí aparece por fin la palabra mágica. El casino es el templo contemporáneo del juego de azar, y lo de contemporáneo hay que tomarlo al pie de la letra porque no hubo nada parecido antes. El Ridotto creado en 1638 por el Gran Consejo de la República Serenísima de Venecia sólo era un ala del Palazzo Dandolo, habilitada para jugar a naipes y dados mientras durase el Carnaval; se cerró en 1774 en el contexto de una cruzada moral.

Pero la idea estaba sembrada y fueron surgiendo salones lúdicos privados, a menudo en las trastiendas de bares y cafés, hasta que en 1863 se inauguró el que está considerado el casino más antiguo que permanece en uso: el de Montecarlo (Mónaco), impulsado y diseñado en estilo Segundo Imperio por el famoso arquitecto Charles Garnier (el mismo que había hecho la Ópera de París). En realidad no fue el primero propiamente dicho, ya que el juego se legalizó en Francia en 1854 y dos años más tarde abriría sus puertas un local de esas características cerca del puerto, finalmente sustituido por el mencionado.

El mundo del casino siempre ha estado ligado a un aura de glamour y exclusividad que a veces es más fruto de una imagen impostada, facilitada por el cine o la literatura, que de la realidad. Sin embargo, con el tiempo ha ido relajando esa cualidad y los mismos medios que contribuyeron a caracterizarlo tan refinadamente fueron los que luego lo popularizaron, en el amplio sentido de la palabra. De las partidas de ruleta y bacarrá de James Bond a las tragaperras de Las Vegas.

Al respecto, cabe añadir que las tragaperras aparecieron en San Francisco (EEUU) entre 1887 y 1895, ideadas pore un mecánico llamado Charles Fey. Bautizó a su primera y sencilla máquina con el pomposo nombre de Liberty Bell (Campana de la Libertad, en alusión a los tres dibujos de campanitas que había que hacer coincidir), si bien los ingenios de ese tipo recibieron el apodo popular de bandidas de un solo brazo. Empezaba así una nueva época en la historia de los recreativos que duró hasta que los casinos online le tomaron el relevo, con nuevos bríos e igual poder de embeleso.


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