Hace más de 2.000 años el río Eufrates cambió su curso, alejándose de la antigua ciudad de Ur al sur del actual Irak, que quedó abandonada para siempre.
Fundada hacia el año 3800 a.C., está documentada su existencia como una poderosa ciudad-estado desde el siglo XXVI a.C., siendo su primer rey Mesanepada, quien aparece en la lista de reyes sumerios como fundador de la primera dinastía de Ur.
Las ruinas de la ciudad fueron visitadas a lo largo de la historia por numerosos viajeros. No obstante, los estudiosos europeos no identificaron el lugar hoy denominado Tell el-Muqayyar con la antigua Ur hasta que Henry Rawlinson, el padre de la asiriología, descifró en 1849 algunas inscripciones encontradas en el lugar.
Las primeras excavaciones, que sacaron a la luz el zigurat y otras estructuras, fueron las de John George Taylor entre 1853 y 1854. Sin embargo no tuvieron continuidad y el lugar quedó expuesto durante 75 años, siendo los milenarios ladrillos de los edificios desenterrados reutilizados como material constructivo por los habitantes de la zona. Hasta que el Museo Británico retomó los trabajos en 1918.
En 1922 se encargó de las excavaciones Leonard Woolley, que comenzó por realizar algunas zanjas de prueba para hacerse una idea de la disposición de la ciudad.
A lo largo de dos años realizaría importantes descubrimientos, como un gran patio rodeado de habitaciones, dos grandes edificios, uno de los cuales era la vivienda de la gran sacerdotisa, y tantos objetos de oro y piezas de arcilla y cerámica que apenas tenía tiempo de catalogarlas.
Pero el cuarto año se encontró con algo inesperado, un enorme cementerio de 1850 entierros, de los cuales 16 eran tan grandes y lujosos que Woolley los consideró tumbas reales, el lugar de descanso de los reyes de Ur. Databan de entorno al 2600 a.C., el período de la primera dinastía de Ur, y consistían en grandes cámaras con paredes de ladrillo o piedra coronadas por bóvedas.
En cada una de las tumbas reales había un cuerpo principal y cierto número de acompañantes, así como abundantes objetos, entre los que se encontraron piezas tan importantes como el Estandarte de Ur o el casco de Meskalamdug. Pero prácticamente todas las tumbas habían sido saqueadas desde tiempos antiguos. Solo una de ellas apareció completamente intacta, la de la reina Puabi, cuyo nombre indica uno de los sellos encontrados en el interior.
Puabi, que pudo ser una reina, una sacerdotisa o las dos cosas, era acadia y pudo ser la segunda esposa del rey Meskalamdug, aunque no existe evidencia documental. Por eso algunos opinan que habría reinado en solitario y en su propio nombre.
Al entrar en la tumba Woolley encontró en el centro de la cámara un carro y lo que quedaba de un cofre con artículos de aseo personal, bajo el cual un agujero y una rampa conducían a otra estancia. A lo largo de esa rampa estaban enterrados 63 asistentes, sirvientes y guardias equipados con cascos de cobre y espadas.
El camino conducía a una fosa en que habían sido sepultadas 74 personas, 68 de las cuales eran mujeres, ataviadas con tocados de elaborados detalles. Restos de esteras de caña cubrían los cuerpos para evitar el contacto con la tierra. También había caballos y leones. Todos ellos con el objetivo de servir a su señora en el más allá.
Dos metros por debajo de esa fosa una cámara sepulcral construida en piedra, que no tenía puerta y cuya única entrada era a través del techo, albergaba cuatro cuerpos, uno de ellos, el más importante, el de la reina Puabi. Su cuerpo era fácil de identificar por sus joyas de cuentas de oro, plata, lapislázuli, cornalina y ágata. Los otros tres eran sus sirvientes personales, y cada uno tenía sus propios adornos.
Algunos de todos estos cuerpos, analizados recientemente en el Museo de la Universidad de Pensilvania, presentan traumatismos que indican que pudieron sufrir una muerte violenta.
La tumba contenía un número de objetos asombroso, que incluía un magnífico y pesado tocado de oro hecho con joyas, anillos y placas de oro, posiblemente una corona que se inspiraba en la naturaleza, con motivos florales; una lira completa con una cabeza de toro barbada con incrustaciones de oro y lapislázuli; abundantes cuentas cilíndricas de oro, coralina y lapislázuli, una profusa vajilla de oro; un carro adornado con cabezas de leona hechas de plata; y anillos y brazaletes de plata, lapislázuli y oro en cantidades impresionantes.
Análisis modernos encontraron que la tumba contenía restos de cinabrio y vapor de mercurio, posiblemente utilizados para evitar o ralentizar la descomposición durante los ritos funerarios. Los restos de Puabi se conservan en el Museo de Historia Natural de Londres.
El Cementerio Real de Ur estuvo en funcionamiento al menos durante tres siglos en la segunda mitad del tercer milenio a.C. Sorprendentemente, las excavaciones realizadas por debajo del nivel de las tumbas reales encontraron otra capa de arcilla aluvial de unos 3,5 metros de grosor. Esta capa cubría los restos de viviendas anteriores, donde se encontró cerámica del período Ubaid, la primera etapa de asentamiento en el sur de Mesopotamia.
Fuentes
The Royal Tombs of Ur / Ur and its treasures (Penn Museum) / Treasures from the Royal Tombs of Ur (Donald P.Hansen, Holly Pittman) / Oriental Institute-University of Chicago / Excavations at Ur (Leonard Woolley) / Wikipedia