¿Cómo es el trabajo de un animador sociocultural? Nunca me lo planteé en serio hasta que nació mi hijo y aplacé los viajes internacionales habituales en favor de unas vacaciones más al estilo tradicional, en Mallorca, ofreciéndole lo que realmente suele querer un niño en esas circunstancias: piscina y playa, tanto monta. Resultó que el hotel tenía un amplio programa de actividades para toda la familia y por primera vez tuve ocasión de fijarme en aquel trabajo con más detalle.

El establecimiento contaba con un club para los pequeños, un pabellón dotado de todo tipo de material ad hoc, instalado junto a los columpios y la piscina infantil -que además tenía un miniparque acuático-, en el que un equipo de monitores de ambos sexos y rabiosa juventud -lo que ayudaba a estrechar lazos- se turnaban en la febril tarea de entretenerlos: juegos diversos, deportes adaptados, disfraces, canciones y bailes…

Pero no todo se limitaba a los clientes menores. Los adultos no se libraban y, así, los monitores realizaban rondas por la piscina -inmejorable caladero- a la caza de aquellos que quisieran participar en alguna de las actividades que ofrecían, unas más en serio, como el acuagym o los campeonatos de fútbol-sala, waterpolo, minigolf o petanca, y otras de carácter más lúdico, caso de los juegos de naipes, lanzamiento de dardos o chutar penaltis a una pequeña portería; los perdedores, en todos los casos, acababan en el agua (bueno y los ganadores también).

Y eso se hacía diario. Uno estaba dormitando plácidamente en su hamaca, tostándose al sol con la visera de la gorra caída sobre los ojos, cuando llegaba una monitora -sonrisa de oreja a oreja- invitándote en todos los idiomas a jugar a las chapas o a cualquier otra cosa insólita que se les hubiera ocurrido, y consiguiendo reunir siempre un grupito de doce o quince entusiastas voluntarios; de múltiples nacionalidades, encima, lo que demuestra el buen hacer del equipo de animación.

Dicho equipo era también el que constituía el elenco de intérpretes que cada noche ofrecía un espectáculo musical y el que por las mañanas, a la hora del desayuno, aparecía por el restaurante disfrazado como la mascota del hotel para deleite de los niños. Asimismo, reservaba alguna jornada para montar una fiesta de máscaras, -globos, música, padres e hijos en un totum revolutum-, un show de magia o hacer una sesión de fotos con la gente menuda ataviada de época.

Todo esto no sonará raro porque se repite en multitud de hoteles de todo el mundo y en las versiones flotantes de éstos, los cruceros, donde todas las compañías cuentan con un club infantil y un programa de ocio pensado, al igual que los anteriores, para que los padres dispongan de tiempo libre propio o compartido con sus hijos. Así, a bordo se puede disfrutar de talleres de manualidades, gymkanas, cocina, proyección de películas… Incluso hay versiones del club para adolescentes y cuasi-bebés, pues todas las franjas de edad parecen previstas.

De hecho, hace ya bastante tiempo que empezaron a proliferar empresas de ocio y aventura que ofertan estancias en sitios más o menos turísticos, no necesariamente en grandes hoteles sino también hostales, albergues y campings, con programas de actividades más de aventura, incluyendo tirolina, tiro con arco, remo y similares. Me consta que es algo cada vez más de moda en viajes escolares, por ejemplo, y no sólo en la costa mediterránea como cabría imaginar, sino también en el norte.

En ese sentido, decía antes que la juventud ayuda generando confianza en la relación entre monitores y clientes, aunque, por lo que pude ver, alguno de los primeros debe estar plenamente satisfecho con su ocupación porque ya sobrepasaba con generosidad la treintena. Claro que ¿por qué no? Al fin y al cabo es un trabajo divertido y cada vez abundan más las ofertas de formación para ello, hasta el punto de que los cursos de animador sociocultural y de coordinador monitores de ocio y tiempo libre de la Red Educa (Universidad Antonio de Nebrija) ya han alcanzado el nivel de titulación universitaria, con ciento diez horas lectivas y cuatro créditos ECTS.

¿La diferencia entre uno y otro? En el primero se aprende lo relativo al desarrollo de actividades de tiempo libre para niños y adultos, habilitando para trabajar en centros educativos o deportivos, gimnasios, extraescolares, residencias, centros de menores, hoteles, escuelas de verano y, según cada legislación autonómica, campamentos estivales. Todo ello repartido en trece unidades didácticas que incluyen temas tan fascinantes como malabares, acampada, cuentacuentos o primeros auxilios, entre otros.

En el segundo, el aprendizaje abarca la planificación, organización, gestión, dinamización y evaluación de proyectos, permitiendo trabajar en  centros de ocio, ludotecas, ocio rural, hoteles, asociaciones deportivas, talleres educativos, granjas escuelas, escuelas de verano y, como en el caso anterior, campamentos según la legislación. Los temas se reparten en una docena de unidades y abarcan desde alimentación a medio ambiente, pasando por trabajo en equipo, animación, etc.

Ambos están dirigidos, fundamentalmente, a profesionales de la educación (maestros, profesores, entrenadores, animadores…) y proporcionan hasta 0,5 puntos en las oposiciones de enseñanza. Una buena preparación no garantiza ningún puesto, pero ayuda bastante en la labor de conseguirlo. Y una vez en él, se trata de un trabajo entretenido como pocos, tal como relaté al principio.


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