La Antártida es un continente despoblado en sentido estricto, pero eso no impide que tenga inquilinos temporales; nos referimos a los científicos que trabajan allí, la mayoría en períodos concretos por turnos pero en bases permanentes de sus respectivos países. Hay cuarenta y cinco de ellas repartidas por el continente (incluyendo sus islas), dos de las cuales son alemanas. La que nos interesa aquí es la llamada Neumayer III, ya que se encuentra en un territorio denominado Nueva Suabia, cuya historia es interesante y algo confusa.
A muchos les sonará el nombre por esa teoría conspirativa que dice que el III Reich construyó allí una base secreta -sobre un oasis de aguas termales que proporcionaba calor- para acoger a los nazis que escaparon de los Aliados tras la Segunda Guerra Mundial. Por eso EEUU habría rastreado el lugar una y otra vez a partir de 1945 y por eso también Alemania habría reclamado el territorio. Lo cierto es que sólo se trata de una de las muchas leyendas surgidas en torno al destino de criminales nazis huidos y además no consta documentalmente en ningún sitio esa supuesta reclamación.
De hecho, Nueva Suabia forma parte de la Tierra de la Reina Maud, que se extiende por una superficie de dos millones y medio de kilómetros cuadrados entre el meridiano 20° O y el 45° E y que, junto con la franja marítima correspondiente, el país que la reclama desde 1939 es Noruega, que ejerce la jurisdicción a través de su Departamento de Asuntos Polares. Al fin y al cabo, los exploradores escandinavos Hjalmar Riiser-Larsen y Finn Lützow-Holm habían sido los primeros en pisar el lugar nueve años antes y fueron ellos quienes le pusieron el nombre de la esposa del rey Haakon II.
Desde finales del siglo XIX, Alemania también se había lanzado a enviar expediciones a la Antártida, inicialmente en colaboración con otros países al ser con fines científicos: Erich von Drygalski descubrió la Tierra del Rey Guillermo, Wilhelm Filchner intentó cruzar el continente… . En 1938 se organizó un viaje más ambicioso: la Expedición Antártica Alemana, que se puso al mando de Alfred Ritscher. Era un veterano capitán de la Kriegsmarine que ya había llevado a cabo un periplo premliminar en 1912, patrocinado por Ernst II, duque de Sajonia-Altenburgo.
En aquella ocasión la cosa terminó trágicamente, con la desaparición de su compañero de mando Herbert Schröder-Stranz y la muerte de ocho de los quince miembros de la tripulación. Después, Ritcher combatió en la Primera Guerra Mundial como aviador y tras la contienda terminaría convirtiéndose en asesor de Lufthansa. Con la subida de Hitler al poder, su carrera recibió un nuevo impulso (para lo que tuvo que divorciarse de su esposa judía) y volvió a la Armada. Así fue cómo en 1938 se le encargó explorar el entorno de la Tierra del Rey Guillermo y establecer una factoría ballenera, reclamando el territorio correspondiente para Alemania.
En aquella época, el aceite de cetáceo era el componente principal de productos como el jabón o la margarina, de ahí que el país tuviera que importar doscientas mil toneladas anuales de Noruega. Buena parte del interés en la Antártida estaba en eliminar esa dependencia, ya que allí solían acudir los buques balleneros a faenar, pero, además, el nuevo gobierno apostó por una política económica basada en el rearme armamentístico cuya inevitable salida final era la guerra, razón por la que se hacía necesario contar con recursos propios; en ese sentido, también podía ser interesante, desde un punto de vista geoestratégico, contar con una base naval en aquellas latitudes, próximas a las reservas petrolíferas sudamericanas.
El barco destinado a la Expedición Antártica Alemana fue el MS Schwabenland, un carguero construido en 1925 y rebautizado ad hoc con ese nombre (que significa Suabia) tras ser sometido a una reforma en los astilleros de Hamburgo para navegar por aguas polares y dotarlo de una catapulta a vapor para dos hidroaviones Dornier Do J II, así como de una estación de meteorología. El Schwabenland, cuya tripulación era de veinticuatro marinos, aunque a ellos se sumaba un equipo de cincuenta y ocho civiles (geógrafos, geólogos, biólogos, cartógrafos, oceanógrafos, meteorólogos y pilotos), fue visitado por el célebre explorador estadounidense Richard Byrd y luego, el 17 de diciembre de 1938, zarpó de Hamburgo en secreto.
Pasada la mitad de enero de 1939 alcanzó la Tierra de la Reina Maud, a la altura de Costa de la Princesa Marta (descubierta en 1820 por Fabian Gottlieb von Bellingshausen y Mijaíl Lázarev, de la Marina Imperial Rusa), donde algunos miembros desembarcaron, izaron la bandera nazi y levantaron un campamento. Con los dos hidroaviones, sobrevolaron cerca de trescientos cincuenta mil kilómetros cuadrados que plasmaron en dieciséis mil fotografías -algunas en color- para cartografiar la región; también colocaron sobre la superficie trece balizas y señales metálicas que nunca se recuperarían, por lo que siguen allí, bajo el manto blanco, con sus esvásticas identificativas.
Otro equipo trabajó directamente en tierra, siguiendo el litoral. El resultado de todo ello fue el descubrimento del Oasis Schirmacher, una alargada meseta sin hielo de veinticinco kilómetros de longitud, tres de anchura y cota máxima de cien, que alberga un centenar de lagos y tiene un microclima de -10,4º anuales, lo que facilita cierta vida (musgos, líquenes y aves marinas). Se le puso el nombre del piloto germano que lo avistó desde el aire y actualmente se ubican allí dos bases, la india Maitri (India) y la rusa Novolázarevskaya (aunque, entre 1976 y 1996 hubo una tercera, la Georg Forster, de la República Democrática Alemana).
Ante el empeoramiento de las condiciones meteorológicas, que impedían seguir efectuando vuelos, el MS Schwabenland emprendió el regreso el 6 de febrero, si bien no arribó al puerto de Hamburgo hasta el 11 de abril porque antes hizo dos escalas, en las islas de Bouvet (en el límite entre el Atlántico Sur y el Océano Glacial Antártico) y Fernando de Noronha (a trescientos sesenta kilómetros de la costa de Natal, Brasil), para realizar algunos estudios oceanográficos complementarios. No hubo fastos y casi inmediatamente se empezaron a organizar dos expediciones más, la primera prevista para ese mismo año y la segunda para 1940.
Había una razón para tanta prisa: pese al secretismo con que Ritscher cumplió su misión, los noruegos se enteraron gracias a informes de su gran flota ballenera y el 14 de enero, antes incluso de que pusiera un pie en la Antártida, ya habían proclamado su soberanía sobre la Tierra de la Reina Maud y sus mares, que Hjalmar Riiser-Larsen, Finn Lützow-Hol y Viggo Widerøe exploraron y cartografiaron entre 1929 y 1937. Más aún, Noruega ya había reclamado la citada isla Bouvet en 1927 y dos años después hizo otro tanto con la isla Pedro I, en la zona antártica occidental.
La proclamación de soberanía de los escandinavos, aprobada en marzo por su parlamento sobre una amplísima zona, que se extendía entre el archipiélago de las Malvinas y el Territorio Antártico Australiano, contaba con el apoyo británico desde su primer planteamiento en 1934 y, por tanto, se hizo efectivo en 1939 ante el peligro de que se adelantasen los alemanes. Lo reconocieron, asimismo, Francia, Australia y Nueva Zelanda, pero se encontró con reticencias por parte de EEUU, Chile y la Unión Soviética, esta última recordando el citado descubrimiento de Bellingshausen y Lázarev.
También se opuso el gobierno de Hitler, por supuesto, que hasta había bautizado aquel rincón helado del planeta como Neuschwabenland (Nueva Suabia, nombre que todavía se usa para designar esa parte de la Tierra de la Reina Maud en algunos mapas) y en agosto reivindicó un Sector Antártico Alemán. Como decíamos, empezaron los preparativos para el segundo viaje, que si bien todavía incluía entre sus objetivos facilitar la caza de ballenas (uno de los objetivos frustrados de Ritcher, que apenas las avistó antes) ahora, ante los cada vez más intensos vientos de guerra, añadía claramente la búsqueda de un lugar donde establecer una base naval desde la que operar en el Atlántico Sur y controlar el acceso al Pacífico e Índico por el Paso de Drake.
Y así estaban las cosas cuando el 1 de septiembre estalló por fin la Segunda Guerra Mundial, en cuyo contexto el buque corsario Pinguin capturó 11 balleneros y 5 mercantes noruegos en aguas de Nueva Suabia. Ritscher, que ya tenía un plan bastante avanzado (incluso pensaba llevar aviones con patines de nieve) tuvo que renunciar a él, obviamente y combatir como un militar más que era. Al acabar la contienda fue presidente de lo que hoy es la Deutsche Gesellschaft für Polarforschung (Sociedad Alemana de Investigación Polar) y en 1959 recibió la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Federal Alemana y la Medalla de Plata de la Sociedad Geográfica de Hamburgo, poniéndosele su nombre a un pico y una región de la Antártida. Murió el 30 de marzo de 1963.
En cuanto al MS Schwabenland, tras unos arreglos, fue trasladado a Francia para que sus hidroaviones proporcionasen información meteorológica del Atlántico a la Luftwaffe. Posteriormente lo mandaron a Noruega -curiosa ironía-, donde lo torpedeó un submarino de la Royal Navy. El barco encalló y perecieron muchos de sus tripulantes, pero logró salvarse y ser remolcado a Bergen; allí, en 1944, volvió a resultar dañado durante un bombardeo aéreo al que logró sobrevivir otra vez. Terminada la contienda, tuvo un peculiar final: cargado de armas químicas alemanas capturadas, fue remolcado hasta el Estrecho de Skagerrak (en el mar Báltico) y hundido.
A manera de epílogo, añadamos que de la Expedición Antártica Alemana se conservan aún 600 de aquellas fotografías aéreas, redescubiertas en 1982 después de décadas que se creían destruidas por la guerra. Nueva Suabia quedó integrada en la Tierra de la Reina Maud, a la que se reanudaron las exploraciones en 1949, lográndose terminar un mapa topográfico completo en 1962. Hubo varios países que organizaron expediciones e incluso el médico y alpinista alemán Karl Herrligkoffer planeó una que finalmente no se concretó por falta de dinero, por lo que fue necesario esperar hasta 1995 para que un germano volviera a pisar suelo antártico, en una expedición internacional.
Fuentes
Exploring Polar frontiers. A historical encyclopedia (William James Mills et al.)/The Seventh Continent. A history of the discovery and explorations of Antarctica (Helen Saunders Wright)/Breve historia de la Antártida (Carlos Aramayo Alzérreca)/Nazis en el Sur (Carlos de Nápoli)/Wikipedia
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