Quien más quien menos, habrá oído hablar del famoso Mayo del 68. Aquella revuelta estudiantil, que duró casi dos meses y a la que se sumaron los sindicatos y el Partido Comunista Francés, acabó con la presidencia de Charles de Gaulle, que incluso tuvo que huir de Francia. Irónicamente él había asumido el poder también en un mes de mayo sólo que diez años antes, en medio de una crisis política aún más grave porque puso fin a la Cuarta República. Fue lo que se conoce como Crisis de Mayo de 1958.
De hecho, el país llegó a estar al borde mismo de una guerra civil, desgarrado por múltiples tensiones internas, debilidad gubernamental, amenazas de golpe de estado de extrema derecha, insumisión militar y escándalos relacionados con la represión de la rebelión argelina.
Ése fue el turbulento río revuelto en el que pescó el veterano héroe de la Segunda Guerra Mundial para, astutamente, conseguir que le entregasen las riendas del país con poderes casi absolutos e instaurar una particular forma de gestionarlo que ha pasado a la Historia con el nombre de gaullismo.
Como hemos reseñado, la Guerre d’Algérie jugó un papel fundamental en los hechos. De todas las colonias francesas, Argelia era la que más tiempo había permanecido en sus manos, pues su territorio fue ocupado en 1830 usando como casus belli un grotesco incidente que ya vimos aquí, el golpe que propinó el dey al cónsul general galo con un espantamoscas.
Aunque en 1865 Napoleón III concedió la ciudadanía francesa a todos los argelinos, éstos se mostraron remisos a aceptarla y el espíritu de la independencia fue fortaleciéndose con el paso de los años, habida cuenta de que los pied-noirs (colonos blancos) copaban la riqueza y los puestos de la administración, considerando aquella tierra tan suya como los anteriores.
Las guerras mundiales aplazaron la cuestión, pero en 1945 retornó de nuevo con un estallido de violencia entre argelinos y colonos cuya represión se saldó con miles de víctimas mortales, sin que sirviera para nada el intento de suavizar la tensión en 1947 mediante la concesión de un estatuto que debía impulsar un parlamento propio: fue rechazado tanto por los autóctonos como por los colonos. Consecuentemente, en 1954 los primeros fundaron el FLN (Frente de Liberación Nacional) y empezó una guerra por la independencia que no tardó en volverse muy sangrienta por ambas partes, con atentados indiscriminados de unos a los que respondían los otros en el mismo tono.
Así estaban las cosas cuando recién comenzado 1958 se publicó un libro titulado La question, escrito por un periodista llamado Henri Alleg, director del proscrito diario Alger Républicain. En sus páginas, Alleg narraba cómo fue detenido y torturado durante un mes por los paracaidistas franceses, algo que provocó un auténtico escándalo entre los lectores; era inaudito que la Francia impulsora de los Derechos del Hombre cayese tan bajo.
La question fue prohibido y su autor condenado a diez años de cárcel, pero una tirada clandestina de ciento cincuenta mil ejemplares siguió sacudiendo conciencias mientras el malestar por la situación crecía.
Apenas un mes más tarde, la aviación bombardeó la localidad tunecina de Sakiet Sidi Youssef, causando la muerte de decenas de civiles. Con ello pretendía atajar a los comandos rebeldes, que solían refugiarse en el país vecino tras sus atentados, pero al hacerlo originó un incidente internacional. El gobierno de Túnez expulsó a los diplomáticos galos, bloqueó las bases francesas que todavía había en su suelo y, lo que fue peor, convocó a la prensa mundial, que se hizo eco del ataque; incluso Naciones Unidas decidió enviar una delegación angloamericana para intentar mediar.
Todo ello tuvo inevitables consecuencias políticas. En abril cayó el gobierno que encabezaba Félix Galliard, tras una moción de censura que presentó unánimemente la oposición por haber aceptado la mediación. El problema fue encontrar otro gabinete que lo sustituyera, pues nadie quería una patata caliente de tales dimensiones, máxime viendo que se habían sucedido tres ejecutivos en sólo un año. Finalmente, tras más de un mes de arduas consultas, el presidente René Coty logró que aceptase el reto Pierre Pflimlin, hasta entonces ministro de Economía y Finanzas, que era del MRP (Movimiento Republicano Popular, de ideología demócrata cristiana).
El 13 de mayo, el mismo día de su nombramiento, hubo disturbios en Argel, ya que los militares destinados sabían que era partidario de negociar con los insurrectos. El liderazgo de ese estamento lo asumían los generales Jacques Massu y Raoul Salan. El primero, descendiente del célebre mariscal napoleónico Ney, había servido a las órdenes de Leclerc en África y luego lo hizo en Indochina, antes de ir a Argelia (fue quien autorizó allí el uso de torturas a los detenidos); el segundo era veterano de las dos guerras mundiales y también de la de Indochina, y paradójicamente había sobrevivido a un atentado perpetrado en 1957 por la OARF (Organización de la Resistencia del África Francesa, formada por extremistas antiseparatistas).
Así pues, los miembros del estado mayor en Argelia se se unieron a los políticos contrarios a cualquier negociación, entre los que estaban los gaullistas locales León Delbecque, Jacques Chaban-Delmas y Jacques Soustelle (aunque éstos se mantenían en un discreto segundo plano confiando en que la degradación de la situación obligaría a llamar a su mesías, Charles de Gaulle).
El día del nombramiento de Pflimflin, una multitud de pied-noirs asaltó la sede de la delegación del gobierno y el ejército no sólo no lo impidió sino que se sumó y sustituyeron la autoridad oficial por la de un Comité de Salut Public Insurrectionnel.
El comité envió entonces una carta a París rechazando al nuevo gabinete y amenazando con no aceptar un posible acuerdo con el enemigo. En otras palabras, advertía de un golpe de estado que ya se estaba planeand0 bajo la expresiva denominación de Operación Resurrección, basada en dos fases sucesivas: tomar Córcega primero y usar la isla como puente para lanzar a los paracaidistas sobre París, adueñándose del Ministerio de Defensa y, con la ayuda de las organizaciones de excombatientes y extrema derecha, controlar la ciudad y deponer al gobierno; si hacía falta, arrestarían a la oposición, pues el PCF (Partido Comunista Francés) había votado a favor de Pflimlin.
La idea, a continuación, era entregar el ejecutivo al prestigioso De Gaulle, al que concederían plenos poderes durante un año para disolver la comisión que había empezado a investigar al ejército por las denuncias de tortura y para afrontar la guerra de forma contundente.
De momento, asustaron lo suficiente a tres de los ministros, Guy Mollet, Vincent Auriol y Antoine Pinay, que dimitieron. Pero las cosas se precipitaron todavía más cuando en otras ciudades argelinas también se formaron comités y Jacques Soustelle, que había sido gobernador de Argelia fue detenido por la policía acusado de conspiración.
En realidad, todas las miradas estaban puestas en De Gaulle, que se mantenía al margen… hasta entonces, pues consideró que el asunto estaba ya bastante maduro como para presentarse como salvador del país. Una dura declaración pública suya contra la situación que atravesaba Francia, en la que obviaba cualquier crítica a la amenaza militar (al fin y al cabo, los generales le proponían como candidato) y decía estar «listo para asumir los poderes de la República«, sirvió para aglutinar en torno a su persona el apoyo popular.
Las palabras que empleó, sin embargo, levantaron preocupación entre muchos que las consideraron demasiado cercanas a proponer una dictadura, si bien él lo negó tajantemente. Entre los más críticos estaban François Miterrand (del UDSR, Unión Democrática y Socialista de la Resistencia), Pierre Mendès-France (del PRRS, Partido Republicano y Radical-Socialista), Alain Savary (de la SFIO, Sección Francesa de la Internacional de los Trabajadores) y el Partido Comunista Francés, además de algunos intelectuales como Jean-Paul Sartre («Prefiero votar por Dios», dijo). Todos denunciaron el planteamiento gaullista – él o la guerra civil- como un chantaje.
Para solventar dudas y agravarlo todo, el 24 de mayo los militares empezaron la Opération Corse, primera fase de la Operación Resurrección, lanzando a los paracaidistas sobre Ajaccio, la capital de Córcega. Cuatro días más tarde Pflimlin, a quien los golpistas habían dado un ultimátum con ese plazo, presentó la dimisión. El propio presidente Coty amenazó con hacer otro tanto si la Asamblea no aprobaba la candidatura de De Gaulle, con quien se reunió al día siguiente para negociar las condiciones con que asumiría el control gubernamental.
El general exigió poner fin a la Cuarta República, a la que consideraba débil e ineficaz, así como abrir un proceso constituyente y tener plenos poderes durante seis meses. El 1 de junio la Asamblea votó a su favor por una diferencia de ciento cinco votos y treinta y siete abstenciones. Conseguido el objetivo, la Operación Resurrección ya no era necesaria y fue cancelada, disolviéndose progresivamente los comités y devolviéndose la autoridad a los nuevos cargos nombrados por el gobierno.
Michel Debré, que había pasado de ser colaborador de Pétain a miembro de la Resistencia y devoto de De Gaulle, fue nombrado ministro de Justicia. Sobre él recayó la responsabilidad de redactar una nueva constitución, a la que dotó de un carácter claramente presidencialista: el general reunió temporalmente en su persona la presidencia de la Quinta República y la del consejo de ministros, aunque en enero dejó esta última en manos de Debré. Sin embargo, el problema de fondo era la situación de Argelia y persistió.
En un período histórico en que las grandes potencias estaban descolonizando sus imperios, Francia dio a los suyos la posibilidad de independizarse o votar por la nueva constitución uniéndose a la Communité Française, una especie de Commonwealth gala. Argelia no tenía estatus de colonia sino que sus territorios formaban tres departamentos nacionales más y De Gaulle ofreció al FLN participar en el referéndum y colaborar para poner fin a la guerra. Pero el FLN no sólo lo rechazó sino que creó un gobierno provisional en el exilio. Sólo los pied-noirs colaboraron, confiando plenamente en el hombre a quien habían colocado en el poder.
Ignoraban que, a partir de 1959, el control que habían ganado localmente no sólo lo iban a empezar a perder en la esfera internacional y entre un pueblo francés harto de guerra, sino que el mismo De Gaulle, admitiéndolo, tuvo que dar un giro radical a su política a partir de septiembre, a favor de la autodeterminación argelina.
Entonces fue él quien se convirtió en un enemigo y el objeto de las protestas, naciendo en 1961 la OAS (Organisation de l’Armée Secrète), una organización terrorista de extrema derecha. Eso no impidió la independencia, que se concedió al año siguiente, pero tiñó de sangre los primeros pasos de la Quinta República.
Fuentes
De Gaulle, un retrato de Francia (José Manuel Álvarez de la Rosa)/The Fifth French Republic (Nicholas Atkin)/The Fifth French Republic: presidents, politics and personalities (Philip Thody)/Algeria, 1830-2000. A short history (Benjamin Stora)/La révolution de 1958 (Frederic Rouvillois)/Wikipedia
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