Uno de los problemas más importantes que tienen muchos países, y en particular España, es su bajísima tasa de natalidad. Es algo que arrastra ya desde hace años sin que ningún gobierno parezca no ya tomárselo en serio sino tenerlo en cuenta siquiera, a pesar de que a medio plazo tendrá una considerable repercusión socioeconómica. Pero el caso español no es único y, de hecho, se ha dado históricamente en otros sitios. Uno de los más singulares fue en la Unión Soviética de los años cuarenta, donde se trató de solucionarlo de un modo sorprendente: gravando con un impuesto la falta de hijos.

La tasa de natalidad expresa el número de nacimientos por cada mil habitantes en un tiempo determinado (normalmente un año). Junto con la tasa de fecundidad (número medio de hijos por mujer) es una forma de calcular el grado de envejecimiento de la población, algo que, como decíamos al comienzo, influye decisivamente en la economía: mercado de trabajo, pensiones, hacienda, etc. Es algo que se da sobre todo en los países desarrollados, irónicamente amenazando ese estatus de cara al futuro.

En España lleva bajando casi continuamente desde la década de los sesenta (con un segmento excepcional de pequeño crecimiento entre 2002 y 2010), de modo que se ha pasado del 22 por mil registrado en 1962 al 7,62 de 2020 (la media mundial está en torno al 18,2), con algunas regiones incluso por debajo (como Asturias, que está en 5,05). Eso supone un déficit enorme en la renovación poblacional y una amenaza para la sostenibilidad del sistema de pensiones, por ejemplo, dada la insuficiencia de cotizaciones a la Seguridad Social; o una acusada incidencia en la sanidad, debido al mayor número de ancianos.

Tasa de natalidad en 2017/Imagen: Skimel en Wikimedia Commons

Hay más países en esa situación, por supuesto; sobre todo en Europa, pero también en más sitios y, de hecho, los peores números los tienen Taiwán y Japón, al margen de algunos lugares concretos afectados por su idiosincrasia, como el Vaticano, San Pedro y Miquelón, Mónaco o Andorra. En el lado opuesto están Níger, que encabeza la natalidad mundial con un 46,08 por mil, Malí con un 41,54, Congo con un 41,18 y Angola con un 40,73. África, como suele decirse, es otro mundo.

Las medidas adoptadas para atajar la baja natalidad son asimismo diversas y van desde confiar en la aportación de la población inmigrante a incentivar tener hijos mediante desgravaciones fiscales o subvenciones, pasando por la mejora de las condiciones de trabajo para la mujer (conciliación, equiparación salarial, etc). Más sorprendente es la vía sancionadora; si entre 1978 y 2015 China ponía multas a las parejas que infringieran la política gubernamental de hijo único, hubo países que obligaban a pagar un impuesto por lo contrario, no tener descendencia.

En realidad, esto último no es nuevo y si echamos un vistazo a la Historia lo encontraremos ya en la Antigüedad, como cuando lo introdujo en el siglo IV a.C. el censor Furio Camilo, descendiente del famoso dictador homónimo al que se apodó el Segundo Fundador de Roma. Con el nombre de Aex Usorium, la soltería de los ciudadanos debía someterse a un esfuerzo tributario destinado a compensar a las familias de los legionarios muertos (y casarse con sus viudas).

Benito Mussolini en 1926, con uniforme de primer ministro de Italia/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero no hay que irse tan atrás. Una Bulgaria recién independizada en 1908 se embarcó en una militarización nacional para afrontar el recelo que despertaba un nuevo estado tan grande en la región (la Prusia de los Balcanes, la llamaban) y hasta se vio inmersa en una guerra con Serbia. Necesitando, pues, de abundantes efectivos para un ejército que garantizase su continuidad como estado incipiente, penalizó fiscalmente la falta de hijos al año siguiente.

A finales de 1926 fue Mussolini el que, en su Batalla de los Nacimientos (una campaña que aspiraba -infructuosamente, por cierto- a que la población pasase de cuarenta a sesenta millones en 1950), decretó exenciones fiscales a las familias numerosas y un impuesto (Imposta sui Celibi) de setenta liras anuales a los solteros, condición ésta, decía, que podía ser inevitable en una «solterona» pero no en un hombre; es decir, el que eligiera no casarse debía pagar. Los regímenes fascistas en general, suscribían esa idea y el dictador Primo de Rivera, que trató fallidamente de implantar uno en España, imitó la medida, que perduraría hasta los años sesenta.

Eso sí, también las democracias de la época se apuntaron. Costa Rica lo intentó en 1936 con el objetivo de destinar lo recaudado a los hijos naturales, que al parecer eran muy abundantes. En 1948, Colombia emitió un decreto por el que los ciudadanos mayores de treinta y cinco años debían reflejar su estado civil en la declaración de la renta para gravar, en su caso, su soltería. En la actual Unión Europea, los solteros tienen una mayor carga impositiva y en Montana (EEUU), en la década de los veinte, incluso surgió un movimiento opositor y la cosa terminó en los tribunales (que por cierto, dieron la razón al objetor que presentó la demanda).

Y si ésa era la tónica en el mundo capitalista, el comunista no quiso quedarse atrás. Fue en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Unión Soviética experimentó una elevada mortandad debido a la Operación Barbarroja: la invasión iniciada por el ejército alemán en junio de 1941 se atascó en Leningrado y Stalingrado, empezando a debilitarse y terminando por fracasar en diciembre, con la llegada del invierno, lo que determinó la retirada.

Sin embargo, la campaña supuso un importante número de bajas para el Ejército Rojo, con más de ochocientos mil muertos, que era necesario reponer en un momento en el que aún no estaba clara la evolución de la contienda. Fue entonces cuando Stalin dio la orden pertinente al Presidium del Soviet Supremo, que el 21 de noviembre de 1941 decretó un impuesto a los ciudadanos solteros y sin hijos, posteriormente refrendado y ampliado el 8 de julio de 1944.

Evolución demográfica de la Unión Soviética (en rojo) y de los estados postsoviéticos (en azul) entre 1961 a 2009/Imagen: LokiiT en Wikimedia Commons

Los destinatarios eran los varones entre veinte y cincuenta años y las mujeres casadas sin hijos entre veinte y cuarenta y cinco, a quienes se recortaría un seis por ciento de su salario. Se establecieron unas excepciones, eso sí: aquellos/as cuyos vástagos murieran o desaparecieran durante la guerra, al igual que los que fueran declarados héroes nacionales, quienes tuvieran problemas de salud (infertilidad, incapacidad para el parto) o los que ganasen menos de setenta rublos. Asimismo, los estudiantes de enseñanza secundaria y superior hasta veinticinco años, y los monjes ortodoxos (en virtud de su celibato) quedaban exentos.

El impuesto, que originalmente era sólo para el ámbito urbano, se amplió al mundo rural en 1949: los campesinos tuvieron que pagar unos ciento cincuenta rublos anuales, que eran cincuenta si tenían un único hijo y veinticinco si tenían dos, aunque esas condiciones sólo se mantuvieron hasta 1952. No obstante, el tributo siguió vigente, aunque experimentó algunos cambios con el tiempo. Por ejemplo, en 1990 se redujo la tasa para aquellos cuyo salario fuera inferior a ciento cincuenta rublos, y al año siguiente quedaron eximidas las mujeres.

Finalmente, en 1992, el colapso de la URSS puso fin a la medida, si bien recientemente se ha vuelto a poner sobre el tapete la posibilidad de recuperarla, puesto que dio resultado. El ya fallecido clérigo Dimitri Smirnov, que entre otros cargos era presidente de la Comisión Patriarcal para la Familia, Maternidad y Protección de la Infancia, propuso retomarlo en 2013 ante la bajada de la tasa de natalidad experimentada por Rusia, que se redujo a la mitad. No se hizo y de hecho, Dmitry Medvedev negó en 2017 que hubiera planes en ese sentido; a cambio, Putin ha aprobado incentivos para las mujeres que tengan un segundo hijo.

Una familia rumana/Imagen: Archivo Costica Acsinte en Wikimedia Commons

Otros países del bloque soviético siguieron la misma senda. En 1946 Polonia recuperó una vieja figura impositiva, el bykowe, que durante la década siguiente incrementó el impuesto sobre la renta para personas sin hijos y los solteros, primero los mayores de veintiún años y, desde 1956 hasta finales de 1973, de veinticinco. Tenía su punto de ironía, ya que originalmente el bykowe era un canon que se pagaba en el siglo XVI al dueño de un toro para que el animal cubriese a las vacas, pero que también definía a la sanción monetaria prevista por engendrar un hijo ilegítimo y, ya en el siglo XX, el pago lúdico que debían hacer aquellos que quisieran bailar con la novia durante una boda, que se destinaba a remunerar a los músicos.

En 1967 fue Ceaucescu el que implantó el impuesto en Rumanía, debido a las características de su coyuntura demográfica. La alta incorporación de la mujer al trabajo, el bajo nivel de vida y la que entonces era una de las políticas más permisivas de Europa respecto al aborto (algo que se debía a la dificultad para conseguir anticonceptivos), llevaron a que la natalidad descendiera considerablemente y el gobierno, calculando que necesitaría siete millones de habitantes más, tomó medidas drásticas a través del Decreței 770.

Entre otras cosas, esa ley restringía el aborto y la contracepción, además de desarrollar campañas natalistas que incluían vigilancia en los hospitales, revisiones ginecológicas mensuales y aumentos del impuesto sobre la renta entre un ocho y un diez por ciento para quienes no tuvieran descendencia. El resultado fue un baby boom durante dos años, aunque al precio de que se incrementase el abandono de niños nacidos en orfanatos y se disparasen los abortos al margen de las leyes vigentes.


Fuentes

Tasa de natalidad por país (Index Mundi)/The 1966 law concerning prohibition of abortion in Romania and its consequences – The fate of one generation (Manuela Lataianu)/Battle for Births. The fascist pronatalist campaign in Italy 1925 to 1938 (Lauren E. Forcucci)/Taxation in the Soviet Union (Michael A. Newcity)/Historia de Roma. Desde la fundación de Roma hasta la reunión de los estados itálicos (Theodore Mommsen)/Wikipedia


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