Ya explicamos en otro artículo cómo fue el origen de la neutralidad suiza. Esa proverbial línea política del país helvético se remonta al tratado de paz perpetua firmado con Francia en 1516, que tres siglos después amplió haciéndolo universal y manteniéndolo hasta nuestros días. Pero no libró a los suizos de ver su tierra amenazada un par de veces. La primera fue en 1792, materializada en la ocupación por el ejército revolucionario francés hasta 1815; la otra, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania planeó una invasión, en lo que se bautizó como Operación Tannenbaum.

Tannenbaum significa abeto y, de hecho, el otro nombre con que se conocía el plan era Operación Grün, es decir, verde, alusiones ambas a la naturaleza de Suiza. Se empezó a diseñar a finales de junio de 1940, justo después de que la Wehrmacht culminase el Fall Gelb, es decir, la invasión de Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y Francia.

La derrota del ejército galo y la BEF (British Expeditionary Force) provocó el Armisticio de Compiègne, por el que el territorio francés quedaba dividido en dos partes: una ocupada y otra en manos del Gobierno de Vichy.

Dos borradores del Plan Tannenbaum, el primero de 1939 (Bunkerfunker en Wikimedia Commons) y el segundo de 1944 (Emilfrey en Wikimedia Commons)

Entonces Hitler centró su atención en lo que consideraba «los enemigos mortales de la nueva Alemania», los suizos, a los que calificaba como «la gente y el sistema político más repugnantes y miserables (…) Una rama degenerada de nuestro Volk».

¿Por qué? Por supuesto, debido a que era una democracia y además convivían en ella ciudadanos de diversas lenguas y la población de origen teutón parecía sentirse más afín a sus compatriotas francófonos que a sus vecinos alemanes. Pero también por las aspiraciones pangermanas que el Partido Nazi reseñaba en su programa, aspirando a unificar todos los territorios europeos vinculados con su etnia.

Orden de movilización en Suiza, emitida el 1 de septiembre de 1939/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En ese sentido, se consideraba que Suiza había nacido aprovechando una crisis del Sacro Imperio Romano Germánico, situación que ahora había que restañar incorporándola a la Grossdeutschland (Gran Alemania), un concepto romántico decimonónico que abarcaba también los Países Bajos, Austria, Bélgica, Bohemia-Moravia y parte de Polonia. Suiza estaba incluida -hasta en los libros escolares- y algunos ideólogos, caso del erudito en geopolítica Karl Haushofer, proponían dividir el territorio suizo entre alemanes, franceses (de Vichy, obviamente) e italianos.

Los suizos veían las cosas de forma muy distinta y en 1935, cuando Hitler declaró oficialmente que su gobierno no continuaría aplicando el Tratado de Versalles, multiplicaron drásticamente su presupuesto de defensa. Cuatro años después, la invasión alemana de Polonia llevó a Suiza a ordenar una movilización general, ampliando la edad de reclutamiento y formando un ejército de cien mil hombres, a pesar de que los nazis habían asegurado en 1937 y 1939 que respetarían la neutralidad helvética.

El 25 de junio de 1940 -tras capitular París, como decíamos-, mientras las fuerzas suizas se aprestaban a defender las fronteras del país en la conocida como Línea Limmat (que convertía los Alpes mismos en un baluarte natural) y el Reducto Nacional (un sistema de fortalezas a las que retirarse tras desgastar al enemigo y constituido por el Paso de San Gotardo, un puerto alpino, más las fortalezas de Saint Maurice y Sargans), Hitler recordó las recientes conversaciones de Joachim von Ribbentrop (su ministro de Exteriores) con Galeazzo Ciano (su homólogo italiano) para repartirse Suiza y encargó a sus mandos que diseñasen un plan de invasión.

La Línea Limmat/Imagen: Orphée en Wikimedia Commons

En realidad se hicieron varios. El primero, obra del capitán Otto-Wilhelm Kurt von Menges, se basaba en que los suizos no presentarían apenas resistencia si se llevaba a cabo un anchluss (anexión) lo menos violento posible; bastaría con reprimir a los pequeños grupos que se negasen. El plan fue retocado tres veces, aunque manteniendo su esencia, hasta que en octubre se presentó un cuarto borrador; fue el definitivo, bautizado con el mencionado nombre de Operación Tannenbaum.

Tannenbaum rebajaba las veintiún divisiones necesarias previstas inicialmente a once y proponía un ataque de diversión en el Macizo del Jura, en la zona septentrional de los Alpes, ya que las dificultades orográficas que éstos suponían para un ataque directo favorecería demasiado la labor de los defensores. Es decir, había que debilitarlos primero, obligándolos a desviar fuerzas hacia otro punto para luego rodearlas, como en Francia. La participación italiana se revelaba fundamental en ello aportando otras quince divisiones (Mussolini ambicionaba los cantones de Ticino, Valais y Los Grisones), de modo que el número total de hombres sumara casi medio millón.

¿Y después, una vez anexionado el país, qué planes había? A la vez que los militares trabajaban en la Operación Tannenbaum, el Ministerio del Interior elaboró un informe en el que, tras la guerra, se preveía destinar una amplia franja territorial (desde el Somme hasta Ginebra,) a colonos germanos. Según un documento titulado Aktion S, Heinrich Himmler en persona trató el asunto en 1941 con Gottlob Berger, obergruppenführer de las SS, con vistas a instaurar esa organización en Suiza y designar un reichkommissar (gobernador).

El Macizo del Jura/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ahora bien, como sabemos, Alemania no llegó a poner en práctica la Operación Tannenbaum y en 1944, tras el desembarco aliado en Normandía, la canceló definitivamente, aunque sin renunciar a un anchluss pacífico. Las razones concretas para esa decisión se desconocen, si bien resultan evidentes una serie de factores que, sumados, seguramente contribuyeron a que la Wehmacht nunca fuera más allá de un juego del gato y el ratón, amagando ofensivas que luego no se materializaban.

Algunos de dichos factores obedecerían a cuestiones comerciales y/o económicas. Por ejemplo, buena parte de las industrias que suministraban a Alemania (rodamientos, lácteos, electricidad, maquinaria diversa) tenían sus fábricas en territorio suizo y eso, al menos en principio, las dejaba a salvo de bombardeos Aliados. Por otra parte, era necesario preservar en buen estado la red ferroviaria helvética para garantizar las exportaciones de carbón alemán a Italia. Y no hay que olvidar que un considerable porcentaje de las reservas alemanas de oro estaban depositadas en bancos suizos, siendo posible que, de cara a una hipotética derrota bélica, se prefiriese mantener neutral al país como refugio.

Otros factores son más etéreos. Hay quien opina que Hitler, pese a considerar a su vecino como «un grano en la faz de Europa», tenía cierta admiración por su cultura y su arte, que no quería ver en peligro por una guerra. Igualmente, que parte de su población fuera germana le haría ser reticente a una anexión por la vía de las armas, prefiriendo el modelo empleado en Austria. Además, al ser un estado descentralizado, sería difícil presionar al presidente para arrastrar a toda la población.

Ubicación de suiza, en el corazón de Europa y rodeada por las potencias del Eje/Imagen: Second world war europe en Wikimedia Commons

Con todo esto, probablemente pesaron especialmente los condicionantes estratégicos y militares. El hecho de que Suiza estuviera completamente rodeada por territorios alemanes e italianos la dejaba prácticamente a merced de estas potencias del Eje, que podían esperar a caer sobre ella en el momento que les conviniera. Esto llevaba implícito el hecho de que se trataba de una ganancia menor, estratégicamente hablando.

Asimismo, violar aquellas fronteras supondría enzarzarse en una nueva campaña que posiblemente resultase más difícil que las anteriores, habida cuenta del terreno montañoso y especialmente en invierno, algo que impediría desarrollar una blitzkrieg (guerra relámpago). Frente a sus modestas aviación y artillería, la infantería suiza era numerosa y estaba muy bien equipada, lo que hacía temer que acaso pudiera repetirse allí lo que los soviéticos habían experimentado en Finlandia; al fin y al cabo la Wehrmacht sólo contaba con una decena de Gebirgsjäger (divisiones de montaña).

En suma, Hitler no dio luz verde y en su lugar se centró en la Operación León Marino (la invasión de Gran Bretaña), que fue a la que destinó finalmente a esas tropas, aunque tampoco ese plan se realizó. Sí lo hizo, en 1941, la Operación Barbarroja (la invasión de la Unión Soviética), un auténtico sumidero de recursos humanos y materiales. Mientras, Suiza pudo mantener su neutralidad, aún viendo profanado su espacio aéreo por todos los contendientes e incluso sufriendo bombardeos aéreos por error. Una minucia comparada con lo que pudo pasar.


Fuentes

Misiones imposibles. Anécdotas y secretos de acciones extraordinarias de audacia y coraje (José Luis Caballero)/«Let’s Swallow Switzerland»: Hitler’s plans against the Swiss Confederation (Klaus Urner)/German plans and policies regarding neutral nations in World War II with special reference to Switzerland (Gerhard L. Weinberg)/The Swiss and the nazis: How the Alpine republic survived in the shadow of the Third Reich (Stephen P. Halbrook)/Tannenbaum 1940/Wikipedia


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