Además de la tragedia humana que supone cualquier guerra, uno de los daños colaterales más tristes es el de los estragos que sufre el patrimonio histórico, con la cruel ironía de que, a menudo, se pierde después de haber sobrevivido durante siglos e incluso milenios. Algo así podría haber ocurrido durante la Guerra de Malí con los llamados Manuscritos de Tombuctú, una importante y numerosa colección documental cuya cronología se extiende desde finales del siglo XII hasta el XX; una parte resultó destruida, aunque la actuación heroica de algunas personas permitió salvar el grueso más valioso del conjunto.
Aquella contienda empezó en enero de 2012 como una campaña separatista del MLNA (Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad), insurgentes tuareg que ya habían protagonizado una rebelión el año anterior junto al grupo islamista Ansar Dine, proclamando la independencia de la zona septentrional del país. Posteriormente, el MLNA fue expulsado por sus aliados y AQMI (Al Qaeda en el Magreb Islámico), que fundaron un estado fundamentalista. Entonces, el Consejo de Seguridad de la ONU autorizó una intervención militar del ejército francés y ECOWAS (Comunidad Económica de Estados de África Occidental), con el apoyo de la Unión Europea, EEUU y Canadá.
Así, a comienzos de 2013 empezó la bautizada como Operación Serval, siendo la liberación de Tombuctú el primer objetivo. Aunque hubo negociaciones de paz, que la situación provocase un golpe de estado y que los fundamentalistas se atomizaran en múltiples grupos que únicamente decían representarse a sí mismos, hicieron imposible alcanzar un acuerdo.
El 28 de ese mes, cuando las tropas expedicionarias capturaron el aeropuerto de la ciudad, los rebeldes tuvieron que retirarse al desierto; pero no lo hicieron sin dejar una huella imborrable de su paso: incendiando algunos edificios que, irónicamente, conservaban el legado cultural musulmán. Entre ellos estaba el Instituto Abdel Kader Haïdara, que habían utilizado como cuartel.
Fundado en 1973 como centro de investigación temático de asuntos islámicos, en su biblioteca se custodiaban cerca de veinte mil manuscritos históricos (siglos XIV-XVI), en árabe y otros idiomas, que versaban sobre matemáticas, astronomía, medicina, poesía, literatura, poesía, copias del Corán y derecho (incluyendo contratos particulares), entre otros muchos temas.
Se trataba sólo una pequeña parte de los cerca de trescientos mil documentos, los mencionados Mansucritos de Tombuctú que, por suerte y junto con los de otras bibliotecas, habían sido trasladados previamente para ponerlos a salvo en Bamako, al sur de Malí, en una labor tan visionaria como prudente y paciente, a la vista de la terrible perspectiva que se avecinaba.
Era algo que académicos y voluntarios llevaban haciendo desde el verano de 2011 bajo la dirección de Abdel Kader Haïdara, por entonces bibliotecario y archivero del citado instituto homónimo y actualmente director de la Biblioteca Mamma Haidara (una entidad privada que fundó a partir de sus archivos familiares), ayudado por la bibliófila estadounidense Stéphanie Diakité, diversos voluntarios y algunas organizaciones internacionales (caso del Fondo Príncipe Claus para la Cultura y el Desarrollo, la Fundación DOEN y la Fundación Ford).
Entre todos lograron evacuar el noventa por ciento de los manuscritos de la ciudad, aunque el destino de los restantes -los menos valiosos-, consumidos por el fuego, más aquella apurada situación que hubo que pasar, llamaron la atención del mundo para garantizar el futuro de tan valioso patrimonio. De este modo, se revitalizó el interés por intentar garantizar la integridad de los mansucritos, recuperando algunas iniciativas internacionales como la iniciada por la UNESCO en los años setenta.
En realidad, y pese al nombre, no sólo Tombuctú puede presumir de manuscritos; los hay en otros sitios de esa peculiar franja geográfica que recorre África de este a oeste y se conoce como el Sahel. Allí están ciudades de Malí como Djenné, Kayes, Gao y Ségou, pero el reparto se extiende a otros países limótrofes: Marruecos, Mauritania, Níger y Egipto (incluso algunas bibliotecas de Europa y EEUU). Sumando el patrimonio de todos, el número de ejemplares superaría el millón.
Esa cantidad se debe a que los documentos se transmitían dentro de cada familia de generación en generación, en sus casas. De ahí que, como contrapartida, muchos no estén en buen estado y se haya acometido un plan de restauración-digitalización, el Timbuktu Manuscripts Project, al que se une otro de financiación denominado Timbuktu Libraries in Exile.
Llegados hasta este punto, más de uno se preguntará qué son exactamente los Manuscritos de Tombuctú y la razón de aquella heroica acción cultural protagonizada por gente común que no dudaba en poner en riesgo su propia vida.
Como explicábamos, se trata de un abundante conjunto documental manuscrito en varios idiomas, entre ellos árabe, songhai (hablado en los territorios del antiguo imperio homónimo, heredero del de Malí), tamashek (tuareg), hausa (mayoritario en Nigeria), fula (lengua del pueblo nómada saheliano fulani), a menudo empleando para ello la escritura denominada adjami (en realidad un grupo de alfabetos derivados del arábigo).
Ya reseñamos su variedad temática y hay que señalar también que son muy diferentes entre sí en cuanto a extensión, yendo desde un puñado de hojas hasta cientos de ellas, (hasta forman volúmenes), de ahí que aporten valiosa información histórica, científica y costumbrista con considerable detalle: importes del zakat (limosna obligatoria), órbitas planetarias, fechas previstas para lluvias de meteoritos, traducciones de filósofos clásicos, diccionarios, tratamientos farmacológicos, herboristería, hechizos y asuntos esotéricos, consejos sexuales, versos religiosos, testamentos, crónicas, fiqh (jurisprudencia islámica), teología, etc.
Un porcentaje considerable, casi la tercera parte, es referente a Marruecos. Ello se debe a la tradicional relación que los sultanes saadianos y alauitas mantenían con Malí, ya que ellos nombraban al gobernador de Tombuctú desde que enviaron al morisco de origen español Yuder Pachá a conquistar ese territorio en 1591. Lo retuvieron hasta que en 1825 lo perdieron definitivamente a manos de los tuareg.
Poco más tarde de esa última fecha se sitúa el final del segmento cronológico de los manuscritos: en el último cuarto del siglo XIX, cuando la educación europea se empezó a imponer en el África Occidental Francesa (una federación de ocho territorios coloniales de Francia: Mauritania, Senegal, Guinea, Costa de Marfil, Níger, Alto volta -actual Burkina Faso-, Dahomey -actual Benín- y Sudán Francés -actual Malí-) y la gente tendió a despreciar aquel tesoro documental, malvendiéndolo o simplemente abandonándolo.
Hoy en día, supervivientes maltrechos del paso del tiempo, la humedad y los insectos xilófagos, se reparten por multitud de centros bibliotecarios y archivos. Es más, antes de que muchos desaparecieran por las llamas en 2013, una de las bibliotecas privadas familiares que custodiaban una colección se derrumbó por una inundación, perdiéndose sin remedio setecientos documentos.
Los esfuerzos actuales se orientan a la digitalización, pero es un proceso lento y hasta ahora sólo se ha podido culminar con centenar y medio de manuscritos. ¿Quedará tiempo suficiente para los demás?
Fuentes
Los contrabandistas de libros y la epopeya para salvar los manuscritos de Tombuctú (Joshua Hammer)/Diario de un bibliotecario de Tombuctú (Ismael Diadié)/Les manuscrits de Tombouctou (Jean-Michel Djian)/The meanings of Timbuktu (Shamil Jeppie y Souleymane Bachir Diagne, eds., en CODESRIA)/The Timbuktu manuscripts-Rediscovering a written source ov African law in the era of the African reinessance (Nmi Goolam)/Wikipedia
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.