Suele decirse que, pese a la cronología oficial, en la práctica el siglo XX no empezó en 1901 sino con la Primera Guerra Mundial. Eso es algo que podemos ver plasmado en un buen número de episodios históricos, muy especialmente los ocurridos en contextos coloniales decimonónicos. Y aunque la atención suele centrarse en los imperios Británico y Alemán, con el resto de potencias europeas por detrás en momentos vergonzantes, hay otros países que también tienen sus propios fantasmas. Es el caso de Holanda y su intervención en Bali en 1906.

Bali es una isla del archipiélago malayo que hoy constituye una provincia insular de Indonesia, muy conocida por ser un importante destino turístico. Para Occidente, entró en la historia en 1585, cuando una nave portuguesa naufragó en sus costas. Pero, sobre todo, fue en 1597, al reclamar el navegante Cornelis Houtman la posesión de esa tierra en nombre de los Países Bajos y establecer una colonia. Al igual que habían hecho los británicos, los neerlandeses fundaron en 1602 la Vereenigde Oostindische Compagnie (Compañía Unida de las Indias Orientales), que recibió el monopolio de la explotación de Asia durante veintiún años.

La compañía se enriqueció trocando esclavos por opio, mientras Bali se desangraba en guerras civiles sucesorias que terminaron dividiendo el país en varios reinos. Sin embargo, quebró en 1799 y eso, junto con la tónica colonialista del siglo XIX, llevó a Holanda a hacerse con el control directo de la isla entre 1846 y 1849, usando cono paradójico pretexto terminar con el tráfico esclavista y de opio. Los balineses no se resignaron y protagonizaron dos insurrecciones en 1858 y 1868, ambas fuertemente reprimidas, que desembocaron en la incorporación de los reinos septentrionales de Buleleng, Jembrana y Karangasem a las Indias Orientales Holandesas.

Mapa de Bali y sus proncipales enclaves/Imagen: Flominator en Wikimedia Commons

En 1894, aprovechando un nuevo problema sucesorio, los holandeses retomaron una política expansionista que les llevó a apoderarse de la vecina isla de Lombok y puso como nuevo objetivo hacerse con la región meridional balinesa, donde estaban los reinos de Badung, Klungkung y Tabanan, últimos que mantenían cierta independencia. Sólo hacia falta encontrar un casus belli y éste apareció en el nuevo siglo, con un choque de culturas -la cristianización de los indígenas había fracasado- que empeoró, una vez más, un problema por la sucesión.

Todo se desató en 1904, con la llegada del nuevo gobernador de las Indias Orientales. Se llamaba Joannes Benedictus van Heutsz y era teniente general del ejército, con experiencia en Aceh (Sumatra) y Surabaya (Java), donde había aplicado su visión de solucionar los problemas manu militari, con acciones rápidas y contundentes que respondían a su lema «Vigilancia y agilidad». Fruto de ello fue la pacificación de esos lugares a costa de matanzas indiscriminadas de miles de civiles, lo que se convirtió en un buen currículum para lo que se esperaba de él en el nuevo puesto.

El gobernador Joannes Benedictus van Heutsz retratado por Hannké/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Lo primero que se encontró fue el anómalo estatus de Bali, que hasta entonces permitía cierta autonomía política y permisividad en las tradiciones de los dominios de los diversos rajás, según se había acordado en el Tratado de Kuta de 1849. Asimismo, descubrió las rencillas internas entre gobernantes locales, que llevaron al principado de Gianyar a solicitar el amparo holandés ante la agresividad de otros principados como Klungkung, Badung, Bangli y Tabanan. Fue entonces cuando, decíamos, se produjo la chispa que sirvió de excusa para una intervención directa.

Entre aquellas tradiciones balinesas que hasta entonces había sido necesario respetar figuraba una peculiar, el tawan karang suya: el derecho de los locales a quedarse con la mercancía de los barcos que naufragaban en sus costas, al considerar que se trataba de un regalo de Batara Baruna, su divinidad marina. En realidad, las condiciones estipuladas en la citada Paz de Kuta proscribían esa costumbre, pero en la práctica no quedaba más remedio que tolerarlas de mala gana porque, al fin y al cabo, la mayoría de las naves accidentadas eran modestas y la cosa no pasaba a mayores.

Entonces, ocurrió que, en la primavera de ese mismo año, el junco chino Sri Kumala, que navegaba bajo pabellón holandés, quedó varado en Sanur (Badung), siendo saqueado por los habitantes del lugar. Ni las denuncias del propietario ni las órdenes de las autoridades sirvieron para nada.

Guerreros balineses en el último cuarto del siglo XIX. El de la izquierda empuña un kriss/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El gobierno colonial exigió una indemnización de siete mil quinientos florines al triunvirato que ocupaba el trono, por su incapacidad para hacer cumplir la ley, so pena de someter Badung a un bloqueo naval cuyo coste se cargaría también a ese principado. Los mandatarios rechazaron terminantemente el ultimátum, remitiendo al Raad Kerta, el tribunal ordinario de Badung, porque lo consideraban un simple robo, comprometiéndose a respetar la sentencia.

Empezó pues el bloqueo, que se desarrolló a lo largo de 1905 pero con suerte dispar. Al principio resultó efectivo; sin embargo, con el tiempo, los comerciantes de Badung consiguieron abrir una ruta alternativa a través de Buleleng. Encima, Tabanan secundó la orgullosa postura de sus vecinos aportando suministros de su rica agricultura, debido a que también se había ganado la hostilidad colonial al autorizar el sati. Se trataba ésta de una ancestral práctica ritual hindú por la que las viudas se inmolaban voluntariamente en la pira funeraria durante la cremación de sus difuntos maridos.

El comandante Marinus Bernardus Rost van Tonningen/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Los holandeses los consideraron argumentos sobrados para acometer lo que realmente querían: una campaña militar. Se inició en junio de 1906, con un ejército de dos millares y medio de hombres al mando del comandante Marinus Bernardus Rost van Tonningen, mientras la armada, con todos los buques disponibles, bloqueaba también Tabanan e impedía faenar a sus pescadores. Todo quedó reflejado documentalmente por los respectivos intereses de cada contendiente: uno, para justificar sus acciones; otro, para demostrar que sufría un abuso.

En septiembre, las tropas coloniales desembarcaron en Sanur y avanzaron hacia Kesiman, donde residía uno de los tres rajás. Por el camino encontraron tenaz resistencia, pero al final entraron en la urbe para encontrarla desierta, con el palacio vacío y el gobernante muerto a manos de un sacerdote. La marcha se reanudó hacia Denpasar, principal ciudad de Badung, situada a sólo cuatro kilómetros, a donde la columna llegó sin ningún problema porque los barcos habían allanado previamente el camino bombardeando el complejo palaciego. Pero lo que le esperaba allí iba a ser mucho más impresionante que una batalla.

El palacio estaba en llamas y una masiva comitiva en la que figuraban hombres, mujeres y niños de todas las edades, encabezada por el rajá llevado en un palanquín, salió al encuentro de los expedicionarios. Todos vestían sus mejores galas, enjoyados y con unos peculiares ropajes de inmaculado color blanco, tono empleado en los ritos funerarios de cremación. La procesión se detuvo a cien metros, el rajá descendió y, a una señal suya, un sacerdote lo mató clavándole en el pecho un kriss (típica daga indonesia con hoja de filo ondulante). Para horror de los soldados, el resto de la gente le imitó, matándose unos a otros: primero los nobles y luego el pueblo llano.

Desembarco de tropas holandesas en Sanur/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Aquella insólita escena era una demostración del puputan jagaraga, tradicional suicidio colectivo que constituía la alternativa honorable a la rendición, de manera similar al sepukku japonés, que los balineses ya habían puesto en práctica en 1849. Esta vez, reza una versión, mientras las mujeres arrojaban a los soldados sus joyas y monedas en señal de desprecio, una oleada de combatientes suicidas salió del palacio, lanzas en mano, acometiendo a la columna, que se defendió disparando sus cañones y fusiles. Otra versión dice que fueron los holandeses quienes abrieron fuego primero, provocando una masacre e impulsando a los supervivientes al puputan.

En cualquier caso el número de víctimas mortales rondó el millar o millar y medio, si se suman las producidas esa misma tarde frente al palacio de otro de los príncipes, el de Pamecutan. Las autoridades coloniales rebajaron la cifra de fallecidos a cuatro centenares, trescientos por la mañana y cien en el segundo episodio, por sólo cuatro muertos y algunos heridos propios, aunque una investigación posterior estableció el número calculado antes. Eso sí, la tropa no se privó de despojar a los cadáveres de sus riquezas, como tampoco de incendiar los palacios.

Cadáveres tras el segundo puputan de Denpasar. En primer plano se ve el palanquín del rajá/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La campaña no había finalizado aún, pues todavía quedaba un tercer rajá, Gusti Ngurah Agung, que había huido a Tabanan. Allí se presentó Rost van Tonningen, exigiéndole que no permitiese que las dos ancianas viudas del recién fallecido príncipe local se inmolasen. Pero ni la disuasoria llegada de dos buques de guerra bastó para impedirlo; fueron las últimas mujeres que fallecieron en Bali a causa del sati, al menos de forma oficial.

Entonces, Gusti Ngurah Agung aceptó parlamentar, solicitando acatar la autoridad holandesa a cambio der nombrado regente. La propuesta fue rechazada y únicamente se le ofreció un exilio en Lombok o Madura, por lo que, dos días después y ya cautivo, el rajá se quitó la vida junto con su hijo.

La última fase de la intervención militar fue contra Klungkung, pero Dewa Agung Jambe II, su gobernante, no presentó resistencia y como tenía cierta autoridad sobre todo Bali se consideró preferible mantenerlo en su puesto a cambio de una serie de cesiones que incluían entrega de las armas, destrucción de fortificaciones y concesiones comerciales.

Dewa Agung Jambe II en 1908, poco antes de su muerte/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ese ambiguo statu quo no tardaría en saltar por los aires: apenas dos años más tarde, Klungkung se convertiría en el objetivo de una nueva intervención, resultado de una rebelión causada por el intento holandés de imponer un monopolio del comercio de opio.

Ante otra fuerza de castigo que disparó sobre ellos, Dewa Agung Jambe, sus seis esposas y doscientos fieles, se quitaron la vida con el puputan, pasando su reino a ser un protectorado, de forma similar a lo que había pasado con los demás. Esas expediciones y las matanzas resultantes tuvieron bastante eco, desatando un escándalo internacional que llevó a las autoridades coloniales a cambiar de actitud; irónicamente, a la larga serviría para proteger la cultura tradicional de Bali y convertirlo en un apreciado destino de viajes. Por cierto, el propietario chino del junco cobró su indemnización.

Cabe añadir, como significativos datos complementarios, que el hijo del gobernador Van Heutsz sería un convencido nazi que alcanzó el grado de teniente coronel de las Waffen SS, mientras que el vástago menor de Rost van Tonningen lideraría el NSB (Nationaal-Socialistische Beweging, el Partido Nacional Socialista de los Países Bajos).


Fuentes

The spell of power. A history of Balinese politics 1650 – 1949 (Henk Schulte Nordholt)/History of the opium problem. The assault on the East, ca. 1600 – 1950 (Hans Derks)/Bali chronicles. Fascinating people and events in Balinese history (Willard A. Hanna)/Wikipedia


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