Hacia el año 750 a.C. los griegos desarrollaron su propio alfabeto a partir del fenicio. Ello propició el desarrollo de la escritura más allá de un uso puramente administrativo, como había sucedido en los palacios micénicos, donde se encontraron numerosas tablillas escritas en Lineal B que detallaban transacciones, entradas y salidas de productos, etc.
En solo cuarenta años el nuevo alfabeto se extendió por toda la Hélade. Ahora las leyes podían ponerse por escrito y exhibirse donde todos pudieran verlas. En piezas de cerámica como la copa de Néstor encontramos las primeras muestras de poesía escrita en griego. Poco a poco se fueron poniendo por escrito los poemas transmitidos oralmente durante generaciones, las obras de Homero y Hesiodo.
Durante años los griegos se dedicaron a poner por escrito su literatura y pensamientos. Y lo hicieron en forma de poesía. Incluso los filósofos. Posiblemente la tradición oral, donde la rima y la cadencia se utilizaban con el fin de memorizar mejor los textos, seguía influyendo fuertemente.

Habría que esperar 200 años desde que apareciera el alfabeto griego para que alguien fuera tan audaz como para escribir en prosa, sin ritmo métrico ni rima, de una forma que permitía transmitir de manera mucho más clara y directa conceptos y descripciones de cosas, lugares y acontecimientos.
El primero que sabemos que lo hizo se llamaba Ferécides, un filósofo nacido en la isla de Siros en el año 580 a.C. que fue maestro nada menos que de Pitágoras (de quien era tío materno). Le seguirían muchos otros, como su discípulo Anaximandro, y luego prácticamente todos los filósofos e historiadores posteriores.

Sin embargo ninguno de los escritos de Ferécides ha sobrevivido hasta nuestros días, aunque conocemos algunos (como el titulado Pentemychos, una especie de cosmogonía) por su mención o cita en otras obras (aun cuando Aristóteles no tenía muy claro que hubiera existido). La primera obra griega escrita en prosa que ha llegado hasta nosotros es nada más y nada menos que la Historia de Heródoto, finalizada hacia el año 430 a.C.
Heródoto sabía muy bien que el hecho de escribir en prosa era algo relativamente nuevo, y por eso a aquellos que antes que él habían utilizado esta forma de escritura los llamó logógrafos.
Pero volviendo a Ferécides, la tradición cuenta de él que habitaba en las cuevas que hay al norte de la isla de Siros (y que se pueden visitar en Ano Meria), y numerosas fuentes (entre ellos Cicerón y San Agustín) dicen que fue también el primero en enseñar la eternidad y la transmigración de las almas (metempsicosis).

Diógenes Laercio le atribuye habilidades de predicción de acontecimientos (terremotos, toma de ciudades y naufragios) y da varias versiones de su muerte, como que él mismo se arrojó del monte Coricio en Delfos, que falleció de enfermedad o comido por los piojos, siendo Pitágoras quien le dio sepultura. También que:
Habiendo ido Pitágoras a visitarlo, y preguntándole cómo se hallaba, sacó por entre la puerta un dedo y dijo: «Conjetura de aquí el estado del cuerpo». Los filólogos tomaron después en mal sentido estas palabras, y aun pecan todavía los que en mejor sentido las interpretan
Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres I.74
Diógenes Laercio también cuenta que, antes de morir, Ferécides escribió a Tales de Mileto:
«Tengas buena muerte cuando te tocare el día fatal. Hallábame enfermo cuando me vino tu carta. Estaba todo cubierto de piojos y con calentura. Ordené, pues, a algunos de mis domésticos que, en habiéndome enterrado, te llevasen mis escritos. Si te parecieren bien a ti y a los demás sabios, podrás publicados; pero si no, no los publiques. A mí no me gustaban mucho por no haber certeza en las cosas; pero ni yo prometo en ellos esto, ni sé hallar lo verdadero. Acaso habré explicado algo acerca de los dioses; importa entender lo restante, pues yo no hago más que insinuar las cosas. Agravándose más y más mi enfermedad, ni admito médico ni amigo alguno; pero estando ellos fuera de la puerta, y preguntándome cómo me hallo, saco un dedo por la cerradura y les manifiesto el gran mal en que estoy. Los he ya amonestado concurran pasado mañana a celebrar el entierro de Ferecides.»
Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres I.76
Es dudoso que alguna vez existiese tal carta, sobre todo porque Tales murió antes que Ferécides (unos 25 años antes aproximadamente). En cuanto a la habilidades antes mencionadas, es curioso que también se suelen atribuir a Pitágoras, lo que hace que lo poco que sabemos de Ferécides quede envuelto en un halo de leyenda y confusión.
Fuentes
The Presocratic Philosophers (G. Kirk, J. Raven, M. Schofield) / Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres (Diógenes Laercio) / Dictionary of Greek and Roman biography and mythology / Wikipedia
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