La Guerra del Peloponeso entre Esparta y Atenas comenzó el año 431 a.C. y se extendería durante casi 28 años. Al final Esparta se impuso, pero su hegemonía no duraría demasiado, pues primero Tebas y después Macedonia, acabarían imponiéndose en el mundo griego. Aquí hemos visto ya varios episodios de ese conflicto.

Al finalizar el primer año de la guerra los atenienses, como tenían por costumbre, se reunieron para realizar una ceremonia en la que honrar y recordar a los caídos. Como cuenta Tucídides, consistía en una procesión que acompañaba a los diez féretros (arcas de ciprés, uno por cada tribu ateniense, más una siempre vacía en memoria de los desaparecidos) a su lugar de entierro en el Cerámico, el más importante cementerio de Atenas, que todavía hoy se puede visitar.

Allí, un orador elegido entre los hombres destacados de la polis, daba un discurso elogioso.

Busto de Tucídides, copia romana de un original griego del siglo IV a.C. / foto shakko en Wikimedia Commons

Cuando habían enterrado los cuerpos, era costumbre que alguna persona notable y principal de la ciudad sabio y prudente, preeminente en honra y dignidad, delante de todo el pueblo hiciese una oración en loor de los muertos, y hecho esto, cada cual volvía a su casa. Aquella vez para referir las alabanzas de los primeros que fueron muertos en la guerra, fue elegido Pericles, hijo de Jantipo; el cual, terminadas las solemnidades hechas en el sepulcro, subió sobre una cátedra, de donde todo el pueblo le pudiese ver y oír, y pronunció este discurso

Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.34

En aquella ocasión el encargado de la oración fue Pericles, gobernante y primer ciudadano de Atenas, quien comienza con modestia y realiza un elogio, no solo de los caídos, sino de la propia Atenas, en un momento clave de su historia.

Aquel discurso de Pericles es, en opinión de Thomas Cahill y muchos otros estudiosos, el discurso más famoso de la historia. Es posible que el lector que desconozca el discurso piense que no lo ha oido nunca. Pero se equivoca, pues muchas partes le resultarán familiares si ha seguido la política occidental de los últimos dos o tres siglos, por los menos.

Busto de Pericles, copia romana de un original griego de hacia 430 a.C. / foto Jastrow en Wikimedia Commons

Y es que muchos discursos posteriores de políticos de la cultura que emana de la Antigua Grecia, se inspiraron o copiaron directamente partes de la oración fúnebre de Pericles.

El discurso comienza con una alabanza de la tradición del entierro público de los caídos, y con una advertencia de que las palabras del orador no satisfarán a todos.

Muchos de aquellos que antes de ahora han hecho oraciones en este mismo lugar y asiento, alabaron en gran manera esta costumbre antigua de elogiar delante del pueblo a aquellos que murieron en la guerra, mas a mi parecer las solemnes exequias que públicamente hacemos hoy son la mejor alabanza de aquellos que por sus hechos las han merecido. Y también me parece que no se debe dejar al albedrío de un hombre solo que pondere las virtudes y loores de tantos buenos guerreros, ni menos dar crédito a lo que dijere, sea o no buen orador, porque es muy difícil moderarse en los elogios, hablando de cosas de que apenas se puede tener firme y entera opinión de la verdad. Porque si el que oye tiene buen conocimiento del hecho y quiere bien a aquel de quien se habla, siempre cree que se dice menos en su alabanza de lo que deberían y él querría que dijesen; y por el contrario, el que no tiene noticia de ello, le parece, por envidia, que todo lo que se dice de otro es superior a lo que alcanzan sus fuerzas y poder.

Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.35
Lincoln en Gettysburg / foto dominio público en Wikimedia Commons

Según Thomas Cahill y otros expertos, este modesto comienzo nos hace recordar inevitablemente las palabras de Lincoln en Gettysburg:

Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como lugar de último descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa. Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí ya lo han consagrado, muy por encima de lo que nuestras pobres facultades podrían añadir o restar. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí digamos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí

Abraham Lincoln, Gettysburg 19 de noviembre de 1863

En esa misma ceremonia la oración más larga corrió a cargo de Edward Everett, quien empezó describiendo el ejemplo ateniense.

Pericles alaba los logros de los caídos, pero pasa por alto las victorias militares del pasado y se centra en resaltar cómo Atenas llegó al momento actual, y a la forma de gobierno de la que tan orgullosos estaban, la democracia.

Porque me parece que no es fuera de propósito al presente traer a la memoria estas cosas, y que será provechoso oírlas a todos aquellos que aquí están, ora sean naturales, ora forasteros; pues tenemos una república que no sigue las leyes de las otras ciudades vecinas y comarcanas, sino que da leyes y ejemplo a los otros, y nuestro gobierno se llama democracia, porque la administración de la república no pertenece ni está en pocos sino en muchos.

Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.36

Continua resaltando la igualdad de todos los ciudadanos ante la justicia (ciudadanos libres, se entiende) y la extensión de estos principios a la política exterior así como la apertura de la ciudad a los extranjeros.

Estatua moderna de Pericles en Atenas / foto Gepsimos en Wikimedia Commons

A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en las disensiones particulares, mientras que según la reputación que cada cual tiene en algo, no es estimado para las cosas en común más por turno que por su valía, ni a su vez tampoco a causa de su pobreza, al menos si tiene algo bueno que hacer en beneficio de la ciudad, se ve impedido por la oscuridad de su reputación.

Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.37

Pasa luego a destacar como los atenienses son magnánimos con otros, generosos en su ayuda y confiados en la validez de sus instituciones.

Y en lo que concierne a la virtud nos distinguimos de la mayoría; pues nos procuramos a los amigos, no recibiendo favores sino haciéndolos. Y es que el que otorga el favor es un amigo más seguro para mantener la amistad que le debe aquél a quien se lo hizo, pues el que lo debe es en cambio más débil, ya que sabe que devolverá el favor no gratuitamente sino como si fuera una deuda. Y somos los únicos que sin angustiarnos procuramos a alguien beneficios no tanto por el cálculo del momento oportuno como por la confianza en nuestra libertad

Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.40

En estas palabras podemos rastrear el discurso de toma de posesión de Kennedy:

Que sepa toda nación, quiéranos bien o quiéranos mal, que por la supervivencia y el triunfo de la libertad hemos de pagar cualquier precio, sobrellevar cualquier carga, sufrir cualquier penalidad, acudir en apoyo de cualquier amigo y oponernos a cualquier enemigo.

John Fitzgerald Kennedy, Discurso de toma de posesión 20 de enero de 1961

Y en el climax del discurso Pericles vincula la grandeza de la ciudad con los héroes fallecidos, y expresa la conclusión inevitable de que la felicidad se basa en la libertad, y la libertad en el valor.

Estos varones os ponemos delante de los ojos, dignos ciertamente de ser imitados por vosotros, para que conociendo que la libertad es felicidad y la felicidad libertad, no rehuyáis los trabajos y peligros de la guerra

Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.43

El énfasis de Pericles en el sacrificio por la libertad tiene su eco en las famosas palabras, sangre, sacrificio, sudor y lágrimas, de Winston Churchill a los británicos durante la Segunda Guerra Mundial en su primer discurso como primer ministro. No es casualidad que Churchill conociese muy bien la obra de Tucídides y la oración ateniense.

Finalmente Pericles termina con un corto epílogo, recordando a la audiencia la dificultad de hablar sobre los muertos.

He relatado en esta oración, que me fue mandada decir, según ley y costumbre, todo lo que me pareció ser útil y provechoso; y lo que corresponde a estos que aquí yacen, más honrados por sus obras que por mis palabras, cuyos hijos si son menores, criará la ciudad hasta que lleguen a la juventud. La patria concede coronas para los muertos, y para todos los que sirvieren bien a la república como galardón de sus trabajos, porque doquier que hay premios grandes para la virtud y esfuerzo, allí se hallan los hombres buenos y esforzados. Ahora, pues, que todos habéis llorado como convenía a vuestros parientes, hijos y deudos, volved a vuestras casas

Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.46
Busto de Aspasia, copia romana de un original griego / foto Jastrow en Wikimedia Commons

Tucídides advierte al principio de su obra que los discursos que transcribe no son registros textuales, sino que representan las ideas de lo que se dijo. Es seguro que Pericles dio aquel discurso y que, en esencia, dijo lo que Tucídides escribió, pero es razonable pensar que el historiador lo expresó con sus propias palabras.

Por otro lado, la autoría de la oración fúnebre no está clara. Platón, por ejemplo, en su Menexeno, se la atribuye a Aspasia, la compañera de Pericles. Pero no hay que olvidar que a Platón no le gustaba nada la democracia, y mucho menos Pericles.

Algunos pensadores, como Umberto Eco, expresaron su rechazo ante lo que consideran un uso político por Pericles de los caídos, como propaganda no de la democracia, sino del populismo.

En cualquier caso la oración fúnebre de Pericles caracteriza perfectamente el momento y el espíritu de aquella Atenas, a la que identifica como la tierra de la libertad y el hogar de los valientes (como la estadounidense home of the brave) que, tras su muerte al año siguiente, ya nunca volvería a recuperar su esplendor.


Fuentes

Historia de la Guerra del Peloponeso (Tucídides) / Navegando por el mar de vino. Por qué los griegos son importantes (Thomas Cahill) / Discurso de John F. Kennedy “Discurso de toma de posesión” / Pronunciamiento de Gettysburg / Traducción al español de la Oración Fúnebre de Pericles (Gusto por la Historia) / Wikipedia


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