Resulta curioso que el arma que propició la hegemonía de Roma en el Mediterráneo (al que en época imperial se conocía con el apelativo de lago romano, igual que siglos después el Pacífico sería denominado lago español), fuera una tan menospreciada como la classis (armada, flota) que, a pesar de ser la que determinó la victoria ante Cartago, resultaba bastante menos prestigiosa que las legiones, a las que estaba subordinada.
Los romanos, en efecto, nunca tuvieron en demasiada consideración a la marina, aún cuando resultaba fundamental para garantizar el suministro de grano a la metrópoli y transportar las tropas para sus frecuentes campañas en el exterior. Es más, si exceptuamos la flota primigenia, destinada casi exclusivamente a proteger la costa de incursiones piratas, no dispusieron de una propiamente dicha hasta que chocaron con Cartago y se vieron en clara inferioridad en el mar. Antes, cuando lo precisaban, simplemente recurrían a los socii navales.
Los socii navales eran aliados o mercenarios, generalmente de Sicilia y Grecia, que aportaban barcos y tripulaciones. Eso se quedó insuficiente al estallar la Primera Guerra Púnica, por lo que se cambiaron los conceptos para construir una flota de ciento veinte barcos, entre trirremes y quinquerremes; según Polibio tomando como modelo de diseño una nave cartaginesa naufragada, debido a la falta de tradición marinera. Esa carencia, que es tanto como decir inexperiencia, se siguió también con buques y hubo que tirar de imaginación, introduciendo una novedad que daría tiempo para equilibrar las cosas.
Se trataba del corvus, una especie de puente levadizo con un garfio en el extremo para clavarse en la cubierta del buque enemigo y facilitar su abordaje a los legionarios embarcados, minimizando así las superiores técnicas navales púnicas. Como sabemos, la victoria final fue para los romanos, que al término de la última guerra y ya dueños del Mediterráneo occidental, extendieron su dominio al oriental tras derrotar también a ilirios y pónticos. No sin apuros, ya que, al no haber ya una potencia que rivalizase con ellos, habían retornado al sistema de socii navales disolviendo temerariamente la flota, de ahí que fuera necesario formar otra de nuevo.
Con ella, y merced a poderes especiales concedidos por el Senado, Pompeyo consiguió poner fin a la piratería, que se había convertido en un serio peligro para la economía. Además, empezaba una nueva era de expansión de la mano de Julio César, al que la ya asentada classis le vino muy bien para acometer la conquista de las Galias primero y Britania después. Lo malo fue que más tarde estallaron las guerras civiles y esos barcos se usaron para dirimir quién gobernaría en Roma. El episodio final de aquel conflicto fratricida lo protagonizaron Octavio y Marco Antonio, siendo precisamente una batalla en el mar, la de Actium, la que inclinó la balanza para el primero en el año 31 a.C.
Así fue cómo Roma dejó atrás la etapa republicana para entrar en la imperial, que dio sus primeros pasos con una reforma militar integral (diseñada por Marco Vipsanio Agripa y financiada por el Aerarium militare), con la finalidad de profesionalizar el ejército y la marina. Aquí no vamos a analizarla al completo, pero sí a reseñar sucintamente lo que afectó a la armada y sus miembros, que pasaron a ser voluntarios con salario (aunque seguían usándose esclavos cuando había necesidad). Inicialmente se situó la base principal en Ostia, pasando luego a Forum Iulii (actual Fréjus francesa); posteriormente se optó por dividir la armada en dos flotas pretorianas que pudieran cubrir todo el Mare Nostrum.
La primera era la Classis Misenensis( más adelante se rebautizaría Classis Praetoria Misenensis Pia Vindex), llamada así por operar desde Misenum, en Nápoles, siendo su misión controlar el Mediterráneo occidental. Disponía de medio centenar de barcos y unos diez mil hombres (si se incluye a los legionarios adscritos), muchos reclutados en Egipto. Al igual que las legiones, las flotas solían intervenir en la política y miembros de la Misenensis lo hicieron a favor de Nerón, Septimio Severo o Constantino, por ejemplo. Gajes de la inactividad por falta de enemigos.
La otra flota, que debía ocuparse del Mediterráneo oriental, era la Classis Ravennatis (luego renombrada Classis praetoria Ravennatis Pia Vindex). Ese nombre deriva de su base en Rávena, donde había un complejo portuario con astilleros y capacidad para doscientas cincuenta naves. No obstante, muchos marinos residían en Roma, en el Castra Ravennatium, adiestrándose a menudo mediante naumaquias en las aguas del Tíber. Como curiosidad, cabe decir que el personal de estas flotas era el encargado de desplegar el velarium (toldo) que cubría el Anfiteatro Flavio, el Coliseo.
Cada una estaba al mando de un praefectus classis, extraido del estrato superior de la clase ecuestre, teniendo mayor rango el de la Misenensis. Les ayudaban sendos sub praefecti, a su vez auxiliados por varios praepositi (oficiales), el navarchus princeps (dirigía uno o varios escuadrones de naves), el tribunus classis… Individualmente, los barcos eran capitaneados por un trierarca, equivalente a un centurión, a cuyas órdenes había marineros, soldados y remeros, todos considerados milites. El servicio resultaba más largo que en tierra: veintiséis años, que serían dos más a partir del siglo III d.C. Al licenciarse (honesta missio), recibían un pago, la ciudadanía (los marinos solían ser peregrini, es decir, libres pero no romanos), una parcela de tierra y permiso para casarse (que tenían prohibido hasta entonces).
La classis se componía fundamentalmente de trirremes (en cada uno de los cuales embarcaban ciento veinte legionarios, marineros aparte), aunque también había quinquerremes (con doscientos legionarios) y liburnas (birremes y monorremes, muy ligeros y rápidos); en realidad había más tipos de barco, incluyendo algún hexarreme, pero con el tiempo se tendió a reducir el tamaño de las naves. Se los bautizaba con nombres, como hoy en día, y normalmente operaban en primavera y verano, quedando el resto del año en sus puertos; hablamos en plural porque las flotas solían subdividirse en destacamentos secundarios distribuidos por muchos sitios.
A esas dos grandes flotas pretorianas se sumaban otras provinciales más pequeñas, a veces creadas específicamente para campañas concretas. Fueron las siguientes, por orden cronológico: Classis Alexandriae, Classis Aquitanica, Classis Germanica, Classis Moesica, Classis Mauretanica, Classis Nova Libica, Classis Britannica, Classis Pannonica, Classis Perinthia, Classis Pontica, Classis Siriaca y Classis Africana Comkodiana Herculea. Parece ser también que algunas legiones contaban con sus propios escuadrones, caso de la Legio XXII Primigenia en el Rin, la Legio X Fretensis en el Jordán y otras en el Danubio.
De hecho, según reseña Notitia Dignitatum (una descripción de la administración a la que ya dedicamos un artículo), con el paso del tiempo hubo muchas más flotas desgajadas de las anteriores y durante el período bajoimperial se destinaron a controlar zonas específicas. Así, la Classis Pannonica y la Classis Moesica se atomizaron en escuadrones fluviales menores denominados Classis Histrica, que se dejaban al mando de los duces fronterizos y se extendían por diversos puertos del Danubio.
Del mismo modo, a la Galia se destinaron las classis Anderetianorum, Ararica, Barcariorum, Comensis, Fluminis Rodani, Sambrica y Venetum, mientras que la Britannica y la Germanica desaparecieron en los siglos III y IV respectivamente. En el V sucedió lo mismo con la Africana y la Mauretana, que pasaron a manos de los vándalos junto con el territorio norteafricano. Por su parte, Constantino trasladaría la Classis Ravennatis -por entonces de importancia decreciente- a Constantinopla, debido al hundimiento progresivo del terreno en Rávena (hoy cegada por las arenas y en el interior).
Este último dato resulta revelador y significativo, pues la armada romana fue perdiendo protagonismo en la misma medida que el imperio veía reducido su poder. En cambio, en el Imperio Romano de Oriente constituyó una fuerza fundamental para el mantenimiento de su hegemonía. Su gran novedad fue el dromon, un buque de tres mástiles con velamen latino y dos filas de remos que se considera el predecesor de la galera italiana. Tenía un tamaño considerable -hasta cincuenta metros de eslora- y era acompañado de otros modelos de nave, como el panfil o la kelandia.
La flota bizantina, y más concretamente los dromones, iban armados con balistas y otras máquinas bélicas, tal cual se habían hecho los siglos anteriores (el corvus había caído en desuso hacía ya mucho). Pero, sobre todo, contaban con el famoso y temible fuego griego. Se trataba de una mezcla de agua, nafta, azufre, resina, óxido de calcio y salitre que se disparaba mediante un sifón de bronce instalado en el castillo de proa, con resultados similares a los de un gran lanzallamas.
Aquella armada, y especialmente la de los Karabisianoi (una escuadra permanente creada en la segunda mitad del siglo VII), logró sostener al imperio, bien luchando, bien aprovisionando (o ambas cosas) y a veces hasta ayudando al imperio de occidente ante enemigos como los vándalos, ostrogodos, sasánidas, eslavos y árabes, hasta su caída definitiva en 1453.
Fuentes
Historia (Polibio)/Imperium maris. Historia de la armada romana imperial y republicana (Arturo S. Sanz)/El ejército romano (Adrian Goldsworthy)/Historia de Roma (Theodore Mommsen)/The navies of Rome (Michael Pitassi)/Imperial Roman warships 27 BC–193 AD (Raffaele D’Amato)/Imperial Roman naval forces 31 BC–AD 500 (Raffaele D’Amato)/Byzantine naval forces 1261–1461. The Roman Empire’s last marines (Raffaele D’Amato)/La civilización romana (Pilar Fernández Uriel e Irene Mañas Romero)/Wikipedia
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.