No hace mucho dedicamos un artículo a las tres esposas de Alejandro Magno y explicábamos que se casó con las princesas persas Estatira II y su prima Parisátide para cumplir la tradición local de contraer matrimonio con la hija o viuda del gobernante derrocado y, sobre todo, vincularse con la dinastía aqueménida. Pero, a la vez, aclarábamos que siempre situó por encima a la de menor rango, Roxana, hija de un noble bactriano, a quien consideraba su verdadero amor. ¿Cómo la conoció? fue en el contexto de una de sus victorias más curiosas y literarias: la de la Roca Sogdiana, que obtuvo sin necesidad siquiera de lucha.
Tras el desastre de Gaugamela, Darío III huyó en dirección nordeste, a las montañas medas, suponiendo -con acierto- que Alejandro no le seguiría inmediatamente porque preferiría ocupar las grandes ciudades de su imperio: Babilonia, Susa y Persépolis. Así fue, en efecto, y mientras el macedonio se encargaba de organizar la administración de su nuevo imperio, el ejército persa se dispersó, siguiendo su costumbre, para continuar la guerra de otra forma. Y es que, pese a todo, el conquistador no se detenía e iba a continuar la campaña a través de Asia Central.
Darío sólo conservaba una de las cuatro grandes capitales, Ecbatana (la actual Hamadán iraní), donde se dispuso a enfrentarse otra vez con su enemigo desoyendo los consejos de sus generales para que lo hiciera mejor en un terreno más favorable, como las montañas bactrianas, en el noroeste de lo que hoy es Afganistán. De hecho, el Shahanshah (Rey de Reyes) ya no despertaba confianza entre los suyos y, estando en la localidad de Tara fue traicionado por su quiliarca, Nabarzanes, y el sátrapa de Bactriana, Bessos, que junto con otros nobles lo apresaron con la idea de ofrecérselo a Alejandro a cambio de conservar sus satrapías.

Pero la noticia de la inminente llegada del macedonio, que iba hacia allí a marchas forzadas, les atemorizó y tras atacar a su señor escaparon sin iniciar ninguna negociación. Darío tuvo tiempo de ser atendido por una avanzadilla macedonia pero falleció poco después, para disgusto de Alejandro. La muerte del monarca persa no le detuvo porque Bessos se había autoproclamado emperador con el nombre de Artajerjes V, así que envió el cuerpo de Darío a Ecbatana para entregárselo a su madre, Sisigambis, y darle un funeral acorde a su condición; luego, siguió la persecución, esta vez al nuevo adversario.
Era el único que quedaba, pues Nabarzanes, alcanzado e inicialmente perdonado, terminó pagando con su vida, al igual que los demás implicados. Bessos se creyó a salvo un tiempo, debido a que Alejandro tuvo problemas internos que más tarde derivarían en tragedias: la conspiración de Filotas, el hijo de su general Parmenión, que terminó con la ejecución de ambos según la ley macedonia y la muerte de Clito a manos del propio macedonio en una riña alcohólica; el descontento, en suma, que empezaría a cundir entre sus filas por su comportamiento progresivamente soberbio. No obstante, de momento, todavía tenía la adhesión inquebrantable del ejército, por lo que en el año 329 a.C. entró en Bactriana.
Bessos recibió su propia medicina: traicionado por los suyos, que le abandonaron encadenado, fue ajusticiado por haber matado a Darío y por desafiar al nuevo rey. Faltaba entonces someter las satrapías orientales, tan celosas de su autonomía que ya habían causado quebraderos de cabeza a todos lo predecesores del macedonio en el trono persa. El proceso de pacificación alternó guerra y diplomacia, obligando a dejar guarniciones para controlar los agrestes territorios a cambio de dejar a los sátrapas sus gobiernos.
Consumada una profunda reorganización del ejército con importantes innovaciones, Alejandro fue recorriendo Asia Central, sometiendo aquellos territorios con una combinación de tropas macedonias y persas, fundando ciudades con su nombre. Media, Partia, Aria, Drangiana, Aracosia, Bactriana, Escitia… Era una campaña difícil por la enorme extensión de terreno, pero todo parecía ir solventándose cuando, habiendo llegado al río Jaxartes para combatir a a los escitas, se supo la noticia de que Espitamenes se había alzado en armas.
Se trataba del sátrapa de Sogdiana que le había entregado a Bessos, que al parecer estaba descontento porque esperaba que el macedonio le hubiera concedido la independencia por ello. Ahora contaba con la alianza de Bactriana y numerosas tribus nómadas que le aportaban una temible caballería, formada por jinetes arqueros. Alejandro cruzó el Jaxartes tomando por sopresa a los escitas y derrotándolos para a continuación encabezar personalmente una columna que partió en busca del rebelde, que según las noticias estaba asediando Maracanda, capital de Samarcanda (actual Uzbekistán).
No pudo socorrerla de inmediato porque su retaguardia fue atacada por los nómadas y tuvo que detenerse para hacerles frente. Mientras, envió un cuerpo de mercenarios griegos como avanzadilla hacia la ciudad, pero no volvió a saber de él hasta mucho más tarde, al comprobar que había sido eliminado por completo. Ahora bien, una vez que logró derrotar a los nómadas reemprendió el camino y cubrió tres centenares de kilómetros en sólo tres días, esperando sorprender a Espitamenes. No fue así, ya que el sogdiano había levantado el sitio, retirándose hacia el oeste.

Alejandro, que había sufrido bastantes bajas, se quedó en Maracanda esperando refuerzos, lo que dio alas a su enemigo para atreverse a atacar Bactriana a finales de año. Sin embargo, fue repelido por el sátrapa de ésta, el persa Artabazo II. Era el padre de Barsine, la amante de Alejandro, y además estaba imbuído de la cultura griega por haber residido una década en la corte de Filipo tras tener que dejar su satrapía de Frigia Helespóntica por fracasar su rebelión contra Artajerjes III; consecuentemente, gozaba de la plena confianza del macedonio.
Al llegar la primavera, el general Crátero (que se había casado con una hermana de Darío III) fue enviado al oasis de Margiana para establecer una serie de puestos fortificados, en lo que se reveló como una jugada táctica maestra de Alejandro, a la postre decisiva. Asegurando aquel punto y otras aguadas del entorno, anulaba la posibilidad de un ataque de Espitamenes desde Aria, dado que éste ya no tendría acceso al líquido elemento necesario para que bebieran sus tropas y monturas.
Eso obligaba al rebelde a abandonar definitivamente o a forzar una batalla en la que se lo jugase todo; eligió esto último y perdió, derrotado en Gabai por uno de los mejores mandos macedonios, Coeno, que por algo solía dirigir el ala derecha de la infantería (la más prestigiosa). Como había pasado con Bessos, al enterarse del resultado y ante la próxima llegada de Alejandro, los aliados masagetas acabaron con Espitamenes. Una de sus hijas, Apama, se casaría con Seleuco, junto al que fundaría la futura dinastía seléucida.
Alejandró vengó las numerosas bajas que sufrió, destruyendo ciudades y quemando campos, lo que hizo que muchos nobles buscaran refugio en las montañas. Uno de ellos era el bactriano Oxiartes, que había acompañado a Bessos en su aventura y que, al morir éste, optó por retirarse. Antes de hacerlo, temiendo que los macedonios le persiguieran implacablemente, dejó a su esposa e hijas en una fortaleza a la que se conocía como Roca de Ariamaces o Roca Sogdiana, por el risco de la región homónima donde se ubicaba.
Se suponía que allí estarían a salvo, dado que el sitio se consideraba inexpugnable. Un reto que, obviamente, no asustaba al hombre que acababa de conquistar uno de los imperios más poderosos de la Antigüedad y contaba sus intervenciones por victorias. Eso sí, el panorama se presentaba difícil, pues los defensores no sólo tenían a favor la abrupta orogenia sino también el frío y la nieve -que entorpecerían las labores de asedio-, aparte del hecho de contar con abundantes provisiones y agua. Cuando Alejandro les ofreció inmunidad si se rendían, sólo obtuvo risas y la pregunta burlona de si sus hombres podían volar, pues necesitaría soldados con alas para acercarse siquiera a las murallas.

El macedonio recogió el guante y ofreció la espléndida suma de doce talentos al primero que lograse escalar aquella pared. También pagaría generosamente a los siguientes, de manera que hasta el último en pisar la cima recibiría trescientos dáricos (monedas de oro aqueménidas). Pese a parecer una misión imposible, la recompensa atrajo a tres centenares de voluntarios que habían adquirido experiencia en escalada durante asedios anteriores. Ayudados por material usado para montar las tiendas de campaña, como cuerdas de lino, estacas de madera y clavos de hierro, empezaron a trepar por la roca.
Lo hicieron de noche y por la parte más escarpada, que se suponía tendría menos vigilancia, como así fue. En la operación murieron despeñados una treintena, pero el resto consiguió coronar con éxito el farallón y, tal como se había acordado, informaron agitando unos trapos de lino a manera de banderas. El efecto visual era de soldados batiendo sus alas en lo alto y el propio Alejandro llamó la atención de los defensores sobre eso, devolviéndoles su envite. A pesar de los pocos que habían subido, el mazazo psicológico fue tal que la fortaleza se rindio sin necesidad de lucha; o, al menos así lo contó Flavio Arriano en su Anábasis.
El macedonio había obtenido el que probablemente fuera el triunfo más inaudito de su carrera y lo mejor fue el botín; esta vez no eran grandes riquezas sino una joven que le subyugó a primera vista y a la que desposó poco después, según dicen enamorado de ella (aunque también era un matrimonio conveniente para pacificar de una vez la región y tener las espaldas cubiertas con vistas el siguiente objetivo, la India). Se trataba de una de las hijas que había dejado allí Oxiartes y se llamaba Roxana.
Fuentes
Anábasis de Alejandro Magno (Lucio Flavio Arriano)/Vidas paralelas (Plutarco)/Biblioteca histórica (Diodoro Sículo)/Historia de Alejandro Magno (Quinto Curcio Rufo)/Alexander the Great and the logistics of the Macedonian army (Donald W. Engels)/Alejandro Magno. Su ejército. Sus batallas. Sus enemigos (Ruth Sepphard)/Wikipedia
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