Es improbable que el lector se identifique como papalagi, salvo que hable samoano o haya leído el libro homónimo. Sin embargo, posiblemente lo sea; lo es quien tiene la piel blanca y ha nacido en el mundo occidental, pues así es como los llaman en Samoa. Claro que la palabra ha hecho especial fortuna desde que, en el último cuarto de los años sesenta, el hippismo y la contracultura convirtieran Der papalagi en uno de sus títulos de referencia, algo bastante irónico teniendo en cuenta que su autor era simpatizante del nazismo y lo que escribió se trataba, casi seguro, de una obra de ficción.

Se llamaba Karl Erich Scheurmann y era natural de Hamburgo, donde nació en 1878. Aficionado a la naturaleza y la pintura -estudió en la Academia de Arte de Múnich-, en 1914 un editor le adelantó dinero por un relato de los mares del Sur, lo que le llevó a hacer la maleta y embarcarse hacia la Polinesia. Desembarcó en Samoa, cuya zona occidental formaba parte del imperio colonial de Alemania (los otros dos tercios se los repartían EEUU y el Imperio Británico). Poco después, ésta entraba en la Primera Guerra Mundial y la isla fue ocupada por tropas neozelandesas sin resistencia.

Scheurmann logró irse al año siguiente, recalando en EEUU. Allí fue donde escribió Der papalagi, aunque no podría publicarlo hasta 1920. Antes, trabajó para la Cruz Roja y en 1916 fue recluido por considerárselo sospechoso. Dos años más tarde, concluida la contienda, pudo regresar a su país y se dedicó a los pinceles. Se dice que Hitler le compró un cuadro y que él mismo vendía las acuarelas del líder nazi; al fin y al cabo tenía buenas relaciones con el Ministerio de Propaganda y formaba parte de la Reichskammer der bildenden Künste (Cámara de Bellas Artes del Reich, organismo promotor del arte desde una óptica nazi y contraria al «arte degenerado»).

De hecho, apoyaba los postulados políticos y nacionalistas del NSDAP, en el que ingresó en 1937. También lo hizo en la Reichsschrifttumskammer, la cámara creada por Goebbels para impulsar una cultura en consonancia con la ideología del régimen y de cuya sección literaria era necesario formar parte si se quería publicar. Como miembro de ella, Scheurmann denunció al editor que le había adelantado aquel dinero, acusándole de rechazar sus obras por preferir autores extranjeros. Sin embargo, el único éxito de su producción literaria llevaba en circulación casi dos décadas.

Territorios del Imperio Alemán en el Pacífico: Nueva Guinea (marrón), Norte de las Islas Salomón (naranja), protectorados diversos (amarillo) y Samoa alemana (rosa)/Imagen: Quintucket en Wikimedia Commons

Eso sí, Der papalagi fue razonablemente popular, con cuatro ediciones, y siguió teniendo buenas ventas hasta la muerte de su autor en 1957 -que para entonces se dedicaba a la enseñanza primaria-. Ahora bien, nada de esto auguraba el posterior éxito monumental, llegado a caballo entre los años sesenta y setenta, cuando se produjo la revolución cultural que caraterizó ese período. Se plasmó en más de millón y medio de ejemplares e incluso hoy en día aún forma parte de las lecturas incluidas en los planes de estudio.

El libro ha sido traducido a una decena de idiomas -español incluido- y no sólo ha tenido distribución por Europa y América sino también por Asia. Las malas lenguas dirán que a Scheurmann se le debió de pegar algo del genio de Herman Hesse, al que conoció en su juventud -eran casi de la misma edad-, cuando ambos vivían junto al lago Constanza. Pero lo cierto es que su lectura resulta fácil -es muy breve- y divertida.

Der papalagi significa algo así como Los blancos, Los forasteros o Los extraños. El libro lleva el subtítulo Die Reden des Südseehäuptlings Tuiavii aus Tiavea (Los discursos del jefe de los mares del Sur Tuiavii de Tiavea) porque está escrito como una recopilación de los once discursos que un jefe samoano dirige a los suyos, describiendo en tono sarcástico y crítico un viaje que hizo por Europa. Scheurmann habría transcrito esos monólogos con su permiso, pero porque el interfecto pensaba que los usaría sólo para sus estudios, no para publicarlos.

«Por su parte, la mujer tiene muchas ropas de todos los colores, a menudo llenando un gran número de canastas, y la mayoría de sus pensamientos están dedicados a la elección de qué taparrabos llevar y cuándo, si debe llevar uno largo o uno corto, y habla apasionadamente sobre los abalorios que supone van de acuerdo con la prenda; el hombre sólo tiene un traje de fiesta y rara vez habla sobre él».

Los papalagi
Portada de una edición en cómic de Los papalagi, dibujada por Joost Swarte y editada en español por Integral Ediciones en 1981/Imagen: Tangata O Te Moana Nui (Islas del Pacífico)

Todo esto al menos en teoría, ya que siempre hubo polémica sobre la autenticidad del relato y hoy se cree casi unánimemente que no es real, en el sentido de que el jefe en cuestión fue un personaje inventado por el escritor para expresar lo que quería con más credibilidad. Es decir, se trataría de un recurso literario parecido a lo que el antropólogo Carlos Castañeda haría luego, en 1968, con su chamán indio mexicano en Las enseñanzas de Don Juan: una forma yaqui de conocimiento. En ambos casos, si persiste la duda, a estas alturas no parece que haya forma de solventarla.

El caso es que, en el texto, Tuiavii de Tiavea (Tuavii sería el nombre; Tiavea su tierra) cuenta su particular visión del mundo occidental: la vida contra reloj, los adelantos tecnológicos, la mentalidad materialista, los medios de comunicación, los engorrosos vestidos…

«Generalmente, apenas conocen los nombres de los otros y cuando se encuentran en el agujero por el que pasan furtivamente [la puerta del edificio], se saludan con un movimiento de cabeza o gruñendo como insectos hostiles, como si estuvieran enfadados por vivir tan cerca (…) Es difícil entender que la gente sobreviva en estas circunstancias, que no se conviertan por deseo en pájaros, les crezcan las alas y vuelen para buscar el sol y el aire fresco. Pero los papalagi son muy aficionados a sus canastas de piedra [bloques de viviendas] y ni siquiera sienten lo malas que son».

Los papalagi

El narrador refiere la divinización del dinero y la necesidad de llenar la cabeza con lo que se lee en la prensa; contrapone el esfuerzo individual de construir una cabaña con la frialdad de la arquitectura a gran escala y reseña la contradicción entre la admiración y la soledad de los grandes líderes; ironiza sobre la incapacidad de los blancos para disfrutar del presente, se asombra sobre su codicia inagotable, da fe de las desigualdades socio-económicas, se horroriza ante la Primera Guerra Mundial, etc.

«Cuando hablas a un europeo sobre el Dios del Amor, sonríe y pone cara divertida. Sonríe por tu estupidez (…) Dinero es su único amor, el dinero es su dios. Esto es en lo que todos los blancos piensan, incluso cuando duermen (…) Piensan en él noche y día, cada hora, cada minuto. Y todo el mundo ¡todo el mundo! ¡Los niños también! (…) Estar en Europa sin dinero es como ser un hombre sin cabeza, sin miembros, un cero. Debes tener dinero».

Los papalagi

Todo lo hace empleando el humor, pero como una crítica advertencia contra la deshumanización y unos extraños valores que considera incompatibles con la mentalidad de un nativo samoano. Esa ingenua perspectiva indígena redunda en una imagen tan esterotipada y tópica que es lo que ha incitado a deducir la impostura, el carácter ficticio del personaje, aparte de detalles significativos (por ejemplo, llamar «animal lanudo de cuatro patas» a la oveja, que era común en Polinesia, o usar la expresión «hilos de metal que van de una isla de piedra a otra como largas lianas» para referirse al teléfono, que ya había en Samoa).

Portada de una edición del libro de Hans Paasche/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

De hecho, tuvo que afrontar una demanda por presunto plagio de un libro anterior al suyo. Se titulaba Die Forschungsreise des Afrikaners Lukanga Mukara ins innerste Deutschland (El viaje de investigación del africano Lukanga Mukara a la Alemania interior 1912-1913) y se publicó en 1913. Su autor fue el marino y etnólogo alemán Hans Paasche, un hombre revolucionario por cuanto fue pacifista, ecologista, conservacionista y vegetariano en una época y país en que todo eso resultaba más que estrambótico.

La biografía de Paasche es muy interesante. Como militar de la Kaiserliche Marine había colaborado en la represión de las rebeliones del África Oriental Alemana, pero fue destituido por proporcionar asistencia médica a los heridos enemigos y tratar de alcanzar un acuerdo de paz. Esa revolucionaria actitud le costaría la vida, pues acabó con él la ultranacionalista OC (Organización Cónsul) en 1920, el mismo año de publicación de Der papalagi, de ahi que el litigio literario, que había llegado a los tribunales, cayera en el olvido.

Pero no faltan razones para pensar que, en efecto, Scheurmann debió de leer la obra de Paasche y decidió inspirarse en ella, pues contaba el imaginario viaje del africano Lukunga Mukara a la Alemania pre-bélica, vertiendo sus impresiones en forma de cartas. Un recurso que habría sido copiado por Scheurmann, quien escribió Der papalagi tres años después que él, aunque Paasche nunca trató de hacer pasar por verdad lo que estaba claro que era ficción.

Terminemos con las propias palabras de Tuiavii que, como cabe imaginar, son para exhortar a los suyos a mantenerse lejos de la civilización de los papalagi:

«Dejémonos de promesas y gritémosles: «Permaneced lejos de nosotros con vuestros hábitos y vuestros vicios, con vuestra loca precipitación por la riqueza que traba las manos y la cabeza, vuestra pasión por llegar a ser mejores que vuestros hermanos, vuestras muchas empresas sin sentido, vuestros curiosos pensamientos y el conocimiento que no conduce a nada, y otras tonterías que dificultan vuestro sueño en la estera. Nosotros no tenemos necesidad de todo eso».


Fuentes

Los papalagi (Erich Scheurmann)/Hans Paasche. Militant pacifist in Imperial Germany (Werner Lange)/Exploding sky or exploded myth? The origin of Papalagi (Jan Tent y Paul Geraghty en The Journal of Polynesian Society)/Heim auf die Insel (Thomas Steinfeld en Süddeutsche Zeitung)/Wikipedia


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