12 de octubre de 1492. Es difícil encontrar una fecha histórica más universalmente conocida que la de la llegada de Cristóbal Colón a América. Ni la de la Revolución Francesa, ni las de los inicios/finales de guerras, ni en ningún otro episodio del pasado alcanzan esa popularidad ni su grado de detalle (día, mes, año). Y eso que, de un tiempo a esta parte, una catarata de teorías intenta modificar la data, situándola en otras épocas y con otros protagonistas. Repasemos cuáles son, aunque sucintamente porque hay muchísimas, a cual más atrevida.

Empecemos por las disparatadas, que no carecen de un punto divertido. Por ejemplo, las que surgieron a principios del siglo XX, con el auge de la arqueología de Oriente Próximo y Medio, adjudicando a navegantes mesopotámicos la primigenia colonización americana.

Para unos, los sumerios habrían logrado llegar a Brasil vía Cabo Verde, para luego internarse hasta los Andes y mezclarse con los pucará y los colla, dejando restos de su lengua en el aimara y piezas como las esculturas de Tihuanaco o la Piedra de Ingá (que los arqueólogos datan en el siglo XVIII).

La Piedra de los Lunas contiene los Diez Mandamientos/Imagen: HuMcCulloch en Wikimedia Commons

Para otros, los que arribaron hacia el 350 a.C. fueron los púnicos, dejando como prueba de su paso una serie de estateros cartagineses… que hoy se han demostrado falsificaciones. Igual de ficticias son otras piezas como la inscripción de Bat Creek y la Piedra de los Lunas, que presentan caracteres semíticos atribuidos a judíos que huyeron de los romanos durante la Diáspora, allá por el siglo II d.C., pero que han sido descalificados como burdas bromas de estudiantes.

Cabe añadir que desde 1492 se buscaba explicación para la presencia de hombres en el Nuevo Mundo en una de las Diez Tribus Perdidas de Israel y que el Libro del Mormón así lo refleja. En esa misma línea, cuando los inevitables templarios fueron perseguidos en Europa también habrían atravesado el Atlántico, razón por la que luego los españoles habrían encontrado presuntos símbolos cristianos allí (lo cierto es que una flotilla fletada por los últimos supervivientes de la orden zarpó de La Rochelle y nunca más se volvió a saber de ella).

Cabañas reconstruidas en el yacimiento arqueológico vikingo de L’Anse Aux Meadows/Imagen: Dylan Kereluk en Wikimedia Commons

Igualmente, griegos y romanos han sido situados al otro lado del océano. Los primeros, a partir de los restos de un pecio del siglo IV a.C. en aguas de Chipre, en cuyo casco, mezcladas entre la brea, se han creído identificar, con bastante voluntarismo, hojas de agave (planta centroamericana). Los segundos, por varias causas: una, bastante burda, las tinajas brasileñas confundidas con ánforas; dos, la Cabeza de Tecaxic-Calixtlahuaca, testa de una estatuilla de terracota con barba y aspecto europeo desenterrada en México en un contexto arqueológico prehispano y que parece de estilo romano, aunque hay testimonios de que la colocó allí un estudiante con ganas de enredar.

Puede sorprender la ausencia de egipcios, siempre tan propicios para la fantasía, pero es que en su caso el asunto fue a la inversa: el hallazgo de nicotina y coca en unas momias encontradas en Sudán abrió un interrogante, puesto que las plantas de donde se extraen son oriundas de América. La explicación más aceptada, si se descarta el fraude, es que los restos analizados se contaminaron.

Algo parecido habría pasado con los fragmentos de hojas de tabaco extraidas de otra momia, la de Ramsés II, que en los años setenta, en plena fiebre de lo paranormal, tuvieron su minuto de fama para después caer en el olvido.

Poblamiento original de América a través del estrecho de Bering/Imagen: Gorhistory.com

Cambiemos de tercio por un momento. No todas las hipótesis prehispanas desentonan tanto; algunas tienen base científica para el debate o incluso han sido demostradas arqueológicamente. Es el caso de la llegada de vikingos a América del Norte en el siglo X, primero a Groenlandia y después a Terranova. En esta última isla se descubrió en 1961 un asentamiento, el de L’Anse aux Meadows, que ya excavado y analizado corrobora lo que indicaban fuentes documentales como la Saga de Erik el Rojo y la Saga Grœnlendinga.

Otros hallazgos, caso del de la isla de Baffin, no son tan concluyentes, de igual manera que se desconoce si aquellos nórdicos dieron el salto al continente y allí habría que situar la famosa Vinland (aunque el mapa es una falsificación reciente). De todas formas, parece ser que los skræling (nombre escandinavo para referirse a los indígenas americanos) terminaron echando a los vikingos o, al menos, presionando lo suficiente como para decidirles a abandonar el lugar para siempre. No obstante, se llevaron un insospechado souvenir.

Teorías sobre el poblamiento de América con las variantes polinesias/Imagen: Axlab

Y es que en 2010 se practicó un análisis genético a cientos de islandeses que demostró que buena parte de ellos llevaban un ADN mitocondrial hasta entonces presente sólo en nativos americanos. No precisaba en qué fecha debió llegar a la isla, aunque parece seguro que fue antes del XVIII, formulándose la posibilidad de que aquellos vikingos que finalmente se fueron en el siglo XI llevaran consigo una mujer india. Añadir al respecto que, según una leyenda, Thorfinn Karlsefni, padre de Snorri Thorfinsson (el primer escandinavo nacido en América), se llevó a dos niños skrælings en el año 1009 y puede que en tiempos posteriores se apresaran inuits como esclavos.

Otro contacto, algo más tardío, habría sido entre pueblos de Siberia y Alaska, a través de Beringia, un puente natural del Estrecho de Bering causado por el descenso de nivel de los oceános. Como sabemos, ése fue el camino del poblamiento original de América, durante la Edad del Hielo, en varias oleadas. Pero se han encontrado seis herramientas de obsidiana y bronce datadas en el siglo XIV que plantearían otra. La procedencia de la obsidiana, determinada por el análisis químico del material, remite al valle del río Anádyr, en Rusia, mientras que la aplicación del método de fluorescencia de rayos X al metal desveló una técnica de fabricación típica de Extremo Oriente, quizá China; luego insistiremos con este país.

Entretanto, bajemos un poco de latitud. La posibilidad de contactos entre indígenas sudamericanos y polinesios se maneja desde hace bastante, tanto en una dirección como en otra. Decimos esto último por los relatos orales que recogieron los españoles sobre una expedición marítima que organizó y dirigió personalmente el sapa inca Túpac Yupanqui. Fue mar adentro, a dos islas de las que había oído hablar llamadas Ninachumbi y Ahuachumbi, presuntamente polinesias. Quienes le conceden veracidad al asunto las identifican con las actuales Mangareva y Rapa Nui (Pascua) y creen ver en esos sitios analogías estilísticas con la cultura y el arte incas.

Un boniato/Imagen: Perline en Wikimedia Commons

Generalmente, para ese contacto polinesio-sudamericano se tiene en cuenta la afinidad genética de ambas partes, basada en un estudio realizado sobre la población insular de Pascua que demuestra que su genoma es muy parecido al mapuche y anterior al descubrimiento de la isla por los europeos, calculando ese contacto entre el último cuarto del siglo XIII y finales del XV con un margen de error de cien años (otro estudio diferente sitúa un intercambio genético con polinesios hacia 1380).

Hay más estudios en otras poblaciones de América del Sur en las que se han encontrado haplogrupos característicos de los polinesios y austronesios. El caso más conocido es el ADN mitocondrial analizado a catorce cráneos de la extinta etnia botocuda (Brasil), todo un misterio porque, a la vez, se descarta que hubiera contacto directo, dada la ubicación geográfica. Asimismo, análisis practicados en diversas islas del Pacífico (Marquesas, Mangareva y otras) hallaron una mezcla genética con ADN sudamericano, especialmente similar al del pueblo zenú del norte de Colombia, fechando el encuentro entre los años 1150 y 1230.

Por otra parte, la antropometría, despojada ya del componente racial de otras épocas, sigue siendo una herramienta utilizada como rama de la antropología para valorar las diferencias y similitudes morfológicas entre individuos de todo el planeta. En ese sentido, la craneometría aporta más argumentos con un caso concreto: varios cráneos hallados en la isla chilena de Mocha que resultaron tener medidas y formas muy parecidas a las de los polinesios, lo que sería un indicativo más de presencia de gente del Pacifico en la costa de Chile.

Cúrcuma entera, troceada y en polvo/Imagen: Simon A. Eugster en Wikimedia Commons

Ahora bien, hay más argumentos aparte de la biología humana para suponer que la vieja teoría del poblamiento americano exclusivamente desde Siberia podría estar obsoleta. Uno de ellos es el lingüistico, al encontrar los filólogos vocablos parecidos. Por ejemplo, en el uso de la palabra toki con que los maoríes se refieren al hacha de piedra y que también se dice en mapuche, mientras los yurumangui colombianos tienen la similar totoki. Otro término maorí compartido es kumāra (boniato, también conocido como batata o camote), que los cañaríes ecuatorianos llaman kumal, por k’umara los quechuas y aymaras.

Precisamente el boniato constituye un indicio per se, ya que es originario de Sudamérica y, según parece, llegó a Polinesia antes de que lo llevaran españoles y portugueses; más concretamente, se sitúa su primera presencia en las Islas Cook a finales del primer milenio. Otra cosa es cómo hiciera la travesía, pues no tuvo que ser necesariamente en un barco; pudieron hacerlo las aves migratorias, transportando semillas en su plumaje. El análisis filogenético revela que hubo dos introducciones de boniato en Polinesia, una anterior y otra posterior a los europeos.

Lo mismo podría decirse de la cúrcuma, una planta herbácea usada como colorante alimentario (azafrán del pobre, la apodan) que es originaria de la India, desde donde se extendió por Oceanía y Madagascar, alcanzando finalmente América. Camino inverso habría hecho el ageratum, una especie de maleza tóxica nativa de Argentina, Paraguay y Brasil que James Cook encontró también en Hawái en 1778, antes de que ningún blanco pisara esa tierra (aclaremos que Ruy López de Villalobos descubrió en 1542 las que llamó Islas del Rey, que podrían ser el archipiélago hawaiano, aunque en su mapa las situó diez grados más al este).

Un gallo común (izquierda) junto a una gallina mapuche (derecha)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Un tercer caso sería el de la resina con que fueron embalsamadas varias momias peruanas conservadas en el Bolton Museum. Proviene de un árbol llamado auarucaria, una conífera que es propia de Nueva Guinea. No obstante, el quid de la cuestión no es ése sino que, según el análisis de radiocarbono practicado, la momia y esa sustancia son de la misma época: en torno al año 1200.

También hay indicios animales: la gallina mapuche (o araucana). Se pensaba que fue introducida por los españoles a mediados del siglo XVI, pero en 2007 aparecieron huesos de esa especie en el yacimiento El Arenal-1 (Chile), cuyo análisis por carbono 14 los sitúa entre 1304 y 1424. De otro tipo de gallina, la polinésica, hay restos en la anteriormente citada isla de Mocha, sabiéndose que es un animal originario de Vanuatu, Tonga y Samoa; determinar si pudo llegar a América durante el apogeo del imperio Tu’i Tonga (siglos XIII-XV) y ser el ancestro de la gallina araucana, origina polémico debate.

Antes hablábamos de hachas de piedra, pero hay otros objetos que también siembran dudas. Por ejemplo, las canoas hechas de corteza cosida que usan los hawaianos guardan una considerable analogía, tanto en técnica de construcción (al igual que los anzuelos) como en denominación, con las de los indios chumash y tongva de California, aunque no se han encontrado rasgos genéticos comunes entre ambos pueblos y por eso los arqueólogos opinan que se trató simplemente de evoluciones paralelas. El hecho de que las dalcas que usaban los chonos del sur de Chile también sean parecidas parece confirmarlo.

Los viajes de Zheng-Hé/Imagen: SY en Wikimedia Commons

Ahora bien, no sólo se ha planteado contacto prehispano con Oceanía; antes aludíamos a Extremo Oriente y ahí surge, en primer lugar China. Ya vimos en otro artículo que el escritor Gavin Menzies afirma en un exitoso libro que el navegante Zheng Hé atravesó el Pacífico y arribó a la costa americana en la primera mitad del siglo XV. No aporta ninguna prueba convincente y en la documentación china únicamente consta que Zheng-Hé viajó en dirección contraria, hasta África. Pero la cosa va más allá de ese marino inglés metido a historiador. Y no nos referimos tampoco a la investigadora del Smithsonian que en 1971 propuso que los olmecas descendían de enviados de la dinastía Shang, allá por el siglo XIII, obteniendo el apoyo inmediato de colegas chinos.

En realidad el tema no era nuevo, pues en 1888 se desenterró una treintena de monedas de bronce en la Columbia Británica que desataron multitud de habladurías hasta que los arqueólogos determinaron que eran de mineros chinos inmigrantes. Algo parecido pasó con las llamadas Piedras de Palos Verdes, que tenían la forma de anclas tradicionales de China pero resultaron estar hechas con esquisto de Monterrey en el siglo XIX; eso sí, las usaban pescadores chinos también emigrados.

Precisamente el botánico chino Hui-Lin Lí sostenía en 1961 que un sitio bautizado como Mulan Pi -que aparece en varias fuentes documentales- fue descubierto por marineros musulmanes, como Khashkhash Ibn Saeed Ibn Aswad, entre los siglos IX y X y correspondía a América. Los expertos, en cambio, creen que se ubicaba en Al Ándalus y Marruecos durante la etapa almorávide. Sin embargo, la idea de una tierra lejana allende los mares no era rara en Asia.

Mapa francés de 1792 localuzando Fusang des Chinois en la Columbia Británica/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Así, se hablaba de un misterioso lugar, llamado Fusang, que habrían visitado varios monjes budistas y que en algunos mapas se situó en la costa oeste americana; según los expertos, en realidad se trataría de cartografía del siglo XIX o de una confusión al seguir las descripciones escritas por Hui Shen en el 499 d.C. Curiosamente, esto se repite pero tomando Japón como referencia. El lector quizá recuerde un artículo que dedicamos a la teoría, publicada en 1994 por la antropóloga Nancy Yaw Davis, de una visita de misioneros nipones (también budistas) a los indios zuñi en el año 1350… que ningún colega suscribe.

Aún así, hay quien cree ver semejanzas decisivas entre la cerámica de la cultura ecuatoriana Valdivia y la del Período Jōmon japonés -que, problemas cronológicos aparte, desmienten los que aducen que la incisión sobre arcilla permite un número limitado de motivos decorativos- y quien, como el abogado decimonónico James Wickersham, el cual planetó la posibilidad de contactos precolombinos tomando como modelo la arribada de algunos barcos japoneses a la costa norteamericana en su propio siglo, algo que si no se podía demostrar era, dijo, porque no quedó documentación (!).

Dibujo de la Estela B de Copán/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por esos mismos años, en el último cuarto del siglo XIX, la India presentaba su candidatura a través de un militar británico destinado allí que creía ver la representación de una chirimoya en los relieves de una estupa (la chirimoya es originaria de Perú y fue introducida en la India por Vasco de Gama en 1498). El arte ha dado más juego en eso y algunos creen que otros relieves de Karnataka (siglo XII) reproducen maíz o que la Estela B de la ciudad maya de Copán muestra dos elefantes asiáticos, que los arqueólogos corrigen como de tapires.

Pero que nadie piense que África queda al margen de este tema. Ya vimos aquí la frustrada travesía atlántica de Abubakari II desde Mali, de la que nunca se volvió a saber más allá de algunas leyendas orales; por cierto, la prehistoriadora brasileña Niede Guidon propuso que algo así habría ocurrido hace unos cien mil años (antes incluso que el paso del Estrecho de Bering). También se ha pretendido ver africanos en los rasgos negroides de las cabezas de piedra olmecas (cultura que se desarrolló entre los años 1200 a.C. y 400 a.C.), sin que la genética lo refrende, como en el caso anterior. O se comparan símbolos religiosos mesoamericanos con equivalentes mandingas, obviando que se trata de motivos universales (serpiente alada, disco solar).

La religión como motor generador de aventuras transoceánicas afectó también al cristianismo. Ya vimos cómo se buscó en judíos y templarios a los antepasados de los nativos; no debe resultar tan raro, pues los conquistadores españoles, decíamos antes, también solían explicar lo que descubrían comparándolo con los relatos bíblicos. Por eso llamaban mezquitas a los teocallis, veían evidencias cristianas en las cruces mayas o asimilaban mitos locales con las vidas de santos. Así nació, por ejemplo, la idea de un Quetzalcoátl blanco y barbado que en realidad no tiene reflejo en ninguna obra de arte autóctona.

Cabeza olmeca del Museo de Xalapa, con los típicos rasgos presuntamente negroides/Imagen: Wikimedia Commons

La idea de que misioneros cristianos hubieran visitado el Nuevo Mundo antes del viaje colombino resultaba muy jugosa y, además, ayudó a su descubrimiento el situar una imaginaria isla en medio del Atlántico que el monje irlandés San Brandán habría visitado en el siglo VI, junto a catorce compañeros, mientras buscaba el Paraíso Terrenal. La creencia en esa tierra insular animaría al principe galés Madoc a lanzarse en su busca en el siglo XII, como vimos en otro artículo que dejaba claro su carácter mítico (no se conserva ninguna referencia anterior al siglo XV).

Si es un relato elaborado después de esa fecha, como así parece, probablemente tenía como finalidad justificar el presunto derecho de Inglaterra a establecerse en América (que algunos estadounidenses como Thomas Jefferson abrazaron encantados). De hecho, hubo más historias de ese tipo y con esa intención, como la exploración del Nuevo Mundo por el escocés Henry Sinclair cien años antes que Colón, trayendo de regreso unas mazorcas de maíz y plantas de aloe que, según El código Da Vinci, quedaron inmortalizadas en unos relieves de la Rosslyn Chapel, (cerca de Edimburgo). Botánicos actuales dicen que esas representaciones son demasiado esquemáticas y pueden representar otras muchas plantas; al fin y al cabo, al lado tienen relieves de duendes.

La concepción geográfica del mundo que tenía Cristóbal Colón/Imagen: Mindriot en Wikimedia Commons

Lo que sí es cierto es que el propio Colón había estado en Bristol, ciudad inglesa desde donde solían zarpar barcos que se adentraban mucho en el Atlántico y entre cuyos marinos circulaban relatos sobre tierras al otro lado, incluyendo la de San Brandán, Hi-Brazil y otras que acaso podrían corresponder a la Macaronesia. Lo mismo pasaba con los portugueses, que enviaron expediciones aunque todas retornaron sin éxito. El genovés trabajó para ellos y como la corona lusa no estaba interesada en su proyecto, al centrar la atención en la ruta africana, marchó de Lisboa a Castilla llevándose valiosas cartas náuticas.

Ahí es donde surge la teoría del prenauta, un marinero al que Colón habría conocido y que le reveló haber encontrado tierra cruzando el océano. Lo cierto es que, sin nada que lo pruebe, sólo sería un típico rumor portuario tardío, del siglo XVI, que con el tiempo engordó tanto como para hacer nacer al personaje en Huelva y hasta ponerle nombre: Alonso Sánchez. También es especulación, mientras no se demuestre lo contrario, que los marineros vascos que pescaban en los mares de Terranova y Labrador habían descubierto tierra antes de 1492 pero la mantuvieron en secreto para asegurarse faenar sin competencia.

Como se ve, media Humanidad reclama haber pisado América antes que Colón. Eso sí, él fue el primero en volver a Europa y contarlo.


Fuentes

Invented knowledge: false history, fake science and pseudo-religions (Ronald H. Fritze)/The “Roman figurine” supposedly excavated at Calixtlahuaca (Michael E. Smith)/Evidence of pre-Columbus trade found in Alaska house (Owen Jarus en Live Science)/Old World metals were traded on Alaska coast several hundred years before contact with Europeans (Amy Patterson Neubert en Purdue University)/Easter Island: archaeology, ecology and culture (JoAnne Van Tilburg)/Chicken bones suggest Polynesians found Americas before Columbus (Heather Wipps en Live Science)/Identification of Polynesian mtDNA haplogroups in remains of Botocudo Amerindians from Brazil (Vanessa Faria Gonçalves en NCBI-National Center for Biotechnology Information)/The question of Asiatic objects on the North Pacific Coast of America: historic or prehistoric? (Grant Keddie)/How not to (re)write World history: Gavin Menzies and the Chinese discovery of America (Robert Finlay)/Rosslyn Chapel (Michael TRB Turnbill en BBC)/Wikipedia


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