Como paradigma histórico anclado en la tradición occidental, Esparta ha sido tema y escenario de muchas novelas históricas. En el presente artículo mostraremos cómo, a diferencia de las distintas imágenes de la ciudad del Eurotas creadas por otros géneros literarios, la novela se ha focalizado casi en exclusividad en la Esparta sublimada que ha encarnado la lucha heroica por la libertad (griega y, por extensión, europea) frente a la tiranía y la opresión representada por el Oriente, lo cual no deja de resultar paradójico en una polis que había convertido en esclavos (hilotas) a los mesenios.

Comenzaremos por la época victoriana, en la que contamos con algunos ejemplos relevantes. Edward Bulwer Lytton, historiador y novelista (autor en 1834 de la celebérrima Los últimos días de Pompeya), escribió Pausanias el espartano, novela que fue publicada sin acabar por el hijo de Lytton cuando éste falleció en 1873 y que se centraba en la figura del regente Pausanias, vencedor en la crucial batalla de Platea frente a los persas que cerró la segunda guerra médica, pero que reveló una conducta hibrística, tiránica y paradójicamente orientalizante durante su ulterior gobierno en Bizancio.

Salida de la pluma de un político (Lytton fue parlamentario por Huntingdonshire en 1831 y Secretario Colonial en 1858, además de Barón y Par del Reino), la obra quiere ser una reflexión sobre la ambición de poder, tanto para el individuo como para el propio estado, y sobre temas eternos como la lealtad y la traición. De hecho su Pausanias es un político adelantado a su tiempo en cuanto su medismo (simpatizar con los persas) es una pose, demuestra una mayor empatía hacia los hilotas y un mayor criticismo hacia las carencias intelectuales de sus paisanos, mientras sus planteamientos políticos caminan por la negociación de un tratado con Persia que permitiera a Esparta mantener bajo control a Atenas, hechos que históricamente acontecerían, como Lytton bien sabía, en 386, con la llamada paz del Rey o paz de Antálcidas, que consagró la hegemonía espartana en la Hélade.

Portada de El Espartano, de Caroline Dale Snedeker / foto 300spartanwarriors

Virtud y patriotismo versus maldad y traición es igualmente el eje sobre el que gira la novela Un vencedor de Salamina. Un relato de los tiempos de Jerjes, Leónidas y Temístocles (1907), de William Stearn Davis, con un papel tangencial de los espartanos, subsidiario del de los atenienses.

En 1910 John Buchan realizó un crucero por el Egeo en el curso del cual desembarcó en las Termópilas; del sentimiento que le embargó nacería la idea de escribir El lemnio (1911), en la que un nativo de la isla de Lemnos se introduce en el campamento de los espartanos y se siente obligado a luchar con ellos frente a los persas.

Ese mismo año 1911 Caroline Dale Snedeker publica El cobarde de las Termópilas, retitulado más tarde El espartano, cuyo héroe Aristodemo solo dota de sentido a su vida en la defensa de las Termópilas, o lo que es lo mismo, de la libertad de Grecia frente a la amenaza de la barbarie oriental («nadie sino un griego podía dar a una concepción tan idealizada una devoción tan apasionada»), de modo que según la novelista norteamericana la civilización occidental tiene contraída una perenne deuda con aquellos hombres.

En 1928 la longeva y prolífica autora escocesa Naomi Mitchison, pionera del feminismo, publicó Esparta negra, una serie de historias y poemas conectados entre sí en las que refleja la vida y padecimientos de los hilotas, pero también la autoconcienciación espartiata de lo legítimo de su explotación, sin que la autora tome partido por unos u otros (le interesan los personajes y sus vicisitudes, no el fenómeno del esclavismo).

Dos años antes Mitchison había publicado Cloud Cuckooland, cuyo título reproduce la palabra inventada por Aristófanes (en griego Nefelocoquigia) para nominar la ciudad idílica e irreal que fundan los dos protagonistas de la comedia Las Aves, Pistetero y Evélpides, y que en inglés se utiliza en frases como you live in Cloud Cuckooland, equivalente al español «vives en las nubes», esto es, alejado de la realidad; el libro se ambienta en la guerra del Peloponeso y trata de las diferencias y la hostilidad entre Atenas y Esparta, vista ésta como una ciudad en la que la vida puede ser muy dura y cruel.

En 1931 Mitchison volvería al tema espartano en El rey del grano y la reina de la primavera, sobre las reformas de un rey Cleómenes III al que presentaba ahora más favorable a los hilotas, en sintonía con las tesis socialistas propias del momento.

En 1961 John Burke redactó la novela El león de Esparta a partir del guión para el film homónimo producido en Hollywood, con el que comparte idénticos presupuestos ideológicos; la publicidad del libro incide en que los trescientos espartanos «no eran hombres ordinarios. Para ellos no había retirada, ni rendición. Su más elevada expectativa, una gloriosa muerte».

Un año después Roderick Milton, en la misma atmósfera prebélica de la guerra fría, novela la defensa de las Termópilas en Decidlo en Esparta, en referencia al epigrama de Simónides que sirvió de epitafio a Leónidas y sus 300: «Caminante, ve y di en Esparta que aquí yacemos en obediencia de sus mandatos»; Milton lo hizo porque entendía «una lección para nuestro propio tiempo la de este pequeño pero libre pueblo en su desesperada lucha por la libertad contra las vastas fuerzas de un estado totalitario».

Portada de Lion in the Gateway, de Mary Renault / foto Amazon

Dirigido a los niños, en 1964 Mary Renault escribe el libro El león a las puertas. Las heroicas batallas de griegos y persas en Maratón, Salamina y Termópilas, una dramatización didáctica de esas grandes victorias helenas.

En estas últimas décadas el flujo de historias noveladas sobre Esparta ha sido incesante, todas ellas construidas sin excepción sobre la imagen deformada de una sociedad militarizada y culturalmente casi estéril que inculca a sangre y fuego en sus ciudadanos-héroes el ideal de sacrificarse en el campo de batalla en beneficio de la comunidad.

En 1980 el novelista británico Ernle Bradford populariza la segunda guerra médica en El año de las Termópilas (en USA se tituló Termópilas, la batalla por el Oeste), donde se ciñe bastante a la tradición clásica, aunque jalonada de paralelismos con la Segunda Guerra Mundial, con Esparta en el papel de la Alemania nazi.

Portada de The Year of Thermopylae de Ernle Bradford / foto Amazon

Seis años más tarde habría de tener una considerable aceptación entre el gran público Talos de Esparta, de Valerio Manfredi, profesor de Arqueología Clásica en la Universidad Luigi Bocconi de Milán, que también la ambienta en el período de las guerras médicas y que presenta la novedad de estar narrada por primera vez desde la perspectiva de un hilota, Talos; en realidad Talos nació espartiata bajo el nombre de Clidemo, pero fue abandonado por ser tullido, salvado de su cruel destino y criado por los hilotas, para finalmente superar su discapacidad, demostrar su valor y ser devuelto a su antiguo estatuto (esto es, un guión típico de novela o cine de aventuras).

Un gran salto cualitativo vendrá con el éxito alcanzado por Puertas de fuego (1998), del novelista profesional Steven Pressfield, bestseller en Estados Unidos y Gran Bretaña que figura incluso entre las lecturas recomendadas por la Comandancia de los marines norteamericanos y se considera auténtico libro de cabecera de aquellos acantonados en Irak y Afganistán («Las armas y las tácticas evolucionan, la gente es la misma», asegura un capitán de los marines en The Washington Post el 17/7/2005).

No en vano Pressfield sirvió en el segundo batallón del sexto cuerpo de marines (no llegó a entrar en combate, pero sí experimentó el duro entrenamiento preparatorio para el mismo), cuyos miembros se autodenominaban The Spartans y se tatuaban en sus antebrazos la lambda de los escudos lacedemonios. Para intensificar el realismo, Pressfiel demuestra especial crudeza en la descripción de los horrores físicos y psicológicos del campo de batalla, a la vez que hace uso de un lenguaje extraordinariamente violento e impactante, unos recursos estilísticos que contribuyen a despojar de gloria el sacrificio de los espartanos.

Pero la estructura del relato no puede ser más clásica: un narrador principal, el griego Jeones, único superviviente de las Termópilas, responde a la curiosidad del historiador real persa, Gobartes, sobre el modo de vida de esos asombrosos guerreros espartanos (igual que Demarato ilustró a Jerjes en el texto de Heródoto) y, entre ambos, con la ayuda de otros narradores secundarios, relatan los acontecimientos bélicos anteriores y posteriores a la batalla, entreverándolos, en medio de saltos temporales y espaciales, con las experiencias y vidas de los personajes.

Portada de Fuego Persa, de Tom Holland / foto Amazon

En 2005 nuevamente las guerras médicas son la trama de otro éxito editorial, Fuego persa. El primer imperio mundial y la batalla por Occidente, que Tom Holland plantea como un choque entre Oriente y Occidente en el que «de haber sido derrotados los griegos en Salamina, Occidente no solo habría perdido su primera lucha por la independencia y la supervivencia, sino que es improbable que alguna vez hubiera existido una entidad como Occidente en absoluto«.

En este sentido los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 han avivado la demanda de conocimiento, y a la par de leyenda, por parte del gran público (muy en particular el anglosajón) acerca de un pueblo que les ha sido presentado como cultor de la guerra y de la muerte, en la línea de lo que se viene llamando «historia popular». A esta tendencia literaria se han incorporado algunos estudiosos que no son ajenos a intereses políticos, como Victor Davis Hanson, que en 2002 publica un estudio en el que pretende examinar el fenómeno de la guerra desde Salamina a Vietnam y al que da el explosivo título de Why the West Has Won, despojado de su polémica carga en la traducción al castellano como Matanza y cultura. Batallas decisivas en el auge de la civilización.

Hanson lo culmina de la siguiente guisa triunfal: La civilización occidental ha dado a la humanidad el único sistema económico que funciona (el capitalismo), una tradición racionalista que nos permite el progreso material y tecnológico, la única estructura política que garantiza la libertad del individuo (la democracia), un sistema de ética y religión que saca lo mejor del ser humano, y la más letal práctica de las armas concebible (la táctica hoplítica), en la que hundiría sus raíces lo que denomina el “modelo occidental de la guerra».

Una novela que ofrece un relato muy distinto de lo acaecido en el desfiladero es 300 guerreros (2007), de Andrea Frediani, que tiene como narrador a un Aristodamo (el único superviviente de los trescientos) que no solo no ambiciona la gloria, sino que reniega de su rey, su polis y su cultura.

Entre las últimas novelas que han alcanzando las librerías encontramos también las siguientes: Bajo la égida de Ártemis (2004), de Jon Edward Martin, una biografía novelada del carismático general Brasidas, héroe de la guerra arquidámica, nunca mejor dicho, pues fue enterrado en el ágora y recibió culto heroico en Anfípolis, tras su muerte en esta ciudad de la Calcídica; de ese mismo año es La joven de Esparta, de la escritora francesa de origen español Cristina Rodríguez, que incorpora la perspectiva de género a través de la protagonista, Thyia, que se traviste de hombre para entrar en el ejército espartano y vivir, en calidad de sirviente, aventuras y pasiones, entre las que se cuenta la batalla de las Termópilas; El hombre de Esparta (2005), del valenciano Antonio Penadés, que, con la estructura de una tragedia griega, tiene sin embargo como escenario la ciudad de Atenas en vísperas de la guerra del Peloponeso y como nudo las vicisitudes y los cambios experimentados por el ateniense Isómaco a través de su rivalidad con el espartano Alcinoo; Hijos de Esparta (2005), de Nicholas Nicastro, una recreación de la primera derrota de los espartanos, en el islote de Esfacteria, frente a la mesenia Pilos, cuando según el autor «dejaron de ser más que humanos y se convirtieron en simples hombres»; Hijos de Heracles. El nacimiento de Esparta (2010), del sevillano Teo Palacios, ambientada en la Esparta más arcaica y que tiene como hilo conductor las guerras contra Mesenia en el exterior mientras en el interior se suceden intrigas y rebeliones en la corte de Teopompo y Anaxándridas, al primero de los cuales identifica, merced a las licencias literarias, con Licurgo, arquitecto del ordenamiento constitucional y social lacedemonio; Aretes de Esparta (2010), de Lluís Prats, que se anuncia como «una historia de los hombres más valerosos que hayan pisado la Tierra, inmortalizada por la memoria de una mujer» y en la que curiosamente es el miedo al persa, y no al peligro de sublevación hilota, lo que ha convertido a Esparta en lo que es ahora, en vísperas de la guerra del Peloponeso, cuando no hay tiempo ya para la música y la poesía; El final de Esparta: una novela (2011), del ya mencionado Victor Davis Hanson, es una recreación bastante épica pero plausible de las batallas diseñadas y ganadas por el «democrático» general tebano Epaminondas (en especial la de Leuctra, en el año 371) frente a la «dictatorial» Esparta, que verá arrumbada para siempre su hegemonía en Grecia; La reina de Esparta (2014), del paquistaní Tariq Chaudhry, concede a Gorgo, hija de Cleómenes I y viuda de Leónidas, un modernizado liderazgo femenino en la defensa de Grecia tras la muerte de su marido; la novela finalista del Premio Planeta 2016, El asesinato de Sócrates, de Marcos Chicot, se desarrolla fundamentalmente en los escenarios de Atenas y Esparta durante la guerra del Peloponeso, con una reconstrucción meritoria de ambas sociedades y de los problemas que vivían como consecuencia del extenuante conflicto.

Portada de El Espartano, de Javier Negrete / foto Amazon

Y la última de la que tenemos conocimiento es la de Javier Negrete, titulada El espartano (2017), que mana del sacrosanto escenario de las Termópilas para recrear la atribulada vida de Alástor, hijo del exiliado rey Demarato, al que se negó su derecho al trono y el amor de Gorgo para convertirlo en un espartano corriente.

En este imaginario novelesco Esparta puede estar incluso fuera de Esparta, como en Amazonas de la Esparta negra. Las mujeres guerreras de Dahomey (1998), de Stanley Alpern, sobre un reino africano de los siglos XVIII y XIX, una Esparta negra poblada por amazonas guerreras que compartían con la Esparta griega su militarismo y su colectivismo (aunque las amazonas de Dahomey mataban a los soldados varones) hasta que desaparecieron en 1892 ante la potencia colonial francesa.

Incluso un reputado especialista en la historia, la sociedad y la cultura espartana, Paul Cartledge, flamante primer A.G. Leventis Professor of Greek Culture en la Universidad de Cambridge, se ha dejado seducir en más de una ocasión por los cantos de sirena de la industria y, además de asesorar a la BBC, el History Channel y el Channel Four en sus documentales de televisión sobre los griegos y, particularmente, los espartanos, ha firmado un libro divulgativo titulado Los espartanos plagado de los estereotipos contra los que ha luchado en su producción científica: habla, por ejemplo, de «un pueblo poderoso y único, radicalmente diferente de cualquier civilización anterior o posterior» y define a Licurgo como «una mezcla entre George Washington y Pol Pot», sin que falten la especulación y algún que otro anacronismo (políticos y/o generales de izquierdas y de derechas, por ejemplo), pero que ha tenido una excelente acogida e incluso también ha entrado a formar parte del «equipamiento» de los marines norteamericanos en su etapa de entrenamiento (según noticia publicada en The Times el 27/8/2008).

El egregio historiador cantabrigense, que es ciudadano honorario de la moderna ciudad de Esparta y ha recibido la Cruz de Oro de la Orden de Honor de manos del Presidente de la República de Grecia, ha escrito asimismo para el gran público Termópilas. La batalla que cambió el mundo (2006), una reconstrucción pseudonovelada de «la batalla que enfrentó civilizaciones»; el enfrentamiento entre Occidente y Oriente está siempre presente, aunque sin la carga panfletista y proselitista que se alcanza con Hanson (es significativo que Cartledge dedique el libro a la memoria de su hermana, fallecida en el atentado terrorista de Londres del 7 de julio de 2005).

Similares timbres épicos, destinados a conmover y avasallar al lector bajo el peso de tanta gloria, reviste el Leonidas. Héroe de las Termópilas (2004) de Ian MacGregor Morris, dentro de una colección de alta divulgación titulada Líderes de la antigua Grecia, o los dos opúsculos bastante acríticos y simplificadores de José Alberto Pérez Martínez: Esparta: las batallas que forjaron la leyenda, para Ediciones Xpartan (2014), y Espartanos: los hombres que forjaron la leyenda (2014). Colección divulgativa con un gran número de adeptos, que sin embargo no renuncian a una cierta exigencia académica, es la Biblioteca Osprey de Grecia y Roma, en la que naturalmente la sombra de Esparta es alargada; en ella, por ejemplo, aquilatada y sin dejarse cegar por el mito, se presenta la organización y recreación del ejército lacedemonio (con abundantes láminas) realizada por Nick Sekunda en Guerreros espartanos (2009), pero también alcanza una meritoria simbiosis de intereses científicos y comerciales Philip de Souza en De Maratón a Platea (2009) y Nic Fields en Termópilas (2011), este último incluido también en la Biblioteca Osprey de Grandes Batallas.

«Holocausto en las Puertas Calientes» brama el enunciado del prólogo de este mismo autor, Fields, en su reciente síntesis El modo de vida espartano (2013), que presenta a los espartanos como un pueblo que hace de la guerra su forma de vida, el único sentido de su existencia, quizá por aquello de insertarse en una colección de historia militar (Pen & Sword Military). Decepcionante, y casi me atrevería a decir indigno de una editorial magnífica como Les Belles Lettres, es La verdadera historia de los héroes espartiatas (2010), título ampuloso que esconde una mera yuxtaposición de textos (recopilados por Jean Malye) sin comentario alguno, como si se diera por cierto lo escrito por autores de muy distinta época, naturaleza y credibilidad, e incluso con errores graves en los enunciados.

Portada de El mito de Esparta, de César Fornis / foto Amazon

Al concluir este recorrido por las novelas de los siglos XIX, XX y XXI que o bien han abordado un episodio de la historia de Esparta o bien se han ambientado en la ciudad misma, con alguna incursión en la divulgación científica, cabe concluir que con contadas excepciones la imagen proyectada es mucho más unívoca que en otros géneros literarios, como el historiográfico, el biográfico o el filosófico. La Esparta recurrente ha sido aquella de los bravos, disciplinados y corajudos guerreros, capaces de alcanzar el ideal de la kalòs thánatos o «bella muerte» sacrificándose en aras de la libertad (griega y, por extensión, europea), la Esparta que ha dejado vivo para siempre el exemplum Leonidae, desde las Termópilas a Stalingrado.


Documentación

Me he ocupado recientemente del paradigma espartano a lo largo de toda la tradición y la historia de Occidente, desde la Antigüedad a nuestros días, en El mito de Esparta. Un itinerario por la cultura occidental (Alianza de Bolsillo, 2019), donde el lector podrá comprobar, si lo desea, el enorme vigor que la antigua Esparta tiene en otros medios de la llamada cultura popular, además de la novela (cine, televisión, cómic, divulgación, videojuegos, videoclips, deporte, moda…).


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