No es la primera vez que hablamos aquí de grandes explosiones producidas a lo largo de la Historia. Algunas de ellas fueron accidentales y provocaron trágicas pérdidas humanas y materiales, caso de las ocurridas en Delft en 1654, Brescia en 1792, Cádiz en 1947 o Nedelin en 1960.
Pero ninguna alcanzó las cotas de devastación de la ocurrida en el polvorín de Wanggongchang, en la China de 1626, que causó la muerte de 20.000 personas y liberó una energía de entre 10 y 20 kilotones, similar a la de la bomba atómica de Hiroshima.
La pólvora fue inventada por alquimistas chinos en el siglo IX, durante la etapa de los Tang, mezclando seis partes de azufre, seis de salitre y una de hierbas. Aquel producto, resultante de un accidente puesto que lo que buscaban era un elixir de la vida (de hecho, su nombre original era huoyao, que significa medicina de fuego), se fue perfeccionando y doscientos años después, en tiempos de los Song, un tratado militar titulado Wujing Zongyao reseña la fórmula más antigua que se conoce y su aplicación en armas de guerra, algo que en la práctica se llevaba haciendo desde el año 904.
Damos aquí un salto cronológico de varios siglos. La dinastía Ming, que accedió al poder en 1368, fundó desde el reinado del emperador Yongle una serie de fábricas de armas en el entorno de Pekín. Eran seis concretamente, una de las cuales, se llamaba Wanggongchang y se dedicaba a la manufactura de armamento variado, desde arcabuces con sus municiones de plomo a cohetes, pasando por arcos y flechas, armaduras individuales y, por supuesto, pólvora. Se ubicaba en lo que hoy es Xicheng, un distrito del sur de la capital del país que se encuentra a tres kilómetros de la Ciudad Prohibida, y contaba con una plantilla en torno a 70 u 80 trabajadores.
Su misión consistía en surtir a la Shenjiying, una de las tres divisiones militares de élite (las otras eran la Wujunying, de infantería, y la Sanqianying, de caballería y reconocimiento) que tenían su cuartel en la zona con la misión de defenderla. Creado por el citado Yongle, la característica principal de ese cuerpo era que sus miembros estaban equipados con armas de fuego, como los mencionados arcabuces, mosquetes, cañones, lanzas de fuego -con cohetes adosados a la hoja-, etc. De ahí la importancia que tenía Wanggongchang para su plena operatividad.
Entonces pasó uno de esos siniestros que de vez en cuando teñían de sangre ese tipo de instalaciones. Fue el 30 de mayo de 1626, el mismo año en que, por ejemplo, el conde-duque de Olivares proclamaba la Unión de Armas, Carlos I se coronaba rey de Inglaterra y disolvía el parlamento, los holandeses compraban Manhattan a los indios lenape y Quevedo publicaba su Historia de la vida del Buscón. Los chinos, entretanto, estaban enfrascados en una guerra contra los manchúes, que dieciocho años más tarde instaurarían su propia dinastía, la Qing.
De momento quien estaba en el trono era Zhu Yujiao, más conocido como Tianqi, decimosexto emperador Ming, que había accedido al poder en 1620 al suceder a su padre Taichang (quien apenas tuvo tiempo de reinar más de un mes al morir prematuramente, en lo que fue uno de los gobiernos más cortos de la historia de China). Tianqui tenía sólo 15 años pero lo verdaderamente malo era su analfabetismo y su carácter apático. Interesado sólo por la carpintería, delegó las tareas políticas en su aya y en su mayordomo, el eunuco Wei Chongzian, el cual instauró un régimen despótico y nepotista que originó una rebelión en 1624, la de los Seis Héroes, que fracasó pero extendió la convicción de que la dinastía había perdido el tiānmìng.
Esa palabra, traducible como mandato celestial, era un concepto de la filosofía tradicional por el que se definía la legitimidad del gobernante y si éste no se hacía acreedor a él lo perdía en favor de otro; de hecho, lo introdujo la dinastía Zhou en el primer milenio antes de Cristo para justificar su ascenso e implantación en detrimento de la Shang. Y así, la catástrofe de Wanggongchang no fue sino un signo más de que Tianqi ya no tenía el tiānmìng y se avecinaba un cambio; algo subrayado por el hecho de que el emperador mismo se quedase sin descendencia, como veremos.
No se sabe cuál fue la causa de que la fábrica volase por los aires, dado que las fuentes de la época registran una típica combinación de factores físicos y supersticiosos, centrándose en la posibilidad de algún fenómeno natural: el paso de un tornado, el temblor de un terremoto o la caída de un bólido.
El primero se ha propuesto por la estación -finales de primavera, principios de verano- y el anecdótico detalle de que un león de piedra de tres toneladas salió lanzado por encima de la muralla de la ciudad; sin embargo, las paredes cercanas a esa estatua quedaron incólumes y los tornados suelen afectar sólo al área por donde pasan en un radio no superior a cien metros.
Un seísmo podría ser más plausible, ya que hay documentados más de un centenar durante la dinastía Ming en el entorno de Pekín. Pero eso no explicaría por qué algunos edificios resistieron en el epicentro (la actual calle Xuanwumen Nei), caso de los templos Zhenru y Cheng’en, como tampoco la formación de una nube en forma de hongo, ni los miles de objetos que salieron volando a kilómetros de distancia, ni que las víctimas perdieran sus ropas por una onda de choque.
Respecto a la teoría del bólido, que se basa en una deducción de testimonios que hablaban de un gran «destello de luz» y una «enorme roca volando por el cielo», podría ser más plausible, ya que, si bien suelen explotar en el aire, algunos llegan a estrellarse en tierra. Si fue así, se trataría del mayor impacto astronómico (colisión de meteoroides, asteroides y cometas) registrado en período histórico, superando la lluvia de meteoritos ocurrida en Qingyang en 1490, que también produjo miles de víctimas. Además, consta que se vieron nubes alargadas de colores que sugerirían estelas y se oyó un retumbar lejano antes de la deflagración.
El problema es que no se hallaron fragmentos, el cráter del evento no concordaba y las descripciones de la nube formada sugieren que dicho bólido habría estallado bastante antes de tocar el suelo, lo que resulta contradictorio. No obstante, existe una considerable confusión entre los efectos de un fenómeno de ese tipo y los de la explosión que habría provocado en Wanggongchang, que guardaba colosales cantidades de pólvora -se calcula que era capaz de fabricar 3.000 jins cada cinco días (el jin es una unidad china de masa que aún se usa hoy y equivale a algo más de medio kilo).
Un manejo inadecuado de ese material (en esa etapa se habían relajado los procesos administrativos), una conservación defectuosa (alteración de temperatura o humedad, generación de electricidad estática) o un sabotaje (se ha apuntado a posibles agentes enviados por Nurhaci, señor del kanato manchú Jin, cuya rebelión estaba combatiendo el general Yuan Chonghuan), pudieron provocar la ignición. Pero también eso presenta dudas, ya que no se han hallado rastros de quemaduras ni en la zona cero ni en los cadáveres que habían perdido su ropa (lo que sugiere que eso se debió más bien a la onda de choque). Por otra parte, las dimensiones del siniestro llevan a calcular que haría falta una potencia como la de la bomba de Hiroshima para provocarlo y en Wanggongchang no había pólvora suficiente para ello.
Quizá pudo darse una fatal coincidencia de causas (se ha sugerido una explosión combinada con un tornado, por ejemplo). El caso es que los datos recogidos estremecen: el radio del estallido fue de 750 metros, arrasando por completo un área de 2,25 kilómetros cuadrados y hundiendo el suelo del epicentro dos zhangs (un zhang equivalía aproximadamente a 3,58 metros); los árboles fueron arrancados de cuajo y arrastrados hasta el otro extremo de la ciudad; se sintió el temblor en localidades situadas más de un centenar y medio de kilómetros; y tres supervivientes aparecieron a decenas de kilómetros de distancia.
Esos datos corresponden al Tiānbiàn Dĭchāo, una especie de boletín oficial que proporciona la narración más completa y antigua, y que se completa con otras referencias documentales como Ming Shilu (una crónica de los Ming a base de recopilar informes de funcionarios que trabajaron para ella), Guoque (otra historia de esa dinastía), Zhuo Zhongzhi (una historia del reinado de Tianqi vista por el eunuco Liu Rouyu), Chen Yuan Zhilue (una novela anónima de la época) y varios textos más.
El número de muertos rondó los 20.000 (causó especial consternación que quedaran desnudos) y los heridos fueron incontables. Restos humanos y animales cayeron del cielo durante horas junto a escorias y ruinas de todo tipo. Entre las víctimas figuraron numerosos funcionarios gubernamentales, incluyendo al ministro de obras públicas, que se rompió ambos brazos, así como 2.000 obreros que estaban trabajando en la restauración del techo del palacio imperial. Incluso el emperador, que se encontraba desayunando, tuvo que correr a refugiarse protegido por un guardia (al que mató una teja al caer).
Peor destino tuvo su hijo Zhu Cijiong, un bebé de siete meses que pereció aplastado provocando una triple tragedia, ya que, aparte de su vida, con su muerte se perdía al heredero del trono y al último hijo que le quedaba al emperador, pues otros cuatro habían fallecido también de niños. Era un signo más de que Tianqi ya no contaba con mandato celestial y de nada sirvió que tratase de tranquilizar al conmocionado pueblo promulgando un edicto de culpabilidad (una especie de autocrítica oficial, tradicional en la vida política de la antigua China, en la que manifestaba su dolor, pedía perdón por sus errores y se comprometía a indemnizar a las víctimas).
De hecho, pese a su juventud, fallecería al año siguiente de una enfermedad. Le sucedió su hermanastro Zhu Yujian, que sólo tenía sólo 16 años y reinó con el nombre de Chongzhen; sería el último de su dinastía, que cayó ante los Shun en 1644.
Fuentes
Solving a mystery of 400 years-an explanation to the «explosion» in downtown Beijing in the year of 1626 (Guojian Liang y Lang Deng en All Bests Essays)/Mushroom cloud over the Northern capital:writing the Tianqi Explosion in the seventeenth century (Naixi Feng en Project MUSE)/Blood and history in China: the Donglin Faction and its repression 1620-1627 (John W. Dardess)/Análisis del desastre en la fábrica Wang Gong de la dinastía Ming (Li Shujing en All Journals)/Dynastic China: an elementary history (Tan Koon San)/Wikipedia
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