Durante unas horas justo antes del amanecer de la noche del 4 de febrero de 1993, un foco gigante, de 5 kilómetros de diámetro, recorrió Europa de oeste a este, antes de desaparecer en la luz matinal de Bielorrusia. Aquellos que estaban en la trayectoria del rayo informaron haber visto un destello momentáneo de luz plateada pálida.
La luz procedía de un gran reflector que fue puesto en órbita por la Agencia Espacial Federal Rusa, unos tres meses antes desde el Cosmódromo de Baikonur. Llamado Znamya, que significa bandera o estandarte en ruso, el satélite era un experimento para estudiar la viabilidad de utilizar espejos espaciales para iluminar la parte nocturna del planeta utilizando los rayos del sol, más o menos de la misma manera en que un niño de escuela que juega con un espejo de mano aprende a reflejar un punto de luz de una ventana brillante en las grietas de su habitación, como explicó The New York Times en un artículo de 1993.
La idea de usar espejos espaciales fue propuesta por primera vez por el físico alemán Hermann Oberth en 1929 con un propósito muy diferente. Oberth quería crear un arma, usando un espejo cóncavo de 100 metros de ancho, que pudiera reflejar la luz solar en un punto concentrado en la tierra capaz de incinerar ciudades enteras e incluso hervir océanos. Los nazis inicialmente mostraron gran interés en esta llamada arma solar, pero más tarde decidieron que había formas más fáciles de quemar ciudades y que nadie se beneficiaría de un océano hirviente.
El concepto fue en su mayor parte olvidado, hasta que medio siglo después, a finales de los años 80, el ingeniero soviético Vladimir Sergeevich Syromyatnikov vio una oportunidad en los espejos espaciales para fomentar su interés en las velas solares.
Syromyatnikov fue un brillante ingeniero que dejó su huella en el programa espacial ruso al diseñar el sistema de acoplamiento que permitió a las cápsulas espaciales soviéticas y americanas enlazarse entre sí durante las misiones Apolo-Soyuz, el primer vuelo espacial conjunto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Sus diseños todavía se usan en los transbordadores que se acoplan en la Estación Espacial Internacional. Vladimir Syromyatnikov también ayudó a diseñar y desarrollar Vostok, la primera nave espacial tripulada del mundo, que lanzó a Yuri Gagarin al espacio exterior en 1961.
Syromyatnikov desarrolló un interés en las velas solares, un método de propulsión de naves espaciales que utiliza la presión de la radiación del sol y de las estrellas distantes para viajar por el espacio, de la misma manera que un velero aprovecha la fuerza de los vientos para navegar por los mares. Se requiere que las velas solares sean enormes porque la presión de la radiación es extremadamente débil, y sólo una enorme vela podría generar suficiente fuerza para impulsar una nave espacial hacia adelante a velocidades apreciables. Una vela solar de 800 por 800 metros, por ejemplo, podría llevar una carga de 2 toneladas a Marte en 400 días.
La idea de la vela solar es fascinante, pero los líderes soviéticos de la época estaban más absortos en los asuntos terrestres, especialmente en cómo aumentar la productividad de los trabajadores. Stalin incluso una vez abolió los fines de semana para aumentar la producción industrial.
Con el fin de despertar el interés por las velas solares, Syromyatnikov propuso que las grandes velas reflectantes podrían utilizarse para redirigir la luz solar hacia la Tierra para iluminar las ciudades y las tierras de cultivo, especialmente en las regiones polares perpetuamente oscuras, permitiendo a los trabajadores y agricultores trabajar después del atardecer. Syromyatnikov razonó que esto podría reducir el costo de la energía para la iluminación eléctrica, y extender las horas del crepúsculo durante las temporadas de siembra y cosecha para ayudar a los agricultores. También podría ayudar en las operaciones de rescate y recuperación después de desastres naturales como terremotos y huracanes.
En octubre de 1992, el cohete espacial Progress M-15 despegó del cosmódromo de Baikonur y puso en órbita el satélite Znamya 2. Después de permanecer unido a la estación espacial Mir durante tres meses, el 4 de febrero de 1993, Znamya 2 se desacopló y desplegó un reflector Mylar, de 20 metros de diámetro. Se le dio un giro lento al satélite para que las fuerzas centrífugas mantuvieran el reflector desplegado, ya que no tenía un marco de soporte. Y el espejo funcionó. En las primeras horas, justo antes del amanecer, un punto de luz de unos 5 km de diámetro recorrió la superficie de la tierra a 8 kilómetros por segundo, comenzando en el sur de Francia a través de Suiza, Alemania, República Checa, Polonia y finalmente desapareció en la temprana luz del sol en Bielorrusia.
Desafortunadamente, el tiempo estaba nublado ese día y no hubo muchos testigos en tierra. El brillo de la luz también resultó mucho menor de lo esperado, aunque casi tan brillante como la luna llena.
El experimento duró sólo unas pocas horas, después de las cuales el satélite se desorientó y se quemó en la atmósfera.
El éxito de Znamya 2 dio un nuevo impulso al programa, y los científicos soviéticos comenzaron a planear algo más grande. Se programó un segundo lanzamiento para 1999. El Znamya 2.5 iba a llevar una vela ligeramente mayor (25 metros de diámetro), se esperaba que brillara más (hasta diez lunas llenas), emitiría un rayo de luz más grande (7 kilómetros de diámetro), y lo más importante, permitiría mantener el foco de luz brillando en un punto fijo de la Tierra durante varios minutos cada vez. Si eso tenía éxito, Znamya 3 lanzaría un espejo de 70 metros, y eventualmente el programa abarcaría una cadena de satélites colocados en órbitas sincronizadas con el sol, cada uno con espejos de 200 metros y cada uno con la capacidad de iluminar un área de 25 kilómetros cuadrados en la Tierra con un brillo casi 100 veces mayor que la luz de la luna. La idea era esencialmente convertir la noche en día.
Desafortunadamente, Znamya 2.5 falló. Cuando la vela se desplegó, la tela se enganchó en una de las antenas de la Mir y la delicada vela se rasgó. Con las finanzas rusas ya en ruinas tras la ruptura de la Unión Soviética, el gobierno decidió que no tenía presupuesto para apoyar las investigaciones científicas, y la misión fue desechada.
Este artículo se publicó en Amusing Planet. Traducido con permiso.
Fuentes
Vice / Qsl.net / NY Times / Triz Journal
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