El emperador romano Constante II muy bien podría haber pasado a la Historia por, entre otras cosas, el lío de nombres que tenía: se llamaba Heraclio Constantino Augusto, aunque también figura como Flavio Constantino Augusto y en su tiempo se le conoció como Kōnstantinos Pogonatos, es decir, Constantino el Barbado, si bien el más usual fue Constante, que en realidad se trata de un diminutivo de Constantino. Pero este personaje también tiene un hueco en el anecdotario al tratarse del último emperador que compatibilizó su cargo con el de cónsul, envió embajadas a China y marcó la transición de la Antigüedad a la Edad Media en Europa oriental.
Constante era el primogénito de Constantino III Heraclio, quien había reinado en el Imperio de Romano de Oriente de forma efímera (apenas cuatro meses del año 641 d.C.) y a su vez tuvo como progenitor a Heraclio, el fundador de esa dinastía. Respecto a su madre, Gregoria, era también prima segunda de Constantino III y tuvo con su marido otro hijo llamado Teodosio, apuntándose la posibilidad de que hubiera un tercer miembro en la descendencia, una hermana conocida como Manyanh. La sucesión de Heraclio supuso un problema porque Constantino III tuvo que disputarla con su medio hermano Heraclonas, que era hijo de la segunda esposa, Martina.
Constantino evitó el conflicto asociándole al trono, pese a que era un adolescente manejado por ella. Pero la tuberculosis solucionó el problema matándole a él y dejando el trono en manos de su hermanastro, en un contexto de graves acontecimientos, ya que seguía habiendo disputas religiosas con la creciente importancia del monotelismo (un credo surgido del intento de congraciar al catolicismo con el monofisismo) y las provincias de Oriente Próximo cayeron en manos del Califato árabe, amenazando Egipto.
Heraclonas trató de frenar la expansión islámica pero no pudo y el territorio egipcio fue conquistado progresivamente mientras sólo conservaba las ciudades costeras, donde acumulaba el grueso de sus fuerzas. De hecho, la inferioridad era tan obvia que se optó por abrir negociaciones con el califa. Pero no dio tiempo. La etapa de Heraclonas tampoco duró mucho: sólo cuatro meses más, al correr el rumor de que Martina había envenenado a Constantino III y brotar una rebelión exigiendo que el hijo de éste compartiera el poder.
El movimiento se desbordó, desembocando en guerra civil y el emperador fue depuesto y desterrado a Rodas junto a su madre, no sin que antes se inaugurase con ellos una brutal práctica que se acostumbraría a aplicar en lo sucesivo a los gobernantes caídos: la mutilación, que convertía a quien la sufría en un medio hombre cuyo aspecto, opuesto al de la perfección divina, dejaba incapacitado para el mando (al menos en teoría, pues Justiniano II, por ejemplo, lograría retomar el poder pese a su rhinokopia). La más habitual era cegar, porque impedía a la víctima dirigir ejércitos, o castrar para evitar descendencia que reclamase. A Heraclonas le cortaron la nariz y a Martina la lengua.
Así fue cómo Constante II tomó los mandos del imperio en el 641, cuando sólo tenía once años. Eso sí, bajo el control de una regencia formada por senadores y liderada por el patriarca Pablo II de Constantinopla. El Senado se había enfrentado radicalmente a su predecesor y vivía entonces el que sería su último período de poder auténtico, durando hasta que el joven emperador alcanzó la mayoría de edad. Pero esto no llegó hasta el 648 y, mientras tanto, se acumulaban los problemas. El primero y más acuciante era el avance imparable de los musulmanes, que no desaprovecharon el caos del imperio.
Estos se apoderaron de Egipto con cierta facilidad en el 642, sumándolo a sus conquistas de Mesopotamia, Siria y Palestina. Los bizantinos logaron recuperar Alejandría en el 645 pero únicamente durante un breve tiempo y al final la volvieron a perder. Aún peor, el Califato organizó una gran flota con el objetivo de tomar las islas bizantinas; Rodas y Creta sufrieron ataques, y Chipre cayó en su poder en el 649. Paralelamente, aseguraron su control sobre Armenia y se lanzaron sobre Cilicia; sólo se detuvieron al pactar una tregua con Constante II.
El emperador, por otra parte, había pasado graves problemas dentro de sus fronteras. Casado con Fausta, la hija del todopoderoso general Valentino que había liderado el derrocamiento de Heraclonas convirtiéndose en el hombre fuerte del imperio (hasta se le permitía vestir de púrpura), se encontró con que su suegro se ponía al frente de un golpe de estado aprovechando que era el jefe del éjército. Sin embargo, la jugada le salió mal al veterano militar, que no obtuvo ningún apoyo, y terminó linchado por el pueblo hacia el 644.
El propio Constante II en persona estuvo a punto de perder la vida en la defensa de Rodas, que tuvo lugar una década más tarde, tras la desastrosa batalla naval de Finike, de la que escapó intercambiando la ropa con un ayudante. El azar vino en su ayuda en el 656, al fallecer el califa y detenerse la ofensiva islámica para dar paso a la consiguiente guerra sucesoria. Eso le dio al emperador un respiro para, dos años después, frenar a los eslavos que penetraban en los Balcanes, deportando a muchos a Asia Menor. También para recuperar terreno en Anatolia, de modo que la seguridad del imperio parecía garantizada de momento. Pero aún faltaba solucionar otra cuestión interna: la religiosa.
Como reseñábamos antes, Heraclio había intentado congraciar a cristianos trinitarios -lo que defendían la Santísima Trinidad- con monofisitas -los que creían que en Cristo sólo hay naturaleza divina- a través de una tercera vía llamada monotelismo, que admitía naturaleza divina y humana en una única voluntad. Fue un fracaso en Occidente, donde el Papa se negó a transigir, pero en Oriente se instauró por decreto. En el Concilio de Letrán de 649, el papa Martín I lo condenó y se rebeló ante el edicto imperial que prohibía los debates sobre el tema. Constante II, harto, ordenó al exarca de Rávena (donde estaba la Santa Sede) su detención y destierro.
La disputa con el papado no quedó ahí; se agravó en el 663, después de que el emperador despojase de sus ornamentos los edificios más ricos de Roma (incluyendo los bronces que cubrían la cúpula del Panteón de Agripa) para llevárselos a Constantinopla.
Con esa hostil iniciativa quería demostrar al papa Vitaliano, con quien había establecido relaciones diplomáticas y que le había acogido calurosamente, que quien mandaba realmente era él y daba su apoyo a Mauro, arzobispo de Rávena, que aspiraba a independizarse. Y es que Constante estaba en Italia desde el 661 y además visitando Roma, algo que no hacía un emperador desde dos siglos antes.
Es posible que la causa de ese viaje fuera alejarse un poco del malsano aire de Constantinopla, que hervía contra él tras haber mandado ejecutar el año anterior a su hermano pequeño, Teodosio, sospechando que conspiraba contra él al estar resentido por haber asociado al trono a sus hijos Constantino, Heraclio y Tiberio.
Otros suponen que quería supervisar la defensa de las provincias bizantinas occidentales ante un posible ataque islámico y ello habría influido en la reorganización provincial, dando origen a la nueva división en themas (unidades administrativas surgidas a partir de tierras en torno a los campamentos militares, entregadas a los soldados), si bien la mayoría de los autores creen que eso lo haría su sucesor.
Hay que tener en cuenta que los musulmanes habían arreglado por fin sus asuntos y, en el 661, el califato tenía una nueva dinastía al mando, la Omeya, fundada por el ex-gobernador de Siria Muawiya ibn Abi Sufyán. Inmediatamente acometió una reanudación de la expansión islámica y, de la misma forma que ganó terrirorio por el oriente, no tardó en poner también los ojos en Sicilia y la zona del norte de África que permanecía bajo dominio bizantino. De igual modo, aspiraba a tomar la mismísima Constantinopla, aunque ese último bocado resultó ser demasiado grande y fracasó.
Queda, eso sí, una curiosa reseña al respecto: la que figura en el Antiguo libro chino de Tang y el Nuevo libro de Tang, dos textos chinos donde se describe cómo era la ciudad (detallando sus murallas de granito y una estatua de oro con una clepsidra) y se cuenta que Mo-Yi (Muawiya) sólo pudo arrancar a los bizantinos el pago de un tributo. Esas fuentes chinas tratan también las embajadas de Fu Lin (Imperio Romano de Oriente) enviadas por el rey Boduoli, al que se ha identificado con Constante II, en los años 643 y 667; los representantes diplomáticos regalaron cristal rojo y piedras preciosas al emperador Taizong, de la dinastía Tang, también conocido como Li Shimin.
Todo esto se enmarcaba en una larga historia de contactos intercontinentales entre Daqin, que es como llamaban los chinos al Imperio Romano, y China. Hay constancia de ellos directos desde el año 166 d.C., según el Libro de Han, aunque la ruta de la Seda ya los había empezado a comunicar de forma indirecta como mínimo un siglo antes. Recordemos, asimismo, que los gusanos de seda fueron introducidos en Bizancio por dos monjes nestorianos que los trajeron de China, como vimos en otro artículo.
En cualquier caso, Constante II estaba en la península itálica y se enfrentó a los longobardos, que ocupaban la parte septentrional, resultando derrotado. Entonces se estableció en Siracusa, circulando el rumor de que allí pretendía trasladar la capital imperial, algo que quizá refrendaría la teoría de que buscaba bascular el eje político hacia occidente.
Fuera cual fuese la causa de aquel cambio, si es que era real, le costó la vida: en el 668, mientras tomaba un baño, fue asesinado por su chambelán, que le golpeó en la cabeza con un cubo. Su hijo Constantino IV, que tomó el relevo, comprendió el mensaje y mantuvo la capitalidad en Constantinopla.
Fuentes
Historia del estado bizantino (Georg Ostrogorsky)/A history of the Byzantine state and society (Warren T. Treadgold)/The making of Byzantium, 600-1025 (Mark Whittow)/Byzantium (Robert Wernick)/Bizancio (Franz Georg Maier)/Roman views of the Chinese in the Antiquity (André Bueno)/East Asian history source book: Chinese accounts of Rome, Byzantium and the Middle East, c. 91 B.C.E.-1643 C.E. ( Jerome S. Arkenberg en Fordham University)/Wikipedia
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