De las peculiares relaciones diplomáticas, aparentemente cordiales, que la Unión Soviética y la Alemania nazi tuvieron en los años treinta, en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial e incluso iniciada ésta, uno de los ejemplos más sorprendentes es la cesión de la primera a la segunda de una base naval para su marina de guerra que permitiera abastecerse a sus submarinos en el Atlántico Norte.
Estaba ubicada en la península de Kola, un extremo del fiordo de Zapadnaya Litsa, en el óblast de Múrmansk, que limita con Finlandia y Noruega, y se llamaba Basis Nord. Hoy es la base de la Flota del Norte de Rusia.
Soviéticos y nazis parecían haber solventado sus diferencias ideológicas y nacionales el 23 de agosto de 1939, cuando sus respectivos ministros de Exteriores, Viacheslav Molotov y Joachim von Ribbentrop, firmaron el tratado de no agresión popularmente conocido por sus apellidos.
Quizá el mundo se asombrara pero ellos no se engañaban y sabían perfectamente que sólo estaban aplazando un enfrentamiento inevitable que en esos momentos no les venía bien a ninguno; a los nazis, porque tenían objetivos más inmediatos; a los otros, por lo mismo y porque su ejército todavía estaba en fase de modernizarse tras décadas de no poder hacerlo por la guerra civil.
No obstante, el pacto concedía a ambos lo que necesitaban: tiempo para aplicar sus respectivos planes y la garantía de que el otro no interferiría en ellos. Eso permitió a Hitler lanzarse sobre la parte occidental de Polonia, iniciando de facto la Segunda Guerra Mundial nueve días más tarde. Dos semanas después Stalin hacía lo mismo con la oriental (ya que, tras una agresiva etapa expansionista anterior, abarcaba territorios de Bielorrusia y Ucrania que los soviéticos reclamaban como suyos), así como intentar recuperar Finlandia, Letonia, Estonia, Lituania y Besarabia. Un protocolo secreto anexo establecía las respectivas zonas de influencia en Europa del Este y, efectivamente, la Wehrmacht y el Ejército Rojo llegaron a confraternizar y desfilar juntas en la frontera polaca.
Estaban sembradas las condiciones para ampliar esa aparentemente idílica colaboración al área económica, pues poco antes de la firma, el 19 de agosto, se acordó también un tratado comercial que suponía el intercambio de material bélico germano para las obsoletas fuerzas soviéticas a cambio del suministro de materias primas. Como a finales de 1939 todo parecía seguir bien (Alemania se inhibió ante la llamada Guerra de Invierno contra Finlandia), los soviéticos accedieron a una petición que había hecho Ribbentrop: la cesión de una base naval en suelo ruso para los submarinos que operaban en el Atlántico Norte.
Stalin dio el visto bueno pero con dos condiciones. La primera era que no podía tratarse del puerto de Múrmansk, como pedían los otros, porque en esos momentos la Unión Soviética era un país no beligerante; la segunda, relacionada también con eso, que debía mantenerse en riguroso secreto para no tener un conflicto diplomático con las demás naciones.
Así que se eligió un lugar situado al oeste de esa ciudad, pero los alemanes lo consideraron inadecuado por las precarias instalaciones que presentaba, de manera que la solución elegida finalmente fue la mencionada Basis Nord de Zapadnaya Litsa, que está a ciento veinte kilómetros de Múrmansk y tiene acceso al Belomorkanal (Canal del Mar Blanco-Báltico, un canal inaugurado en 1933 que conectaba esos dos mares entre sí y con el lago Onega).
En realidad, ese sitio era aún más precario que el otro pero precisamente por ello y por estar en el interior de un fiordo, invisible desde el mar por acantilados de cien metros de altura, rodeado de suelo ruso y cerrado a la navegación por parte de terceros, resultaba lo suficientemente discreto como para pasar desapercibido a ojos del enemigo.
No lo haría totalmente, desde luego, lo que se arreglaría con posibles montajes sugeridos por los propios soviéticos: sus buques de suministro podían simular ser asaltados por los U-boot (y una vez hecho el aprovisionamiento ser liberados) o dejar sus suministros en un punto pactado previamente.
El agregado naval teutón dio el visto bueno e inmediatamente se empezaron a planificar los trabajos de adecuación, ya que el contraalmirante Karl Donitz, el befehlshaber der U-Boote (comandante de los submarinos) quería disponer de Basis Nord cuanto antes. De hecho, esperaba que estuviera ya disponible la tercera semana de noviembre; sin embargo, una cosa son los deseos y otra la realidad.
En primer lugar, la Kriegsmarine no lo consideró tan urgente y en segundo, los soviéticos cedieron la base pero añadiendo mil y un obstáculos burocráticos a los que ya había para su puesta en marcha: aislamiento por tierra, escasez de instalaciones, ausencia de una red ferroviaria o de carreteras e incluso falta de agua potable.
Aún así, los alemanes fletaron varios barcos mercantes cargados de combustible y otros suministros necesarios para enviarlos desde Múrmansk, donde habían quedado internados desde el comienzo de la contienda, a Zapadnaya Litsa y poder abastecer a los submarinos. Dos eran buques de pasajeros de la naviera HAPAG (Hamburg-Amerikanische Packetfahrt-Actien-Gesellschaft) llamados Phoenicia y Cordillera, y el tercero era el Sachsenwald, un arrastrero reconvertido en nave meteorológica. Las malas condiciones que el fiordo tenía para barcos grandes, junto con el mal tiempo, hicieron que los tres barcos tuvieran que irse pronto.
El relevo lo tomó el Jan Wellem, un ballenero reformado como carguero que zarpó de Kiel, llegando en febrero de 1940. Luego se sumó una unidad más de la HAPAG, el St. Louis (que tenía la curiosa historia de haber trasladado a un millar de judíos alemanes exiliados a América y logrado evitar por poco el internamiento en Nueva York), algo que se reforzó con el arribo a finales de febrero de otro ballenero adaptado, el Wikinger V, de modo que entre todos transportaron suministros abundantes a Basis Nord y ésta quedó bien surtida para empezar a abastecer por fin a los U-boote, con el recibido permiso de Moscú, antes de que llegase la primavera.
Pero tampoco pudo ser. A pesar del secretismo empleado, los rumores sobre una base alemana en el norte ruso circulaban ya desde diciembre de 1939 y medios de comunicación de Dinamarca y Francia incluso informaron de ello públicamente, si bien no supieron concretar el sitio exacto. Alemania se apresuró a desmentirlos pero de confirmarse la gran damnificada sería la Unión Soviética, puesto que temía una intervención de los británicos en la Guerra de Invierno (la invasión de Finlandia), que se les había puesto muy cuesta arriba a los soviéticos ante la inesperada y tenaz resistencia de los finlandeses.
De hecho, la Kriegsmarine había enviado los dos primeros U-boot a explorar Basis Nord en diciembre: el U-36 y el U-38, capitaneados por Wilhelm Fröhlich y Heinrich Liebe respectivamente. El primero se topó con un inesperado obstáculo: estaba aún en el Mar de Noruega, cerca de Stavanger, cuando fue interceptado por un submarino británico, el HMS Salmon, que lo torpedeó y hundió con sus cuarenta tripulantes. En cambio, el U-38 rodeó el Cabo Norte e hizo el viaje sin incidentes, recorriendo el fiordo en silencio para simular que los soviéticos no sabían nada (aunque en realidad había avisado de su presencia por mensaje codificado).
Por eso en marzo, cuando la prensa sueca también se hizo eco de la posible presencia de sumergibles germanos, los soviéticos sugirieron a éstos trasladar la base a la bahía de Yokanga. Se trataba de la desembocadura del río homónimo, localizada trescientos kilómetros al este y, por tanto, bastante más lejos de las miradas indiscretas de aviones de reconocimiento. Pero si estaba lejos para unos también lo estaba para otros y la Kriegsmarine rechazó la propuesta, aunque en realidad tenía otros motivos de mayor peso para no estar interesada.
Y es que el 8 de abril Alemania inició la Operación Weserübung, es decir, la invasión de Noruega. Su objetivo era doble; por un lado, asegurar la importación de hierro desde Suecia a través del puerto de Narvik y por otro disponer de una base sólida para que la Luftawffe pudiera lanzar sus raids aéreos sobre Gran Bretaña. En este último sentido, Noruega constituía un buen punto de partida también para que los aviones cubriesen la posible puesta en marcha de la proyectada Unternehmen Seelöwe u Operación León Marino, o sea, la conquista de las Islas Británicas. En cualquier caso, disponer del territorio noruego permitía muchas más posibilidades para abastecer a los suministros sin necesidad de ir hasta el fiordo de Zapadnaya Litsa ni, lo que era más importante, depender de la Unión Soviética.
De hecho, Basis Nord dejó de utilizarse, quedando únicamente como símbolo de una ficticia amistad que estaba condenada a romperse. En total desuso, el Phoenicia, último barco que quedaba allí, zarpó a mediados de junio de 1940 y en septiembre el großadmiral Erich Raeder, comandante en jefe de la Kriegsmarine, renunció a Basis Nord en una carta enviada al almirante Nikolai Kuznetsov, jefe de la flota soviética, en la que le agradecía su colaboración. En menos de un año, Alemania acometería la Operación Barbarroja, la invasión de la URSS.
Fuentes
Feeding the German eagle. Soviet economic aid to Nazi Germany, 1933–1941 (Edward E. Ericson III)/The lure of Neptune. German-Soviet naval collaboration and ambitions, 1919–1941 (Tobias R. Philbin)/Hitler’s U-Boat war. The hunters, 1939-1942 (Clay Blair)/Tratado de No Agresión entre Alemania y la URSS (Excordio. La Segunda Guerra Mundial. 1939-1945)/Wikipedia
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